viernes, 29 de octubre de 2021

EN CAMIÑO CO SÍNODO: A SANTIDADE SACERDOTAL E A CARIDADE PASTORAL

El Papa Francisco no deja de recordar la plena actualidad del Concilio Vaticano II. En realidad lo que el Papa busca con la permanente actualización del Sínodo es llevar a la Iglesia a asumir las profundas consecuencias que se derivan de la eclesiología del Concilio vaticano II, cuyo documento marco es la Constitución sobre la Iglesia, Lumen Gentium.

La Constitución “Lumen Gentium” comienza reflexionando sobre el misterio de la Iglesia para centrarse luego en el Pueblo de Dios del que forman parte el Episcopado con los diversos ministerios ordenados y los laicos. A continuación el Concilio, en el capítulo V de esta Constitución, trata el tema de la vocación universal a la santidad de la Iglesia.

En este momento en que la Iglesia universal comienza un camino sinodal que tiene como lema “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión”, nosotros estamos llamados a reflexionar y meditar sobre los fundamentos en los que se asienta este camino de renovación que emprendemos.

Nos dice el Concilio Vaticano II que en la Iglesia, todos, lo mismo los que pertenecen a la jerarquía que los apacentados por ella están llamados a la santidad. Esta santidad de la Iglesia se manifiesta en los frutos de gracia que el Espíritu produce en los fieles y se expresa de múltiples formas en cada uno.

Jesucristo, Modelo de santidad, predicó a todos sus discípulos la santidad de vida, de la que Él es iniciador y consumador. Los seguidores de Cristo no conseguimos la santidad por un proyecto personal sino que, por designio y gracia divina, hemos sido hechos santos por el bautismo. Por tanto, es con la ayuda de Dios como estamos llamados a conservar y a perfeccionar la santidad que hemos recibido.

Todos los fieles estamos llamados a la plenitud de la vida cristiana en la santidad y esa perfección de la caridad suscita en ellos un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena.

La santidad de los fieles cristianos se realiza de diferentes modos en los diversos estados de vida. Siendo una misma la santidad que cultivan todos los que son guiados por el Espíritu de Dios y siguen  a Cristo pobre y humilde, cada uno debe caminar sin vacilación por el camino de la fe según los dones y funciones que le son propios.

En primer lugar es necesario que los pastores de la Iglesia, a imagen de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, desempeñen su ministerio santamente. Un ministerio así vivido, con esperanza y entusiasmo, será para todos los pastores su más propio medio de santificación.

En el Decreto “Presbiterorum Ordinis” del mismo Concilio Vaticano II se trata específicamente de la vocación a la santidad de los presbíteros. Allí se habla de la importancia y significación de la santidad sacerdotal (P.O. 12-14).

Los sacerdotes están obligados de manera especial a alcanzar la perfección de la santidad porque todo sacerdote, a su modo, representa la persona del mismo Cristo y es enriquecido por una gracia particular para mejor servir a los fieles que se le han confiado. En este sentido dice el Concilio que la santidad de los sacerdotes, haciendo de ellos instrumentos más aptos en el servicio de todo el Pueblo de Dios, es el medio más excelente para que la Iglesia consiga sus fines pastorales de renovación.

Al hablar de la santidad de los sacerdotes, el Concilio se detiene en la consideración  de la necesidad de la unidad y harmonía de la vida de los presbíteros. En un mundo de tan múltiples deberes y de tan diversos problemas se corre el peligro de disiparse en diversidad de cosas. En esta situación, la unidad de vida no puede lograrse por la mera ordenación exterior de las tareas del ministerio ni por la sola práctica de los ejercicios de piedad. Y se nos propone que para conseguir esta  unidad de vida el presbítero está llamado a vivir su ministerio siguiendo el ejemplo de Cristo, cuya comida era hacer la voluntad del Padre. En ese cumplimiento de la voluntad del Padre en el mundo por medio de la Iglesia, Cristo está presente y obra por sus ministros y permanece siempre como la fuente de la unidad de vida de todos ellos.

La unidad de vida y acción de los presbíteros se conseguirá uniéndose a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre y desempeñando el oficio de buen pastor. Es en el ejercicio de su ministerio unido Cristo como el sacerdote conseguirá el vínculo de la perfección sacerdotal en la unidad de su vida y de su acción. A esto lo denomina el Concilio ejercicio de la caridad pastoral. Este será un concepto teológico muy desarrollado para hablar de la vida del presbítero, sobre todo en la “Pastores dabo vobis”.

