lunes, 9 de noviembre de 2020

LOS DOS LÁZAROS

1. Uno, de Lucas; el otro, de Juan

      El nombre griego: Λάζαρος (Lázaro) es la forma abreviada y transliterada de Eleazar (‘Dios ha ayudado’). En el NT hallamos dos figuras masculinas con ese nombre. Del primero se informa en Lucas (16, 20ss.) y del segundo, en los capítulos 11 y 12 del evangelio de Juan. Hay grandes diferencias entre ambos personajes. Además del nombre, solo tienen en común que ninguno de ellos habla, aunque también por razones muy distintas. El mencionado por Lucas es un personaje de ficción; el que aparece en Juan, un ser histórico amigo del Galileo.

2. El Lázaro de Lucas (16, 20ss.)

      El Lázaro que encontramos en Lucas se presenta como coprotagonista de una parábola, aunque su papel pasivo lo reduce a un simple figurante. Resulta curioso, sin embargo, que sea el único personaje de uno de esos ejemplos al que se le ha dado un nombre.

      El texto de la parábola dice así:

 19 Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino y banqueteaba todos los días espléndidamente. 20 Un pobre llamado Lázaro estaba tirado en el portal, cubierto de llagas;
21 habría querido llenarse el estómago con lo que caía de la mesa del rico; por el contrario, incluso se le acercaban los perros para lamerle las llagas.
22 Se murió el pobre y los ángeles lo reclinaron a la mesa al lado de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron.
23 Estando en el lugar de los muertos, en medio de tormentos, levantó los ojos, vio de lejos a Abrahán con Lázaro echado a su lado <
24 y lo llamó:

– Padre Abrahán, ten piedad de mí; manda a Lázaro que moje en agua la punta de un dedo y me refresque la lengua, que padezco mucho en estas llamas.

      25 Pero Abrahán le contestó:

– Hijo, recuerda que en vida te llevaste tú lo bueno y Lázaro lo malo; por eso ahora este encuentra consuelo y tú padeces. 26 Además, entre nosotros y vosotros se abre una sima inmensa, así que, aunque quiera, nadie puede cruzar de aquí hasta vosotros ni pasar de ahí hasta nosotros.

      27 El rico insistió:

– Entonces, padre, por favor, manda a Lázaro a casa de mi padre, 28 porque tengo cinco hermanos: que los prevenga, no sea que acaben también ellos en este lugar de tormento.

29 Abrahán le contestó:

– Tienen a Moisés y a los Profetas, que los escuchen.

30 El rico volvió a insistir:

– No, no, padre Abrahán, pero si uno que ha muerto fuera a verlos, se enmendarían.

31 Abrahán le replicó:

– Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se dejarán convencer ni aunque uno resucite de la muerte”.

    Esta parábola forma parte de la respuesta de Jesús a una burla. La expondrá como remate de esa réplica. Sus destinatarios son identificados al inicio de la exposición de los hechos. Al nombrar a tales personajes, el narrador añade dos apuntes respecto a ellos: su querencia y la oposición engreídamente desdeñosa que exhiben  frente al Galileo y su propuesta:

      “Oyeron todo esto los fariseos…,” (v.14a).

 

3. Sus destinatarios: Los religiosos

     La parábola no está, pues, dirigida a la gente. Tampoco a los discípulos. Su destinatario es el colectivo de religiosos a quienes traslada un mensaje específico. Estos han podido oír un ejemplo anterior también dedicado a ellos y de postre, no han perdido detalle de otra peculiar parábola, en esta ocasión orientada al grupo de seguidores. Esta última, que terminaba diciendo: “No podéis servir a Dios y al dinero” (v.13b), debió sentarles a los piadosos como una patada en la espinilla, porque el texto afirma a continuación de ellos:

      “…que son amigos del dinero…,” (v. 14b).

      La apostilla no tiene desperdicio. Denuncia su falsedad. Serán muy religiosos, pero sirven al Otro, al metálico. Su religiosidad es fachada. Le sirve para vanagloriarse ante la gente y generar en el pueblo el miedo raíz del vasallaje. No es de extrañar que, tras escuchar la parábola del administrador, se mofaran del Galileo tratando de menospreciar un mensaje incompatible con la falsedad de sus vidas:

      “y se burlaban de él” (v. 14c).

