lunes, 4 de enero de 2021

EL EDICTO DE TESALÓNICA Y EL ESTADO DE BIENESTAR

     Imagino que si alguien se anima a leer este artículo empezará preguntándose qué demonios tiene que ver el Edicto de Tesalónica (de Teodosio, año 380) con el Estado de Bienestar. Es verdad que a primera vista aparecen como dos cosas muy distintas, no sólo en el tiempo, sino en los campos a los que se refieren esos acontecimientos; al campo religioso en el caso del Edicto de Tesalónica, al campo socioeconómico y político donde situaríamos el Estado de Bienestar.

      Pero yo creo que en el fondo podemos encontrar un esquema muy similar. El siglo primero los discípulos de Jesús de Nazaret habían comenzado a marchar por todos los caminos del Imperio anunciando el mensaje de Jesús. Las autoridades romanas los consideraron una amenaza para la estabilidad del poder imperial, y comenzó una persecución tras otra. Pero el cristianismo resiste, se propaga cada vez más, y en el siglo IV los emperadores tienen que darse por vencidos. Constantino con el edicto de Milán proclama la libertad religiosa, y a finales de ese siglo el emperador Teodosio decide dar un paso más y ganarse a los cristianos para su causa, proclamando el cristianismo religión oficial del Imperio. El resultado lo hemos visto a lo largo de los siglos, los discípulos del crucificado forman una jerarquía que se codea con reyes y emperadores, y con ellos establece leyes y condenas.

      A mediados del siglo XX los movimientos obreros surgidos un siglo antes con su aspiración al socialismo habían cogido una gran fuerza. Las potencias capitalistas europeas se habían desangrado en una implacable guerra fratricida, y la Unión Soviética surgía como una gran potencia. Parecía que por fin se hacían realidad las palabras de Marx: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma.”

      El problema para la burguesía capitalista europea es que la amenaza no venía sólo de los ejércitos soviéticos, en sus propios países unos potentes partidos comunistas y socialistas exigían cambios radicales en la sociedad. Entonces el capitalismo europeo tuvo una gran idea, lanzó su Edicto de Tesalónica para ganarse al adversario: el Estado de Bienestar para todos. En realidad, “Estado de Bienestar” es una atractiva manera de denominar a la “sociedad de consumo”. El bienestar al que se llega era un bienestar totalmente material, proporcionado por un consumo creciente de objetos y servicios, algo muy distinto a la felicidad a la que aspiramos todos los seres humanos. Pero el invento funcionó.

      Para unas clases populares que venían de siglos de trabajos duros, siempre lindando con la escasez y la necesidad insatisfecha, está abundancia de consumo era casi un sueño, el objetivo que habían perseguido toda su vida. La aspiración a una revolución social fue perdiendo fuerza rápidamente y los trabajadores se fueron instalando cada vez más en esta sociedad capitalista que les ofrecía ese atractivo bienestar. Además, con este Estado de Bienestar el capitalismo con seguía un doble objetivo, adormecer al movimiento obrero y hacerle olvidar sus viejas veleidades revolucionarias, y al mismo tiempo hacer funcionar a pleno rendimiento su industria, que cada vez tenía más capacidad de producción. Si unimos a esto la penosa imagen que daban los países socialistas, comprenderemos que la idea del capitalismo como única estructura capaz de proporcionar una vida satisfactoria se interiorizó ampliamente.

      Lo mismo que los cristianos, perseguidos durante siglos, abrazaron con entusiasmo el nuevo estatus que les proporcionaba el Edicto de Tesalónica, y la jerarquía se integró plenamente en la estructura imperial, esa mayoría social que durante toda la historia había vivido pobremente se integró en la estructura económica capitalista.

      Pero a partir de aquí viene una diferencia fundamental. La Iglesia integrada en las estructuras de poder se ha mantenido así durante más de un milenio. Aunque sea con la contradicción fundamental, por lo menos en la mayor parte de la jerarquía, de predicar el Evangelio y vivir de espaldas a él. No sabemos en qué medida ese Evangelio, no vivido pero anunciado, ha ido influyendo, pero en la humanidad lentamente se ha ido avanzando hacia la libertad y los derechos humanos. Esto ha permitido liberarse de la opresión inquisitorial de la Iglesia jerárquica, y llegar a proclamar un Evangelio liberador, que poco a poco se va extendiendo.