En el año 1990 se celebró el Sínodo con el lema “La formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales” y en al año 1992 el Papa Juan Pablo II publicó la correspondiente Exhortación Apostólica “Pastores dabo vobis”. En este documento pontificio se habla de manera profunda y amplia de la formación de los sacerdotes y de la vida sacerdotal en general. El concepto teológico de caridad pastoral pasa a un primer término para precisar la profunda originalidad de la vida y la espiritualidad sacerdotal con una presencia abundante en el magisterio y en la teología del sacerdocio.

“El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo cabeza y pastor es la caridad pastoral”

P.D.V, 23.

El contenido esencial de la caridad pastoral, nos dice “Pastores dabo vobis”, es la donación de sí mismo a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y a su imagen. La caridad pastoral no es, pues, solo lo que hacemos, sino la donación de nosotros mismos lo que muestra el amor de Cristo por su grey. Hasta el punto de que la caridad pastoral determina nuestro modo de pensar y de actuar, nuestro modo de comportarnos con las personas.

El don de nosotros mismos, raíz y síntesis de la caridad pastoral, tiene como destinataria a la Iglesia. Así lo hizo Cristo y así debe hacerlo el sacerdote.

Recientemente la Conferencia Episcopal Española aprobó un importante documento “Formar pastores misioneros” en el que se nos recuerda que la espiritualidad sacerdotal supone y desarrolla la espiritualidad común a todos los fieles cristianos, pero, a su vez, tiene rasgos específicos, entre los que está la caridad pastoral como participación en el amor de Cristo Buen Pastor como principio unificador de su vida.

La santidad del sacerdote es el mayor don que el Señor nos concede para la renovación eclesial que el Sínodo quiere promover y en ese camino será esencial la profunda vivencia de la caridad pastoral de los sacerdotes.

 Vigo, 20 de octubre de 2021

 + Luis Quinteiro Fiuza

Obispo de Tui-Vigo

 

O DEPREDADOR DO HOME

Os datos que xustifican o título deste escrito son os nosos incorrectos comportamentos que, en linguaxe catequética, denomínanse pecado. Para analizar a natureza do pecado, hai que ter presentes os datos da psicoloxía, da moral e da relixión. A teoloxía espiritual non pode prescindir destes datos e menos discrepar deles. Os datos dannos a coñecer a natureza do pecado, pero non abondan, porque unicamente con datos fanse avaliacións, pero non se sacan conclusións.

O coñecemento da magnitude do volcán de Palma sérvenos para calcular a contía de perdas que se están producindo no arquipélago canario; pero para tomar decisións non é suficiente coñecer a situación: requírese sentirse afectado por ela. Se isto é así, non é suficiente con que eu coñeza o que é o pecado e as súas consecuencias. Mesmo non abonda con que eu me considere pecador. Os ladróns aprópianse do que non é seu, pero non se consideran malos cidadáns inxustos cos demais e non se arrepinten de ser ladróns.

É necesario que eu me considere pecador, para que tome a decisión de arrepentirme de selo. Só cando o Señor dá ao home o sentir o seu pecado, percibe ao mesmo tempo, o misterio de Deus e o de ser un home inxusto, e adopta unha actitude de conversión.

O primeiro que experimenta o home ante o pecado, é tristeza. Por natureza, os humanos somos narcisistas: crémonos perfectos, limpos de toda culpa; e cando percibimos na nosa vida algunha mancha e engurra, psicoloxicamente, vémonos apenados ante nós mesmos. A nosa idolatría caeu polo chan, e isto dóenos, e a nosa existencia empápase de tristeza.

O segundo que o home experimenta é a súa culpabilidade. Presumimos de ser perfectos e cando pola nosa debilidade conxénita, tomamos conciencia de que quebrantamos algunha norma de bo comportamento, sentimos amargura polo prestixio que perdemos, e xorde en nós o sentido do arrepentimento. Con todo, tal arrepentimento aínda non é cristián, xa que neste sentimento, aínda non aparece ningunha referencia ao Señor. É un arrepentimento por medo ao castigo, pero non hai conversión a Deus, senón á lei, que pode sancionar o noso incorrecto comportamento.

Todos estes son modelos sutís de amor propio, contemplándonos a nós mesmos. Aquí non existe ningún sentimento relixioso do pecado, nin referencia algunha a Deus.

En terceiro lugar o pecador sente pena ao decatarse de que co seu mal comportamento, ofendeu a Deus. Precisamente porque o seu pecado é unha ingratitude a Deus que o perdoa e ségueo amando, máis que angustia, experimenta pena e esperanza, e xorde no seu corazón a compunción liberadora e os seus efectos. Pola compunción Deus faise presente no corazón do home como misericordia amorosa, e isto devólvelle a paz porque o Señor perdóao e acólleo como fillo.

Indalecio Gómez

Cóengo da Catedral