jueves, 27 de febrero de 2020

EL FALSO PARAÍSO


Simone Weil, una filósofa francesa que murió en el año 1943, con tan solo 34 años de edad, es la autora de un misterioso pensamiento sobre el que merece la pena reflexionar: «El infierno es creerse en el paraíso por error».

Un primer punto de aproximación lo encontramos en uno de los escritos de san Agustín, en el que abordando la cuestión de la felicidad del hombre, plantea la siguiente hipótesis: Si viniendo Dios al mundo nos hablase con su propia voz y nos invitase a disfrutar sin límites de la abundancia de todas las cosas creadas, no solo en el espacio de esta vida, sino por toda la eternidad; pero, eso sí, anunciándonos que no veremos nunca su rostro… Al llegar esta noticia a la humanidad, prosigue san Agustín, se escucharía en todo el orbe un lamento colectivo, nacido de la decepción del ser humano por ver frustrado su deseo de unirse a Dios.

Recientemente ha sido traducida al castellano una obra de Gustave Thibon titulada Seréis como dioses, en la que el autor nos propone una hipótesis muy semejante, aunque planteada como un logro de la humanidad: Imaginemos un mundo futuro en el que los hombres sean plenamente inmortales gracias a los avances científicos. Imaginemos un mundo en el que la ciencia haya colmado al ser humano de todas sus aspiraciones inmediatas, pero a costa de dejarlo sin eternidad, a costa de renunciar a participar de la vida de Dios. La consecuencia de esta hipótesis sería, igualmente, la frustración más profunda del hombre. No existe una plenitud de felicidad sin Dios. El propio san Agustín lo resumía en su conocida máxima: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti». El ser humano, a diferencia del resto de la creación, está llamado a la intimidad con Dios, porque ha sido creado a su imagen y semejanza.

Ocurre además que cuando nos creemos en el “paraíso”, sin estarlo en realidad, caemos inevitablemente en la idolatría; y esta idolatría nos convierte en ciegos y sordos… La encíclica Lumen fidei, de la cual se dice que fue escrita a cuatro manos por Francisco y Benedicto XVI, recoge la siguiente expresión del rabino Kock: «Se da idolatría cuando un rostro se dirige reverentemente a un rostro que no es un rostro» (LF 13). O dicho de otra forma: cuando el cielo se vacía de Dios, la tierra se llena de ídolos. Entregar el corazón plenamente a las creaturas en vez de al Creador, conlleva inevitablemente la decepción y el sufrimiento. Así lo expresa la misma encíclica: «El hombre se disgrega en la multiplicidad de sus deseos… Por eso, la idolatría es siempre politeísta, ir sin meta alguna de un señor a otro» (LF 13).

Como bien afirmó Benedicto XVI: «El cielo pertenece a la geografía del corazón». Por ello, el infierno consiste, fundamentalmente, en la ausencia de Dios, en la inmensa frustración por renunciar a colmar el deseo de plenitud que anida en el corazón humano.  Alguien dijo que el cielo no es otra cosa que el mismo Dios ‘por dentro’.  Es decir, el cielo no es un lugar en el que está Dios, sino que es en Dios donde se encuentra el cielo. Insisto una vez más: el cielo es participar de la intimidad de Dios, y el infierno radica en el rechazo dramático del don de su amistad.

Dicho lo anterior, pienso que la expresión de Simone Weil –«El infierno es creerse en el paraíso por error»— requiere también de una reflexión complementaria: La antesala de ese infierno consiste en estar rodeados de los dones de Dios –que son las arras del cielo—, sin llegar a reconocerlos ni a disfrutarlos. En efecto, si es idolatría hacer de las creaturas el paraíso, no es menor drama el sentirse desgraciado cuando tenemos motivos sobrados para rebosar de agradecimiento.

En la medida en que nos adentramos en la conocida parábola del Hijo Pródigo, caemos en la cuenta de que el drama de los dos hermanos es el mismo. El problema fundamental, tanto del hermano menor como del hermano mayor, es que no disfrutaban viviendo en la casa paterna. Estaban rodeados de todo lo que necesitaban para ser felices, y, paradójicamente, no lo gozaban. Miraban por la ventana con nostalgia, cuando resulta que todo lo que precisaban para ser felices lo tenían en casa.