      Por el contrario, frente a los largos siglos que se ha mantenido la Iglesia surgida de Tesalónica, una humanidad integrada en la sociedad de consumo tiene un recorrido enormemente corto, los científicos hablan de unos cuantos años. La vida en el planeta Tierra, una vida que permita la continuidad de la humanidad, es incompatible con una civilización que aspire a conseguir su bienestar a través de un consumo creciente e innecesario.

      Esta realidad es admitida intelectualmente por la mayoría de nuestra sociedad, pero no vitalmente. Si hay una tarea apremiante en la actualidad, es trabajar por una cultura capaz de poner la felicidad en algo distinto del consumo. Tarea apoyada en la renovada visión del Evangelio anunciado por Jesús.

 Antonio Zugasti

A FAMILIA, CORAZÓN DA VIDA HUMANA

El normal “modus vivendi” de todo buen ciudadano debe ser su inserción en el seno de una familia. Toda familia bien estructurada consta de tres elementos: la pluralidad de personas, la convivencia de ellas en el mismo hogar, y la afectividad mutua entre todos.

Una persona solitaria no es familia. El individualismo crea soledad. El hogar cuyos moradores no viven en comunidad, es la antítesis de una familia bien avenida. A ese hogar habría que llamarle parada turística, casa de comidas, fonda en el camino…, pero hogar familiar no. Los miembros de una familia tienen que ser personas vinculadas por lazos de consanguinidad o, al menos, integradas en el nuevo hogar, por imperativos legales, según los cuales pasan a ser miembros de ese nuevo hogar, con los derechos y obligaciones de un familiar más.

Los miembros de una misma familia conservan las características intransferibles de cada una de ellas: la paternidad, la afiliación, la fraternidad, etc.; pero todas estas connotaciones intransferibles quedan absorbidas por el nombre común de la nueva familia, que los aglutina a todos.

El ser miembros de una familia conlleva unos derechos y unas obligaciones de las cuales nadie debe abdicar, si quiere mantenerse como miembro del hogar en el que se ha integrado. Es que el estatus de familia no se funda tanto en unas disposiciones jurídicas, cuanto en la sangre que corre por las venas de todos sus miembros o en unos compromisos sacramentales que cada uno aceptó libremente ante el altar de Dios.

Estamos asistiendo a una progresiva degradación de la familia: Muchos jóvenes no quieren asumir un compromiso estable ante la sociedad; el número de divorcios y separaciones crece de forma alarmante de día en día; las actitudes adulterinas y las parejas de hecho están adquiriendo carta de ciudadanía; los valores religiosos están ausentes de muchos hogares…

Además desde el exterior se está librando un ataque obstinado a la institución familiar. Se les quiere reconocer rango de familia a ciertas formas de convivencia, que difieren radicalmente del verdadero matrimonio. Se desprecia la familia tradicional, acusándola de frenar el progreso, se ponen trabas a la libre elección de enseñanza para los hijos. Ante esta situación es necesario reaccionar y defender la familia de todos los agentes que tratan de degradarla. A ello debemos dedicar nuestras mejores energías, porque la familia es un compromiso y una tarea de todos, y porque, si recuperamos la familia, estaremos construyendo el futuro de una comunidad humana libre, solidaria y justa.

A ello nos ayudará el ejemplo de la Sagrada Familia, modelo de todo buen comportamiento. En aquel hogar, todo era paz y respeto mutuo. El Niño Dios valoraba la autoridad de San José y la maternidad de María. San José adoraba a Dios hecho Niño y quería con amor venerable a María su esposa virginal; y Ella era la gran responsable de aquel ejemplar hogar. Que nosotros les imitemos y que ellos intercedan por nuestras familias y las de todo el mundo.

 Indalecio Gómez Varela