viernes, 10 de diciembre de 2021

PARTICIPACIÓN ES COMUNION COMUNITARIA Y PERSONAL CON DIOS

 · PARTICIPACIÓN ES COMUNIÓN COMUNITARIA Y PERSONAL CON DIOS

· NO HAY EXPERICIENCIA DEL MINISTERIO DIVINO SIN UNA VISIÓN SAGRADA DE LA VIDA

La liturgia es comunión de las divinas Personas que comparten su mutua unión de amor con nosotros en la celebración del misterio litúrgico, “para ser morada de Dios en el Espíritu” (Ef 2,22).

La participación ha sido el principio directivo de la renovación litúrgica en estos últimos 50 años.

El ideal propuesto por el Concilio Vaticano II fue de una participación plena, consciente y fructuosa. Sin embargo, el “acostumbrarse” al rito, y otras simplificaciones de este ideal, puede reducirlo a una expresión individualista de participación externa.

En términos generales, podemos observar en la práctica pastoral dos modos de participación litúrgica: la contemplativa – vivir en lo más intimo de la persona la belleza inefable del misterio transcendente en el acontecimiento ritual.

La activa – la escucha atenta y repuesta personal y comunitaria en el dialogo de la acción sagrada. Para ser auténtica, ambos modos de participación orante requieren del Espíritu de Dios, e implican una actitud personal de conversión al misterio de Cristo celebrado.

Obviamente, la Liturgia es participación activa (escuchar y responder); sin embargo, a veces se ha enfatizado exageradamente el “hacer” dentro de la celebración. Lo cual no deja espacios de silencio interior y exterior, para resuenen la Palabra y el misterio de nuestra alma. La escucha atenta y reverente es ya participación.

La vida de comunión con el misterio que se celebra, por consiguiente, será siempre el  alma del culto “en espíritu y verdad”.

Nuestro sentido de participación debiera llevarnos intencionalmente a un encuentro de experiencia profunda y personal.  

NO HAY EXPERIENCIA DEL MISTERIO DIVINO SIN UNA VISION SAGRADA DE LA VIDA

La visión de transcendencia es innata en el ser humano ya que el misterio de Dios penetra toda la realidad. No comprendemos este misterio, pero lo intuimos, pues vivimos en él y por él existimos.

El sentido de lo sagrado es condición indispensable y presupuesto básico para la participación en el culto.

Como solía decir el papa Benedicto XVI, “el mundo occidental vive como si Dios no existiera”. Detrás de una crisis de participación litúrgica, hay una crisis social y cultural que condiciona la visión de la fe. El secularismo es el cáncer de la sacramentalidad original que yace en el corazón de la humanidad; “ha relegado la fe cristiana al margen de la existencia” (SaCa 77).

La Liturgia sigue siendo el vehículo por excelencia para preservar el y potenciar el sentido de lo sagrado.

Por el contrario, una acomodación utilitarista o reducción secularista, lleva a la desafección y abandono de la misma vida litúrgica.

La liturgia es el medio extraordinario  de transmitir de modo convincente esos valores e ideales bíblicos y cristianos que encarna y proclama. Medio también de permeabilizar las culturas hasta sus mismas raíces.

La liturgia y los sacramentos están enraizados en esta experiencia del misterio que impregna la totalidad de la vida.

Recuperar la visión de transcendencia, y un fuerte sentido de la esperanza pascual, son esenciales para contrarrestar la aversión generalizada al sentido sacramental de nuestra sociedad. Por lo tanto, necesitamos educar el sentido religioso para recuperar la vivencia profunda del sentido de lo sagrado en la Liturgia, y desde ella misma, como el mejor sentido contra el secularismo. Ya que la liturgia cristiana presupones esta realidad de la visión sagrada.

“Lo que se celebra visiblemente se entiende vitalmente en Cristo” (San Agustín, Serm 10,2: PL 38,93).

CRISTO, CENTRO Y VIDA DE LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA

La pasión de amor que Cristo nos manifestó en su Sagrada Cena se perpetúa en cada asamblea litúrgica. Es la misma pasión por la Eucaristía que vivieron y nos transmitieron generaciones de fieles. Una profunda espiritualidad de comunión personal con Cristo nos puede guiar por el camino para crecer en esta pasión de amor. Realmente, la Iglesia vive de la Eucaristía.

La queja más común respecto a la Reforma litúrgica de estos últimos cincuenta años, ha sido la pérdida, o desestima, del sentido de lo sagrado y del misterio, de la transcendencia y de la santidad. Como afirma la Constitución sobre Liturgia, “Toda celebración litúrgica es una acción sagrada” (SC 7) “Fuente inagotable de santidad” (Ecclesia de Eucaristía, 10). Ya que nuestra participación en el misterio trinitario y redentor nos hace conscientes de la presencia de lo divino: “pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial…donde Cristo está sentado a la diestra de Dios” (SC 8). Por lo general, el nuevo estilo celebrativo ha sido universalmente aceptado; ahora aspiramos a los mejores ideales que caracterizaron la Liturgia católica y dimensión estética de la Liturgia.

La exhortación apostólica del papa Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, es un documento básico de renovación y evangelización necesarias para el futuro. El Papa nos invita a profundizar y vivir más intensamente este misterio. Nos da una clave esencial: toda forma de santidad tiene su origen en la Eucaristía y todos nosotros estamos llamados a su plenitud. Necesitamos un nuevo impulso y fervor para progresar en la comprensión de la hondura teológica de la Eucaristía corazón de nuestra identidad católica, hacia la meta marcada por Sacramentum Caritatis.

Las pautas concretas que ofrece el documento del papa Benedicto podrían reducirse a tres temas: Espiritualidad eucarística, formación catequética y los frutos  de esta formación.

En concreto, una espiritualidad eucarística como forma de la existencia cristiana.

En cuanto a la formación catequética, como conocimiento de las verdades básicas sobre la Eucaristía, las riquezas de su estructura celebrativa, y en particular la Plegaria eucarística, acrecienta nuestro amor por la Eucarsitía. Los frutos son bien conocidos, pues una mayor conciencia y amor por la Eucaristía llevan a una participación más comprometida con la vida eclesial y nuestra tarea de su misión en el mundo.

En el centro de la celebración está la mediación del Dios trinitario en la presencia del Logo de nuevo encarnado y resucitado mediante el Memorial. El celebrante, humilde servidor, está llamado a reflejar la presencia de esta actividad divina. Él no se presenta a si mismo, sino que ha sido elegido para representar la actuación sacerdotal de Cristo en nombre de la Iglesia.

El poder y don de esta acción divina, que supera cualquier otra en la Iglesia, viene de Dios y a Dios glorifican. Su centro y corazón fluyen del Cristo pascual, del que proviene la eficacia de cualquier acción litúrgica.

De nuevo, el sacerdote no puede representar a Cristo por su virtuosidad y personalidad dominante, sino más bien actúa en persona de Cristo como cabeza por su actitud orante en gestos y palabras. Esta actitud de humilde servicio requiere mucha virtud y disciplina. Ya que su función ministerial es ser transparencia de la presencia del Logos, el eterno sacerdote y el único protagonista. El sacerdote no se celebra a sí mismo, se coloca por tanto en un segundo plano, como su instrumento y servidor de la acción litúrgica en nombre de la Iglesia. Como afirma san Juan Crisóstomo, “el sacerdote asiste llenando la figura de Cristo, pronunciando aquellas palabras, pero la virtud y la gracias es de Dios” (La traición de judas, 1,6)

La liturgia es obra de la Santísima Trinidad, de cuyo protagonismo debe ser consciente la comunidad celebrante bajo la presidencia del sacerdote. Esta actividad divina y la centralidad de Cristo es una de las mayores aportaciones de la Constitución sobre la Liturgia. Considera la liturgia como “ejercicio del sacerdocio de Jesucristo”. (SC7), y del cuerpo de la iglesia.

El sacerdote que preside no está en el centro de la celebración, ni es su protagonista; así, debe celebrar con honor, humildad y adoración en la persona de Cristo como cabeza. Él es la piedra angular que debe conformar nuestra participación real y efectiva.

La contemplación y la adoración son dimensiones esenciales de la vivencia litúrgica. No podríamos promover el sentido de transcendencia, y profundizar la espiritualidad deseada de una vivencia cristocéntrica, sin una atmosfera contemplativa y de adoración en nuestras celebraciones.

Para concluir podemos aplicar el principio fundamental de la Regla de san Benito “nada se anteponga a la obra de Dios”

En la vida de muchos santos a través de los tiempos aparece esta visión integral de la espiritualidad eucarística.

Todos los aspectos de la vida cristiana, en concreto celebración y santificación de vida, forman una unidad espiritual. El Concilio Vaticano II lo afirma repetidamente, como meta última de Liturgia “glorificación de Dios y santificación de la humanidad”.

Nuestra participación en la Santa Misa “exige de nosotros una total entrega del cuerpo y del alma: oímos a Dios, le hablamos, lo vemos, le gustamos”.

miércoles, 1 de diciembre de 2021

ADVIENTO DEL SÍNODO DE OBISPOS

Como la vida se hace en etapas: niñez, juventud y adultez; también la Historia de Salvación es un cúmulo de etapas en el tiempo: creación, redención e Iglesia; y la Iglesia, a su vez, programa su labor salvífica en periodos pedagógico – pastorales: Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua.

Este domingo comenzó el Adviento del año sinodal, año de gozosa esperanza y de común responsabilidad.

