Esta fiesta ha sido durante siglos (con Navidad y Pascua) la
más importante de la Iglesia, día supremo de identificación
"católica" (post-medieval, barroca), con procesión pública, para
mostrar con solemnidad el triunfo de Cristo, que se identifica con El Pan y Vino
consagrados"
La procesión del Corpus con la Custodia ha sido la fiesta de
Dios/Cristo que pasa por las calles
adornadas, como signo de triunfo de la Eucaristía, rodeado incluso de
autoridades y soldados. Pero el
verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo es el cuerpo-sangre de hombres-mujeres que
comparten en Cristo y con Cristo su vida concreta de seres humanos.
Jesús no está
presente en el pan y vino aislados (en procesión triunfal por las calles), sino
en el pan-vino compartido de aquellos que se hacen “cuerpo”, comiendo en
memoria de Jesús y compartiendo la vida desde los más pobres y excluidos, en la comunidad que va creciendo como “cuerpo
mesiánico”, animado por Jesús que está presente y dice: “Ésta es mi Carne (Jn 6),
ésta es mi Sangre…” (2)
Quizá está acabando
un tipo de cristianismo socio-cultural que nació en el XIII y se consolidó en
el XVI-XVII d.C. La Fiesta-Procesión del Corpus no es hoy lo que era hace 40
años. Pero no quiero que termine, sino que sea (se haga) ocasión y principio
para una nueva catequesis eucarística, en la línea de la Biblia.
El signo de la sangre... Tomó la copa… (Mc 14, 23-25 par).
Le habían acusado de
comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores (Mt 10, 19 par).
Evidentemente, ha sabido disfrutar del vino y lo ha bebido, en solidaridad
comprometida y gozosa, ofreciéndoles a los excluidos de la tierra la promesa y
garantía del Reino. En la Última Cena, al final de su vida, Jesús mantiene ese
gesto y continúa ofreciendo vino (Reino) a todos los hombres y mujeres, a
partir de sus discípulos con los que está reunido.
Ese vino de la fiesta del Reino, que se expresa en el regalo
de su propia vida, unido al pan de sus comidas y multiplicaciones, ha quedado
como signo y gesto distintivo de su alianza universal de Reino, abierta hacia
marginados y pecadores, a los pobres y a los ricos, para que formen un cuerpo
(su cuerpo mesiánico), dándose vida unos a otros. Por eso, es normal que las
iglesias más antiguas (de Galilea, Jerusalén, Antioquía…) y luego todas las
iglesias hayan asumido el gesto y palabra del vino como expresión radical del
evangelio: Por eso, el “cuerpo del Cristo” es la misma comunidad de los
creyentes, que él ha creado y mantiene regalando su vida, su cuerpo, su sangre…
No ha venido a que le sirvan y adoren en una procesión, sino a ser principio de
vida (proceso, procesión de solidaridad) para todos los hombres. Eso significa
que el centro de la procesión no es el signo de su cuerpo bendito por las
calles, sino la vida y comunión de todos los hombres y mujeres, en la calles,
en las casas, en la vida.
– Y bebieron todos de ella, de la copa, en gesto muy preciso
de participación. Por un lado se dice que bebieron todos, sintiendo en sus
labios el gozo y la fuerza del vino, en contra de una liturgia posterior, muy
formalista que, simplificando y jerarquizando el rito, ha reservado el vino
para el presidente de la liturgia, oscureciendo así aquello que Jesús quiso. Se
añade, además, que bebieron de ella, de la misma copa. Un mismo cáliz, un gran
vaso, vincula a los participantes. Es vino que Jesús les da y que ellos reciben
y comparten, asumiendo de algún modo su camino, comprometiéndose a seguir su
senda a compartir su muerte a favor de los demás.
No hace falta decir más: éste es el vino de Jesús, la copa
de su fiesta; por eso, quienes participan de ella se comprometen a buscar y
recibir el reino. En el fondo de la fiesta emerge la más honda exigencia de
solidaridad y justicia humana. –¿Horror por la sangre? ¡No! Sangre y vida
regalada, compartida… Sangre de todos, al servicio de todos, una misma
“sangre‒vida” por las venas de toda la humanidad, de los blancos y los negros,
de los descatalogados de Madrid o Petersburgo, por tener más de 75, la
sangre‒vida de todos, como aliento de Dios, soplo de vida y corriente de amor
de Dios en la vida de todos los hombres.
