1. Uno, de Lucas; el otro, de Juan
El nombre
griego: Λάζαρος (Lázaro) es la forma abreviada y
transliterada de Eleazar (‘Dios ha ayudado’). En el NT hallamos dos
figuras masculinas con ese nombre. Del primero se informa en Lucas (16, 20ss.)
y del segundo, en los capítulos 11 y 12 del evangelio de Juan. Hay grandes
diferencias entre ambos personajes. Además del nombre, solo tienen en común que
ninguno de ellos habla, aunque también por razones muy distintas. El mencionado
por Lucas es un personaje de ficción; el que aparece en Juan, un ser histórico
amigo del Galileo.
2. El Lázaro de Lucas (16, 20ss.)
El Lázaro que
encontramos en Lucas se presenta como coprotagonista de una parábola, aunque su
papel pasivo lo reduce a un simple figurante. Resulta curioso, sin embargo, que
sea el único personaje de uno de esos ejemplos al que se le ha dado un nombre.
El texto de la
parábola dice así:
19 Había un hombre rico que se vestía de púrpura
y lino y banqueteaba todos los días espléndidamente. 20 Un pobre llamado Lázaro
estaba tirado en el portal, cubierto de llagas;
21 habría querido llenarse el estómago con lo que caía de la mesa del rico; por
el contrario, incluso se le acercaban los perros para lamerle las llagas.
22 Se murió el pobre y los ángeles lo reclinaron a la mesa al lado de Abrahán.
Se murió también el rico, y lo enterraron.
23 Estando en el lugar de los muertos, en medio de tormentos, levantó los ojos,
vio de lejos a Abrahán con Lázaro echado a su lado <
24 y lo llamó:
– Padre Abrahán, ten piedad de mí; manda a Lázaro que
moje en agua la punta de un dedo y me refresque la lengua, que padezco mucho en
estas llamas.
25 Pero Abrahán le
contestó:
– Hijo, recuerda que en vida te llevaste tú lo bueno y
Lázaro lo malo; por eso ahora este encuentra consuelo y tú padeces. 26 Además,
entre nosotros y vosotros se abre una sima inmensa, así que, aunque quiera,
nadie puede cruzar de aquí hasta vosotros ni pasar de ahí hasta nosotros.
27 El rico insistió:
– Entonces, padre, por favor, manda a Lázaro a casa de
mi padre, 28 porque tengo cinco hermanos: que los prevenga, no sea que acaben
también ellos en este lugar de tormento.
29 Abrahán le contestó:
– Tienen a Moisés y a los Profetas, que los escuchen.
30 El rico volvió a insistir:
– No, no, padre Abrahán, pero si uno que ha muerto
fuera a verlos, se enmendarían.
31 Abrahán le replicó:
– Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se
dejarán convencer ni aunque uno resucite de la muerte”.
Esta parábola forma parte de
la respuesta de Jesús a una burla. La expondrá como remate de esa réplica. Sus
destinatarios son identificados al inicio de la exposición de los hechos. Al
nombrar a tales personajes, el narrador añade dos apuntes respecto a ellos: su
querencia y la oposición engreídamente desdeñosa que exhiben frente al
Galileo y su propuesta:
“Oyeron todo esto
los fariseos…,” (v.14a).
3. Sus destinatarios: Los religiosos
La parábola no está,
pues, dirigida a la gente. Tampoco a los discípulos. Su destinatario es el
colectivo de religiosos a quienes traslada un mensaje específico. Estos han
podido oír un ejemplo anterior también dedicado a ellos y de postre, no han perdido detalle de otra peculiar parábola, en esta ocasión
orientada al grupo de seguidores.
Esta última, que terminaba diciendo: “No podéis servir a Dios y al
dinero” (v.13b), debió sentarles a los piadosos como una patada en
la espinilla, porque el texto afirma a continuación de ellos:
“…que son amigos
del dinero…,” (v. 14b).