La Iglesia está sufriendo una crisis de declive pesimista, y necesita una inyección de esperanza. En los últimos tiempos, el temor se adueñó del optimismo de muchos cristianos. Una buena dosis de esperanza es artículo de singular urgencia en las instituciones eclesiales y en sus dirigentes, para recuperar la fe en las palabras de Jesús, que afirmó que su Iglesia sería perseguida, pero no vencida. El Papa Francisco nos lo advierte convocando un Sínodo extraordinario, y nos anima a vivirlo en un clima de esperanza responsable, para contrarrestar la baja estima con que gran parte de la sociedad mira a la Iglesia en estos momentos.

La esperanza apunta a un futuro halagüeño: la venida del Redentor. Las promesas del Señor están a punto de cumplirse. Y esto nos causa inmenso gozo. Pero es también esperanza responsable, porque el Salvador llama a la puerta con la ilusión de que nosotros le permitamos entrar. Esta es nuestra responsabilidad. De nosotros depende que Jesucristo pueda entrar en nuestras vidas o que tenga que pasar de largo. Para sortear este riesgo, el Papa San Juan Pablo ll nos repitió con voz vibrante y corazón enardecido: “Abrid las puertas a Cristo”. Estemos, pues, vigilantes para que llame y entre. El Precursor prestó un magnífico servicio al plan salvífico del Mesías: primero dispuso al pueblo para que lo reconociera y lo recibiera, y después lo señaló ya presente entre los hombres.

Tomemos ejemplo y escuchemos a este buen pregonero. Celebremos con gozo la ya próxima llegada del Mesías, y preparemos los caminos para que la salvación irrumpa con fuerza en todos los ambientes de nuestro pobre mundo, en el cual la crisis de valores es la pandemia devastadora de la historia contemporánea.

La esperanza todo lo ilumina. El corazón con esperanza, no se limita a cantar: se decide a colaborar. Esto es lo que nos pide la Iglesia en este año del Sínodo de los Obispos. Pues, manos a la obra. El Sínodo está inaugurado: integrémonos en su dinamismo.

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo

martes, 30 de noviembre de 2021

LA VIDA CRISTIANA ES COMO UNA PEREGRINACIÓN HACIA LA CASA DEL PADRE

¡Ojalá hubiéramos ido siempre derechos hacia la Casa del Padre, que no es un edificio, sino un corazón!

¡Ojalá no nos hubiéramos desviado nunca del buen camino!

¡Ojalá nunca hubiéramos dado las espaldas a Dios!

Pero la realidad es que, por culpa o debilidad nuestra, nos hemos alejado de nuestro Padre Dios. Los profetas dicen que estábamos unidos a Él, con lazos de amor, pero le traicionamos; rompimos esos lazos para echarnos en brazos de dioses extraños.

Jesucristo nos dice que un hijo alocado, un mal día, dio un portazo a la casa del padre, para vivir su vida. El triste acontecimiento lo hemos repetido cada uno de nosotros. Ahora, heridos por el remordimiento de nuestro mal comportamiento, pretendemos volver a la Casa del Padre; volver a caer en sus brazos, para que nos ate de tal manera que ya no podamos separarnos de Él.

El profeta Óseas personifica al pueblo de Israel en la imagen de una esposa infiel (Os. 2,4-10), y nos dice que, ante tanta infidelidad, Dios quisiera repudiarla y olvidarla, pero su corazón no se lo permitió. Hizo todo lo contrario: le cerró los caminos de la huida, para que no pudiera alejarse y recuperase su fidelidad primera. Es el caso del Hijo Pródigo, que se alejó de la casa del padre, en busca de una vida más libre, y ahora, sin pan y decepcionado de sus antiguos amigos, vuelve hacia su antiguo hogar, temiendo encontrar las puertas cerradas y a un padre enfurecido. Desafortunadamente se había equivocado en la despedida y afortunadamente también viene equivocado en el regreso: el padre que con lágrimas le había visto marchar, ahora le ofrece unas puertas expeditas y un corazón abierto para recibirle, y un banquete preparado para festejar el regreso del hijo que se había marchado.

Estas fueron las mejores cuerdas para atar a aquel hijo que jamás volverá a sentir la tentación de alejarse de su buen padre.

Pues la historia se ha repetido. Todos hemos sido hijos pródigos. Todos hemos traicionado el amor de Dios. Todos hemos abandonado alguna vez la casa paterna, corriendo por caminos alocados. Pero Dios nos pide que volvamos a Él. Dios no se cansa de llamarnos, ni se cansa de esperar. Sueña en recibirnos con fiesta, con alegría, con agradecimiento, porque no puede vivir sin nosotros.

Sintonicemos con sus sentimientos y pongámonos en camino. Digámosle que, a pesar de lo que ha pasado, queremos que nos reciba y nos perdone; que llene nuestro corazón vacío; que nos revista con el traje de fiesta y, finalmente, que nos ate con los lazos del amor, para que nunca más nos alejemos de Él.

 

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo

miércoles, 24 de noviembre de 2021

EL SÍNODO Y LOS MERCADERES DEL TEMPLO.

Sobre este proceso sinodal, cumbre de la reforma propuesta por Francisco a la Iglesia católica e incluso a las personas no creyentes que estén interesadas en un impulso de libertad, igualdad y fraternidad en el mundo. Hoy, el Director de La Civiltà Catòlica, Antonio Spadaro, muy unido a Francisco, nos explica el sentido profundo de esta propuesta. AD.

La apertura del Sínodo sobre la sinodalidad el 9 de octubre de 2021 invita a preguntarse qué significa ser Iglesia hoy y su significado en la historia. Esta pregunta está también en la base del camino sinodal que está emprendiendo la Iglesia italiana y de los que están en marcha o inician en Alemania, Australia e Irlanda.

Aquellos que han seguido las Asambleas del Sínodo de los Obispos en los últimos años ciertamente han visto cuánta diversidad da forma a la vida de la Iglesia Católica. Si alguna vez una determinada latinitas o romanitas constituyó y marcó la educación de los obispos -que, entre otras cosas, entendían al menos un poco de italiano-, hoy la diversidad emerge con fuerza en todos los niveles: mentalidad, lengua, abordaje de los temas. Lejos de ser un problema, es un recurso ya que la comunión eclesial se realiza a través de la vida real de los pueblos y las culturas. En un mundo fracturado como el nuestro, es una profecía.

No debemos ver la Iglesia como un juego de Lego con ladrillos que encajan perfectamente. Ese sería un mago mecanicista de la comunión. Mejor pensamos en ello como una relación sinfónica, de diferentes notas que juntas dan vida a una composición. Si tuviéramos que llevar la imagen más allá, diría que no es una sinfonía donde las partes ya están escritas y asignadas, sino más bien un concierto de jazz, donde se sigue la inspiración compartida en el momento.

Aquellos que han tenido la experiencia de los recientes Sínodos de Obispos habrán percibido las tensiones que surgieron dentro de la Asamblea, pero también el clima espiritual en el que estaban, en su mayor parte, inmersos. El Papa ha insistido mucho en el hecho de que el Sínodo no es una asamblea parlamentaria donde la gente discute y vota para decidir los asuntos por mayoría. La figura principal, en realidad, es el Espíritu Santo, que “mueve y atrae”, como escribe san Ignacio en sus Ejercicios espirituales . El Sínodo es una experiencia de discernimiento espiritual en busca de la voluntad de Dios para la Iglesia.

Que esta visión del Sínodo es también una visión de la Iglesia no debe cuestionarse. Hay una eclesiología, madurada a lo largo de los años gracias al Concilio Vaticano II, que se desarrolla hoy.

* * *

Para ello, es necesario escuchar atentamente. Escuchar a Dios, en la oración, en la liturgia, en los ejercicios espirituales; escuchar a las comunidades eclesiales en sus intercambios y debates sobre experiencias (porque es sobre las experiencias donde se puede hacer el discernimiento y no sobre las ideas); escuchando al mundo, porque Dios está siempre presente allí inspirando, moviendo, conmoviendo. Tenemos la oportunidad de convertirnos en “una Iglesia que no se separa de la vida”, dijo Francisco, saludando a los participantes al comienzo del camino sinodal (9 de octubre).

El pontífice lo resumió entonces de esta manera: “Habéis venido por muchos caminos diferentes y desde distintas Iglesias, cada una con sus propias preguntas y esperanzas. Estoy seguro de que el Espíritu nos guiará y nos dará la gracia de avanzar juntos, de escucharnos y de embarcarnos en un discernimiento de los tiempos que vivimos, en solidaridad con las luchas y aspiraciones de toda la humanidad ”. Poner a la Iglesia en estado sinodal es ponerla inquieta, incómoda y tensa porque la agita el soplo divino, al que ciertamente no le gustan las zonas seguras ni las áreas protegidas: sopla donde quiere.

La peor forma de hacer un sínodo entonces sería tomar el modelo de conferencias, congresos, “semanas de reflexión”, e imaginar que de esta manera todo podría proceder de manera ordenada, incluso cosméticamente. Otra tentación es la excesiva preocupación por la “máquina sinodal”, para que todo funcione según lo planeado.

Si no hay sensación de vértigo, si uno no experimenta el terremoto, si no hay una duda metódica, no una duda escéptica, la experiencia de una sorpresa incómoda, entonces quizás no haya un sínodo. Si el Espíritu Santo está en acción, dijo Francisco una vez, entonces “patea la mesa”. La imagen tiene éxito porque es una referencia implícita a Mateo 21:12, cuando Jesús “volcó las mesas” de los cambistas.