En esta misma situación podemos encontrarnos muchos de nosotros: tenemos multitud de motivos para vivir radiantes de alegría, y sin embargo no los disfrutamos. Anhelamos otras migajas, mientras despreciamos el pan que tenemos en nuestra mesa.  Por ello, me atrevo a añadir a la expresión de Simone Weil esta otra: A la antesala del infierno se entra cuando se vive amargado por no reconocer las arras del cielo de las que estamos rodeados.

El tiempo de Cuaresma es una buena oportunidad para examinar dónde está colocado el centro de gravedad de nuestro corazón, corrigiendo dos riesgos de signo contrario: apegarnos a los bienes de este mundo, hasta el punto de confundirlos con Dios; y despreciar los dones de Dios, viviendo sumidos en la amargura. La vocación del hombre es la de amar sin idolatrar; disfrutar de los dones de Dios en esta vida, pero sabiendo que solo Dios puede colmar nuestra vocación al amor.

Os propongo que a lo largo de esta Cuaresma meditemos sobre las tres citas bíblicas con las que Jesucristo rechazó las tentaciones en el desierto: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios», «No tentarás al Señor tu Dios» y «Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto». A buen seguro, serán de gran ayuda para discernir entre el falso y el verdadero paraíso. ¡Jesús ha venido para que tengamos vida, y vida abundante! (cfr. Jn 10, 10).

Artículo publicado en el Diario Vasco,  el Miércoles de Ceniza , 26 de febrero de 2020, escrito por D. José Ignacio Munilla con motivo del comienzo de la Cuaresma.

miércoles, 26 de febrero de 2020

O noso bispo D. Julian en Tremoedo


O NOSO ARCEBISPO DON JULIAN BARRIO
VIRÁ Á NOSA PARROQUIA DE SANTO ESTEVO DE TREMOEDO EN VISITA PASTORAL O VINDEIRO 7 DE MARZO
ACOMPAÑÉMOLO TODA A PARROQUIA
ÁS 5 DA TARDE


Visita Pastoral do noso Bispo ás parroquias encomendadas ao noso párroco D. Manuel.
            O noso Bispo D. Julián Barrio visitara a nosa parroquia de Santo Estevo de Tremoedo o vindeiro sábado 7 de marzo as 5 da tarde, de seguido o fará as 7 da tarde na de Santa Maria de Caleiro, onde teremos misa, saúdo e encontro cos veciños, en especial cos catequistas e os que traballan nos distintos servicios parroquiais, como Caritas, comisión económica, coidado do templo, etc.
            É un momento moi importante para as nosas parroquias no que recibimos ao noso Pastor e Pai para celebrar connosco a fe e animarnos a vivir con entusiasmo o noso cristianismo, sobre todo nestes tempos de confusión e profundos cambios sociais, onde moitos  se deixan levar pola moda e pola confusión que os envolve; polo que debemos reservar este día para que sirva para renovar a nosa fe e a nosa pertenza á igresa que nos anuncia a salvación do Señor Xesús e a celebra a través dos sacramentos.
            Preparemos con entusiasmo este encontro a través da oración e que a nosa participación sexa efectiva e proveitosa para o noso ben e o da parroquia, e non sexamos meros espectadores, ou aínda peor, desentendéndonos dun acontecemento tan significativo como é este para a parroquia.

miércoles, 12 de febrero de 2020

EL PODER DE LA ORACIÓN



PRESENTACIÓN: ES HORA DE ORAR
La oración es la respuesta que nos sale del corazón, cuando nos ponemos ante Dios, aquel que nos creó a su imagen. Una multitud inmensa de creyentes nos han llevado al encuentro con Dios, a esos orantes antes de todos los tiempos que encontramos el fundamento de nuestra oración.

El Espíritu Santo que ahora a nosotros, nos hace comprender los acontecimientos que forman nuestro vivir diario. La oración es hoy una realidad en crisis, abandono de la oración vivida como adoración y súplica confiada al Padre; el mundo se mueve por criterios de actividad, trabajo y rendimiento, y olvida lo trascendente, lo espiritual, lo gratuito, se deja la oración como encuentro personal con Dios, para cuando el tiempo lo permita.