      Frente al pitorreo, el de Nazaret, que no tenía por costumbre achantarse ni ante la mofa ni ante la violencia, les plantó cara. Según Lucas, de entrada les soltó una primera andanada dejando al descubierto como furufalla su engañoso escaparate:

      “Jesús les dijo:

– Vosotros sois los que os las dais de intachables ante la gente, pero Dios os conoce por dentro, y ese encumbrarse ante los hombres le repugna a Dios” (v.15).

     Los religiosos daban el pego, pero él puso sus cartas boca arriba. Se presentan como adalides de la más pura ortodoxia, pero lo que les va es el pavoneo. Lo suyo es la altivez, engallarse ante la gente. Administran la desigualdad como el mejor de sus recursos. El Galileo les avisa. Sigue la línea argumental del AT, el que ellos tienen por sagrado, y les deja claro que Dios está por la justicia y la igualdad que destruye sus sacrosantos postulados.

      La norma sagrada en la que apoyan sus tesis, las que le sirven para dominar a la gente ha perdido su vigencia. La Ley y los Profetas, forma de llamar al AT, transmitía la promesa de una época dorada: el reinado de Dios. Una vez aquí, esa Novedad definitiva no interesa al poder político ni a la ideología religiosa que lo justifica; y se desata contra él toda la furia del sistema injusto. Todos cuantos aspiran a pertenecer al piso de arriba de la desigualdad se confabulan para abortar su progreso:

      “La Ley y los Profetas llegaron hasta Juan; desde entonces se anuncia el reinado de Dios, y todo el mundo usa la violencia contra él” (v.16).

      A las burlas y ataques de los religiosos, el Galileo responderá con contundencia, asegurándoles que por mucha violencia contra su Proyecto, él lo llevará a cabo hasta el cumplimiento punto por punto de todas las promesas:

      “pero es más fácil que pasen el cielo y la tierra que no que caiga un acento de la Ley” (v.17).

     Y para redondear, el Galileo les aportó un detalle de ese coronamiento de las promesas en la sociedad alternativa, el reinado de Dios. Le habló de un asunto continuamente presente en sus debates: El repudio de la esposa, atributo del dominio del hombre sobre la mujer. Conviene aclarar que una mujer, para ellos un ser humano de segunda división siempre sometida al hombre, llegaba al matrimonio mediante su compra y el documento que lo acreditaba. El coito culminaba el proceso de posesión legal de la mujer.

     Había dos escuelas de maestros religiosos que discutían respecto al motivo por el que un hombre podía repudiar a su mujer. Una la rigorista (Sammay) declaraba, como única razón, el adulterio de la esposa. La escuela de Hillel, llegó a asegurar que bastaba cualquier torpeza doméstica de la mujer. Como era de esperar, triunfó esta segunda teoría. Hubo incluso algún rabino (Aqiba) que consideraba motivo suficiente para el repudio el ver a otra mujer más guapa que la suya.

     La sociedad alternativa ha acabado con la desigualdad. En ella está excluido el dominio y el poder. Lo confirma el hecho de que en el Proyecto del Galileo la mujer ocupa el lugar que le corresponde,   el primer nivel, la única y más alta cota.La igualdad cumple lo prometido en la Ley. Se acabó el sometimiento:

“Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con unarepudiada comete adulterio” (v.18).

 

4. La parábola: escenas, personajes, ¡acción!

       Como broche de su contestación a los religiosos, el Galileo les largó esta afilada parábola que analizamos aquí.