Para hacer un sínodo tenemos que expulsar a los comerciantes y vuelcan sus mesas. ¿No sentimos hoy la necesidad de una patada del Espíritu, aunque solo sea para despertarnos de nuestro letargo? Pero, ¿quiénes son los “mercaderes del templo” hoy? Solo la reflexión en oración puede ayudarnos a identificarlos. Porque no son pecadores, no son los “distantes”, los incrédulos, ni los que profesan ser anticlericalistas. Al contrario, en ocasiones nos ayudan a comprender mejor el precioso tesoro que guardamos en nuestras pobres vasijas de barro. Los comerciantes siempre están cerca del templo, porque allí hacen negocios, allí venden formación, organización, estructuras, certezas pastorales. Los comerciantes inspiran la inmovilidad de las viejas soluciones para los nuevos problemas, es decir, la solución segura de segunda mano, que siempre es un “parche”, como la define el pontífice. Los comerciantes se enorgullecen de estar “al servicio” de los religiosos.

Hacer un sínodo implica ser humilde, concentrarse en los pensamientos, pasar del “yo” al “nosotros”, abrirse. Llama la atención en este sentido, por ejemplo, lo que el Relator General del Sínodo, Cardenal Jean-Claude Hollerich, afirmó en su saludo el 9 de octubre durante la inauguración: “Debo confesar que todavía no tengo idea de qué tipo de instrumento escribir. Las páginas están vacías, depende de ti llenarlas “. Es necesario vivir el tiempo sinodal con paciencia y expectación, abriendo bien los ojos y los oídos. “Ephphatha, es decir: ‘¡Ábrete!’” ( Marcos 7, 34) es la palabra clave del Sínodo.

Roland Barthes, distinguido lingüista y semiólogo, entendió que los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola sirven para crear un lenguaje de interlocución con Dios compuesto por escuchar y hablar. Es necesario comprender que el Sínodo, a su manera, comparte esta naturaleza lingüística, del creador del lenguaje. Por eso es importante el método, es decir, el camino y las reglas del viaje, especialmente en función de la participación plena.

* * *

En definitiva, la dinámica que se desarrolla en el Sínodo puede describirse como una “puesta en juego”. Por ejemplo, jugar al fútbol no solo significa patear una pelota, sino también correr tras ella, involucrarse con las situaciones que ocurren en el campo. De hecho, “el juego logra su propósito solo si el jugador se sumerge totalmente en él”, como escribe Gadamer en su famoso ensayo, Verdad y método. El foco del juego, entonces, no son los jugadores, sino el juego en sí, que cobra vida a través de los jugadores. Este es, en definitiva, el espíritu del Sínodo: finalmente ponerse de verdad en el juego siguiendo la dinámica animada por el Espíritu.

Redacción ATRIO.

viernes, 19 de noviembre de 2021

O PANENTEÍSMO

Panenteísmo, como su mismo nombre indica, significa que todo el universo y nosotros mismos estamos en Dios; pero ¿cómo se entiende ese en?    

Todas las explicaciones sobre Dios y nuestra relación con él serán necesarias y útiles en la medida en que nos ayuden a vivir un amor incondicional, porque lo único esencial es el amor.

El panenteísmo se contrapone claramente al ateísmo, que niega la existencia de Dios. Se diferencia del panteísmo, que identifica a Dios con la naturaleza, porque éste prescinde de su trascendencia.

Hace tiempo, sin conocerlo bien, me he sentido interesado por el panenteísmo; ahora, con la lectura de “En él vivimos, nos movemos y existimos” de Clayton y Peacocke me encuentro bastante identificado, al menos con algunas interpretaciones de este sistema. (Las distintas interpretaciones surgen espontáneamente en el desarrollo de una teoría relativamente reciente (s. XIX ).

Panenteísmo, como su mismo nombre indica, significa que todo el universo y nosotros mismos estamos en Dios; pero ¿cómo se entiende ese en?           

 Ante todo debemos tener presente que nuestro lenguaje conceptual “claro y bien definido”, se basa en la abstracción de nuestras experiencias físicas dentro del espacio y del tiempo, y por tanto no puede expresar lo que rebasa esas experiencias. Ya el concilio lateranense IV reconoció que “Todo lo que hemos dicho sobre Dios tiene más de error que de acierto”.           

 Nuestro decir sobre Dios, aunque utilice las palabras y conceptos de nuestro lenguaje, debe interpretarse siempre en sentido simbólico, poético, que no dice lo que dice sino lo que sugiere; porque la sugerencia conecta mejor con nuestra conciencia sentiente, que es con la que experimentamos de alguna manera a Dios, y a todo el mundo de los valores: amor, justicia, derechos humanos, belleza.

Todas las explicaciones sobre Dios y nuestra relación con él serán necesarias y útiles en la medida en que nos ayuden a vivir un amor incondicional, porque lo único esencial es el amor.

Esto supuesto ¿cómo explicamos el panenteísmo? ¿Cómo sugerimos nuestra relación con Dios? Vamos a ver en qué se diferencia de otras explicaciones semejantes, y cuáles son sus principales características. Estas diferencias son frecuentemente desplazables; no son fronteras naturales, como un río o una cadena montañosa, sino etiquetas que se colocan en los archivadores. 

  • Diferencias 

            El panenteísmo se contrapone claramente al ateísmo, que niega la existencia de Dios. Se diferencia del panteísmo, que identifica a Dios con la naturaleza, porque éste prescinde de su trascendencia.

La diferencia entre panenteísmo y el teísmo clásico me resulta más de matiz que de fondo. El teísmo, sobre todo en la práctica, acentúa (¿acentuaba?) más la trascendencia de Dios, aunque san Pablo menciona la presencia del Espíritu Santo en los cristianos, y la espiritualidad actual está insistiendo en la inmanencia de Dios en nosotros. La reciente corriente del No-teísmo caricaturiza esta absorbente transcendencia de Dios como un obsoleta concepción espacial de dos pisos, Dios y la naturaleza.

El panenteísmo acentúa la inmanencia mucho más que el teísmo, y así coordina mejor sus explicaciones con los actuales conocimientos científicos; pero resalta, igual que el teísmo, la trascendencia.

El mismo título de panenteísmo supera la idea de un Dios encerrado en el mundo (panteísmo) y nos acerca un Dios excesivamente alejado del mundo (teísmo). 

  • Características del panenteísmo 

            Los estudiosos han observado algunas características que suelen repetirse en algunos autores, aunque no necesariamente en todos; por eso hemos hablado de diversidad de modelos dentro del panenteísmo.

Cómo explican ese “en Dios” que aceptan todos los autores. Algunos comparan nuestra relación con Dios como la relación del cuerpo con toda la persona, y proponen que “el universo es el cuerpo de Dios. El cuerpo es parte de la persona, está totalmente penetrado por la ella, pero la persona es más que su propio cuerpo.

También puede entenderse ese existir “en Dios”, como la actuación de Dios junto con el universo, a través del universo, a través del cuerpo (a través de las “causas segundas”). De este modo sintonizan mejor con los científicos, que defienden la autoría de las causas naturales.

Otros autores, basados en que Dios es amor, consideran que existe una interdependencia entre Dios y la creatura humana: no existe amante sin amado. Algunos suavizan esta interdependencia considerándola asimétrica; el mundo depende de Dios más que lo que Dios depende del mundo.

Esta interdependencia supondría que Dios no puede existir sin el mundo, y parece contradecir algo esencial en el teísmo, como es la creación (¿se explicaría con la creación continua?). Sin embargo otros rechazan esta interdependencia (aunque sea asimétrica) porque esa pretendida interdependencia se basa en un amor humano (erôs) que necesita respuesta; en cambio el amor de Dios es un amor incondicional y totalmente gratuito, aunque no tenga respuesta (agápê).

Yo volvería a insistir en que no podemos aplicarle a Dios literalmente los conceptos humanos, y no podemos entender el amor de Dios literalmente igual al amor humano. Por tanto no me convence esa exagerada interdependencia entre Dios y el hombre. Prefiero la aceptación bíblica de la dependencia humana, y la sumisión claramente expresada por el término islam.

La pasibilidad de Dios es otra característica que destacan los panenteístas, el sufrimiento de Dios a causa del sufrimiento humano; aunque probablemente la insistencia en esta pasibilidad se deba al desarrollo de este sistema durante las guerras del siglo XX y el holocausto judío. Esta pasibilidad coincide con el teísmo bíblico, y con el teísmo popular, pero se diferencia del teísmo filosófico, de raíz aristotélica, que considera a Dios inmutable e impasible. (Deseo estudiar más a fondo esta característica porque es la más difícil de explicar, pero es la que sentimos más profundamente).

La cristología gradual, que defienden algunos panenteístas, considera que la diferencia entre Cristo y las demás personas es de grado, no de esencia. Esta gradualidad puede traspasar una línea roja de la doctrina tradicional cristiana. Sin embargo recientemente hay autores cristianos que consideran a Jesús “una persona como nosotros”. Y ya Pablo en la carta a los romanos presenta a Jesús “a partir de la resurrección establecido por el Espíritu Santo Hijo de Dios con poder”.    

En resumen, creo que el pensamiento panenteísta puede sintetizarse en la conocida metáfora de Jäger según la interpreta Melloni: “La ola es el mar”, pero el mar es más que la ola.  

