jueves, 24 de septiembre de 2020

EL RETORNO A LA INOCENCIA

         El material del que está compuesto el inconsciente colectivo heredado, está compuesto fundamentalmente de imágenes. Sería como una colección de “diapositivas” o cuadros en un museo.

      Cuando uno se sitúa delante de un cuadro, (especialmente figurativo), y lo reflexiona, afluyen toda una serie de conocimientos, de ideas sobre la realidad reflejada.

   De forma similar, cuando uno se enfrenta ante la comunicación de alguien, inevitablemente se encuentra ante una serie de flases de alguna imagen inconsciente, que afloran a la conciencia del comunicador, desde su profundo interior.

       Con esta perspectiva, algunos de los dichos de Jesús, mejor o peormente transcritos en los escritos evangélicos, parece que reflejan una poderosa imagen sapiencial, (que nosotros también tenemos enterrada en la profundidad de nuestra mente, y actúa como llave-clave), con lo que nos aflora una relectura nueva y moderna, muy alejada de sus apariencias culturales a veces arcaica.

      Un ejemplo de esto es la narración de la expulsión de los “demonios” de la endemoniada, que ellos mismos se autodenominan “legión”, y que van a parar a una piara de cerdos cercana, y que con la psicología moderna, adquiere un sentido alegórico nuevo, y muy actual.

       Se trataría, (bajo la apariencia de una narración primitiva y supersticiosa), de una imagen muy moderna y actual, de la psicología humana: estamos divididos, fraccionados en una “legión de demonios autónomos”. Y nuestra liberación consiste en “expulsarlos”, coordinándolos y unificándolos.

       Ya decía hace días que en la mente humana no hay un yo, todopoderoso, que ordena y manda lo que se hace, como el jockey de un caballo.

       La mente humana, es un campo de batalla entre toda una serie de sistemas neurológicos independientes y autónomos, (complejos, arquetipos, homúnculos-minipersonalidades, etc.), que se han ido creando en nuestra mente a lo largo de nuestro desarrollo humano, y fruto de nuestra educación. Y en cada caso hay un vencedor.

       El “yo”, es un sistema más, el más importante, porque controla nuestros recuerdos, que configuran nuestra personalidad, nuestra “careta”. Pero no controla más que de vez en cuando.

       Y cuando lo hace, en vez de hacerlo unificando y coordinando el “gallinero” de bots internos, mediante la conciliación de opuestos, y dando galones a nuestros programas sapienciales internos, muchas veces lo hace a base de reprimir fuertemente dicho “gallinero”, generando una inestabilidad psicológica, en un falso equilibrio inestable, que no tarda mucho en manifestarse de nuevo, en una lucha perpetua.

En la simbólica narración bíblica del Pecado original, hay algo aparentemente poco claro. ¿Por qué comer del árbol del bien y del mal, es motivo de pecado?

       Se supone que el hombre primigenio, el humano “inocente” del Paraíso era el estado con el que el humano fue creado para vivir en la tierra, (Thomas Merton). Al adquirir el conocimiento, la ciencia, scientia, parece que se produce una desintegración, una desestructuración del humano, “el pecado original”.

       La inocencia original, es un actuar automáticamente, siguiendo nuestra naturaleza, como una flor o un árbol o un lobo. Es sencillo, como tener un reloj: son las tantas.

       Cuando vamos adquiriendo conocimientos, con cada uno de ellos, nos encontramos un nuevo reloj, que marca otra hora distinta. Y ahí empieza el lío. Necesitamos con cada nuevo reloj adquirido, reajustarlos todos, so pena de caer en un estado de confusión endémica.

       Hemos dejado de tener hora, hemos perdido la inocencia original. Y empezamos a dudar, y ante la duda, empezamos a taparnos nuestras partes pudendas con una hoja de parra, porque no estamos seguros de qué es lo que hay que hacer: nos entra la vergüenza.

       Estamos poseídos por una “legión” de relojes distintos, de “demonios”, tirando cada uno de ellos, de nosotros, volviéndonos locos, alienados.

    Entonces, ¿cómo hacemos para recuperar la inocencia, desestabilizada por el conocimiento, compatibilizándolos?

       Thomas Merton, en su diálogo con D. T. Suzuki, en su artículo “La reconquista del Paraíso”, lo aclara: “La inocencia no desplaza, ni destruye el conocimiento. Ambos van juntos”. Ahora bien, no se puede caer en el atajo de la inocencia quietista, la que corta por lo sano: si tu ojo te es motivo de pecado, ¡arráncatelo! Si el conocimiento de la realidad te es motivo de pérdida de la inocencia primigenia, ¡huye del conocimiento!

