miércoles, 16 de junio de 2021

SEN ESPIRITUALIDADE NON SALVAREMOS A VIDA NA TERRA

En momentos de grandes crisis, de desastres naturales y ahora con la epidemia del coronavirus, los seres humanos dejan salir a la superficie aquello que está en su esencia como humanos: la solidaridad, la cooperación, el cuidado de unos a otros y de su entorno y la espiritualidad.

En los encuentros para la elaboración de la Carta de la Tierra oímos de boca de Mijaíl Gorbachov, justamente de él considerado ateo por ser comunista y jefe de Estado: o desarrollamos una espiritualidad con nuevos valores, centrados en la vida y en la cooperación o no habrá solución para la vida en la Tierra.

Esta pandemia es un llamamiento a esa espiritualidad salvadora. Como dice la Carta de la Tierra: “Como nunca antes en la historia, el destino común nos convoca a un nuevo comienzo… Esto requiere un cambio en la mente y en el corazón; requiere un nuevo sentido de interdependencia global y de responsabilidad universal… solo así se llega a un modo sostenible de vida” (Conclusión).

Estamos viviendo una emergencia ecológica planetaria. Acertadamente nos alertó la Laudato Sì del Papa Francisco (2015): “Las previsiones catastróficas ya no se pueden mirar con desprecio e ironía. El ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes” (n.161).

Esta advertencias refuerzan la urgencia de una espiritualidad de la Tierra. Ella demanda un nuevo paradigma, presentado por el Papa Francisco en su última encíclica Fratelli tutti (2020): debemos dejar de imaginar que somos los dueños (dominus) de la naturaleza para poder ser de hecho hermanos y hermanas (frater, soror). Si no hacemos esta transformación habrá que tener presente esta advertencia: “nadie se salva solo, únicamente es posible salvarse juntos” (n. 32).

En función de esa misión común se ha establecido una colaboración y una articulación entre dos familias religiosas, con sus tradiciones espirituales, amigables con la creación y la vida de los más destituidos: los franciscanos con el Servicio Interfranciscano de Justicia, Paz y Ecología de la Conferencia de la Familia Franciscana de Brasil y los jesuitas con el Observatorio Luciano Mendes de Almeida, la Red de Justicia socioambiental de los Jesuitas y el Movimiento Católico Global por el Clima, sumándoseles como compañeros el centro juvenil MAGIS, y la Facultad Jesuita de Filosofía y Teología (FAJE).

Las espiritualidades y los valores de cada una de estas dos tradiciones nos podrán inspirar nuevas formas de cuidar la herencia sagrada que la evolución y Dios nos han entregado, la Tierra, la Magna Mater de los antiguos, la Pachamama de los andinos y la Gaia de los modernos.

En su encíclica de ecología integral Laudato Si, el Papa Francisco presenta a San Francisco “como el ejemplo por excelencia de todo lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado también por muchos que no son cristianos” (n.10). Y dice todavía más: “Corazón universal, para él cualquier criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se sentía llamado a cuidar todo lo que existe… hasta de las hierbas silvestres que debían tener su lugar en el huerto” de cada convento de los frailes (n.11.12).

Para San Ignacio de Loyola, gran devoto de San Francisco, ser pobre significaba más que un ejercicio ascético, un despojamiento de todo para estar más próximo a los otros y construir con ellos fraternidad. Ser pobre para ser más hermano y hermana.

Para los primeros compañeros de San Ignacio la vida en pobreza, individual y comunitaria, siempre acompañó el cuidado de los pobres, parte esencial del carisma jesuítico. Y San Francisco vivía estas tres pasiones: a Cristo crucificado, a los pobres más pobres y a la naturaleza. Llamaba a todas las criaturas, hasta al feroz lobo de Gubbio, con el dulce nombre de hermanos y hermanas.

Ambos vislumbraban a Dios en todas las cosas. Como lo expresó bellamente San Ignacio: “Encontrar a Dios en todas las cosas y ver que todas las cosas vienen de lo alto”. Y decía más, muy en la línea del espíritu de San Francisco: “No es el mucho saber lo que sacia el alma, sino el sentir y saborear internamente las cosas”. Sólo puede saborear internamente todas las cosas si las ama verdaderamente y se siente unido a ellas. En San Francisco abundan afirmaciones semejantes.

Tales modos de vida y de relacionarse son fundamentales si queremos reinventar una forma amigable, reverente y cuidadosa de la Tierra y la naturaleza. De ahí nacerá una civilización biocentrada. Como afirma la Fratelli tutti, fundada en una “política de la ternura y de la gentileza”, “en el amor universal y en la fraternidad sin fronteras”, en la interdependencia entre todos, en la solidaridad, la cooperación y el cuidado de todo lo que existe y vive, especialmente de los más desprotegidos.

La Covid-19 es una señal que la Madre Tierra nos envía para que asumamos la misión que nuestro Creador y el universo nos han confiado de “proteger y cuidar el Jardín del Edén”, es decir, de la Madre Tierra (Gn 2,15). Si juntos, estas dos Órdenes de los franciscanos y los jesuitas, asociados a otros, se proponen realizar este sagrado propósito, darán una señal de que no se ha perdido todo del Paraíso terrenal. Él empieza a crecer dentro de nosotros y se expande hacia fuera de nosotros, haciendo, de verdad, de la Madre Tierra, la verdadera y única Casa Común en la cual podremos vivir juntos en fraternidad, amorosidad, justicia y paz y alegre celebración de la vida. ¿Son sueños? Sí, son los Grandes Sueños, necesarios, que anticipan la realidad futura.

