martes, 5 de enero de 2021

NAVIDAD, EL REVÉS DE LA RELIGIÓN

En la soledad de la sala de estar, me entretenía adorando en silencio el misterio divino del portal de Belén, rondándome en la mollera no sé por qué las hondas reflexiones académicas de Mircea Eliade o Bernard Lonergan sobre las distintas cosmovisiones y mitos que generan las creencias sobre lo trascendente. Había procurado a propósito, para mejor contemplar, que reinase en mi entorno la oscuridad, pues así lucía más brillante “el Niño envuelto en pañales” que es el centro de nuestra navidad cristiana. 

Bullía en mi cabeza la idea de lo distinta que es nuestra religión cristiana respecto a las demás. Porque todas las religiones con sus creencias, sus ritos y normas éticas, en esencia no son más que la pretensión y el deseo de poner a la divinidad de nuestra parte: de alcanzar su perdón pues en todas ellas late la conciencia de algún pecado colectivo o individual; de merecer su benevolencia para recuperarse de una situación dañina y peligrosa para la comunidad o el individuo; de actualizar recordando en los ritos litúrgicos las victorias alcanzadas en el pasado gracias a la protección divina…

Porque en definitiva, la religión y la conducta religiosa adecuada viene a ser -al menos subjetivamente tal tiene que ser la convicción del devoto-, el poner cuanto sea preciso de nuestra parte para conseguir que la divinidad nos sea favorable. Casi diría que, aunque suene a superstición y de hecho lo es en muchos comportamientos religiosos, se trata de un relación o contrato de “do ut des”: el fiel pone de su parte lo que ritualmente está prescrito y confía y aguarda en que luego la divinidad haga lo suyo concediendo lo que se le pidió y de él se espera.  

Dicho aún más sencillamente, la religión y las acciones religiosas en general – y la historia comparada de las religiones en esto se sintetiza-,  se encaminan a que el espíritu del hombre se haga cercano y obtenga el favor del dios al que se acude. Sin embargo no es así en el cristianismo. En este, la iniciativa es divina y siempre sobreabundante y magnánima.

El cristianismo consiste esencialmente en creer, agradecer y vivir de modo coherente el que Dios, en Jesucristo, se haya hecho cercano y amable viniendo a estar con nosotros. A ninguna religión se le ha ocurrido este divino invento (en el sentido de descubrimiento o revelación) de que dios se haya hecho uno de nuestra raza y tribu, uno de los nuestros. Ahí radica la enorme y radical distinción entre el cristianismo y las demás religiones: no se trata de que nosotros nos esforcemos por buscar y alcanzar a dios; se trata de agradecer y admirar lo que Dios hizo y sigue haciendo por ser y estar con nosotros. Las demás religiones narran y describen lo que debe hacer el hombre para alcanzar a dios y el cristianismo descubre y revela lo que ha hecho Dios para darse a conocer y acercarse al hombre.  Por tanto el mérito del creyente no está en lo que haga por Dios, por costoso que sea, sino que, al revés, su vida sencilla y coherente vale y cuenta al pasmarse y agradecer lo que Dios hizo y sigue haciendo en él y a su alrededor.  Desde que la divinidad se hizo “Enmanuel” y plantó su tienda en medio de nosotros, en la primera Navidad de la historia, para los cristianos ya siempre es Navidad y la encarnación pasa a ser el meollo distintivo de nuestra fe.

Se me ocurría pensar en consecuencia que muchos que se consideran buenos cristianos – sin menospreciar su buena intención aunque lamentando su escasa formación teológica-, en realidad solo son personas muy religiosas, o supersticiosas, y cumplidoras de rituales ancestrales en los cuales han depositado su confianza y su fe. Se me ocurrió pedir para ellos en esta navidad que mutaran o se convirtieran en menos religiosos y se hicieran más cristianos, descubriendo y viviendo la esencia de la navidad y de la vida cristiana: Dios se nos ha acercado, se ha hecho niño para no dar miedo y para enseñarnos la ternura del Dios encarnado en nuestra piel. Alabar, adorar, cantar, agradecer y sentir ese misterio en todo tiempo y vivirlo de forma coherente en las circunstancias personales, es haber descubierto la esencia del cristianismo, el tapiz del revés de las otras actitudes religiosas.

Mons. Alberto Cuevas Fdez.

Sacerdote y periodista