       Eso es confundir la inocencia primigenia con una ignorancia narcisista de bebé. No, el verdadero camino de recuperar la inocencia perdida, es una continua labor de resituación del conocimiento adquirido, para unificarlo en nuestro interior, con el resto: poner todos y cada nuevo reloj, a la hora buena, (que no necesariamente debe ser la del primer reloj).

       Ese es el arduo e inacabado camino de la sabiduría, o de la santidad, en términos tradicionales. Por eso sigue Merton: “En la inocencia original, todo se ha obrado en nosotros, pero sin nosotros. Pero debemos a aprender a obrar en el plano del conocimiento, scientia, donde la gracia hace su trabajo en nosotros, pero “no sin nosotros”.

       Lo que dicho en término psicológicos actuales, el trabajo lo hace ese núcleo “divino”, que tenemos dentro de nosotros instalado en el profundo inconsciente colectivo que está incorporado en nuestra naturaleza heredada.

       Solo que lo hace, si le abrimos camino hasta su afloramiento a la conciencia consciente, mediante la limpieza de tanto estorbo de ideas erróneas e inútiles: la “limpieza de corazón”, o la “vacuidad de morralla”. Y si lo deseamos de verdad.

Inicia Merton su artículo, con una cita de “Los hermanos Karamazov”, en la que el Staretz Zósima, dice: “No comprendemos que la vida es el Paraíso; pues bastaría con que deseáramos comprenderlo, para que el paraíso se nos presentara en el acto, ante nuestros ojos, con toda su belleza”.

      Isidoro García Gómez.

SENSIBILIDADE COA RELIXIÓN

 "Ser sensible coa relixión é unha obriga de todo aquel que queira entender o fenómeno humán"

Ser sensible coa relixión é unha obriga de todo aquel que queira entender o fenómeno humán. As relixións, todas, conteñen o mecanismo psicolóxico do home. Todos os matices psicolóxicos están nos mitos e ritos relixiosos. Así que aqueles que desprezan olimpicamente as crenzas relixiosas que vaian tomando nota.

O anticlericalismo e a xenreira contra a relixión seguen activos en círculos da esquerda política. É unha herdanza petrificada nos seus programas. Mentres que a esquerda non se libere de esa actitude antirelixiosa vai seguir perdendo o tempo. Disgregará as súas forzas. Andará entretida e confusa e non traballará no importante. E máis aínda, cometerá inxustizas graves contra as persoas nas fibras íntimas da súa personalidade. As burlas e ataques á relixión son ademais de inxustos e malvados, son torpes, inútiles e ofuscan a mente dos agresores.

Conseguen o premio de aumentar o numero de inimigos da esquerda. Calquera antropólogo pode explicar a un esquerdista que a relixión é a expresión da psicoloxía humana: As angurias, as esperanzas cobran forma en algo sublime como o entusiasmo estético. Arte e relixión van xuntos dende os comezos dos tempos. Leo que queren suprimir os cregos dos hospitais. O aforro en cregos seguramente aumentará o gasto en ansiolíticos.

Os argumentos económicos disimulan mal o anticlericalismo de fondo. Non toquedes a sensibilidade relixiosa. «Non queirades ser como deuses». Facer mal por facer mal é inxusto e máis estúpido.

 

Eduardo Fra Molinero

ONDE ESTÁ O NOSO AUXILIO?

Desde hai uns anos discútese en moitos foros se estamos nun cambio de época máis que en época de cambios. A crise xeral provocada pola Covid-19 é vista por moitos como ese punto de inflexión que marca o fin dunha época e o comezo doutra. Supoño que é moi pronto para decidilo e que é necesario que pasen uns cuantos anos para ver que feito da historia recente leva o premio de ser a icona dese cambio de época.

Durante os primeiros días do estado de alarma aventureime a profetizar que esta situación ía adiantar en 5-10 anos o proceso de descristianización no que está Occidente desde fai xa bastante tempo. Algúns compañeiros dixéronme que esaxeraba aínda que estes mesmos despois déronme a razón cando volvemos á nova normalidade. Lamento non equivocarme.