Queremos que Dios venga, pero no esperamos encontrarlo " aquí y ahora", no sabemos esperar y escuchar, esa voz suave que habita en nuestro interior, que nos aporta calma y orientación, para responder con esa confianza, que nos lleva más allá de nuestras dudas.

La vida humana es compleja; de lucha y paz, no tiene porque ser una carga que haya que resolver, sino una bendición que hay que aceptar; la oración nace del deseo de Dios, que nos transforma.
  
PRIMERO. QUÉ ES ORAR
La oración, como todo acto de amor, es una experiencia personal, única, nadie puede vivirla por otro, yo miro a Dios amándolo, es buscarlo mas allá de libros o frases, es entrar en relación con Dios, a quién tenemos acceso por Jesucristo y por la acción del Espíritu Santo, se entrega a nosotros por amor, orar es ponernos en camino todos los días hacia la "tierra prometida", nos dice que lo importante es nuestra actitud interior sincera amorosa, ante el Padre, Dios es amor y está pendiente de cada uno de nosotros, para dar sentido a nuestra vida; la oración es experiencia de amor, que transforma a quienes aman, que engendra personas nuevas porque afecta a todo su ser y los mueve a dar una respuesta de amor: "Vivir sin orar es vivir sin la mejor compañía, sin conocer la paz, la seguridad y la confianza que sólo pueden brotar de Dios. La oración del hombre humilde, es la debilidad de Dios".


SEGUNDO. ISRAEL, UN PUEBLO ELEGIDO: DE ESTE PUEBLO SURGIRÁ LA SALVACIÓN PARA TODOS LOS PUEBLOS
La fe de Israel es histórica; su único Dios se fue revelando a través de sucesivas intervenciones en momentos importantes de su historia. El destierro supuso un drama en la vida y en la fe del pueblo judío; aquello en que se apoyaba, se sentía orgulloso de sus señas de identidad, se vino abajo la tierra de la promesa, la monarquía, la Ciudad Santa, el templo, el culto; la Biblia ha recogido estos sentimientos de frustración y esta crisis de fe en las palabras de los profetas y en los salmos. Nosotros formamos parte de aquellos a quienes Dios dijo: "vosotros sois mi pueblo y yo soy vuestro Dios", que nos ama, que nos transforma; un Dios atento a nuestras súplicas, que oye, mira, recuerda, acompaña, ayuda y bendice, el Señor te llama a ser parte de su pueblo y lo hace con gran respeto y amor.


TERCERO. UN PUEBLO EN CAMINO
-¡Abraham, sal de tu tierra!. Moisés hacia la tierra prometida. Con el comienza la alianza de Dios con su pueblo, ¡haré de tí una gran nación!, la fe se hace obediencia, esa actitud de confianza personal a Dios, que liberó a Israel de la esclavitud de Egipto, es el artículo más importante de la fe del Antiguo Testamento.

Un largo camino, durante cuarenta años a través del desierto, de peregrinar sin tregua por un desierto inmenso, lleno de peligros, de soledad, de sed, de hambre y miedos, todo esto representa la cara sombría del pueblo elegido a través del desierto; pero el desierto tiene también otra cara abierta a la esperanza, el Señor acompaña su pueblo, lo alimenta con el maná, lo conduce como un pastor a su rebaño, hace brotar el agua de la roca, lo protege con una nube de sol, y hace una alianza con el más pequeño de todos los pueblos, constituyéndolo como el pueblo de su propiedad, y le entrega la ley como signo de su amor y su lealtad, la experiencia del pueblo elegido en camino, nos ofrece luz para iluminar los caminos que el Señor quiere que recorramos. "Cuando el camino me canse, no te pido que me hables, sino que me des la mano".


CUARTO. ABRAHAM. LA NECESIDAD DE CONTARLE A DIOS LAS COSAS QUE NOS PASAN
Abraham es el hombre que supo vivir en la presencia de Dios, en el "aquí estoy, aquí me tienes", en una actitud de obediencia y fidelidad a Dios. Sale de Ur de Caldea, su patria, con su familia hacia un país que no conoce y un futuro desconocido, no se apoya en sí mismo ni en los méritos de los hombres, sino en la promesa de Dios, "Haré de tí una gran nación, te bendeciré", mira al cielo y cuenta las estrellas, si puedes contarlas, así será tu descendencia, el diálogo entre Abraham y Dios ensalza la justicia de Dios y el poder de la oración, cuando el Dios en que ha confiado le da a su hijo, éste le pide un nuevo gesto de obediencia; el sacrificio de Isaac, y Abraham responde obedeciendo y confiando, aún no entiendo nada.

