La conmemoración de los difuntos conlleva el interrogante ¿será el final definitivo? Y como cristiano ¿creo en la resurrección? Veremos
Presupuestos
Resurrección no significa revivificación del cuerpo, como se cuenta de Lázaro o del hijo de la viuda de Naim. Resurrección significa que tenemos vida más allá de la muerte.
La vida eterna nos resulta incomprensible e inimaginable
porque no podemos pensar sin los a priori del tiempo y del espacio.
La física cuántica está superando el determinismo de la
física tradicional, y las leyes del espacio-tiempo.
Racionalmente podemos declararnos agnósticos respecto a otra realidad, a otro modo de vida, porque no podemos demostrar su existencia ni su inexistencia.
La existencia de otra vida es una creencia razonable
La inteligencia sentiente encuentra razonable y adecuada la
existencia de otra vida, de otro modo de realidad, que ahora no podemos
percibir con claridad. La hormiga no puede percibir valores abstractos, pero
eso no significa que esos valores no existan.
La trascendencia es una experiencia antropológica presente
en todas las culturas.
La objetividad de los valores morales exige una
justificación, un imperativo categórico, para no quedar en mero subjetivismo o
en un acuerdo social, al que sólo podría obligarme la imposición por la fuerza.
Pienso en un gran propietario que puede comprar la aceptación o el disimulo de
políticos, jueces y policías.
Nuestra experiencia ética se rebela contra la injusticia,
que cada día nos muestran los informativos (niños, pequeñas tribus o grupos
humanos, emigrantes… que mueren por hambre, enfermedades, venganzas, guerras,
ambiciones ajenas).
Nuestra conciencia nos pide otra vida para reparar la muerte
cruenta de los que sufren injustamente, o de quienes dan su vida por proteger a
otros, o por defender valores como la justicia, la dignidad humana, la
libertad, las creencias de su pueblo…
Algunas experiencias perimortem bien documentadas y en diversos países parecen atestiguar que existe
“Consciencia más allá de la vida” (Pim Van Lommel).
Los místicos de las diversas épocas y religiones (incluso un
ateo como Compte-Sponville) coinciden en la experiencia de una suspensión del
tiempo, una“iluminación”, una sensación de plenitud y gozo que, sin palabras, les permite comprender el
misterio de la vida.
Para un cristiano, el mejor testimonio es que Jesús de
Nazaret creyó en la resurrección, en la persistencia de una vida distinta:
“Porque cuando resuciten de entre los muertos, ni se casarán ni serán dados en
matrimonio, sino que serán como los ángeles en los cielos”; y “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
El cristianismo se basa en la experiencia pascual, en la resurrección de Jesús, que a unos discípulos escondidos por miedo los transformó en difusores del mensaje de Jesús entre judíos y paganos: “Si Cristo no ha resucitado… vana es nuestra fe”.
Conclusión
Aunque me siento incapaz de imaginar cómo puede existir una vida distinta y definitiva, y a veces dudo de ello, serenamente considero más razonable creer en su existencia; más aún, creo que la experiencia religiosa o ética, que ya tenemos, que esos encuentros de amor y de generosidad, ya son una primicia de esa vida definitiva.
Por eso asumo la Oración de Teilhard en su vejez: “Energía
de mi Señor, fuerza irresistible y viviente, puesto que de nosotros dos Tú eres
el más fuerte, a ti compete el don de quemarme en la unión que ha de fundirnos
juntos. Dame todavía algo más precioso que la gracia por la que todos los
fieles te ruegan. No basta que muera comulgando. Enséñame a comulgar muriendo”.