      El ejemplo está construido con un esquema dispuesto en dos espacios y momentos muy separados entre sí. El primero sirve como presentación de los dos principales personajes, un rico y un desdichado indigente, que se describen con los rasgos más significativos de sus vidas ordinarias. Una anotación ofreciendo noticia de sus muertes, actúa como nexo para el paso a una segunda parte en la que entra en escena un tercer personaje: Abrahán. En ese punto, cambia el decorado. El ejemplo se adapta a la ideología de sus destinatarios La acción se enmarca entonces en un lugar imaginario de ultratumba admitido por la religiosidad judía. El rico interviene. Reclama la atención de Abrahán y se comunica con él, mientras el pobre permanece inactivo y en silencio.

a) Personaje 1 – El rico

      La descripción del primer personaje le distingue por su riqueza. Pertenece a la clase de los que tienen el dinero. El apunte encaja con el trazo asociado a los destinatarios del ejemplo: “…los fariseos, que son amigos del dinero…”, (Un dato a no perder de vista). No es un rico cualquiera. Se trata de un adinerado del más alto rango. Su armario lo revela. Viste ropa de importación. El color púrpura, usado en el imperio romano y también en el bizantino como exclusivo de emperadores, lo luce el potentado de modo habitual. No es que echara mano de una prenda con ese tono para una ocasión singular, ¡qué va! El texto deja ver su uso cotidiano con el imperfecto: “…que se VESTÍA de púrpura”. El púrpura solía importarse de Fenicia. Se empleaba en el vestido exterior confeccionado con pura lana virgen. Como no podía ser menos y para hacer juego con la lana púrpura, la prenda interior estaba elaborada con lino, un hilo importado de Egipto.

      A la indumentaria acostumbrada le iban como anillo al dedo las comilonas con que el fulano se agasajaba. No es que celebrara fechas muy señaladas o aniversarios o alguna que otra fiesta. Tampoco montaba estos festines porque le iba el repetirlos con alguna frecuencia; por ejemplo, semana sí, semana no. ¡Es que ni siquiera las espaciaba, no! En eso la narración no pierde comba y afina la puntería: “…banqueteaba T O D O S L O S D Í A S…”. Y respecto a los menús y los materiales empleados en los atracones diarios, tampoco deja dudas: “…ESPLENDIDAMENTE”.

b) Personaje 2 – El pobre

      En el polo opuesto a esta vida de lujo y excesos se presenta al segundo personaje de esta parábola. En esta ocasión se habla de un pobre. Pero, como ocurría con el rico, tampoco es uno cualquiera. Los representa a todos. Es un pobre de solemnidad. Se halla en la miseria y parece que ha caído sobre él una lluvia de desgracias. Tiene, sin embargo, algo de lo que carece el millonario: un nombre. Se llama Lázaro. El del dinero, figura de quienes viven a todo tren, parece, en cambio, despersonalizado. Es un personaje anónimo ocupando lugares ocultos e inaccesibles.

      Lázaro es de carne y hueso. Llena un espacio; el mínimo, eso sí. Se aprecia el sitio que ocupa y cómo lo ocupa:

      “Un pobre llamado Lázaro estaba tirado en el portal” (v. 20a).

      Está como suelen estar los pobres: en lo más bajo y a lo largo, tirados. Y se sitúa en el único lugar que le dejan: A la intemperie, fuera de las zonas habitables. Se le podía haber situado en una choza, una mala chabola y hasta bajo un puente; sin embargo, el texto lo coloca “en el portal”. La alusión a la casa del rico resulta evidente. No hay mención de ninguna otra. El lugar donde el tipo ricachón se luce y se regodea lo llena todo. El infortunado Lázaro se resguarda en el escalón de la puerta de entrada. Está fuera, aunque ¡es importante no perder de vista! que rico y pobre se hallan BAJO UNA MISMA ESTRUCTURA EDIFICADA.

      El rico nada en la abundancia, a Lázaro le rodean las miserias. ¡Da pena verlo! El gordo luce su palmito engalanado con sus trapitos de marca. El escuálido muestra una piel invadida por las úlceras. Le falta hasta la salud. Al pobre infortunado no hay por donde cogerlo:

      “…cubierto de llagas” (v.20b).