Gonzalo Haya

A TOLERANCIA E O RESPETO AO DIFERENTE GARANTIZAN SOCIEDADES INCLUSIVAS

En el Día Internacional de la Tolerancia, Cáritas insta a las sociedades a que acojan a todas las personas que se ven forzadas a desplazarse.

Con motivo del Día Internacional de la Tolerancia, Cáritas insta a las sociedades a que acojan a todas aquellas personas que se ven forzadas a desplazarse por motivos como el riesgo a sufrir persecución, los efectos adversos del cambio climático o la escasez de alimentos.

No hay tolerancia sin el respeto ni la comprensión mutua entre las culturas y los pueblos. Es imprescindible que hoy recordemos la vigencia de este noble principio –recogido en la base de la Carta de las Naciones Unidas y de la Declaración de los Derechos Humanos–, en una época como la actual donde el extremismo y el radicalismo violento van en aumento. No construyamos sociedades excluyentes.

Vulneración de derechos en las fronteras

Desde Cáritas vemos con especial preocupación las graves vulneraciones de los derechos que sufren las personas migrantes y refugiadas en las fronteras durante su tránsito de los países de origen hacia las sociedades de acogida, legitimadas estas en esa percepción negativa (estereotipos y prejuicios) de las personas en movilidad humana forzada.

En la actualidad existen crisis humanitarias que provocan la salida de millones de personas de sus lugares de origen. Estas son algunas de ellas:

  • En la región del Sahel. La situación de inseguridad alimentaria crónica junto con la presencia de grupos armados violentos ha obligado al desplazamiento forzoso de más de un millón de personas en los últimos dos años, la mayoría de ellos dentro del mismo país. Estas personas llegan a pueblos y comunidades donde a menudo los medios de vida son escasos para cubrir las necesidades de la población autóctona lo que aumenta la presión y resistencia hacia las personas que llegan.
  • En Afganistán alrededor de 2,6 millones de personas se han visto obligadas a migrar a otros países, principalmente a Irán y Pakistán. Pero hay más de 3,5 millones de personas que se han visto obligadas a desplazarse dentro del país en busca de refugio.
  • La crisis venezolana ha provocado la mayor oleada migratoria en la historia de América Latina y la huida de más de 5,4 millones de personas hacia países como Colombia, Perú, Chile, Ecuador, Argentina y México.

En el Día Internacional de la Tolerancia queremos llamar la atención a todos los países, pueblos y culturas que acogen a estas personas que son obligadas dejar sus países, a menudo por un periodo de tiempo indefinido. Apelamos a su comprensión y empatía para facilitar la acogida, la integración y el respeto a estas personas, con el objetivo de garantizar sociedades inclusivas y no excluyentes. 

La riqueza de la diversidad

Y recordamos, en este día, que la esencia de la tolerancia es el respeto, el reconocimiento de la rica diversidad de todas las personas que conforman las culturas de nuestro mundo, de la aceptación de todas las formas de expresión y medios de ser humanos.

El papa Francisco, en la Encíclica Fratelli tutti, señala claramente a la discriminación, el racismo, la xenofobia, o los nacionalismos excluyentes, como actitudes incompatibles con la hermandad. Para Francisco las personas extranjeras son una riqueza y oportunidad. Por eso, apuesta por un modelo de convivencia intercultural, donde la diversidad es un “don”.

«Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado» (FT, 35).

A IGREXA NON TEN QUE REINVENTARSE

Xa moito antes da pandemia algúns dicían que a Igrexa tiña que reinventarse debido a que se estaba quedando baleira. É verdade que as estatísticas de asistencia a misa, celebración de sacramentos, número de seminaristas, etc. en España son demoledoras. Pero tamén é certo que o «número de negocio» da Igrexa non é un dato que se poida medir nestes termos.

A misión da Igrexa está clara: anunciar o Evanxeo e celebrar os sacramentos. E como consecuencia da espera do Reino de Deus, o exercicio da caridade e a observancia dos Mandamentos para o ben propio e dos demais. Non hai nada máis. O resto das actividades que se están levando a cabo desde entidades eclesiais están, ou deberían estar, en función desta misión, que é a esencia e a razón de ser da Igrexa.

Por iso, cando alguén di que a Igrexa ten que reinventarse, e refírese a que faga algo que non sexa isto, xa estariamos a falar doutra realidade distinta, pero non da Igrexa querida e fundada por Xesucristo. Aquí, neste caso, non serve iso de «renovarse ou morrer», pois o que se está pedindo é que deixe de ser o que é para converterse noutra cousa que nada ten que ver coa súa esencia. 

Os defensores da teoría da reinvención avogan por que a Igrexa se converta nunha prestadora de servizos sociais, que inclúa a actual forma de facer caridade e a animación sociocultural de grupos, especialmente de xubilados e enfermos.

É certo que a Igrexa é experta en humanidade e que as Cáritas parroquiais fan moito con moi pouco. Pero esta calidade non lle vén dada só por unha cuestión meramente humanitaria, senón tamén e, sobre todo, pola condición que temos todos de ser fillos de Deus que nos fai tratar aos demais como irmáns (Cfr. Fratelli Tutti 8, 58 e 279 v.g.)

Por outra banda, hoxe en día as Administracións Públicas teñen todo tipo de recursos moito mellores que os da Igrexa para atender as necesidades sociais das persoas máis desfavorecidas. Polo menos, é do que presumen todos os días nos seus discursos.

Pero estamos seguros de que isto é o que de verdade están a demandar moitas persoas? Cada vez atopo máis xente que está en procura de algo ou de alguén que dea un sentido pleno ás súas vidas e que pasa tamén polo sentido do transcendente.

Di Chesterton que «cando se deixa de crer en Deus, enseguida crese en calquera cousa». Que esteamos nunha sociedade secularizada e laicista non quere dicir que o sentimento relixioso quede anulado ou acalado nas persoas. De feito, hai uns días alguén da vida pública que non lembro, asignaba a categoría de relixión ao laicismo.

A Igrexa é cousa de Deus. Pero o é para o noso ben. Deus, por pura graza, fainos membros dunha asemblea de irmáns, que buscan a Deus e que queren facer a súa vontade para participar un día do seu mesma vida divina.

No nosopai cansamos de rezar «fágase a túa vontade aquí na terra como no ceo», pero moitos empéñanse no contrario: «fágase a miña vontade na terra e no ceo» e teñen a ousadía de desafiar o Depósito da Fe que a Igrexa tenta custodiar con fidelidade.

A Igrexa non ten que reinventarse, porque o seu fundador (o seu «inventor») foi o mellor dos posibles: Xesucristo, que por ser Deus nin se engana nin nos engana.

 

Miguel Ángel Álvarez Pérez

Párroco da Fonsagrada

miércoles, 10 de noviembre de 2021

O DETRACTOR DO HOME

O pecado, detractor do home, presenta tres matices específicos: un de vaidade, xa que el que polo seu narcisismo conxénito considerábase sen mancha nin engurra, ao advertir algunha imperfección na súa conduta, avergóñase ante a súa propia conciencia e ante a súa veciñanza, por perder a valoración estimativa de que gozará até entón.

Outro matiz é de preocupación e medo porque, ao recoñecerse quebrantador dalgún deber, recoñece que o incumprimento de toda lei é merecedor dalgunha sanción punitiva e isto inquiétao en maior ou menor grao.

E un terceiro matiz é o sentimento de pena por desgustar ao Señor, inmensamente bondadoso e benfeitor de todos.

O primeiro aspecto do pecado é consecuencia da nosa vaidade narcisista. O segundo é consecuencia do noso medo ao castigo, e o terceiro é a nosa sensibilidade de incorrespondencia ao amor de Deus e da nosa ingratitude aos seus beneficios. Este último aspecto é froito da consideración dialogal do pecado. O pecado visto desde a propia conciencia, cáusanos vergoña. Visto en referencia á lei, prodúcenos medo, e considerado en referencia ao Señor, prodúcenos pena por non corresponder á súa xenerosidade. Isto non minora o sentido do pecado, senón que o acrecenta. O pecador percibe a gravidade da súa vida pecaminosa, a partir de dous puntos de referencia. Primeiro desde a referencia cuantitativa que media entre Deus e o home. Desde a distancia ontolóxica que existe entre o creador e a criatura, o pecador cae na conta de a quen ofendeu; que amor desprezou e contra a quen se revelou. O que “non é”, despreza a grandeza e o amor do que “é todo”. O mal fillo golpea o rostro do pai bo.

O segundo lugar, o pecador percibe o incorrecto do seu comportamento e o comportamento perfectísimo do mesmo Deus. Desde a contemplación do crucificado, que con xenerosidade infinita, redime ao que, con odio satánico, levouno ao calvario para crucificalo. A cruz do Sinaí é a plasticidade do obrar do home e do obrar de Deus; pero a diferenza é abismal. Todos nel puxemos as nosas mans deicidas. Pero é unha bendición nacer xunto a un crucifixo. Grazas á cruz do Calvario, o home sente vergoña e pena pola súa incorrespondencia ao amor do redentor. A este sentimento do pecador chámaselle compunción, pola cal Deus faise presente no corazón do home, como amor e perdón. E esta acción gratuíta de Deus conmove as entrañas do pecador, para que volva ao amor misericordioso do Señor. Estes son os primeiros pasos do arrepentimento e da conversión do fillo pródigo. O arrepentimento é a conciencia dolorosa que o pecador experimenta polo seu incorrecto comportamento; e a conversión é a decisión de retornar á casa do pai, onde abunda o pan.

