martes, 2 de noviembre de 2021

HONRAR AOS DEFUNTOS..

Es el modo generoso y agradecido de seguir viviendo, tras su tránsito, el cuarto mandamiento del decálogo. Y este mes de noviembre dedicado tradicionalmente a la reflexión sobre las postrimerías de la existencia humana, nos ofrece en bandeja la ocasión de clarificar, al menos a quienes se consideren cristianos, la adecuada conducta que se nos reclama ante la muerte de un ser querido. Y es que con excesiva frecuencia constato apenado que ni siquiera los que se creen mejor formados están siendo ejemplo a seguir y modelos a imitar. Ahí va, pues, de manera sucinta el modo de hacer las cosas como lo aconseja a sus miembros la madre Iglesia en tales situaciones.

Lo primero y a propósito del mandamiento de honrar a los padres – debería ser innecesario recordarlo-, cuando un ser querido está enfermo, lo que se debe hacer, si es creyente, es avisar al médico y también al sacerdote, para que le encomiende, le telefonee y le conforte bien sea en el hogar o ahora con mayor frecuencia en el hospital, que para eso están los párrocos y los capellanes. Si sucediese el fallecimiento, debería notificarse a la parroquia a la que pertenecía, aunque no se celebren en ella las exequias, porque, como nos recuerda estos días Mons. Luis Quinteiro, “la parroquia es tu gran familia”; de ahí  que también esos sucesos luctuosos debieran comunicarse, para que los hermanos en la fe recen por sus miembros vivos y difuntos.   

En cuanto a la elección del lugar de la celebración de las exequias -reitero que me estoy refriendo a fieles católicos y a quienes respeten las creencias del fallecido-, es necesario subrayar e insistir en que el lugar propio para la celebración de los actos litúrgicos católicos no es el tanatorio, ni una residencia geriátrica o un hospital para el caso de las defunciones; como no lo es ni el colegio, o un pazo para las primeras comuniones. El lugar adecuado para la celebración de la misa exequial o funeral es el templo de la parroquia en donde vive o a la que acude la familia del finado. Y toda familia cristiana debiera saber, y si no esa circunstancia sería la ocasión de recordárselo, que los tanatorios son lugares estupendamente inventados para el duelo, pero no son el lugar adecuado para celebrar los funerales católicos. A no ser que se pretenda “despachar cuanto antes este engorro del entierro”, que entonces sí que es la más correcta elección para los deudos pero no para honrar al difunto.

Me parece especialmente necesario recordar estas elementalidades cuando ya antes pero mucho más con ocasión de la pandemia, se ha ido introduciendo la cómoda costumbre de despedir apresuradamente a los difuntos en el tanatorio, o incluso eludiendo el duelo en ese lugar, y omitiendo las celebraciones con la familia católica parroquial. No es lo más correcto ni debiera ser la práctica habitual como está sucediendo. Porque si no es plausible celebrar una misa en el tanatorio -o Celebración de la Palabra, si ésta no estuviera litúrgicamente permitida -, como sustitución del funeral en el templo; tampoco se aconseja celebrar allí una misa y en otro momento, además, el funeral parroquial. Sustitución o duplicidad de misas parecen aquí elecciones pastoralmente inadecuadas. Y es que esas corruptelas han demostrado que la excusa de que “así cada uno va a lo que puede” no está sirviendo para que acudan más personas a orar por el difunto; al contrario solo complican o multiplican innecesariamente la buena práctica tradicional de nuestras exequias cristianas: velatorio o duelo en el tanatorio y funeral en el templo parroquial. 

De ahí que haya que concienciar a los católicos vigueses para lograr que los tanatorios dejen de ser lugares de culto, como efectivamente no lo son en las villas y en los demás pueblos de nuestra diócesis. Solo en la ciudad de Vigo se está consintiendo, fomentando y extendiendo esta inadecuada costumbre que no tenía arraigo entre nosotros como legado del modo habitual de honrar a nuestros difuntos.

Por supuesto que nuestros tanatorios, también los vigueses, son magníficas empresas que prestan delicada y eficazmente sus servicios ayudando a cumplir bien con el deber de honrar a los muertos, pero no debieran suplantar o sustituir en aquello que atañe a la vivencia comunitaria de la fe, que eso corresponde a las parroquias. La comunión de toda la familia cristiana que ora por quien “duerme el sueño de la paz”, se expresa mucho mejor acudiendo todos unidos a un único funeral en el templo habitual.