 5. Acto Primero: Hartazgo y hambruna

      El contraste entre la situación del rico y la de Lázaro salta a la vista. Mientras el rico vive a cuerpo de rey, a Lázaro no le entra nada en el cuerpo. Tiene hambre a reventar. En una situación como la suya se habría repuesto algo echándose a la boca algunos bocados de las sobras. Pero al pobre no le llegan ni los desperdicios. Durante los festines, los comensales solían limpiarse los dedos con migas de pan que luego tiraban al suelo. A esos escombros se refiera la narración al afirmar con qué se habría conformado el pobre hombre:

      “habría querido llenarse el estómago con lo que caía de la mesa del rico” (v. 21a).

      Pero el rico desconoce a donde llega la necesidad del pobre. El que tiene el dinero está en lo suyo. Para alcanzar el lugar que ocupa, donde alardea y disfruta de una existencia ostentosa, resulta necesario atravesar el escalón sobre el que está fijado el pobre. Incluso es obligado saltar por encima de él. No le dirige su mirada. Tampoco hay comunicación. Ni siquiera un gesto de aproximación, lástima o de mínima ayuda. Solo los perros se le acercan. No son perros domésticos, sino semisalvajes (así eran los perros de la época) que buscan con ferocidad cualquier alimento. Cómo de impotente llegaba a ser la vida del desgraciado Lázaro que la parábola cuenta que más que comer, él servía de aperitivo hasta para los perros:

      “…por el contrario, incluso se le acercaban los perros para lamerle las llagas” (v. 21b).

 6. Acto segundo: Reubicación de los fallecidos personajes

a) El pobre Lázaro

      Una vez descrita con esta brevedad la situación existencial de ambos personajes, el ejemplo anuncia un suceso con el que se produce un cambio de escenario: Los dos han fallecido. La forma de exponer el hecho varía de uno a otro. El Galileo acomoda su lenguaje a las creencias de los religiosos fariseos. Respecto al pobre dirá:

      “Se murió el pobre y los ángeles lo reclinaron a la mesa al lado de Abrahán” (v. 22a).

      El texto original dice: “…lo llevaron al seno de Abrahán”. La expresión ‘el seno de Abrahán’, propia de la religiosidad judía de la época, indicaba el lugar de privilegio que se ocuparía tras la muerte en el convite en el que participarían todos los justos del pueblo. Como la comida se hacía reclinado y apoyando el brazo izquierdo en un diván o sobre un cojín, de la persona posicionada a la derecha de Abrahán se decía que estaba en su seno o regazo. De ahí que para hacer comprensible esta expresión se traduzca: “lo reclinaron a la mesa al lado de Abrahán”.

      Así pues. el mísero ocupa ahora el lugar de honor. El desmayado tiene a su alcance los mejores manjares. Le ha cambiado la vida de forma radical. Se entiende así su nombre: “Dios ha ayudado”.

b) El rico

      La noticia sobre el rico tiene un cariz muy distinto. Aquí no hay ángeles ni Abrahán ni convite alguno. Si el final de Lázaro significó el comienzo de la fiesta; el del rico suelta un desagradable tufillo a fúnebre. Se expresa secamente con un solo verbo:

      “Se murió también el rico y lo enterraron” (v. 22b).

c) Rodaje de la escena

      Se han apagado las luces. El escenario ha quedado a oscuras. Se cierran las cortinas. Ha acabado la primera parte. Al abrirse de nuevo nos encontramos con un decorado construido con los materiales propios de las creencias religiosas judías. El Galileo, que dirige la parábola a los religiosos amigos del dinero, ajusta la escenografía a sus ideas tradicionales y amolda el lenguaje del ejemplo a dichas convicciones religiosas.

      El comienzo de este segundo acto enlaza con el final precedente. El foco principal se centra en el rico:

      “Estando en el lugar de los muertos, en medio de tormentos” (v.23a).

      El pobre rico las está pasando canutas. Algo ha debido ocurrir para haber pasado del festival constante a esta dramática situación. El ejemplo no lo especifica. Corresponde al Lector prestar atención para descubrirlo. No deberá confundirse. La terrible coyuntura del dueño del dinero le da pie para hacer un movimiento que en vida nunca hizo:

      “…levantó los ojos, vio de lejos a Abrahán con Lázaro echado a su lado” (v.23b).

