El material del que está compuesto el inconsciente colectivo heredado, está compuesto fundamentalmente de imágenes. Sería como una colección de “diapositivas” o cuadros en un museo.
Cuando uno se sitúa delante de un cuadro, (especialmente figurativo), y lo reflexiona, afluyen toda una serie de conocimientos, de ideas sobre la realidad reflejada.
Con esta perspectiva, algunos de los dichos de Jesús, mejor o peormente transcritos en los escritos evangélicos, parece que reflejan una poderosa imagen sapiencial, (que nosotros también tenemos enterrada en la profundidad de nuestra mente, y actúa como llave-clave), con lo que nos aflora una relectura nueva y moderna, muy alejada de sus apariencias culturales a veces arcaica.
Un ejemplo de esto es la narración de la expulsión de los “demonios” de la endemoniada, que ellos mismos se autodenominan “legión”, y que van a parar a una piara de cerdos cercana, y que con la psicología moderna, adquiere un sentido alegórico nuevo, y muy actual.
Se trataría, (bajo la apariencia de una narración primitiva y supersticiosa), de una imagen muy moderna y actual, de la psicología humana: estamos divididos, fraccionados en una “legión de demonios autónomos”. Y nuestra liberación consiste en “expulsarlos”, coordinándolos y unificándolos.
Ya decía hace días que en la mente humana no hay un yo, todopoderoso, que ordena y manda lo que se hace, como el jockey de un caballo.
La mente humana, es un campo de batalla entre toda una serie de sistemas neurológicos independientes y autónomos, (complejos, arquetipos, homúnculos-minipersonalidades, etc.), que se han ido creando en nuestra mente a lo largo de nuestro desarrollo humano, y fruto de nuestra educación. Y en cada caso hay un vencedor.
El “yo”, es un sistema más, el más importante, porque controla nuestros recuerdos, que configuran nuestra personalidad, nuestra “careta”. Pero no controla más que de vez en cuando.
Y cuando lo hace, en vez de hacerlo unificando y coordinando el “gallinero” de bots internos, mediante la conciliación de opuestos, y dando galones a nuestros programas sapienciales internos, muchas veces lo hace a base de reprimir fuertemente dicho “gallinero”, generando una inestabilidad psicológica, en un falso equilibrio inestable, que no tarda mucho en manifestarse de nuevo, en una lucha perpetua.
En la simbólica
narración bíblica del Pecado original, hay algo aparentemente poco claro. ¿Por
qué comer del árbol del bien y del mal, es motivo de pecado?
Se supone que el hombre primigenio, el humano “inocente” del Paraíso era el estado con el que el humano fue creado para vivir en la tierra, (Thomas Merton). Al adquirir el conocimiento, la ciencia, scientia, parece que se produce una desintegración, una desestructuración del humano, “el pecado original”.
La inocencia original, es un actuar automáticamente, siguiendo nuestra naturaleza, como una flor o un árbol o un lobo. Es sencillo, como tener un reloj: son las tantas.
Cuando vamos adquiriendo conocimientos, con cada uno de ellos, nos encontramos un nuevo reloj, que marca otra hora distinta. Y ahí empieza el lío. Necesitamos con cada nuevo reloj adquirido, reajustarlos todos, so pena de caer en un estado de confusión endémica.
Hemos dejado de tener hora, hemos perdido la inocencia original. Y empezamos a dudar, y ante la duda, empezamos a taparnos nuestras partes pudendas con una hoja de parra, porque no estamos seguros de qué es lo que hay que hacer: nos entra la vergüenza.
Estamos poseídos por una “legión” de relojes distintos, de “demonios”, tirando cada uno de ellos, de nosotros, volviéndonos locos, alienados.
Entonces, ¿cómo hacemos para recuperar la inocencia, desestabilizada por el conocimiento, compatibilizándolos?
Thomas Merton, en su diálogo con D. T. Suzuki, en su artículo “La reconquista del Paraíso”, lo aclara: “La inocencia no desplaza, ni destruye el conocimiento. Ambos van juntos”. Ahora bien, no se puede caer en el atajo de la inocencia quietista, la que corta por lo sano: si tu ojo te es motivo de pecado, ¡arráncatelo! Si el conocimiento de la realidad te es motivo de pérdida de la inocencia primigenia, ¡huye del conocimiento!
Eso es confundir la inocencia primigenia con una ignorancia narcisista de bebé. No, el verdadero camino de recuperar la inocencia perdida, es una continua labor de resituación del conocimiento adquirido, para unificarlo en nuestro interior, con el resto: poner todos y cada nuevo reloj, a la hora buena, (que no necesariamente debe ser la del primer reloj).
Ese es el arduo e inacabado camino de la sabiduría, o de la santidad, en términos tradicionales. Por eso sigue Merton: “En la inocencia original, todo se ha obrado en nosotros, pero sin nosotros. Pero debemos a aprender a obrar en el plano del conocimiento, scientia, donde la gracia hace su trabajo en nosotros, pero “no sin nosotros”.
Lo que dicho en término psicológicos actuales, el trabajo lo hace ese núcleo “divino”, que tenemos dentro de nosotros instalado en el profundo inconsciente colectivo que está incorporado en nuestra naturaleza heredada.
Solo que lo hace, si le abrimos camino hasta su afloramiento a la conciencia consciente, mediante la limpieza de tanto estorbo de ideas erróneas e inútiles: la “limpieza de corazón”, o la “vacuidad de morralla”. Y si lo deseamos de verdad.
Inicia Merton su
artículo, con una cita de “Los hermanos Karamazov”, en la que el Staretz
Zósima, dice: “No comprendemos que la vida es el Paraíso; pues bastaría con que
deseáramos comprenderlo, para que el paraíso se nos presentara en el acto, ante
nuestros ojos, con toda su belleza”.
Isidoro García Gómez.