Será bueno que los lectores que vivan correctamente estas actitudes y convicciones las difundan entre los cristianos menos formados, pues están fundamentadas en la tradición de la iglesia. Y en esto como en tantas cosas el que otros lo hagan no significa que esté bien hecho.  

Mons. Alberto Cuevas Fdez.

Sacerdote y periodista

Artículo publicado en el Faro de Vigo (31-10-2021)

 

LA SINODALIDAD EN PERSPECTIVA ECUMÉNICA

PARTE I

· Resumen.
· Palabras clave.
1. Punto de partida.

PARTE II
2. Introducción.
2.1. La palabra sínodo como desafío ecuménico: hacia una pedagogía sinodal.
2.2. El objetivo ecuménico de la sinodalidad: la unidad se reconstruye en el camino.

PARTE III
3. Redescubrimiento multilateral de la siniodalidad como consecuencia de una visión eclesiológica común.
3.1. Un recorrido breve por los documentos del diálogo.
3.2. La Iglesia: hacia una visón común (2013) y La respuesta católica (2019).

PARTE IV
4. Hacia la superación del principal obstáculo en el camino sinodal de la iglesia desde la perspectiva ecuménica.
4.1. Presupuestos.
4.2. ¿El Papa como portavoz de la Cristiandad?

PARTE V
· Conclusión general.
· Notas.
· Bibliografía.

Benito Méndez Fernández
Instituto Teológico Compostelano
bmendez@itcdesantiago.org
https://orcid.org/0000-0002-4241-7985

PUBLICADO EN:
Salmanticensis 68 (2021) 265-300
ISSN: 0036-3537 (impreso) ISSN: 2660-955X (online)


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Resumen: El documento de la Comisión Teológica Internacional sobre la sinodalidad (2018) tiene una decidida dimensión ecuménica, no solo porque establece una nueva forma de enfocar la vida interna de la Iglesia, sino porque implica un camino conjunto de todos los cristianos. Para ello es necesario reflexionar sobre la pedagogía sinodal y los objetivos comunes, tal y como ha sucedido con el documento de convergencia «La Iglesia: hacia una visión común» y la respuesta católica al mismo. Desde esas bases, es posible concebir las relaciones ecuménicas como un medio para encontrar la unidad en el camino.

Palabras clave: Sinodalidad, Francisco, ecumenismo, primado, eclesiología, camino, comunión.

A principios del verano de 2018 el papa Francisco viajó a Ginebra para visitar la sede del Consejo Mundial de Iglesias, con motivo del 70 aniversario de su fundación. Allí, durante la oración común, pronunció unas palabras que, en principio, parecen sorprendentes:

Alguno podría objetar que caminar de este modo es trabajar sin provecho, porque no se protegen como es debido los intereses de las propias comunidades, a menudo firmemente ligados a orígenes étnicos o a orientaciones consolidadas, ya sean mayoritariamente “conservadoras” o “progresistas”. Sí, elegir ser de Jesús antes que de Apolo o Cefas (cf. 1 Cor 1,12), de Cristo antes que “judíos o griegos” (cf. Ga 3,28), del Señor antes que de derecha o de izquierda, elegir en nombre del Evangelio al hermano en lugar de a sí mismos significa con frecuencia, a los ojos del mundo, trabajar sin provecho. No tengamos miedo a trabajar sin provecho. El ecumenismo es “una gran empresa con pérdidas”. Pero se trata de pérdida evangélica, según el camino trazado por Jesús: “El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará” (Lc 9,24). Salvar lo que es propio es caminar según la carne; perderse siguiendo a Jesús es caminar según el Espíritu. Solo así se da fruto en la viña del Señor. Como Jesús mismo enseña, no son los que acaparan los que dan fruto en la viña del Señor, sino los que, sirviendo, siguen la lógica de Dios, que continúa dando y entregándose (cf.Mt 21,33-42). Es la lógica de la Pascua, la única que da fruto 1.