Este camiño xa lle é coñecido ao fillo famento, pero agora percórreo noutra dirección. A primeira vez, percorrérao para pór distancia entre El e o seu pai. Agora faino, porque quere apuntarse como asalariado no fogar que lle vise nacer. Equivocouse na partida, que lle levou á carencia de pan e de amor. No regreso teme a rifa do seu pai xustamente ofendido, pero gratamente sorprendido atopa un abrazo amoroso e unha acollida de festa.

Esta parábola é un autorretrato de Deus Pai que non entende de reproches senón que prodiga sentimentos de misericordia con todos os que volvemos cabizbaixos, temendo atoparnos coas portas pechadas, pero con grata sorpresa, achamos uns brazos abertos e un corazón que nos acolle para facernos felices. Está claro: o Señor non vende caro o perdón, senón que o ofrece gratuitamente e agradece que llo aceptemos.

Alegrémonos tamén nós, porque, aínda que en ocasións non fomos bos fillos, El non deixa de ser bo pai e segue amándonos.

Indalecio Gómez Varela

Cóengo da Catedral

 

martes, 2 de noviembre de 2021

HONRAR AOS DEFUNTOS..

Es el modo generoso y agradecido de seguir viviendo, tras su tránsito, el cuarto mandamiento del decálogo. Y este mes de noviembre dedicado tradicionalmente a la reflexión sobre las postrimerías de la existencia humana, nos ofrece en bandeja la ocasión de clarificar, al menos a quienes se consideren cristianos, la adecuada conducta que se nos reclama ante la muerte de un ser querido. Y es que con excesiva frecuencia constato apenado que ni siquiera los que se creen mejor formados están siendo ejemplo a seguir y modelos a imitar. Ahí va, pues, de manera sucinta el modo de hacer las cosas como lo aconseja a sus miembros la madre Iglesia en tales situaciones.

Lo primero y a propósito del mandamiento de honrar a los padres – debería ser innecesario recordarlo-, cuando un ser querido está enfermo, lo que se debe hacer, si es creyente, es avisar al médico y también al sacerdote, para que le encomiende, le telefonee y le conforte bien sea en el hogar o ahora con mayor frecuencia en el hospital, que para eso están los párrocos y los capellanes. Si sucediese el fallecimiento, debería notificarse a la parroquia a la que pertenecía, aunque no se celebren en ella las exequias, porque, como nos recuerda estos días Mons. Luis Quinteiro, “la parroquia es tu gran familia”; de ahí  que también esos sucesos luctuosos debieran comunicarse, para que los hermanos en la fe recen por sus miembros vivos y difuntos.   

En cuanto a la elección del lugar de la celebración de las exequias -reitero que me estoy refriendo a fieles católicos y a quienes respeten las creencias del fallecido-, es necesario subrayar e insistir en que el lugar propio para la celebración de los actos litúrgicos católicos no es el tanatorio, ni una residencia geriátrica o un hospital para el caso de las defunciones; como no lo es ni el colegio, o un pazo para las primeras comuniones. El lugar adecuado para la celebración de la misa exequial o funeral es el templo de la parroquia en donde vive o a la que acude la familia del finado. Y toda familia cristiana debiera saber, y si no esa circunstancia sería la ocasión de recordárselo, que los tanatorios son lugares estupendamente inventados para el duelo, pero no son el lugar adecuado para celebrar los funerales católicos. A no ser que se pretenda “despachar cuanto antes este engorro del entierro”, que entonces sí que es la más correcta elección para los deudos pero no para honrar al difunto.

Me parece especialmente necesario recordar estas elementalidades cuando ya antes pero mucho más con ocasión de la pandemia, se ha ido introduciendo la cómoda costumbre de despedir apresuradamente a los difuntos en el tanatorio, o incluso eludiendo el duelo en ese lugar, y omitiendo las celebraciones con la familia católica parroquial. No es lo más correcto ni debiera ser la práctica habitual como está sucediendo. Porque si no es plausible celebrar una misa en el tanatorio -o Celebración de la Palabra, si ésta no estuviera litúrgicamente permitida -, como sustitución del funeral en el templo; tampoco se aconseja celebrar allí una misa y en otro momento, además, el funeral parroquial. Sustitución o duplicidad de misas parecen aquí elecciones pastoralmente inadecuadas. Y es que esas corruptelas han demostrado que la excusa de que “así cada uno va a lo que puede” no está sirviendo para que acudan más personas a orar por el difunto; al contrario solo complican o multiplican innecesariamente la buena práctica tradicional de nuestras exequias cristianas: velatorio o duelo en el tanatorio y funeral en el templo parroquial. 

De ahí que haya que concienciar a los católicos vigueses para lograr que los tanatorios dejen de ser lugares de culto, como efectivamente no lo son en las villas y en los demás pueblos de nuestra diócesis. Solo en la ciudad de Vigo se está consintiendo, fomentando y extendiendo esta inadecuada costumbre que no tenía arraigo entre nosotros como legado del modo habitual de honrar a nuestros difuntos.

Por supuesto que nuestros tanatorios, también los vigueses, son magníficas empresas que prestan delicada y eficazmente sus servicios ayudando a cumplir bien con el deber de honrar a los muertos, pero no debieran suplantar o sustituir en aquello que atañe a la vivencia comunitaria de la fe, que eso corresponde a las parroquias. La comunión de toda la familia cristiana que ora por quien “duerme el sueño de la paz”, se expresa mucho mejor acudiendo todos unidos a un único funeral en el templo habitual.

Será bueno que los lectores que vivan correctamente estas actitudes y convicciones las difundan entre los cristianos menos formados, pues están fundamentadas en la tradición de la iglesia. Y en esto como en tantas cosas el que otros lo hagan no significa que esté bien hecho.  

Mons. Alberto Cuevas Fdez.

Sacerdote y periodista

Artículo publicado en el Faro de Vigo (31-10-2021)

 

LA SINODALIDAD EN PERSPECTIVA ECUMÉNICA

PARTE I

· Resumen.
· Palabras clave.
1. Punto de partida.

PARTE II
2. Introducción.
2.1. La palabra sínodo como desafío ecuménico: hacia una pedagogía sinodal.
2.2. El objetivo ecuménico de la sinodalidad: la unidad se reconstruye en el camino.

PARTE III
3. Redescubrimiento multilateral de la siniodalidad como consecuencia de una visión eclesiológica común.
3.1. Un recorrido breve por los documentos del diálogo.
3.2. La Iglesia: hacia una visón común (2013) y La respuesta católica (2019).

PARTE IV
4. Hacia la superación del principal obstáculo en el camino sinodal de la iglesia desde la perspectiva ecuménica.
4.1. Presupuestos.
4.2. ¿El Papa como portavoz de la Cristiandad?

PARTE V
· Conclusión general.
· Notas.
· Bibliografía.

Benito Méndez Fernández
Instituto Teológico Compostelano
bmendez@itcdesantiago.org
https://orcid.org/0000-0002-4241-7985

PUBLICADO EN:
Salmanticensis 68 (2021) 265-300
ISSN: 0036-3537 (impreso) ISSN: 2660-955X (online)


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Resumen: El documento de la Comisión Teológica Internacional sobre la sinodalidad (2018) tiene una decidida dimensión ecuménica, no solo porque establece una nueva forma de enfocar la vida interna de la Iglesia, sino porque implica un camino conjunto de todos los cristianos. Para ello es necesario reflexionar sobre la pedagogía sinodal y los objetivos comunes, tal y como ha sucedido con el documento de convergencia «La Iglesia: hacia una visión común» y la respuesta católica al mismo. Desde esas bases, es posible concebir las relaciones ecuménicas como un medio para encontrar la unidad en el camino.

Palabras clave: Sinodalidad, Francisco, ecumenismo, primado, eclesiología, camino, comunión.

A principios del verano de 2018 el papa Francisco viajó a Ginebra para visitar la sede del Consejo Mundial de Iglesias, con motivo del 70 aniversario de su fundación. Allí, durante la oración común, pronunció unas palabras que, en principio, parecen sorprendentes:

Alguno podría objetar que caminar de este modo es trabajar sin provecho, porque no se protegen como es debido los intereses de las propias comunidades, a menudo firmemente ligados a orígenes étnicos o a orientaciones consolidadas, ya sean mayoritariamente “conservadoras” o “progresistas”. Sí, elegir ser de Jesús antes que de Apolo o Cefas (cf. 1 Cor 1,12), de Cristo antes que “judíos o griegos” (cf. Ga 3,28), del Señor antes que de derecha o de izquierda, elegir en nombre del Evangelio al hermano en lugar de a sí mismos significa con frecuencia, a los ojos del mundo, trabajar sin provecho. No tengamos miedo a trabajar sin provecho. El ecumenismo es “una gran empresa con pérdidas”. Pero se trata de pérdida evangélica, según el camino trazado por Jesús: “El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará” (Lc 9,24). Salvar lo que es propio es caminar según la carne; perderse siguiendo a Jesús es caminar según el Espíritu. Solo así se da fruto en la viña del Señor. Como Jesús mismo enseña, no son los que acaparan los que dan fruto en la viña del Señor, sino los que, sirviendo, siguen la lógica de Dios, que continúa dando y entregándose (cf.Mt 21,33-42). Es la lógica de la Pascua, la única que da fruto 1.