Palabras de Jesús:
Ésta es mi sangre,
Hemos evocado el
gesto, pasamos a las palabras. En sentido estricto, no eran necesarias, pues el
gesto en sí resulta elocuente: Jesús, un perseguido, mensajero del reino, amenazado
de muerte, ofrece a sus amigos una copa de vino, en signo de solidaridad y
esperanza, marcada, además por la palabra escatológica con la que concluye todo
el gesto:¡no beberé más del fruto de la vid hasta que lo beba con vosotros en
el Reino...!: Mc 14, 25). Pero los textos de la Institución introducen una
palabra explicativa esta es la Sangre de mi alianza (Marcos y Mateo), es la
nueva Alianza en mi Sangre (Pablo y Lucas).
Se trata de
invertir el signo de la sangre derramada, desde la sangre de Abel y de Job,
hasta la sangre de vida de todos los seres humanos…
No se conocía entonces el “óvulo” de la mujer, ni el genoma…
Los niños nacían de la sangre de la madre. Esto es lo más sagrado: sangre de
mujer que concibe y alumbra (por eso se tiene un gran respeto ante la sangre de
la menstruación y del parto).. Pues bien, en esa raíz donde germina y se
expande arriesgadamente la vida se ha situado Jesús, ofreciendo a los humanos
su sangre, expresada en el vino.
Así podemos evocar su gesto, en forma femenina, para después
recuperarlo en forma personal, masculina y/o femenina: esta es la sangre de
Aquel que sabe dar la propia vida, para así compartirla en gozo feliz con los
otros, en forma enamorada. La Eucaristía es, por tanto, el gesto primigenio de
la mujer en parto, universalizado por Jesús, desde su situación de perseguido.
– Es sangre de víctima.
Pues bien, Jesús no mata a los enemigos para pacificar a los
amigos, sino que ofrece su sangre, con todas las víctimas del mundo, para que
se pueda instaurar la paz sobre la tierra entera. Jesús no condena a los demás,
no encarcela a los violentos, sino que se deja matar para que puedan darse paz
sobre la tierra, invitando a todos a que “toman su sangre”, a que se dejen
transformar por ella, renaciendo a una vida de amor y solidaridad. Con dura
violencia (con mala justicia) le matan. Sin ninguna violencia muere, haciendo
de su sangre (entrega personal) signo de encuentro enamorado (vino, alianza)
para todos los humanos.
Los cristianos somos donantes de sangre universal…. No sólo
en hospitales y clínicas (¡el horror de USA y muchos países donde unos tienen
que vender su sangre para así vivir…). Esta es la eucaristía de la sangre
regalada, compartida, en amor, en solidaridad humilde, desde los más pobres. Por nuestras venas corre sangre, no dinero,
no armas, no poder… Los seres humanos somos aquellos que podemos regalar
nuestra vida como sangre, por los demás.
De esta forma invierte la figura del chivo expiatorio, a
quien matan los triunfadores del sistema para imponer la paz sobre el conjunto
de la población; Jesús no mata a nadie, nada impone, sino que ama y se deja
matar por amor, ofreciendo a todos el cuerpo y sangre de su vida. De esa manera
se coloca en el lugar de todas las víctimas: en nombre de ellas dice: Ésta es
mi sangre, es la sangre de todos los han sido asesinados; ellos son los que
crean la alianza de Dios, los que pacifican la tierra.
En esa línea ha querido avanzar el Apocalipsis, al decir que
sólo los asesinados (los expulsados) y sus amigos pueden celebrar la
eucaristía, con Jesús, el Asesinado. Al final está la sangre del amor
enamorado, sangre del pacto (Ap 21-22), que no es masculina ni femenina, sino
humana y divina: comunión de amor por siempre… Sangre de madre y de víctima,
sangre de amigo… Sólo los amigos “comparten la sangre”, son capaces de morir
unos por otros…
Conclusión. Eucaristía, comunión de Sangre, copa de vida
Ésta es la Sangre de la Alianza (Nueva Alianza) real de
Jesús, no es líquido ritual de sacrificios violentos de hombre o animales (cf.