Nos enseña a orar, a vivir en diálogo con Dios a partir de las promesas, que cada vez que vamos a orar el Señor ya nos está esperando; que nuestra oración es un intercambio con Aquel de quien nos podemos fiar porque nos ama.

Para Abraham, y para nosotros, orar es entrar en el desierto donde no hay caminos, pero con la certeza de que Dios nos acompaña y nunca nos abandona, orar es sembrar semillas en la noche, llenar de luz las oscuridades y las sombras, es regar cada día la flor de la esperanza; en la historia de Abraham aprendemos a encontrar a un Dios sin fronteras, a invocar su nombre, a entrar en su presencia, a escuchar y hacer lo que Él nos pide; preciosa historia la de Abraham, porque no está escrita para brillar por sí misma, sino para enseñarnos a orar, a vivir como creyentes en la presencia de Dios. "No existen educadores, sino personas que muestran a otras lo que hacen ellas para
educarse a sí mismas".


QUINTO. JACOB. EN LAS BATALLAS DE CADA DÍA BUSCÓ EL ROSTRO DE DIOS
La apasionante historia de Jacob, soñó con una escalera, que plantada en la tierra, llegaba hasta el cielo y por la que subían y bajaban ángeles, Jacob se despertó lleno de asombro y llamó a aquel lugar: "morada de Dios".

Jacob da nombre a su pueblo: Israel, y es el antecesor de las doce tribus, su vida está marcada por dos encuentros con Dios; el sueño de Betel y el combate con Dios en el valle de Yaboc, separados por veinte años uno de otro. Es un hombre que nos enseña a buscar el rostro de Dios, en los acontecimientos de cada día, a superar dificultades: Dios está ahí, y nos habla, no está en lo alto de la escalera, sino que está junto a cada uno de nosotros como estuvo junto a Jacob. El mundo de Dios y el nuestro están en contacto, por la que todos tenemos acceso a Dios Padre. Es entonces cuando orar de verdad, no se deja llevar de sus valores personales, ante el gran combate que se le viene encima, se humilla ante el Señor, se queda solo y lucha con un hombre hasta el amanecer, le dice: "suéltame que llega la aurora". Jacob respondió: "no te soltaré hasta que me bendigas".

Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios. Con su fe y su oración, superó la prueba en la noche oscura, Jacob nos enseña a buscar el rostro de Dios en las batallas de cada día.

El Señor libera, acompaña, elige, perdona, transforma, abre las puertas de la vida, como a Jacob se nos pide la prueba de la fidelidad, perseverar en la oración; por Aquel a quien tratamos de llegar; todos los días trata de llegar a nosotros y nos promete: "no temáis, yo he vencido al mundo".

Características de toda la oración y de toda la prueba son: la paciencia, la perseverancia, la confianza; las tres son camino de una esperanza que no defrauda. La paciencia es una virtud que nos enseña a saber esperar el tiempo de Dios para que todas sus promesas, que colma nuestras esperanzas, se cumplan. La perseverancia nos hace comprender que la búsqueda de Dios es un proyecto que dura toda la vida; no es una respuesta inmediata a nuestra oración, sino una luz que brilla en nuestro interior para guiarnos, día a día, a través de nuestras preocupaciones. La confianza nos da fuerzas para afrontar lo desconocido, nos guía en el vacío de la vida con la esperanza puesta en el Dios de las sorpresas y con una sonrisa en nuestro rostro. Jacob no esperaba nada maravilloso en Betel, era un lugar como los otros, solitario e incómodo, era de noche y había que dormir sobre el duro suelo; pero allí le aguardaba un sueño maravilloso, estaba Dios esperándolo, nos espera en cada uno de los momentos y circunstancias de cada día para decirnos como a Jacob: "Yo estoy contigo y te bendeciré a donde quiera que vayas, y no te abandonaré". Ora en la necesidad y sepas orar también, en la plenitud de tu alegría y en los días de abundancia.