Si el ecumenismo es un negocio ruinoso o con pérdidas, entonces, ¿qué queda de todos los esfuerzos por la unidad de los cristianos…, cientos de encuentros, congresos, oraciones comunes, comisiones... habrá sido todo en vano? Es verdad que queda mucho por hacer, pues la tarea ecuménica, teóricamente un compromiso irreversible 2, no goza de la prioridad que debería en la agenda eclesial. No en vano ha sido recientemente publicado un Vademecum ecuménico para recordárselo a los obispos 3. Todavía quedan muchos prejuicios del pasado, cuando no resquemor, en algunos casos, debido a acontecimientos histórico poco afortunados 4. Es decir, aparentemente no hay muchas razones para el optimismo a corto plazo. Por eso son sorprendentes las palabras de Francisco, porque él no es, precisamente, un pesimista. Más bien su profunda confianza en que es el Espíritu Santo, quien dirige a la Iglesia de Cristo, le lleva a llamar nuestra atención para salir de nuestra acedia y letargo, también en esta tarea, y nos pongamos en camino para revertir la situación de división entre cristianos. Es una tarea urgente que, además, será un signo que contribuirá al bien de toda la humanidad 5. Su constante ejemplo de apertura y de búsqueda de encuentro con los otros nos anima, pues, a dejar los viejos prejuicios, y, en el fondo, a dejar la comodidad. La afirmación de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia la empuja de forma natural hacia la sinodalidad, a caminar juntos, en todas sus dimensiones, tal y como ya intuyeron hace décadas algunos paladines del ecumenismo como el hermano Roger de Taizé o Yves Congar 6.

Las palabras de Jesús no pueden ser más exigentes: “quien quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mi causa la salvará” (Lc 9,24). Nos recuerdan también a las de San Pablo: “por Cristo lo he perdido todo” (Fil 3, 7-8). No son palabras fáciles de aceptar, porque no es fácil asumir que no somos los únicos cristianos, los exclusivos. Aunque llevamos cincuenta años de recepción del Concilio Vaticano II, sus textos todavía no han penetrado en nuestras carnes de forma suficiente. Esos textos afirman que los que no son católicos, y están bautizados, son cristianos; pertenecen a Cristo, son hermanos, son de la familia, y debemos ser consecuentes con ello. Es decir, la Iglesia católica reconoce claramente que las fronteras visibles de la Iglesia católico-romana no coinciden con las fronteras de la Iglesia, una, santa, católica y apostólica que profesa el Credo 7. Por otra parte, asumir a los diferentes como hermanos de forma creíble, y así desarrollar una verdadera catolicidad, exige comenzar a asumir las diversidades en el interior de la Iglesia como una riqueza y no como un impedimento. Esto exige, en consecuencia, cambiar las formas tradicionales de la relación entre sus miembros 8. Esa ‘conversión sinodal’ interna, como decimos, hará creíble el compromiso eclesial en el trabajo ecuménico. Desde hace décadas los documentos más importantes nos recuerdan que este solo puede realizarse en actitud de ‘recibir’ los dones que los demás tienen, considerándolos como también propios, por medio de un intercambio dinámico 9.


1.- Punto de partida

A continuación, dando por supuestos los diferentes aspectos del principio sinodal tratados en el documento sobre La sinodalidad de la Comisión Teológica Internacional (2018) nos centraremos en su desafío ecuménico:

“Además, la sinodalidad está en el corazón del compromiso ecuménico de los cristianos: porque representa una invitación a recorrer juntos el camino hacia la comunión plena, y porque ofrece —correctamente entendida— una comprensión y una experiencia de la Iglesia en la que pueden encontrar lugar las legítimas diversidades en la lógica de un recíproco intercambio de dones a la luz de la verdad” (9) … “En este contexto, la actuación de la vida sinodal y la profundización de su significado teológico constituyen un desafío y una oportunidad de gran relieve en la prosecución del camino ecuménico” 10.

También encontramos esta dimensión fundamental en el último gran documento ecuménico sobre eclesiología, procedente de la Comisión Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias:

La palabra sínodo viene de los términos griegos syn (con) y odos (camino), lo que sugiere “caminar juntos”. Tanto sinodalidad como conciliaridad significan que “cada miembro del cuerpo de Cristo, en virtud del bautismo, tiene su lugar y sus propias responsabilidades” en la comunión de la Iglesia. Bajo la guía del Espíritu Santo, la Iglesia entera es sinodal/conciliar en todos los niveles de la vida eclesial: local, regional y universal. La cualidad de sinodalidad o conciliaridad refleja el misterio de la vida trinitaria de Dios, y las estructuras de la Iglesia expresan esa cualidad para actualizar la vida de la comunidad como comunión 11.

A estas dos referencias es necesario añadir la que nos muestra el importante discurso del papa Francisco con motivo del cincuenta aniversario de la constitución del Sínodo de los obispos, el 17 de octubre de 2015. De ella, junto con las anteriores, podemos deducir que no hay otra alternativa para la Iglesia, también en este ámbito ecuménico, que no sea la sinodalidad:

“El compromiso de edificar una Iglesia sinodal —misión a la cual todos estamos llamados, cada uno en el papel que el Señor le confía— está grávido de implicaciones ecuménicas... Estoy convencido de que, en una Iglesia sinodal, también el ejercicio del primado petrino podrá recibir mayor luz. El Papa no está, por sí mismo, por encima de la Iglesia; sino dentro de ella como bautizado entre los bautizados y dentro del Colegio episcopal como obispo entre los obispos, llamado a la vez —como Sucesor del apóstol Pedro— a guiar a la Iglesia de Roma, que preside en la caridad a todas las Iglesias.

Mientras reitero la necesidad y la urgencia de pensar en una conversión del papado... Estoy convencido de tener al respecto una responsabilidad particular, sobre todo al constatar la aspiración ecuménica de la mayor parte de las Comunidades cristianas y al escuchar la petición que se me dirige de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva” 12

Teniendo en cuenta estas referencias, queremos orientar nuestra mirada no tanto en los contenidos de ese “caminar juntos” que forman las relaciones ecuménicas concretas. Estas han traído ya unos resultados que pueden considerarse históricos, al menos en lo que se refiere a las de católicos y ortodoxos y, por supuesto, a las de católicos y luteranos 13. Cada uno de estas relaciones merecería, de por sí, un tratamiento pormenorizado y específico, pues, desde la publicación del Decreto de Ecumenismo del Concilio Vaticano II, dar cuenta de la situación ecuménica se ha convertido en un tema oceánico y no fácil de alcanzar en una mirada global 14.

El papa Francisco, en el texto citado, ya nos está señalando uno de esos nudos que es necesario desatar en el camino ecuménico 15. Para ello habrá que partir de las bases comunes que el Movimiento ecuménico ha ido adquiriendo gracias a su propia evolución histórica. Esas bases, por otra parte, refuerzan la conciencia de que el mundo en que vivimos, exige por parte de todos los cristianos un cambio radical de actitud, una apertura radical hacia la colaboración. Lo que está en juego no es la supervivencia de las Iglesias, sino la credibilidad del mensaje de Cristo; y tal credibilidad ya no es posible recuperarla de forma aislada 16. Por eso el papa se propone responder a ese desafío comenzando por la propia casa, dinamizando la vida sinodal de la Iglesia en todos sus niveles. Sólo mediante esta ‘conversión hacia la sinodalidad’ quedará preparada y enfocada a las necesidades de la misión en las circunstancias actuales. Esta iniciativa significa un nuevo paso, por así decirlo, en la recepción del Concilio, si lo comparamos con las circunstancias de pontificados anteriores, más preocupados por la unidad de la Iglesia, entendida como comunión doctrinal con su jerarquía 17.

La justificación de esta opción nuestra por una fundamentación general de la sinodalidad se basa en una convicción hoy mayoritariamente asentada entre los grupos que participan en el Movimiento ecuménico 18. Para construir el futuro, se ha de partir de lo que nos une en profundidad, más que de aquello que nos diferencia 19. Siendo esto así, en primer lugar, en la introducción, después de exponer un breve panorama del cristianismo mundial, nos proponemos reflexionar sobre la necesidad de una pedagogía sinodal y sobre la sinodalidad como objetivo ecuménico. Cierto es que la misma aparece con mayor relevancia en el diálogo católico-ortodoxo; pero, siendo dimensión constitutiva de la Iglesia, se ha de extender a todos los diálogos y, de hecho, podemos encontrar un ‘núcleo sinodal’ en todos ellos, como veremos. Por eso, en segundo lugar, nos hemos decidido por poner el foco de nuestra atención en la visión común del ser y la misión de la Iglesia que, después de décadas de diálogo, se ha convertido en patrimonio compartido por las principales confesiones cristianas y, por ello, constituye una base firme para un modelo de Iglesia sinodal, una Iglesia de la complementariedad y no del aislamiento confesional.

Son muchos los aspectos que merecen atención en este proyecto sinodal de la Iglesia desde el punto de vista ecuménico. Entre ellos, nos hemos decantado por sopesar algunas sugerencias conocidas, pero que vuelven a la palestra ecuménica, a la hora de intentar desatar uno de esos “nudos” que impiden un caminar ligero entre los cristianos, como es la misión del primado en la Iglesia universal. Aun así, no podremos más que señalar el camino, pues el recorrerlo, aunque fuera someramente, también traería consigo entrar en toda la riqueza de documentos ya publicados sobre el tema, principalmente en el diálogo anglicano-católico y en el diálogo ortodoxo-católico de los últimos años.