Ex 23, 8; Lev 16). Pero él no emplea ya la sangre de animales, ni la sangre de
los enemigos, sino su propia vida, entregada en favor de los excluidos de
Israel y de la tierra y expresada en el signo del vino. Con los excluidos come,
en favor de ellos ha muerto, no para pagar a Dios un precio o rescate, sino
para regalar su vida en gratuidad, por todos y con todos. Sólo allí donde los
asesinados del mundo entero están presentes y nos ofrecen su “gracia” (nos
perdonan, nos invitan al vino de la vida) podemos celebrar la Eucaristía,
recordando las palabras de Jesús.
El vino es sangre de
la alianza, que no es Nueva porque haya quedado sin valor la antigua, sino
porque es la verdadera: Alianza plena de Dios con los humanos en el Cristo,
como habían anunciado los profetas. Ésta es la “alianza” de civilizaciones y
personas, la alianza de la vida que sólo puede expresarse allí donde hombres y
mujeres se dan la vida y la celebran en gesto generoso. No es sangre separable
de la carne, como aquella con la que Moisés rociaba altar y pueblo, sino la
vida entera que Jesús ofrece y que los suyos “beben” como signo de alianza,
bebiendo el vino bendecido.
La vida en amor se vuelve “sangre de amor” que suscita vida,
que crea comunión, que vincula a los hombres y mujeres de la tierra Es sangre
de la Alianza de una vida regalada y compartida, que viene a expresarse
precisamente en el lugar de máxima violencia de la tierra, allí donde los
sacerdotes y soldados matan a Jesús. Jesús no establece un sacrificio especial,
separado del conjunto de la vida, como el de Moisés (Ex 23-24) o los sacerdotes
de Jerusalén, sino que su Vino (=Fiesta de Dios) es el mismo vino que comparten
gozosos los hombres y mujeres y su Alianza es la propia alianza de su vida, que
es la vida compartida de esos hombres y mujeres…
Ellos, todos los que
comparten el cuerpo-sangre de Jesús, son los celebrantes… ellos son la “hostia
de pan y de vino”, las especies consagradas. Jesús no está presente en el pan y
vino aislados, sino en el pan-vino compartido, es decir, en la comunidad que se
va creando como “cuerpo mesiánico” a través de la entrega de la vida de los
creyentes, a partir de los rechazados, de las víctimas. En nombre de todos
ellos, Jesús puede decir y dice: “Ésta es mi Sangre…”.
Ésta es la Sangre de Dios, que está presente en todos los
asesinados de la historia humana, a quienes Jesús representa, con quienes
inicia un camino de Reino. Por eso, cuando le Eucaristía se convierte en “pura
fiesta” de triunfadores, con grandes ceremonias de exaltación creyente, puede
suponerse que falta algo: falta el recuerdo y presencia de las víctimas, que
pueden decir y dicen con Jesús (con la comunidad…): ¡esta es mi sangre!. ¡Ésta
es nuestra sangre!.
– Es la sangre
derramada por muchos (=todos) o por vosotros (=cristianos), conforme a la
versión de Marcos/Mateo o de Lucas. Jesús ha derramado su sangre porque le han
matado con violencia. Pero, en un sentido más profundo, podemos y debemos
afirmar que él mismo ha regalado su vida por el reino, como indica el gesto del
vino: “tomó una copa y se la dio...”. Así como se ofrece un buen vino, en amor
generoso, así ha regalado él su vida a los hombres y mujeres.
Nosotros podemos
vivir porque “Jesús nos ha regalado la vida”, podemos vivir porque hay muchos
que “derraman su sangre” por nosotros. Sólo así podemos elevar el vino y decir:
Ésta es la Sangre de Jesús, es nuestra Sangre.
– Para perdón de los
pecados. Con estas palabras interpreta Mateo la afirmación antigua, según la
cual Jesús ha derramado su sangre hyper pollôn, en favor de muchos (=todos; cf.