SEXTO. MOISÉS: INTERCEDER POR UN PUEBLO DE DURA CERVIZ
Con Moisés la promesa se hace realidad, en el Sinaí, con la entrega de la ley, la alianza se ratifica, Dios viene hasta el hombre, hace un pacto con él, se compromete a llevarlo a la tierra que había prometido a Abraham, el Señor se adelanta a liberar al pueblo, porque Dios se adelanta siempre a amarnos, nos ama antes de que le conozcamos.

Los cuatro libros de Pentateuco hablan de Moisés y le presentan como un hombre de oración, como profeta y como legislador de Israel se adentrará, cada vez más profundamente en la intimidad con Dios, al mismo tiempo que irá recorriendo las periferias de su mundo; incluso morirá en las fronteras de la tierra prometida, contemplándola desde el monte Nebo. El Señor lo eligió para liberar a los israelitas, pero Moisés no se siente preparado para la misión que le encomienda, pensamos que los proyectos de Dios salen adelante por nuestros esfuerzos humanos, y no es así, triunfan cuando utilizamos los medios que Dios nos regala; la humildad, la oración, la gracia, el servicio y la entrega. La historia de Israel es hoy para nosotros prototipo de una humanidad que busca el cumplimiento de sus anhelos más profundos, Jesús es el nuevo Moisés, presencia de Dios en medio de nosotros, es el Profeta de la nueva ley, el Maestro que nos enseña a vivir el evangelio, de las Bienaventuranzas proclamando en esa montaña que representa el nuevo Sinaí. Moisés nos enseña tres actitudes del hombre respecto a Dios, la oración, la alabanza, es el hombre de la intersección y de la acción.

Orar es abrirse a la trascendencia de Dios, entrar en su presencia, responder a su llamada, la alabanza es adoración asociada a la intercesión porque está arraigada en la vida y en los acontecimientos. "Haz to lo que puedas, pide lo que no puedas, y Dios te dará para que puedas".


SÉPTIMO. LOS SALMOS: LA EXPERIENCIA ORANTE
Es el libro más usado de la Biblia en los últimos tres mil años por judíos y cristianos, en principio se llamaba: "Libro de las Alabanzas", se conoce también como "Salterio", porque éste era el instrumento más usado para cantarlos en comunidad, en el Antiguo Testamento, era el libro oficial de himnos, en el templo y en la sinagoga; hoy la Iglesia lo mantiene como libro de oración en el Oficio Divino y en la Santa Misa, en los Salmos palpita la historia del corazón del hombre de ayer y de hoy, y de todos los tiempos; son también la ternura y misericordia de Dios para nosotros; en los salmos están grabadas las experiencias de la fe del pueblo de Dios que aclama, canta, agradece, suplica, busca y anhela al Señor; "dichoso el hombre", esta es la primera palabra que Dios nos dirige, porque no se desentiende de nosotros, nos ama mostrándonos el camino de la vida, toda la realidad del creyente confluye en estas oraciones, que el pueblo de Israel primero y la iglesia después, asumieron como mediación privilegiada de relación con Dios y como respuesta a su revelación en la historia; quien reza los salmos habla a Dios con las mismas palabras que Él pone en nuestros labios, se dirige a Dios con los

sentimientos que Él mismo hace brotar en nuestro corazón, nos enseña a dar gracias, a celebrar la grandeza de Dios, a reconocer la belleza de sus obras. "La oración es música callada y soledad sonora; es un grito amoroso dicho en silencio y manifestado con constancia, es esperar para encontrar, hablar para callar, decir para escuchar".


OCTAVO. UN PUEBLO EN EL DESIERTO
La experiencia que Israel tuvo de Yavé en el desierto marcó su identidad para siempre, por la alianza pasó a convertirse en el pueblo de su propiedad, su tarea y su misión desde ese momento consistía en convertirse en testigo del amor de Dios que le había liberado; la salida de Egipto, el camino a través del desierto y la entrada en la tierra prometida formaron parte del acontecimiento salvador de Dios.

