El día 15 de octubre recordamos la muerte de Santa Teresa de Jesús en Alba de Tormes (en el año 1582 fue el día 4 en el calendario juliano). El título me lo sugiere la famosa Sinfonía inconclusa de Franz Schubert, que, aplicada a Teresa, significa que su vida había sido una composición musical de armoniosos acordes y que, a las puertas de la muerte, seguía soñando quehaceres: fundar nuevos conventos, reparar las brechas que se habían abierto en su familia religiosa, etc. Todo menos morir, no obstante que, en el camino de Medina hacia Alba de Tormes, sintió que se le iba agotando la vida y que al llegar se acostó temprano. Con esfuerzos sobrehumanos se levantó, solucionó algunos negocios urgentes hasta que calló rendida en el lecho para no levantarse más.
Las últimas notas de la sinfonía eran proyectos que exigían una solución inmediata. Los más preocupantes eran cómo ultimar la compra y el arreglo de la casa de Salamanca, todavía sin resolver; seguía con preocupación la marcha inesperada de su querido padre Gracián desde Burgos, antes de concluir la fundación, camino de Andalucía, que ella sospechaba llena de peligros para él. Quizás estaba todavía pesándole la cruz de los malos tratos recibidos de sus amadas prioras de Valladolid y Medina del Campo, sufridos como una “noche oscura” pasiva del sentido y del espíritu. Deseaba volver a su querido convento de San José de Ávila donde era priora, abandonado el 2 de enero para la fundación de Burgos, y allí dar la profesión a su sobrina Teresita, proyecto frustrado por el cambio de ruta hacia Alba. Supongo que recorrería mentalmente las fundaciones ya realizadas, con sus logros y sus necesidades. Corto aquí la trama de los sueños de la madre Teresa mientras sentía cada día más cercana la hora de la despedida de esta vida soñando con su amado Cristo.
Todas estas hipótesis probablemente se agolparon en la memoria de la madre Teresa y otras muchas nacidas en su prodigiosa capacidad creativa; pero me atrevo a sugerir que lo que más sentía como urgente e importante, lo más difícil de realizar, era, desde hacía años, la soñada fundación de Madrid, la corte del rey don Felipe. Podemos seguir por su Epistolario el proceso de sus deseos siempre frustrados hasta la hora de su muerte. Al parecer, la sinfonía de su vida quedaba inconclusa.
He seguido la trayectoria de la anhelada fundación al menos desde el año de 1575 comentando a su amigo, el obispo Don Teutonio de Braganza, que convenía “a estas casas [ya fundadas] tener una ahí” [en Madrid], “pero me hace una resistencia extraña” (Carta del 2-I, n. 13). Sigue pensando en el proyecto en otras 24 cartas —salvo error— de las conservadas, la última del 17 de septiembre de 1582 a la priora de Soria, Catalina de Cristo, escrita de camino entre Valladolid y Medina y esperando retornar a su querida Ávila. Es el último suspiro de la fundadora: “Aunque si se hace la de Madrid, que ando con esperanza de ello…”. La muerte le sorprendió sin verla realizada. Era la última nota musical de la sinfonía inacabada de su vida. En el carteo conservado de la madre Teresa aparece frecuentemente la alusión a la deseada fundación, a la conveniencia de hacerla, pero sin conclusión definitiva.
En el tiempo transcurrido entre las dos fechas de sus cartas—1575-1582— aparecen buenos deseos, esperanzas frustradas, proyectos casi realizados por la promesa del que debía dar la licencia, conveniencia de la fundación junto a la corte y algunas posibilidades más. Recorrer este itinerario es gozar con la madre Teresa, pero al mismo tiempo, sufrir acompañándola en su angustia por tantas y sucesivas frustraciones.
Desandemos el camino. A comienzos del año 1577 tuvo una oportunidad de oro para realizar el sueño. Don Gaspar de Quiroga, arzobispo de Toledo e Inquisidor mayor, había leído el manuscrito de la Vida en la que no encontró nada censurable desde la fe católica y comentó con doña Luisa de la Cerda, amiga de Teresa, que “por qué no había yo hecho monasterio en Madrid” (Carta a Lorenzo, 27-28-II, n. 14). Con el tiempo, los propósitos de don Gaspar se fueron enfriando, posiblemente porque a las autoridades eclesiásticas no les gustaba que la madre Teresa fundase conventos “de pobreza”, o sea, vivir “de limosna”, sino “de renta” del capital. Además, su sobrina doña Elena, después de enviudar, entró en el Carmelo de Medina donde había profesado su hija con el nombre de Jerónima de la Encarnación. Su tío don Gaspar creyó que la madre Teresa había intervenido en la decisión de hacerse monja descalza, suposición sin fundamento. Al final, fue don Gaspar quien pidió a la madre Teresa que la admitiese en uno de sus conventos. Entre tanto, se fue agotando el tiempo y Teresa murió en Alba de Tormes sin haber conseguido fundar en Madrid, que realizó Ana de Jesús en 1586. Pertenecen también a esa sinfonía inconclusa de la Santa las fundaciones, entre otras, de Pamplona, Zamora, Ciudad Real, Valencia y Lisboa.
Lo dicho corresponde al título propuesto por lo “inacabado” de los proyectos de la madre Teresa; pero la historia se completa con un apéndice: la “sinfonía” de su vida no acabó con su muerte, sino que los sucesos póstumos la han completado con incalculables acordes escuchados en grandes obras realizadas en su memoria. Su muerte fue el comienzo de una “glorificación” posiblemente sin precedentes. Su cuerpo incorrupto con la frescura del primer día durante decenios fue la admiración de los médicos que lo tuvieron por milagro nunca visto. Sus escritos fueron apareciendo desde el año 1583 con el pasmo de los teólogos con pocas excepciones críticas. En 1591 comenzaron los Procesos canónicos para su beatificación y canonización que concluyeron con la beatificación (1614) y la canonización (1622). Y en el siglo XXI los acordes de aquella sinfonía inconclusa la seguimos oyendo en nuestro tiempo con acrecidas, si cabe, mejores melodías con la apoteosis de la declaración como “Doctora” de la Iglesia en 1970.
Su personalidad y su obra —como escritora y fundadora—
sobreviven en el tiempo y en la memoria de millones de personas que la
recordamos como una de las personalidades más ricas y fascinantes de la
historia. Hoy, día del aniversario de su muerte, la figura de Teresa me sugiere
que ella sigue viviendo no como una “sinfonía inconclusa” porque se agotó la
inspiración de su autora, sino porque nosotros, los lectores enamorados de su persona,
de su doctrina y de su prosa, la seguimos sintiendo como una presencia
misteriosa que siempre nos acompaña como una melodía que nunca enmudece.