Mc 14, 24). (cf. Mc 10, 45). Derramar la sangre es dar la vida por los demás,
sin responder con violencia, sin hacer la guerra, sangre contra sangre, muerte
contra muerte (cf. 8, 31; 9, 31; 10, 32- 34). La Eucaristía es regalar la vida,
regalar la propia “sangre”, sin vengarse, sin iniciar por ello una guerra
infinita… Sólo aquellos que están dispuestos a dar la vida por los demás
(¡aquellos que la dan…!) pueden celebrar de verdad la Eucaristía. Por ellos y
con ellos, con los que dan su sangre, con las víctimas y los expulsados, con
los encarcelados y asesinados… podemos celebrar la eucaristía, en gesto de
perdón.
(1) La Eucaristía es consustancial al cristianismo. La
fiesta del Corpus (Cuerpo y Sangre de Cristo) nace en el siglo XIII y se
populariza desde el XVI, como forma de Adoración Pública de la Eucaristía, con misa especial y procesión, el jueves que
sigue al domingo de Trinidad, este año el 11.06.20. Actualmente, la fiesta suele pasar al domingo
(14.6.20), aunque hay lugares donde se sigue celebrando el jueves, y así quiero
hoy recordarla y prepararla. Esa fiesta de gran procesión es venerable, y así
la he celebrado, en pueblos y capitales, pero no es la originaria de Jesús, y
está cambiando de manera que parece inexorable.
(2) Cada año hay problemas en la fiesta del Corpus. Este año
recordamos el hecho de que hemos dejado morir a muchos ancianos (de más de 75) como material
descartable (ya descatalogado), en la Crisis del Covid 19. ¿Cómo celebrar el
Corpus si los hemos dejado morir solos, sin Corpus, ni de procesión…? ¿Cómo
celebrar el Corpus allí donde dejamos morir por asfixia a un “negro”, para bien
de la “respiración de los blancos”?
– Tomó una copa (potêrion). Esta palabra puede traducirse,
de manera quizá más sacral, como cáliz, destacando de esa forma la experiencia
de dolor y entrega de la vida, como supone el relato de los zebedeos (¿sois capaces
de beber el cáliz que voy a beber?: cf. Mc 10, 38) y la oración de Getsemaní
(¡Aparta de mí... ! Mc 14, 36). Preferimos dejar copa, por ser más neutral,
propia de un banquete de amistad y despedida. El gesto es natural dentro de la
Cena. Es como si Jesús dijera, con Sal 116, 5: El Señor es mi Copa, tomadla
vosotros. Con la copa de vino se despide, en ella expresa el sentido de su
vida.
– Dando gracias, se la dio. Evidentemente, el vino es señal
de bendición: mientras un grupo de amigos puedan tomarlo juntos podrán bendecir
a Dios. No están abandonados, perdidos, sobre un mundo adverso. El mismo vino,
fruto de la tierra y del trabajo humano, producto de fermentación de la uva, es
signo del cuidado de Dios, del sentido de la vida y de la comunión entre los
hombres y mujeres. Jesús no les ofrece una sesión de ayuno, hierbas amargas y
llanto sino el más gozoso y bello producto de la tierra mediterránea: el vino.
No es comida diaria, tasada, de dura pobreza, sino fiesta que alegra el
corazón, siendo recuerdo y anticipo del Reino de los cielos. El agua es
necesaria, el vino es siempre gracia. Puede vivirse bien a pan y agua. El vino
(o sus equivalentes en otras culturas) es un derroche de amor y de solidaridad,
es signo de vida.
LA MÍSTICA CENA DEL SEÑOR – La Belleza de los Iconos
La “sangre de Cristo” no es el líquido bendito en la copa o
cáliz… sino el vino compartido en su nombre, con él, como él, su propia vida…
(su vida que son los hombres y mujeres…) en las casas y calles de la vida… No
es el pan y el vino que se pasean con gloria (¡cosa hermosa!), sino el pan y
vino que beben todos y comparten, creando así comunión de vida.
