Es el modo generoso y agradecido de seguir viviendo, tras su tránsito, el cuarto mandamiento del decálogo. Y este mes de noviembre dedicado tradicionalmente a la reflexión sobre las postrimerías de la existencia humana, nos ofrece en bandeja la ocasión de clarificar, al menos a quienes se consideren cristianos, la adecuada conducta que se nos reclama ante la muerte de un ser querido. Y es que con excesiva frecuencia constato apenado que ni siquiera los que se creen mejor formados están siendo ejemplo a seguir y modelos a imitar. Ahí va, pues, de manera sucinta el modo de hacer las cosas como lo aconseja a sus miembros la madre Iglesia en tales situaciones.
Lo primero y a propósito del mandamiento de honrar a los
padres – debería ser innecesario recordarlo-, cuando un ser querido está
enfermo, lo que se debe hacer, si es creyente, es avisar al médico y también al
sacerdote, para que le encomiende, le telefonee y le conforte bien sea en el
hogar o ahora con mayor frecuencia en el hospital, que para eso están los
párrocos y los capellanes. Si sucediese el fallecimiento, debería notificarse a
la parroquia a la que pertenecía, aunque no se celebren en ella las exequias,
porque, como nos recuerda estos días Mons. Luis Quinteiro, “la parroquia es tu
gran familia”; de ahí que también esos sucesos luctuosos debieran
comunicarse, para que los hermanos en la fe recen por sus miembros vivos y
difuntos.
En cuanto a la elección del lugar de la celebración de
las exequias -reitero que me estoy refriendo a fieles católicos y a quienes
respeten las creencias del fallecido-, es necesario subrayar e insistir en que
el lugar propio para la celebración de los actos litúrgicos católicos no es el
tanatorio, ni una residencia geriátrica o un hospital para el caso de las
defunciones; como no lo es ni el colegio, o un pazo para las primeras
comuniones. El lugar adecuado para la celebración de la misa exequial o funeral
es el templo de la parroquia en donde vive o a la que acude la familia del
finado. Y toda familia cristiana debiera saber, y si no esa circunstancia sería
la ocasión de recordárselo, que los tanatorios son lugares estupendamente
inventados para el duelo, pero no son el lugar adecuado para celebrar los
funerales católicos. A no ser que se pretenda “despachar cuanto antes este
engorro del entierro”, que entonces sí que es la más correcta elección para los
deudos pero no para honrar al difunto.
Me parece especialmente necesario recordar estas
elementalidades cuando ya antes pero mucho más con ocasión de la pandemia, se
ha ido introduciendo la cómoda costumbre de despedir apresuradamente a los
difuntos en el tanatorio, o incluso eludiendo el duelo en ese lugar, y
omitiendo las celebraciones con la familia católica parroquial. No es lo más
correcto ni debiera ser la práctica habitual como está sucediendo. Porque si no
es plausible celebrar una misa en el tanatorio -o Celebración de la Palabra, si
ésta no estuviera litúrgicamente permitida -, como sustitución del funeral en
el templo; tampoco se aconseja celebrar allí una misa y en otro momento,
además, el funeral parroquial. Sustitución o duplicidad de misas parecen aquí
elecciones pastoralmente inadecuadas. Y es que esas corruptelas han demostrado
que la excusa de que “así cada uno va a lo que puede” no está sirviendo para
que acudan más personas a orar por el difunto; al contrario solo complican o
multiplican innecesariamente la buena práctica tradicional de nuestras exequias
cristianas: velatorio o duelo en el tanatorio y funeral en el templo parroquial.
De ahí que haya que concienciar a los católicos vigueses
para lograr que los tanatorios dejen de ser lugares de culto, como
efectivamente no lo son en las villas y en los demás pueblos de nuestra
diócesis. Solo en la ciudad de Vigo se está consintiendo, fomentando y
extendiendo esta inadecuada costumbre que no tenía arraigo entre nosotros como
legado del modo habitual de honrar a nuestros difuntos.
Por supuesto que nuestros tanatorios, también los
vigueses, son magníficas empresas que prestan delicada y eficazmente sus
servicios ayudando a cumplir bien con el deber de honrar a los muertos, pero no
debieran suplantar o sustituir en aquello que atañe a la vivencia comunitaria
de la fe, que eso corresponde a las parroquias. La comunión de toda la familia
cristiana que ora por quien “duerme el sueño de la paz”, se expresa mucho mejor
acudiendo todos unidos a un único funeral en el templo habitual.
Será bueno que los lectores que vivan correctamente estas
actitudes y convicciones las difundan entre los cristianos menos formados, pues
están fundamentadas en la tradición de la iglesia. Y en esto como en tantas
cosas el que otros lo hagan no significa que esté bien hecho.
Mons. Alberto Cuevas Fdez.
Sacerdote y periodista
Artículo publicado en el Faro de Vigo (31-10-2021)
No hay comentarios:
Publicar un comentario