      Destaca la incongruencia de la ficción. La distancia entre ambos espacios es inalcanzable para la vista. Pero eso no importa. Interesa el mensaje de la historia. El rico, que solo tuvo ojos para el jolgorio y la distracción, ahora alza la mirada en busca de ayuda. Si antes Lázaro le había pasado desapercibido, ahora lo verá a la primera y ya no le quitará ojo. Antes ignoró el hambre perruna de Lázaro; ahora lo divisa bien claro, dispuesto a ponerse las botas. Ha comprobado que la necesidad abre los ojos y que, ante la necesidad, el capital los cierra. No quiso ver lo que él mismo había generado. Para él es demasiado tarde. En su situación actual no tiene más remedio que padecerlo en sus carnes.

      El momento es tan desesperado que el de las perras se transforma en mendigo. Utilizará las formas afectadas y sedosas propias de la religión. Pretende, así, enternecer al anfitrión, que no es Dios, ¡ojo!, sino el padre del pueblo judío. A pesar de estar desprotegido, en el fondo, el rico ha cambiado poco. Aunque ve a Lázaro en una escala social algo más elevada, sigue ubicándolo en la categoría de los subordinados. Lo utiliza como instrumento de su iniciativa para que a Abrahán se le remuevan las entrañas. Su petición es rebuscada. Una solicitud tan minúscula e inservible persigue dar lástima y mover a la generosidad. El fino sentido del humor y de la realidad no deben pasar desapercibidos al Lector:

      “y lo llamó:

– Padre Abrahán, ten piedad de mí; manda a Lázaro que moje en agua la punta de un dedo y me refresque la lengua, que padezco mucho en estas llamas” (v.24).

d) El argumento del libreto

      A partir de aquí se inicia un diálogo que llenará toda esta segunda parte. La respuesta de Abrahán, en tono acogedor -empieza por llamarle “hijo”-, se bifurca en una doble argumentación:

     Primera:  Este hijo de Abrahán debe recordar lo ocurrido durante su existencia. Sus actuaciones desencadenaron unos crueles efectos sociales a no olvidar. De la tarta a repartir, él se quedó con todo el pastel y Lázaro con las ganas. La consecuencia es fruto de su desprecio de la igualdad y la justicia. El capital ha generado la gran distancia. Lázaro (‘Dios ha ayudado’) se pone ahora a la mesa y él no recibe ni agua:

      “Pero Abrahán le contestó:

– Hijo, recuerda que en vida te llevaste tú lo bueno y Lázaro lo malo; por eso ahora este encuentra consuelo y tu padeces” (v.25).

      Segunda: El abismo originado por el enorme caudal de dinero acumulado fue tan definitivo que ha separado inevitablemente a quienes se atiborraron de la tarta de quienes se quedaron sin probar bocado. Los vencedores se lo llevaron todo; los insignificantes y los hambrientos solo se hartaron de esperanza. La codicia sin fin produjo una sima insalvable. Es demasiado tarde. Las decisiones se toman durante el tiempo de la opción. La hora de tender puentes ha pasado

      – Además, entre nosotros y vosotros se abre una sima inmensa, así que, aunque quiera, nadie puede cruzar de aquí hasta vosotros ni pasar de ahí hasta nosotros” (v. 26).

 

7.Acto tercero: Epílogo

     El primer intento jabonoso del millonario en apuros no le dio resultado. Ha comprendido que no tiene solución. Por eso cambia la orientación de su ruego incluyendo también a Lázaro como servidor. En esta ocasión le asigna un modesto papel de recadero. Su solicitud pasa por revelar un pequeño secretillo: ¡él no actuaba solo! Pertenece a una Familia. El dinero está en manos de un colectivo. Son sus hermanos. Forman una piña. Da su número. Son cinco; seis, con él. Seis es el número de tinajas vacías de contenido de la boda de Caná (https://www.atrio.org/2020/10/el-proyecto-de-jesus-madurando-en-el-tiempo-7), la cifra que indica la imperfección. Su sugerencia pasa porque Lázaro acuda a ellos y les avise de las fatales consecuencias del sistema que han impuesto. El objeto del aviso es prevenirlos. La advertencia a la Familia del dinero no incluye una propuesta animando a un cambio radical de proceder. Tal vez haya detrás de ella una convicción de que bastarían unos arreglitos en el orden injusto que han impuesto:

      “El rico insistió:

– Entonces, padre, por favor, manda a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que los prevenga, no sea que acaben también ellos en este lugar de tormento” (vv. 27-28),

     Pero el tiro le salió por la culata. Abrahán descubre al rico lo que él no quiso ver: la justicia estuvo planteada como objetivo una y mil veces en el AT. La justicia es la ruta. Las señales indicadoras de esa vía la tienen a la vista. Basta un sencillo movimiento: abrir los ojos como ha hecho él ahora:

      “Abrahán le contestó:

– Tienen a Moisés y a los Profetas, que los escuchen” (v. 29).

      Llegados a este punto, cobran un nuevo relieve aquellas palabras del Galileo previas a la parábola:

      “La Ley y los Profetas llegaron hasta Juan; desde entonces se anuncia el reinado de Dios y todo el mundo usa la violencia contra él” (v. 16).

     El desdichado del dinero no da una, pero hace un último intento con el que descubre por fin la raíz de sus desgracias y la opción que en su día debió tomar y no tomó. Es lo que pretende ahora que hagan los de la Familia. Lo ve harto difícil, por eso recurre a una acción que les deje patidifusos; una asombrosa sacudida que les provoque decidirse por el cambio radical de sus vidas y les conduzca a reducir a escombros la estructura bajo su dominio con la que defienden su privilegiada e intocable posición:

      “El rico volvió a insistir:

– No, no, padre Abrahán, pero si uno que ha muerto fuera a verlos, SE ENMENDARÍAN” (v. 30).

       El verbo griego μετανοέω traducido aquí en sentido de ‘enmendarse’, da la clave de la pretensión del rico y, al mismo tiempo, de la enseñanza de la parábola. Μετανοέω, compuesto del prefijo μετά, indicando ‘cambio’, y el verbo νοέω=’comprender’ tiene una doble significación. Los dos aspectos vierten en dos cauces dinámicos, uno afecta al modo de pensar; el otro, al comportamiento. Se trata, por una parte, de una ruptura (’cambio de comprensión) con los criterios usados para estructurar la vida y la aceptación de otros opuestos a los anteriores. Por otra, supone un cambio radical en la forma de proceder en consonancia con la nueva manera de pensar.

 8. Conclusión

            El rico ha constatado en sus propias carnes que querer asegurarse la existencia a costa del padecimiento de los otros conduce inexorablemente a un fracaso sin arreglo. La Familia… …está equivocada de raíz. Él ha comprendido, aunque tarde, que la riqueza se obtiene arrancándole la vida a muchos. Se ha dado cuenta ahora de que la justicia sí es camino seguro para conseguir una vida en condiciones. El rico ha cambiado su pensamiento, pero no puede hacer lo mismo con su proceder. Ese es su drama. La Familia del rico sí está aún a tiempo de cambiar su andadura. Por eso el desgraciado rico manifiesta su voluntad acabando su petición con el verbo ‘ENMENDARSE’ (Μετανοέω).

       El pobre e infeliz millonario, acostumbrado a justificar su vida con falsos esquemas religiosos, se equivoca de nuevo. Piensa que su Familia, los ostentadores del capital, modificarán su pensamiento y cambiarán su proceder desde el orden injusto hacia una sociedad donde brille la justicia y la igualdad, siendo avisados desde un mundo sobrenatural mediante la resurrección de un muerto. Sigue siendo un iluso…

       Abrahán, que no se chupaba el dedo y se las sabía todas, le responderá con toda lucidez. Si no se es capaz de ver la lógica aplastante de la justicia y la igualdad, no hay hecho sobrenatural que provoque el entendimiento y el cambio radical; ni siquiera la resurrección de un muerto:

      “Abrahán le replicó:

– Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, no se dejarán convencer ni aunque uno resucite de la muerte” (v.31).

