El Papa Francisco no deja de recordar la plena actualidad del Concilio Vaticano II. En realidad lo que el Papa busca con la permanente actualización del Sínodo es llevar a la Iglesia a asumir las profundas consecuencias que se derivan de la eclesiología del Concilio vaticano II, cuyo documento marco es la Constitución sobre la Iglesia, Lumen Gentium.
La Constitución “Lumen Gentium” comienza reflexionando sobre
el misterio de la Iglesia para centrarse luego en el Pueblo de Dios del que
forman parte el Episcopado con los diversos ministerios ordenados y los laicos.
A continuación el Concilio, en el capítulo V de esta Constitución, trata el tema
de la vocación universal a la santidad de la Iglesia.
En este momento en que la Iglesia universal comienza un
camino sinodal que tiene como lema “Por una Iglesia sinodal: comunión,
participación, misión”, nosotros estamos llamados a reflexionar y meditar sobre
los fundamentos en los que se asienta este camino de renovación que
emprendemos.
Nos dice el Concilio Vaticano II que en la Iglesia, todos,
lo mismo los que pertenecen a la jerarquía que los apacentados por ella están
llamados a la santidad. Esta santidad de la Iglesia se manifiesta en los frutos
de gracia que el Espíritu produce en los fieles y se expresa de múltiples
formas en cada uno.
Jesucristo, Modelo de santidad, predicó a todos sus
discípulos la santidad de vida, de la que Él es iniciador y consumador. Los
seguidores de Cristo no conseguimos la santidad por un proyecto personal sino
que, por designio y gracia divina, hemos sido hechos santos por el bautismo.
Por tanto, es con la ayuda de Dios como estamos llamados a conservar y a
perfeccionar la santidad que hemos recibido.
Todos los fieles estamos llamados a la plenitud de la vida
cristiana en la santidad y esa perfección de la caridad suscita en ellos un
nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena.
La santidad de los fieles cristianos se realiza de
diferentes modos en los diversos estados de vida. Siendo una misma la santidad
que cultivan todos los que son guiados por el Espíritu de Dios y siguen a
Cristo pobre y humilde, cada uno debe caminar sin vacilación por el camino de
la fe según los dones y funciones que le son propios.
En primer lugar es necesario que los pastores de la Iglesia,
a imagen de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, desempeñen su ministerio
santamente. Un ministerio así vivido, con esperanza y entusiasmo, será para
todos los pastores su más propio medio de santificación.
En el Decreto “Presbiterorum Ordinis” del mismo Concilio
Vaticano II se trata específicamente de la vocación a la santidad de los
presbíteros. Allí se habla de la importancia y significación de la santidad
sacerdotal (P.O. 12-14).
Los sacerdotes están obligados de manera especial a alcanzar
la perfección de la santidad porque todo sacerdote, a su modo, representa la
persona del mismo Cristo y es enriquecido por una gracia particular para mejor
servir a los fieles que se le han confiado. En este sentido dice el Concilio
que la santidad de los sacerdotes, haciendo de ellos instrumentos más aptos en
el servicio de todo el Pueblo de Dios, es el medio más excelente para que la
Iglesia consiga sus fines pastorales de renovación.
Al hablar de la santidad de los sacerdotes, el Concilio se
detiene en la consideración de la necesidad de la unidad y harmonía de la
vida de los presbíteros. En un mundo de tan múltiples deberes y de tan diversos
problemas se corre el peligro de disiparse en diversidad de cosas. En esta
situación, la unidad de vida no puede lograrse por la mera ordenación exterior
de las tareas del ministerio ni por la sola práctica de los ejercicios de
piedad. Y se nos propone que para conseguir esta unidad de vida el presbítero
está llamado a vivir su ministerio siguiendo el ejemplo de Cristo, cuya comida
era hacer la voluntad del Padre. En ese cumplimiento de la voluntad del Padre
en el mundo por medio de la Iglesia, Cristo está presente y obra por sus
ministros y permanece siempre como la fuente de la unidad de vida de todos
ellos.
La unidad de vida y acción de los presbíteros se conseguirá
uniéndose a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre y desempeñando
el oficio de buen pastor. Es en el ejercicio de su ministerio unido Cristo como
el sacerdote conseguirá el vínculo de la perfección sacerdotal en la unidad de
su vida y de su acción. A esto lo denomina el Concilio ejercicio de la caridad
pastoral. Este será un concepto teológico muy desarrollado para hablar de la
vida del presbítero, sobre todo en la “Pastores dabo vobis”.
En el año 1990 se celebró el Sínodo con el lema “La
formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales” y en al año 1992 el
Papa Juan Pablo II publicó la correspondiente Exhortación Apostólica “Pastores
dabo vobis”. En este documento pontificio se habla de manera profunda y amplia
de la formación de los sacerdotes y de la vida sacerdotal en general. El
concepto teológico de caridad pastoral pasa a un primer término para precisar
la profunda originalidad de la vida y la espiritualidad sacerdotal con una
presencia abundante en el magisterio y en la teología del sacerdocio.
“El principio interior, la virtud que anima y guía la
vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo cabeza y pastor
es la caridad pastoral”
P.D.V, 23.
El contenido esencial de la caridad pastoral, nos dice
“Pastores dabo vobis”, es la donación de sí mismo a la Iglesia, compartiendo el
don de Cristo y a su imagen. La caridad pastoral no es, pues, solo lo que
hacemos, sino la donación de nosotros mismos lo que muestra el amor de Cristo
por su grey. Hasta el punto de que la caridad pastoral determina nuestro modo
de pensar y de actuar, nuestro modo de comportarnos con las personas.
El don de nosotros mismos, raíz y síntesis de la caridad
pastoral, tiene como destinataria a la Iglesia. Así lo hizo Cristo y así debe
hacerlo el sacerdote.
Recientemente la Conferencia Episcopal Española aprobó un
importante documento “Formar pastores misioneros” en el que se nos recuerda que
la espiritualidad sacerdotal supone y desarrolla la espiritualidad común a
todos los fieles cristianos, pero, a su vez, tiene rasgos específicos, entre
los que está la caridad pastoral como participación en el amor de Cristo Buen
Pastor como principio unificador de su vida.
La santidad del sacerdote es el mayor don que el Señor nos
concede para la renovación eclesial que el Sínodo quiere promover y en ese
camino será esencial la profunda vivencia de la caridad pastoral de los
sacerdotes.
Vigo, 20 de octubre de 2021
+ Luis Quinteiro Fiuza
Obispo de Tui-Vigo