Dos son los desiertos bíblicos en Tierra Santa: el desierto de Judá, al sureste de Jerusalén, limitando con el Jordán y mar Muerto, y del desierto del Heguev, situado más al sur, entre la depresión delAravá a oriente y la frontera egipcia a occidente. Al sur, antes de llegar a Eilat, están los desiertos bíblicos de Zin y de Farán. Dios estaba con el pueblo, pero de un modo velado, esto los llevó a no fiarse de Él, el desierto, desde el primer momento dió vértigo y llenó de temor y recelo a los israelitas, hasta el punto de añorar las cebollas de Egipto, símbolo de la servidumbre y de la esclavitud. La palabra hebrea para designar el desierto es "Midbar", que significa, "conducir o apacentar", y el término que mejor lo traduciría sería "páramo"; de la misma raíz proviene el vocablo "Dabar", que significa "palabra". El desierto es el lugar de la Palabra que crea, saca a la luz, da nombre y hace suyo todo, el desierto ayuda a comprender toda la Historia de Salvación que en él se revela, es el comienzo de una nueva vida; en él se hace la primera alianza, al desierto se retira Elías para renovarla, y será el lugar de purificación para Oseas, el Bautista predicaba la conversión y exhorta a preparar el camino al Señor, y en el desierto, llevado por el Espíritu, comienza Jesús su vida pública. "Soy consciente de que la voz de la Iglesia es a veces, la voz que grita en el desierto".


NOVENO. SUBIR AL MONTE. DIOS ME DA UNA LEY PARA VIVIR
El monte es el lugar de encuentro con Dios, es escenario de las grandes "teofanías"; manifestaciones de Dios. Subir al monte supone un esfuerzo, hay que elevarse por encima de aquello que nos mantiene apegados al suelo, subir es todo un proceso personal, sólo quien lo vive lo entiende, es una gracia especial, sólo el pobre de spíritu la recibe, a Jesús le gustaba rezar en el monte, para sentir la presencia cercana del Padre. Montes significativos: Horeb/Sinaí: Monte del llamamiento. Hermón: Monte de la conquista. El rocío de Hermón, copioso y fecundo, alimentar los manantiales de donde brota el agua que riega la tierra árida de Palestina. Nebo: Desde esta cumbre Moisés vio la tierra prometida, pero murió sin entrar en Canaán. Olivos: Monte del quebrantamiento. Es el monte donde Absalón se rebeló contra su Padre David intentando usurparle el trono. En este monte, Jesucristo se doblega en obediencia a su Padre Dios aceptando ser Rey en la Cruz. Moriah: Monte de la prueba. "Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac … y ofrécemelo allí en el holocausto". Jesús subirá a otro monte, donde Dios no perdonará su vida … Tabor: Monte de la alabanza y de la Transfiguración. Este monte, situado al sur de la cordillera del Antilíbano domina la llanura de Galilea. Sión: Monte del Gran Rey.


DÉCIMO. MUJERES ORANTES, DEL ANTIGUO TESTAMENTO. CONFIANZA EN EL DIOS DE LA HISTORIA
En aquella sociedad en la que la mujer representaba la debilidad y la inferioridad respecto al varón, fueron ellas las que realizaron grandes hazañas, la experiencia de la debilidad es para nosotros algo negativo, en cambio la fuerza, el poder, nos hacen sentir lástima de aquellos a quienes vemos privados de eso que, para nosotros, significa plenitud. La Biblia nos dice que Dios escoge a los pequeños, las mujeres orantes del Antiguo Testamento, nos ayudan a descubrir los códigos secretos más significativos para nosotros, hoy nos presentan la historia como lugar de revelación y de encuentro con el Dios liberador de su pueblo, un Dios que no soporta la opresión de sus hijos, nos ofrece la alianza como clave de amor gratuito y fiel como posibilidad de una
s relaciones fraternas y no del dominio, nos revelan la confianza en Dios y la esperanza mesiánica del pueblo de Israel. La mujer que Dios ha suscitado en el centro de la humanidad y de la Iglesia, una mujer fiel, un modelo de vida, una madre solícita. María condensa la memoria creyente de su pueblo y las virtudes de aquellas mujeres que brillan con luz propia en la historia de la salvación. "Cuando se trata de luchar por la causa de la mujer, hay que combinar fe y pragmatismo, prudencia y audacia, sin separar la esperanza de la astucia, ni la radicalidad de la flexibilidad".