*Leonardo Boff, ecoteólogo, por parte de la familia franciscana.

 

O CORPO DE XESUCRISTO CONSTRÚE POBO

No comezo do Evanxeo de Xoán hai un magnífico himno dedicado á PALABRA. O eixo desa pasaxe é a afirmación seguinte: “A palabra fíxose carne, e plantou entre nós a súa tenda”. A Palabra era Luz, Vida, Salvadora, Creadora, Deus, Verdade, Graza e constitúenos fillos de Deus.

Esa Palabra feita carne, Xesús de Nazaret, viviu e matárono nos tempos en que gobernaba en Xudea un tal Poncio Pilatos, un Delegado do Emperador Romano. Xesús abaixouse e pasou por un de tantos (Flp. 2,7) para moitos dos seus contemporáneos. Mais celebrou a Pascua dos xudeus e aí creou unha presenza entre nós no que en xeral se chama comuñón, COMÚN UNIÓN, alimento de fraternidade e de vida que non remata, senón que continúa despois desta vida. 

Participando da Cea de quen é a Palabra feita carne unímonos con El e somos Corpo de Cristo en palabras de Paulo de Tarso (1 Cor. 12, 27; Rm. 4, 5; etc.). Ás veces, para diferenciar a época actual da histórica de Xesús fai 2000 anos, dicimos Corpo Místico de Cristo, pero non esquezamos que El afirma estar realmente presente agora e sempre nos máis necesitados, que para un cristián son Corpo de Cristo.

Calquera pode comprobar que a vida humana é de condición social, tanto no momento do nacemento e infancia, como xa na vida adulta. Ao nacer precisamos que nos dean de comer, nos ensinen a falar e nos dean unha cultura, unhas ferramentas para poder desenvolvernos na vida. Necesitamos ser enxendrados socialmente, e seguimos precisando durante toda a vida da colaboración do próximo. Esa condición social leva a que constituamos institucións que son amparos e axudas para a vida das persoas. A función de toda institución, por tanto, non é aprisionar á persoa, senón ser un amparo e axuda que a capacite para desenvolver ao máximo as capacidades que cadaquén ten, e esa función débena cumprir desde a institución máis próxima á persoa, a familia, ata as máis afastadas como o Estado e as Organizacións Internacionais.

Pola súa propia condición o Alimento Eucarístico, o Corpo de Cristo, crea grupos e comunidades de diverso tipo nesa gran amplitude de movementos eclesiais e comunidades cristiás polo mundo enteiro, de aí que vexamos moitas veces esta afirmación: “a Eucaristía fai a Igrexa”. Así vemos a implicación entre o Corpo de Cristo e os diversos acontecementos e festas da vida das persoas e dos pobos. Estamos tan acostumados a ver nos carteis das festas das poboacións galegas que apareza MISA SOLEMNE, e mesmo novena, xunto ao pasarrúas, sesión vermut, verbena… que non nos paramos a pensar no senso antropolóxico, social e relixioso que manifesta, e o que iso significa.

Que “as persoas sexan o Corpo de Cristo” forma parte tanto das nosas raíces como das aspiracións máis profundas, o que leva a considerar coherentes as referencias a Xesucristo presentes en tantas bandeiras e escudos de cidades e nacións de España e de Europa enteira. Sen ir máis lonxe atopamos no escudo da cidade de Lugo e no de Galicia a figura dese cáliz románico, patrimonio europeo e propiedade dunha ben pequena parroquia da diocese e provincia de Lugo.

A corporeidade de Cristo, da que formamos parte, fai a todos e a cada un importantes tal como lles dicía Paulo de Tarso aos irmáns de Corinto na súa misiva (1 Cor 12, 12-31). Nela chama a que todos sexamos corresponsables desde as diferentes capacidades e funcións desempeñadas. Destas conviccións fai máis de 350 anos xurdiu a Ofrenda do Antigo Reino de Galicia ao Corpo Eucarístico de Cristo na Catedral de Lugo, realizada cada ano por un dos alcaldes das sete cidades capitais de provincia do Reino.

A Ofrenda, para non caer en mentira e falsidade, debe levar consigo comportamentos axeitados. Esixe a mutua colaboración en igualdade das persoas e tamén das institucións. Hai que asumir cada un as propias responsabilidades e promover ou permitir que outros asuman as súas. Débese vivir a solidariedade e facilitala entre os diversos membros do Corpo de Cristo, o cal nos envía a construír unha humanidade que estea unida nunha verdadeira familia.

Xesucristo en moitas pasaxes do Evanxeo afirma que está especialmente presente nos pequenos e máis necesitados. Aí está o chamado por moitos “Evanxeo dos Ateos” cando en Mateo 25, 31-46 atopamos: “Vinde, benditos do meu Pai… porque tiven fame e déstesme de comer, tiven sede…” e ante a pregunta destes sorprendidos: “Cando te vimos famento… sedento…forasteiro…?”. Respóndelles: “canto fixestes cun destes irmáns meus máis pequenos fixéstelo comigo”.

A aspiración a unha unión solidaria entre todas as persoas está no corazón de toda persoa de boa vontade, á vez que tamén é unha esixencia para todo cristián, e porque une a ambas as dúas enténdese que esta Ofrenda se leve celebrando xa 350 anos. Renovemos o compromiso de colaboración e apoio mutuo!

Antón Negro

Delegado Episcopal de Cáritas