    El Capital desatina. Obstruye el proyecto humano y genera la brecha universal de la desigualdad haciéndola infranqueable. Por si no bastara, avanza inoculando su veneno todo cuanto puede para distraer del objetivo de la vida. La distracción desvía la mirada de la gente hacia el vacío. La usan como adormidera. La modorra social interesa a La Familia del dinero. De ahí que propaguen la distracción por todos los sectores de la sociedad. El narcótico del entretenimiento embota la mente, crea adicción, provoca que los entretenidos se desentiendan de la justicia y engendra en ellos una incapacidad no pocas veces irremediable. Como la mostrada por el rico ante Abrahán y su inseparable Lázaro.

 Salvador Santos.

SANTOS DE AQUÍ Y DE ALLÁ

En los inicios del mes de noviembre, la cristiandad celebra con gozo y esperanza dos fiestas litúrgicas de gran significado. El día primero, la Solemnidad de todos los santos y, el día segundo, la Conmemoración de todos los fieles difuntos. Popularmente, también es conocido, este mes, con los calificativos de “mes de santos” o “de difuntos”. 

La Solemnidad de Todos los Santos evoca la memoria de aquellos que están con Cristo en la gloria y cuya compañía, como dice una antigua tradición, “alegra los cielos”. La Iglesia, peregrina en la tierra, recibe así el estímulo y testimonio de su ejemplo, la gracia de su patrocinio y la esperanza del triunfo y de la gloria en la contemplación eterna de la Jerusalén celeste.

El día de difuntos, la Iglesia después de haber celebrado con gozo la felicidad de todos sus hijos bienaventurados en el cielo, se preocupa por el destino eterno de cuantos nos precedieron con el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección. Pero, aquí cabemos todos. La Iglesia ora también por aquellos de quienes nadie se acuerda, que han muerto en soledad y abandono, y en las actuales circunstancias de esta u otras pandemias, sin una plegaria de sus amigos y familiares y sin una caricia o una mano amiga que pudiese expresarles su cariño en los últimos momentos de su existencia en la tierra. Por ello, rezamos por todos los difuntos cuya fe solo Dios conoce, que desde los orígenes de la humanidad han dejado este mundo, para que sean purificados de todo mal y puedan gozar de la felicidad eterna.

El interés por la hagiografía parece que está despertando, de nuevo, como demuestran recientes congresos, investigaciones y canonizaciones. El día de santos puede ser una buena ocasión para recuperar modelos ejemplares de ayer y de hoy, en una sociedad tan diversa y pluricultural, donde los modelos a imitar no son, con frecuencia, aquellos que entregan su vida por los demás después de haber descubierto el amor incondicional de Dios en su existencia. Por ello la vida de los santos es norma de vida para todos; ellos son imitadores perfectos de Cristo, maestros, héroes, líderes, mártires, ascetas, “auxiliadores”, intercesores, doctores, contemplativos, literatos, escritores, fundadores. La tradición atestigua que, desde el comienzo de la Iglesia, el culto a los mártires se celebra ya en el siglo II ante la tumba del día de su aniversario;  con este motivo se reunía la comunidad local, se celebraba el “dies natalis” (el aniversario del martirio) o el de su sepultura (“depositio”), con la celebración conclusiva de la Eucaristía.

El hecho dogmático de esta hermosa tradición se expresa en la proposición: “creo en la comunión de los santos”. De los santos de aquí y de allá. Porque quien no tiene nada que decir sobre la muerte tampoco tiene nada que decir sobre la existencia humana y la vida cotidiana.  Y quien, como cristiano e incluso como ciudadano, no tiene una palabra verdadera y bella sobre la realidad ineludible de la  muerte, no tiene una palabra verdadera sobre la inmanencia, la transcendencia y sobre Dios. De la realidad de Dios no podemos renunciar. Su existencia unida a la creación y a la transcendencia del ser humano, ha sido ensuciada y desgarrada, pero es el momento de levantarla del suelo y enarbolarla en esta hora de tanta incertidumbre y zozobra. Sin Dios no habría santos. Y porque hay santos, ¿No es precisamente la realidad de Dios, la palabra de la invocación, la palabra convertida en nombre consagrado para siempre en todos los idiomas de la humanidad?

Mario Vázquez

Vicario General diócesis de Lugo