 Artículo realizado por María, feligresa de la unidad pastoral de San Martiño de Xuvia



miércoles, 5 de febrero de 2020

Sobre lo Divino


     Hemos separado laicalmente a Dios del mundo, incluso lo hemos contrapuesto en un dualismo de tipo maniqueo. Pero al mismo tiempo hemos manipulado clericalmente a Dios o al menos a su nombre, usándolo en vano o vanamente. La verdad es que Dios se ha retirado invisiblemente ante nuestra pretensión de ser dioses en lugar del Dios, lo que no estaría mal si fuera posible y plausible y no una quimera que echa meramente humo. Entre Dios y el hombre hay hoy una escisión o fractura que nos pasará factura, por cuanto resulta insostenible e insalvable tal y como se presenta.

      Por eso proponemos aquí recuperar, más acá del nombre de Dios, su adjetivo “divino”, como una cualidad o calificación de la realidad natural o cultural, humana y extrahumana. Lo divino atañe a una persona o a una situación, a una obra de arte o a una vianda o bebida espirituosa, especialmente a la experiencia estética o religiosa, así como a la vivencia de la belleza y la bondad. Lo divino atañe al sentido de lo sublime como sublimación o trasfiguración, elevación y metamorfosis de nuestra realidad en su evolución. Una evolución que va de la materia al espíritu, pasando por la mediación anímica o del alma como ámbito más propio y propicio del amor y su afección o afecto.

     Porque lo divino comparece específicamente en el amor, lo sabe todo el mundo y es un secreto a voces por pudor, y también por temor al desamor, así que comparece como algo sagrado aunque a menudo degradado. Ya Sócrates y Platón consideran el amor como divino con algún reparo, ya que es una especie de duende semidivino y revoltoso, simbolizado por el niño Cupido; por ello el amor es la deconstrucción y reconstrucción del mundo. Será el cristianismo el que radicalice lo divino como amor y el amor como divino, al menos si involucra o incluye la caridad, tal y como se muestra en la figura divina de Jesús de Nazaret. En donde su divinidad resplandece en su humanidad, cuando resume o condensa la fe y la esperanza humanas en el amor de compasión por el otro; pues el amor radical al otro significa ya creer y esperar en la otredad radical. De este modo, la idea platónica del bien o bondad se encarna en el Dios cristiano de Jesús.

     El amor es una esfera inmanente o humana pero trascendente o divina, por cuanto remediadora de nuestra finitud abierta al infinito. El tiempo del amor se abre al espacio de la eternidad, elevando el cuerpo sensual al espíritu celeste a través del alma afectiva. Por eso el amor simboliza el cielo de nuestra felicidad encarnada dolorosa o dolosamente en la tierra, la apertura no hacia abajo de signo nihilista, sino hacia el horizonte del sentido en cuanto destilación o sutilización de lo sentido. Esta operación simbólica o alquímica requiere una vivencia estética o religiosa, en todo caso amorosa. Se trata de una experiencia que no detiene el tiempo, sino que lo contiene extática o místicamente, salvaguardándolo morosa y amorosamente. Yo diría que en esta situación-límite se da un intento de redimir o salvar a nuestros propios démones o pasiones, así traspuestos simbólicamente, al modo como la pasión, padecimiento o sufrimiento nos hace supurar y superar lo sentido en el sentido.

     El simbolismo nos abre el horizonte de lo divino a través del sentido del amor explícito o implícito. Lo sabemos bien en su contraposición al infierno cohabitado por el odio y el desamor, un odio demoníaco que atenta contra lo divino y su humanidad o humanización. Porque el amor es religador e implicativo, mientras que el odio es desligador y disolutor. El mismísimo André Gide se dio buena cuenta de ello cuando promulgó su religión siquiera laical del amor así: no distingas a Dios de la felicidad. Pues esa distinción resulta peligrosa para nuestra psique humana, y en esta peligrosidad está recayendo errónea e infelizmente el hombre contemporáneo.

Andrés Ortiz Osés, teólogo.