Durante estes días xa se empezaron a oír máis voces dicindo isto mesmo, incluso as dalgún cardeal da Igrexa, como a do arcebispo de Luxemburgo, Mons. Hollerich, que sostén que a pandemia de coronavirus pode acelerar a secularización de Europa en 10 anos e que esta situación ten que ser unha oportunidade «que nos permita reorganizarnos mellor, para ser máis cristiáns» e deixar atrás un «cristianismo meramente cultural».

Moitos anos antes foi o coñecido teólogo Rhaner o que dixo «o cristián do futuro ou será un místico ou non será cristián». Xa daquela víase vir con toda claridade o cambio de época que se pode estar a producir neste tempo.

Está claro que un cristianismo meramente cultural só serve para falsear as estatísticas e crernos que todo estaba ben, porque as igrexas aínda se enchían con bastante frecuencia. Pero abonda un virus para que da noite á mañá as igrexas queden baleiras e, o peor, que case ninguén o lamente nin bote en falta os sacramentos nin un lugar no que alimentar a fe; nin sequera no momento de despedir aos seres queridos.

Gústame lembrar con frecuencia as palabras de Bieito XVI, na súa encíclica Deus caritas est, na que nos deixa esta rotunda afirmación: «Non se comeza a ser cristián por unha decisión ética ou unha gran idea, senón polo encontro cun acontecemento, cunha Persoa, que dá un novo horizonte á vida e, con iso, unha orientación decisiva». Este é o futuro e por aquí é por onde temos que recomenzar. Todo o demais é un querer e non poder.

Custa pór o punto final a unha época. Custa pechar unha porta. Pero cando os balances son os que son é necesario facelo dunha vez e comezar de novo e de «cero», volvendo ás orixes para que a fe en Xesucristo sexa o que ten que ser e non unha cousa meramente cultural. Algo do que nos servimos cando non sabemos que facer cando o neno nace, faise adolescente ou cando hai que despedir ao pai ou ao avó.

Ante esta situación provocada polo coronavirus e os seus efectos colaterais na vida da Igrexa e dos cristiáns, só queda dicir como o salmista (123, 8a): «O noso auxilio é o nome do Señor, que fixo o ceo e a terra».

 

Miguel Ángel Álvarez Pérez

 

 


CARTA A DIOS

Querido Dios:

Aquí estoy, intentando explicarte como me siento o lo que siento, aunque tú ya lo sabes.

Nunca te veo. A veces te presiento en mi interior, pero puede que sean imaginaciones mías. ¡Si al menos fueras un poquito más claro cuando te manifiestas y si hicieses que fuera más fácil encontrarte…!

Te pido muchas veces que me des fe, pues la que tengo no me llega para verte claramente.

Sabes de todos mis miedos. Sabes de mi miedo al futuro, incluso más que a la enfermedad -a la que también tengo un miedo horrible-, al miedo de quedarme sola en la vejez.

Por otra parte, Dios mío, perdóname, pero no te entiendo. Si de verdad nos quieres ¿Por qué dejas que tanta gente lo pase tan mal? Mira, Señor a las personas de muchos lugares África, a los que tienen que emigrar, a los de Yemen y a los de tantos países que no tienen nada. ¿Por qué los dejas en esta situación tanto tiempo? ¿Por qué ahora esta pandemia que tantas penas está causando?

¡Dios mío!, si es verdad que eres todo amor, ¿Por qué en tantas personas no pones ahora ese amor?

¡Dios mío!, esta carta es dura, pero es así como me siento ahora.

Por otra parte, en cuanto a mí, solo quiero darte gracias infinitas por la vida que me has dado hasta ahora. Todo lo he tenido fácil. Gracias por mi familia, por mi salud, por mis amigos  por lo mucho que me has dado.

Señor, tengo un miedo horrible al futuro, a lo que me pueda venir y, si es malo, a no saber aceptarlo con resignación (Dios mío, pienso en la enfermedad de N., que me afectó bastante…).

¡Dios mío!, sigo pidiéndote que aumentes mi fe para que pueda tenerte de apoyo en lo que me depare la vida.

Por otra parte, pienso muchas veces que solo te quiero por puro egoísmo, que quiero tenerte solo como un bastón de apoyo cuando las cosas no me van bien. Quizás por eso no me haces caso.

Ayúdame, Señor. Seguiré.

Tengo que desahogarme contigo.

Te necesito en mi vida,

pero necesito saber que estás,

que de verdad existes

¡Ayúdame! Jesús, Dios mío.

¡Cuántas cosas te diría si te tuviera enfrente!

No me cansaría de contarte y ¡qué fácil sería entenderte!

Quizá en otra ocasión.