Continuará...

 

viernes, 29 de octubre de 2021

EN CAMIÑO CO SÍNODO: A SANTIDADE SACERDOTAL E A CARIDADE PASTORAL

El Papa Francisco no deja de recordar la plena actualidad del Concilio Vaticano II. En realidad lo que el Papa busca con la permanente actualización del Sínodo es llevar a la Iglesia a asumir las profundas consecuencias que se derivan de la eclesiología del Concilio vaticano II, cuyo documento marco es la Constitución sobre la Iglesia, Lumen Gentium.

La Constitución “Lumen Gentium” comienza reflexionando sobre el misterio de la Iglesia para centrarse luego en el Pueblo de Dios del que forman parte el Episcopado con los diversos ministerios ordenados y los laicos. A continuación el Concilio, en el capítulo V de esta Constitución, trata el tema de la vocación universal a la santidad de la Iglesia.

En este momento en que la Iglesia universal comienza un camino sinodal que tiene como lema “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión”, nosotros estamos llamados a reflexionar y meditar sobre los fundamentos en los que se asienta este camino de renovación que emprendemos.

Nos dice el Concilio Vaticano II que en la Iglesia, todos, lo mismo los que pertenecen a la jerarquía que los apacentados por ella están llamados a la santidad. Esta santidad de la Iglesia se manifiesta en los frutos de gracia que el Espíritu produce en los fieles y se expresa de múltiples formas en cada uno.

Jesucristo, Modelo de santidad, predicó a todos sus discípulos la santidad de vida, de la que Él es iniciador y consumador. Los seguidores de Cristo no conseguimos la santidad por un proyecto personal sino que, por designio y gracia divina, hemos sido hechos santos por el bautismo. Por tanto, es con la ayuda de Dios como estamos llamados a conservar y a perfeccionar la santidad que hemos recibido.

Todos los fieles estamos llamados a la plenitud de la vida cristiana en la santidad y esa perfección de la caridad suscita en ellos un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena.

La santidad de los fieles cristianos se realiza de diferentes modos en los diversos estados de vida. Siendo una misma la santidad que cultivan todos los que son guiados por el Espíritu de Dios y siguen  a Cristo pobre y humilde, cada uno debe caminar sin vacilación por el camino de la fe según los dones y funciones que le son propios.

En primer lugar es necesario que los pastores de la Iglesia, a imagen de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, desempeñen su ministerio santamente. Un ministerio así vivido, con esperanza y entusiasmo, será para todos los pastores su más propio medio de santificación.

En el Decreto “Presbiterorum Ordinis” del mismo Concilio Vaticano II se trata específicamente de la vocación a la santidad de los presbíteros. Allí se habla de la importancia y significación de la santidad sacerdotal (P.O. 12-14).

Los sacerdotes están obligados de manera especial a alcanzar la perfección de la santidad porque todo sacerdote, a su modo, representa la persona del mismo Cristo y es enriquecido por una gracia particular para mejor servir a los fieles que se le han confiado. En este sentido dice el Concilio que la santidad de los sacerdotes, haciendo de ellos instrumentos más aptos en el servicio de todo el Pueblo de Dios, es el medio más excelente para que la Iglesia consiga sus fines pastorales de renovación.

Al hablar de la santidad de los sacerdotes, el Concilio se detiene en la consideración  de la necesidad de la unidad y harmonía de la vida de los presbíteros. En un mundo de tan múltiples deberes y de tan diversos problemas se corre el peligro de disiparse en diversidad de cosas. En esta situación, la unidad de vida no puede lograrse por la mera ordenación exterior de las tareas del ministerio ni por la sola práctica de los ejercicios de piedad. Y se nos propone que para conseguir esta  unidad de vida el presbítero está llamado a vivir su ministerio siguiendo el ejemplo de Cristo, cuya comida era hacer la voluntad del Padre. En ese cumplimiento de la voluntad del Padre en el mundo por medio de la Iglesia, Cristo está presente y obra por sus ministros y permanece siempre como la fuente de la unidad de vida de todos ellos.

La unidad de vida y acción de los presbíteros se conseguirá uniéndose a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre y desempeñando el oficio de buen pastor. Es en el ejercicio de su ministerio unido Cristo como el sacerdote conseguirá el vínculo de la perfección sacerdotal en la unidad de su vida y de su acción. A esto lo denomina el Concilio ejercicio de la caridad pastoral. Este será un concepto teológico muy desarrollado para hablar de la vida del presbítero, sobre todo en la “Pastores dabo vobis”.

En el año 1990 se celebró el Sínodo con el lema “La formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales” y en al año 1992 el Papa Juan Pablo II publicó la correspondiente Exhortación Apostólica “Pastores dabo vobis”. En este documento pontificio se habla de manera profunda y amplia de la formación de los sacerdotes y de la vida sacerdotal en general. El concepto teológico de caridad pastoral pasa a un primer término para precisar la profunda originalidad de la vida y la espiritualidad sacerdotal con una presencia abundante en el magisterio y en la teología del sacerdocio.

“El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo cabeza y pastor es la caridad pastoral”

P.D.V, 23.

El contenido esencial de la caridad pastoral, nos dice “Pastores dabo vobis”, es la donación de sí mismo a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y a su imagen. La caridad pastoral no es, pues, solo lo que hacemos, sino la donación de nosotros mismos lo que muestra el amor de Cristo por su grey. Hasta el punto de que la caridad pastoral determina nuestro modo de pensar y de actuar, nuestro modo de comportarnos con las personas.

El don de nosotros mismos, raíz y síntesis de la caridad pastoral, tiene como destinataria a la Iglesia. Así lo hizo Cristo y así debe hacerlo el sacerdote.

Recientemente la Conferencia Episcopal Española aprobó un importante documento “Formar pastores misioneros” en el que se nos recuerda que la espiritualidad sacerdotal supone y desarrolla la espiritualidad común a todos los fieles cristianos, pero, a su vez, tiene rasgos específicos, entre los que está la caridad pastoral como participación en el amor de Cristo Buen Pastor como principio unificador de su vida.

La santidad del sacerdote es el mayor don que el Señor nos concede para la renovación eclesial que el Sínodo quiere promover y en ese camino será esencial la profunda vivencia de la caridad pastoral de los sacerdotes.

 Vigo, 20 de octubre de 2021

 + Luis Quinteiro Fiuza

Obispo de Tui-Vigo

 

O DEPREDADOR DO HOME

Os datos que xustifican o título deste escrito son os nosos incorrectos comportamentos que, en linguaxe catequética, denomínanse pecado. Para analizar a natureza do pecado, hai que ter presentes os datos da psicoloxía, da moral e da relixión. A teoloxía espiritual non pode prescindir destes datos e menos discrepar deles. Os datos dannos a coñecer a natureza do pecado, pero non abondan, porque unicamente con datos fanse avaliacións, pero non se sacan conclusións.

O coñecemento da magnitude do volcán de Palma sérvenos para calcular a contía de perdas que se están producindo no arquipélago canario; pero para tomar decisións non é suficiente coñecer a situación: requírese sentirse afectado por ela. Se isto é así, non é suficiente con que eu coñeza o que é o pecado e as súas consecuencias. Mesmo non abonda con que eu me considere pecador. Os ladróns aprópianse do que non é seu, pero non se consideran malos cidadáns inxustos cos demais e non se arrepinten de ser ladróns.

É necesario que eu me considere pecador, para que tome a decisión de arrepentirme de selo. Só cando o Señor dá ao home o sentir o seu pecado, percibe ao mesmo tempo, o misterio de Deus e o de ser un home inxusto, e adopta unha actitude de conversión.

O primeiro que experimenta o home ante o pecado, é tristeza. Por natureza, os humanos somos narcisistas: crémonos perfectos, limpos de toda culpa; e cando percibimos na nosa vida algunha mancha e engurra, psicoloxicamente, vémonos apenados ante nós mesmos. A nosa idolatría caeu polo chan, e isto dóenos, e a nosa existencia empápase de tristeza.

O segundo que o home experimenta é a súa culpabilidade. Presumimos de ser perfectos e cando pola nosa debilidade conxénita, tomamos conciencia de que quebrantamos algunha norma de bo comportamento, sentimos amargura polo prestixio que perdemos, e xorde en nós o sentido do arrepentimento. Con todo, tal arrepentimento aínda non é cristián, xa que neste sentimento, aínda non aparece ningunha referencia ao Señor. É un arrepentimento por medo ao castigo, pero non hai conversión a Deus, senón á lei, que pode sancionar o noso incorrecto comportamento.

Todos estes son modelos sutís de amor propio, contemplándonos a nós mesmos. Aquí non existe ningún sentimento relixioso do pecado, nin referencia algunha a Deus.

En terceiro lugar o pecador sente pena ao decatarse de que co seu mal comportamento, ofendeu a Deus. Precisamente porque o seu pecado é unha ingratitude a Deus que o perdoa e ségueo amando, máis que angustia, experimenta pena e esperanza, e xorde no seu corazón a compunción liberadora e os seus efectos. Pola compunción Deus faise presente no corazón do home como misericordia amorosa, e isto devólvelle a paz porque o Señor perdóao e acólleo como fillo.

Indalecio Gómez

Cóengo da Catedral

viernes, 15 de octubre de 2021

SANTA TERESA DE JESÚS. SU MUERTE: UNA SINFONÍA INACABADA.


