La reflexión me nace devorando con fruición el libro que me regala y dedica el amigo Ignacio Uría “Entre columnas. Historia, periodismo y otros animales”: sintética antología de algunos de sus artículos, que resultan siempre lianas que te enredan y acarician o molestan. ¡Gracias, Nacho, por la frescura que aportas en este estío de sequedal y angustia que está siendo la pandemia!
Pues resulta que barrenando sobre la tópica y mítica duda del personaje shakesperiano, me encuentro en el libro citado con esta profunda reflexión: “Por eso, príncipe Hamlet, déjame decirte otra vez que te equivocas: la cuestión no reside en ser o no ser, en vengarte o perdonar. La verdadera pregunta, amigo mío, es otra. Así que reconoce, si eres hombre, que la última demanda, la radical encrucijada es creer o no creer. En Dios, claro”. Porque las demás dudas son efectivamente, pequeñeces, tonterías de filosofía amateur. “Lo cierto, Hamlet, es que todos creemos en algo. Todos tenemos nuestros propios dioses, aunque sean de bolsillo”: la globalización, el fútbol o la bolsa de valores, la ciencia, el azar… Por eso la verdadera respuesta a la pregunta acerca de lo esencial viene a ser -para Hamlet o para cualquiera-, que o crees en Dios o acabas creyendo en cualquier cosa.
En la coctelera de mi magín le daba vueltas yo estos días a las dudas de los devotos del Cristo de la Victoria a quienes, por la pandemia, se nos invita a acudir con cuentagotas a visitarle en su trono de la Concatedral: ir o no ir; acudir o no acudir; rezar allí o dejarse estar aquí en casa. Y semejante duda, imagino que cabe suponer por parte de los responsables de la custodia del santo Cristo: salir o no salir, ir a verles o que vengan: “voy yo a encontrarles en masa, en sus calles -creyeron que pensaba el Cristo-, o es más saludable para todos, que vengan ellos a verme personal e individualmente, cada cual con sus gozos y sus penas”.
Y tras esas elucubraciones he vuelto al principio: la respuesta de la fe no está en los modos ni en las modas, que pueden variar y tienen que modelarse en función de las circunstancias e incluso de las personas. La cuestión es creer o no creer, que en zapatillas viene a traducirse en confiar o no confiar; en seguir manteniendo la relación personal con Cristo, a quien en esta ciudad calificamos de la Victoria y que personalmente podemos llamar seguramente de todas nuestras luchas, afanes, ansias y victorias.
Concluyo invitando a sacar bienes de nuestra pena, con la moraleja que debemos extraer de la situación de otro año más sin procesión: la imagen del santísimo Cristo de Vigo seguirá estando como cada día confinada en la concatedral de santa María, esperando las visitas y la piadosa oración de quienes quieran acercarse durante todo el año y en cualquier momento, a darle gracias y a suplicarle favores. Pero ha de saberse y explicitarse que Cristo resucitado no está enterrado y encerrado únicamente en sus imágenes -por artísticas, hermosas y cargadas de devoción que se presenten-, está sobre todo sacramentalmente presente, a cualquier hora y cualquier día del año, en el sagrario de la Concatedral y en el de las demás iglesias, para poder acercarnos a charlar amigablemente con Él; y está presente y aguardando que vayamos a escucharle en la palabra que nos dice semanalmente en la misa dominical y en los demás sacramentos; y está también, aunque muy bien disfrazado, en los cada vez más numerosos pobres y necesitados, para que nos compadezcamos solidarios y cariñosos con Él: “lo que hagáis a estos a mí me lo hacéis…”
Sí que es cierto por ello que la hamletiana cuestión, también en este caso, no es la de ir o no ir, salir o no salir, “alumbrar o no alumbrar”, sino creer o no creer.
Mons. Alberto Cuevas F.
Sacerdote y periodista.