– La sangre (haima)
es vida. Los israelitas pueden comer las varias partes de los animales
sacrificados o no sacrificados de forma ritual, pero nunca su sangre porque
ella es la vida de la carne y os la he dado para uso del altar, para expiar por
vuestras vidas, porque la sangre expía por la vida (Lev 17, 10-12; cf. Gen 9,
4). Dios se ha reservado la sangre, como signo de su poder originario, de forma
que comer carne no sangrada o beber sangre constituye la mayor de las impurezas
(cf. Hech 15, 29). Pues bien, fiel a su más honda experiencia de trasgresión
sacral y de ruptura de límites, Jesús ofrece a sus discípulos su sangre, es
decir, su misma vida, simbolizada por el vino.
Difícilmente podemos hoy imaginar la extrañeza de este
gesto, la ruptura que supone para un israelita. Volviendo a los orígenes de la
historia humana, de todas las historias, hechas de sangre derramada y ofrecida
por los demás, Jesús ofrece a los hombres y mujeres su sangre, que es todo lo
que es y todo lo que tiene. Toda su vida se vuelve sagrada, siendo todo
profana: su vida es Sangre de Amor, ofrecida a favor de los demás, con todas
las madres del mundo, con todas las víctimas de la tierra.
– ¿Sangre de varón, sangre de mujer? El tema se encuentra
especialmente vinculado al misterio vital de la mujer, con sus menstruaciones y
partos, tal como lo han visto los pueblos antiguos (entre otros, los
israelitas). Ésta es la sangre generadora, que se expande amenazante (¡se tiene
gran respeto ante ella!) y fecunda, dando vida (pues se dice que los niños
nacen de la sangre de la madre y así es, en sentido simbólico).
Tierra, no cubras mi
sangre… (Job 16, 18)
Por eso, he dicho: Tierra, no cubras mi sangre... Así grita Job y pide a Dios… Que la sangre de todos los asesinados y descartados (¡Job,
un descartado, por enfermo, por pobre…!), que la sangre de todos los descartados y asesinados (ancianos y jóvenes, rojos
y amarillos…) clame a Dios. Esa es la Sangre de Jesús, y así decimos a Dios: No
cubras la sangre, que esté viva… que esté clamando al cielo, pero no venganza,
sino nueva y más alta bendición, comunión universal de todos los mortales, de
todas las sangres (como decía Arguedas, como ha comentado Gustavo Gutiérrez).
Es sangre que otros derraman con violencia (le matan), pero
que él ofrece en amor para superar toda violencia, instaurando con ella (en el
signo del vino) una alianza de amor definitiva. La sangre que los varones han “valorado” más no está unida a la
generación (como en la mujer), sino a la violencia de la guerra: es la sangre
de los enemigos matados en campo de batalla o de los amigos caídos en ella.
Precisemos los temas.
Al decir esta es mi sangre, Jesús puede interpretarse como mujer que da la vida
al engendrarla, por medio de su sangre, o como varón que entrega su vida, de un
modo arriesgado, pacífico, creador, en un contexto donde dominaba la violencia.
Sólo podemos vivir compartiendo la sangre de la vida, regalando la sangre…
En el principio está la sangre de aquellos que dan su propia vida (como la
mujer da su sangre, según la visión de los antiguos), entregándose a sí misma,
para que se expanda así la vida. En esa línea, el gesto eucarístico de Jesús
es, ante todo, un gesto de mujer, un gesto de amigo que comparte su sangre con
los otros, el gesto mesiánico de la vida.
Ésta es la sangre que derraman los “asesinos”, la sangre de todas las
víctimas, como ha puesto de relieve el evangelio, al decir que en Jesús han
culminado “todas las sangres de los asesinados” (Mt 23, 35). ´´Esta es por
encima de todo la sangre de los que convierten su propia vida en regalo de amor
y de vida por los otros.
Al decir “ésta es mi sangre”, Jesús está hablando en nombre
de todas las víctimas. Sólo existe eucaristía allí donde se vive en solidaridad
real con todas las víctimas: la Eucaristía es la “fiesta” de los rechazados y
excluidos, de los asesinados. De los rechazados que dice: Ésta es mi sangre, os
la regalo, para que viváis…Sólo en su nombre se puede celebrar.