Si el ecumenismo es un negocio ruinoso o con pérdidas, entonces, ¿qué queda de todos los esfuerzos por la unidad de los cristianos…, cientos de encuentros, congresos, oraciones comunes, comisiones... habrá sido todo en vano? Es verdad que queda mucho por hacer, pues la tarea ecuménica, teóricamente un compromiso irreversible 2, no goza de la prioridad que debería en la agenda eclesial. No en vano ha sido recientemente publicado un Vademecum ecuménico para recordárselo a los obispos 3. Todavía quedan muchos prejuicios del pasado, cuando no resquemor, en algunos casos, debido a acontecimientos histórico poco afortunados 4. Es decir, aparentemente no hay muchas razones para el optimismo a corto plazo. Por eso son sorprendentes las palabras de Francisco, porque él no es, precisamente, un pesimista. Más bien su profunda confianza en que es el Espíritu Santo, quien dirige a la Iglesia de Cristo, le lleva a llamar nuestra atención para salir de nuestra acedia y letargo, también en esta tarea, y nos pongamos en camino para revertir la situación de división entre cristianos. Es una tarea urgente que, además, será un signo que contribuirá al bien de toda la humanidad 5. Su constante ejemplo de apertura y de búsqueda de encuentro con los otros nos anima, pues, a dejar los viejos prejuicios, y, en el fondo, a dejar la comodidad. La afirmación de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia la empuja de forma natural hacia la sinodalidad, a caminar juntos, en todas sus dimensiones, tal y como ya intuyeron hace décadas algunos paladines del ecumenismo como el hermano Roger de Taizé o Yves Congar 6.

Las palabras de Jesús no pueden ser más exigentes: “quien quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mi causa la salvará” (Lc 9,24). Nos recuerdan también a las de San Pablo: “por Cristo lo he perdido todo” (Fil 3, 7-8). No son palabras fáciles de aceptar, porque no es fácil asumir que no somos los únicos cristianos, los exclusivos. Aunque llevamos cincuenta años de recepción del Concilio Vaticano II, sus textos todavía no han penetrado en nuestras carnes de forma suficiente. Esos textos afirman que los que no son católicos, y están bautizados, son cristianos; pertenecen a Cristo, son hermanos, son de la familia, y debemos ser consecuentes con ello. Es decir, la Iglesia católica reconoce claramente que las fronteras visibles de la Iglesia católico-romana no coinciden con las fronteras de la Iglesia, una, santa, católica y apostólica que profesa el Credo 7. Por otra parte, asumir a los diferentes como hermanos de forma creíble, y así desarrollar una verdadera catolicidad, exige comenzar a asumir las diversidades en el interior de la Iglesia como una riqueza y no como un impedimento. Esto exige, en consecuencia, cambiar las formas tradicionales de la relación entre sus miembros 8. Esa ‘conversión sinodal’ interna, como decimos, hará creíble el compromiso eclesial en el trabajo ecuménico. Desde hace décadas los documentos más importantes nos recuerdan que este solo puede realizarse en actitud de ‘recibir’ los dones que los demás tienen, considerándolos como también propios, por medio de un intercambio dinámico 9.


1.- Punto de partida

A continuación, dando por supuestos los diferentes aspectos del principio sinodal tratados en el documento sobre La sinodalidad de la Comisión Teológica Internacional (2018) nos centraremos en su desafío ecuménico:

“Además, la sinodalidad está en el corazón del compromiso ecuménico de los cristianos: porque representa una invitación a recorrer juntos el camino hacia la comunión plena, y porque ofrece —correctamente entendida— una comprensión y una experiencia de la Iglesia en la que pueden encontrar lugar las legítimas diversidades en la lógica de un recíproco intercambio de dones a la luz de la verdad” (9) … “En este contexto, la actuación de la vida sinodal y la profundización de su significado teológico constituyen un desafío y una oportunidad de gran relieve en la prosecución del camino ecuménico” 10.

También encontramos esta dimensión fundamental en el último gran documento ecuménico sobre eclesiología, procedente de la Comisión Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias:

La palabra sínodo viene de los términos griegos syn (con) y odos (camino), lo que sugiere “caminar juntos”. Tanto sinodalidad como conciliaridad significan que “cada miembro del cuerpo de Cristo, en virtud del bautismo, tiene su lugar y sus propias responsabilidades” en la comunión de la Iglesia. Bajo la guía del Espíritu Santo, la Iglesia entera es sinodal/conciliar en todos los niveles de la vida eclesial: local, regional y universal. La cualidad de sinodalidad o conciliaridad refleja el misterio de la vida trinitaria de Dios, y las estructuras de la Iglesia expresan esa cualidad para actualizar la vida de la comunidad como comunión 11.