El día 15 de octubre recordamos la muerte de Santa Teresa de Jesús en Alba de Tormes (en el año 1582 fue el día 4 en el calendario juliano). El título me lo sugiere la famosa Sinfonía inconclusa de Franz Schubert, que, aplicada a Teresa, significa que su vida había sido una composición musical de armoniosos acordes y que, a las puertas de la muerte, seguía soñando quehaceres: fundar nuevos conventos, reparar las brechas que se habían abierto en su familia religiosa, etc. Todo menos morir, no obstante que, en el camino de Medina hacia Alba de Tormes, sintió que se le iba agotando la vida y que al llegar se acostó temprano. Con esfuerzos sobrehumanos se levantó, solucionó algunos negocios urgentes hasta que calló rendida en el lecho para no levantarse más.

Las últimas notas de la sinfonía eran proyectos que exigían una solución inmediata. Los más preocupantes eran cómo ultimar la compra y el arreglo de la casa de Salamanca, todavía sin resolver; seguía con preocupación la marcha inesperada de su querido padre Gracián desde Burgos, antes de concluir la fundación, camino de Andalucía, que ella sospechaba llena de peligros para él. Quizás estaba todavía pesándole la cruz de los malos tratos recibidos de sus amadas prioras de Valladolid y Medina del Campo, sufridos como una “noche oscura” pasiva del sentido y del espíritu. Deseaba volver a su querido convento de San José de Ávila donde era priora, abandonado el 2 de enero para la fundación de Burgos, y allí dar la profesión a su sobrina Teresita, proyecto frustrado por el cambio de ruta hacia Alba. Supongo que recorrería mentalmente las fundaciones ya realizadas, con sus logros y sus necesidades. Corto aquí la trama de los sueños de la madre Teresa mientras sentía cada día más cercana la hora de la despedida de esta vida soñando con su amado Cristo.

Todas estas hipótesis probablemente se agolparon en la memoria de la madre Teresa y otras muchas nacidas en su prodigiosa capacidad creativa; pero me atrevo a sugerir que lo que más sentía como urgente e importante, lo más difícil de realizar, era, desde hacía años, la soñada fundación de Madrid, la corte del rey don Felipe. Podemos seguir por su Epistolario el proceso de sus deseos siempre frustrados hasta la hora de su muerte. Al parecer, la sinfonía de su vida quedaba inconclusa.

He seguido la trayectoria de la anhelada fundación al menos desde el año de 1575 comentando a su amigo, el obispo Don Teutonio de Braganza, que convenía “a estas casas [ya fundadas] tener una ahí” [en Madrid], “pero me hace una resistencia extraña” (Carta del 2-I, n. 13). Sigue pensando en el proyecto en otras 24 cartas —salvo error— de las conservadas, la última del 17 de septiembre de 1582 a la priora de Soria, Catalina de Cristo, escrita de camino entre Valladolid y Medina y esperando retornar a su querida Ávila. Es el último suspiro de la fundadora: “Aunque si se hace la de Madrid, que ando con esperanza de ello…”. La muerte le sorprendió sin verla realizada. Era la última nota musical de la sinfonía inacabada de su vida. En el carteo conservado de la madre Teresa aparece frecuentemente la alusión a la deseada fundación, a la conveniencia de hacerla, pero sin conclusión definitiva.

En el tiempo transcurrido entre las dos fechas de sus cartas—1575-1582— aparecen buenos deseos, esperanzas frustradas, proyectos casi realizados por la promesa del que debía dar la licencia, conveniencia de la fundación junto a la corte y algunas posibilidades más. Recorrer este itinerario es gozar con la madre Teresa, pero al mismo tiempo, sufrir acompañándola en su angustia por tantas y sucesivas frustraciones.

Desandemos el camino. A comienzos del año 1577 tuvo una oportunidad de oro para realizar el sueño. Don Gaspar de Quiroga, arzobispo de Toledo e Inquisidor mayor, había leído el manuscrito de la Vida en la que no encontró nada censurable desde la fe católica y comentó con doña Luisa de la Cerda, amiga de Teresa, que “por qué no había yo hecho monasterio en Madrid” (Carta a Lorenzo, 27-28-II, n. 14). Con el tiempo, los propósitos de don Gaspar se fueron enfriando, posiblemente porque a las autoridades eclesiásticas no les gustaba que la madre Teresa fundase conventos “de pobreza”, o sea, vivir “de limosna”, sino “de renta” del capital. Además, su sobrina doña Elena, después de enviudar, entró en el Carmelo de Medina donde había profesado su hija con el nombre de Jerónima de la Encarnación. Su tío don Gaspar creyó que la madre Teresa había intervenido en la decisión de hacerse monja descalza, suposición sin fundamento. Al final, fue don Gaspar quien pidió a la madre Teresa que la admitiese en uno de sus conventos. Entre tanto, se fue agotando el tiempo y Teresa murió en Alba de Tormes sin haber conseguido fundar en Madrid, que realizó Ana de Jesús en 1586. Pertenecen también a esa sinfonía inconclusa de la Santa las fundaciones, entre otras, de Pamplona, Zamora, Ciudad Real, Valencia y Lisboa.

Lo dicho corresponde al título propuesto por lo “inacabado” de los proyectos de la madre Teresa; pero la historia se completa con un apéndice: la “sinfonía” de su vida no acabó con su muerte, sino que los sucesos póstumos la han completado con incalculables acordes escuchados en grandes obras realizadas en su memoria. Su muerte fue el comienzo de una “glorificación” posiblemente sin precedentes. Su cuerpo incorrupto con la frescura del primer día durante decenios fue la admiración de los médicos que lo tuvieron por milagro nunca visto. Sus escritos fueron apareciendo desde el año 1583 con el pasmo de los teólogos con pocas excepciones críticas. En 1591 comenzaron los Procesos canónicos para su beatificación y canonización que concluyeron con la beatificación (1614) y la canonización (1622). Y en el siglo XXI los acordes de aquella sinfonía inconclusa la seguimos oyendo en nuestro tiempo con acrecidas, si cabe, mejores melodías con la apoteosis de la declaración como “Doctora” de la Iglesia en 1970.

Su personalidad y su obra —como escritora y fundadora— sobreviven en el tiempo y en la memoria de millones de personas que la recordamos como una de las personalidades más ricas y fascinantes de la historia. Hoy, día del aniversario de su muerte, la figura de Teresa me sugiere que ella sigue viviendo no como una “sinfonía inconclusa” porque se agotó la inspiración de su autora, sino porque nosotros, los lectores enamorados de su persona, de su doctrina y de su prosa, la seguimos sintiendo como una presencia misteriosa que siempre nos acompaña como una melodía que nunca enmudece.

jueves, 14 de octubre de 2021

A PERFECCIÓN DO HOME

Un ser é perfecto se posúe todas as calidades esixidas pola súa natureza.

As facultades específicas da persoa humana son a intelixencia e a vontade. Cantos máis coñecementos posúe o seu entendemento, máis rica é a súa intelixencia, e canto máis correcto é o seu comportamento, máis rica é a súa conduta. Nisto consiste a perfección humana, segundo Aristóteles. Se, ademais, vive en plena comuñón con Deus, a nivel de criterios, de sentimentos e de comportamentos, a súa perfección alcanza un alto nivel cristián, ao dicir de San Tomé.

Deus quere a nosa perfección, porque El mesmo é perfecto, e o home está chamado a ser a súa imaxe. A chamada positiva do home á perfección non se funda na natureza humana. Sería unha perfección meramente terreal: ollo por ollo e dente por dente. A perfección cristiá ten como referencia o ser de Deus e o seu xeito de actuar. El é bo cos bos, e é misericordioso cos pecadores. Que un pai dea a vida por un fillo, compréndese, pero que a dea por un inimigo, iso é cousa de Deus. É unha graza que o Señor, concede ao crente. Hai aquí un salto cualitativo entre o comportamento humano e o comportamento cristián. A perfección cristiá é un crecer até a forma do proceder de Xesús, que deu a vida polos xustos e polos pecadores; polos seus amigos e polos seus perseguidores.

A teoloxía espiritual distingue tres niveis no curso da perfección cristiá:

a) Cumprir o prescrito polo Señor: a súa lei, os seus mandamentos. É unha perfección humana.

b) Imitar a Xesucristo, tal cal se nos mostra no Evanxeo. É a encarnación do Pai no proceder de Xesucristo.

c) Acoller os desexos do Señor, aceptando a invitación a seguilo na vida consagrada, é superar a obrigatoriedade pola xenerosidade.

Todo isto constitúe os niveis da perfección cristiá. Pero aínda cabe distinguir outra gradación que enriquece a espiritualidade. O dito até aquí, refírese preferentemente ao por que se cumpre a vontade de Deus. Agora trátase de perfeccionar o modo de facer o que se fai. A este nivel, o primeiro grao consiste en observar a lei porque así o ordenou o Señor. O segundo grao consiste en imitar a Xesús, para parecernos a El, que nos di “Aprendede de min, que son manso e humilde”. E o terceiro nivel consiste em seguir a súa chamada para compracelo, colaborando con El, na construción do Reino.

Certo que este labor supera as nosas posibilidades, pero o Señor, que nos convida a seguirlle, tamén se compromete a acompañarnos, e co seu compromiso, tamén o noso compromiso é realizable.

A perfección cristiá non é unha utopía: é un labor, ao cal todos estamos chamados.

Adiante! Pois nunca é tarde.

Indalecio Gómez, cóengo da Catedral