A estas dos referencias es necesario añadir la que nos muestra el importante discurso del papa Francisco con motivo del cincuenta aniversario de la constitución del Sínodo de los obispos, el 17 de octubre de 2015. De ella, junto con las anteriores, podemos deducir que no hay otra alternativa para la Iglesia, también en este ámbito ecuménico, que no sea la sinodalidad:

“El compromiso de edificar una Iglesia sinodal —misión a la cual todos estamos llamados, cada uno en el papel que el Señor le confía— está grávido de implicaciones ecuménicas... Estoy convencido de que, en una Iglesia sinodal, también el ejercicio del primado petrino podrá recibir mayor luz. El Papa no está, por sí mismo, por encima de la Iglesia; sino dentro de ella como bautizado entre los bautizados y dentro del Colegio episcopal como obispo entre los obispos, llamado a la vez —como Sucesor del apóstol Pedro— a guiar a la Iglesia de Roma, que preside en la caridad a todas las Iglesias.

Mientras reitero la necesidad y la urgencia de pensar en una conversión del papado... Estoy convencido de tener al respecto una responsabilidad particular, sobre todo al constatar la aspiración ecuménica de la mayor parte de las Comunidades cristianas y al escuchar la petición que se me dirige de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva” 12

Teniendo en cuenta estas referencias, queremos orientar nuestra mirada no tanto en los contenidos de ese “caminar juntos” que forman las relaciones ecuménicas concretas. Estas han traído ya unos resultados que pueden considerarse históricos, al menos en lo que se refiere a las de católicos y ortodoxos y, por supuesto, a las de católicos y luteranos 13. Cada uno de estas relaciones merecería, de por sí, un tratamiento pormenorizado y específico, pues, desde la publicación del Decreto de Ecumenismo del Concilio Vaticano II, dar cuenta de la situación ecuménica se ha convertido en un tema oceánico y no fácil de alcanzar en una mirada global 14.

El papa Francisco, en el texto citado, ya nos está señalando uno de esos nudos que es necesario desatar en el camino ecuménico 15. Para ello habrá que partir de las bases comunes que el Movimiento ecuménico ha ido adquiriendo gracias a su propia evolución histórica. Esas bases, por otra parte, refuerzan la conciencia de que el mundo en que vivimos, exige por parte de todos los cristianos un cambio radical de actitud, una apertura radical hacia la colaboración. Lo que está en juego no es la supervivencia de las Iglesias, sino la credibilidad del mensaje de Cristo; y tal credibilidad ya no es posible recuperarla de forma aislada 16. Por eso el papa se propone responder a ese desafío comenzando por la propia casa, dinamizando la vida sinodal de la Iglesia en todos sus niveles. Sólo mediante esta ‘conversión hacia la sinodalidad’ quedará preparada y enfocada a las necesidades de la misión en las circunstancias actuales. Esta iniciativa significa un nuevo paso, por así decirlo, en la recepción del Concilio, si lo comparamos con las circunstancias de pontificados anteriores, más preocupados por la unidad de la Iglesia, entendida como comunión doctrinal con su jerarquía 17.

La justificación de esta opción nuestra por una fundamentación general de la sinodalidad se basa en una convicción hoy mayoritariamente asentada entre los grupos que participan en el Movimiento ecuménico 18. Para construir el futuro, se ha de partir de lo que nos une en profundidad, más que de aquello que nos diferencia 19. Siendo esto así, en primer lugar, en la introducción, después de exponer un breve panorama del cristianismo mundial, nos proponemos reflexionar sobre la necesidad de una pedagogía sinodal y sobre la sinodalidad como objetivo ecuménico. Cierto es que la misma aparece con mayor relevancia en el diálogo católico-ortodoxo; pero, siendo dimensión constitutiva de la Iglesia, se ha de extender a todos los diálogos y, de hecho, podemos encontrar un ‘núcleo sinodal’ en todos ellos, como veremos. Por eso, en segundo lugar, nos hemos decidido por poner el foco de nuestra atención en la visión común del ser y la misión de la Iglesia que, después de décadas de diálogo, se ha convertido en patrimonio compartido por las principales confesiones cristianas y, por ello, constituye una base firme para un modelo de Iglesia sinodal, una Iglesia de la complementariedad y no del aislamiento confesional.

Son muchos los aspectos que merecen atención en este proyecto sinodal de la Iglesia desde el punto de vista ecuménico. Entre ellos, nos hemos decantado por sopesar algunas sugerencias conocidas, pero que vuelven a la palestra ecuménica, a la hora de intentar desatar uno de esos “nudos” que impiden un caminar ligero entre los cristianos, como es la misión del primado en la Iglesia universal. Aun así, no podremos más que señalar el camino, pues el recorrerlo, aunque fuera someramente, también traería consigo entrar en toda la riqueza de documentos ya publicados sobre el tema, principalmente en el diálogo anglicano-católico y en el diálogo ortodoxo-católico de los últimos años.

Continuará...