La apostilla no
tiene desperdicio. Denuncia su falsedad. Serán muy religiosos, pero sirven al
Otro, al metálico. Su religiosidad es fachada. Le sirve para vanagloriarse ante
la gente y generar en el pueblo el miedo raíz del vasallaje. No es de extrañar
que, tras escuchar la parábola del administrador, se mofaran del Galileo
tratando de menospreciar un mensaje incompatible con la falsedad de sus
vidas:
“y se burlaban de
él” (v. 14c).
Frente al
pitorreo, el de Nazaret, que no tenía por costumbre achantarse ni ante la mofa
ni ante la violencia, les plantó cara. Según Lucas, de entrada les soltó una
primera andanada dejando al descubierto como furufalla su engañoso escaparate:
“Jesús les dijo:
– Vosotros sois los que os las dais de intachables
ante la gente, pero Dios os conoce por dentro, y ese encumbrarse ante los
hombres le repugna a Dios” (v.15).
Los religiosos daban el
pego, pero él puso sus cartas boca arriba. Se presentan como adalides de la más
pura ortodoxia, pero lo que les va es el pavoneo. Lo suyo es la altivez,
engallarse ante la gente. Administran la desigualdad como el mejor de sus recursos.
El Galileo les avisa. Sigue la línea argumental del AT, el que ellos tienen por
sagrado, y les deja claro que Dios está por la justicia y la igualdad que
destruye sus sacrosantos postulados.
La norma sagrada
en la que apoyan sus tesis, las que le sirven para dominar a la gente ha
perdido su vigencia. La Ley y los Profetas, forma de llamar al AT, transmitía
la promesa de una época dorada: el reinado de Dios. Una vez aquí, esa Novedad
definitiva no interesa al poder político ni a la ideología religiosa que lo
justifica; y se desata contra él toda la furia del sistema injusto. Todos
cuantos aspiran a pertenecer al piso de arriba de la desigualdad se confabulan
para abortar su progreso:
“La Ley y los
Profetas llegaron hasta Juan; desde entonces se anuncia el reinado de Dios, y
todo el mundo usa la violencia contra él” (v.16).
A las burlas y
ataques de los religiosos, el Galileo responderá con contundencia,
asegurándoles que por mucha violencia contra su Proyecto, él lo llevará a cabo
hasta el cumplimiento punto por punto de todas las promesas:
“pero es más fácil
que pasen el cielo y la tierra que no que caiga un acento de la Ley” (v.17).
Y para redondear, el Galileo les
aportó un detalle de ese coronamiento de las promesas en la sociedad
alternativa, el reinado de Dios. Le habló de un asunto continuamente presente
en sus debates: El repudio de la esposa, atributo del dominio del hombre sobre
la mujer. Conviene aclarar que una mujer, para ellos un ser humano de segunda
división siempre sometida al hombre, llegaba al matrimonio mediante su compra y
el documento que lo acreditaba. El coito culminaba el proceso de posesión legal
de la mujer.
Había dos escuelas de maestros
religiosos que discutían respecto al motivo por el que un hombre podía repudiar
a su mujer. Una la rigorista (Sammay) declaraba, como única razón, el adulterio
de la esposa. La escuela de Hillel, llegó a asegurar que bastaba cualquier
torpeza doméstica de la mujer. Como era de esperar, triunfó esta segunda teoría.
Hubo incluso algún rabino (Aqiba) que consideraba motivo suficiente para el
repudio el ver a otra mujer más guapa que la suya.
La sociedad alternativa ha
acabado con la desigualdad. En ella está excluido el dominio y el poder. Lo
confirma el hecho de que en el Proyecto del Galileo la mujer ocupa el lugar que
le corresponde, el primer nivel, la única y más alta cota.La
igualdad cumple lo prometido en la Ley. Se acabó el sometimiento:
“Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra,
comete adulterio; y el que se casa con unarepudiada comete adulterio” (v.18).
4. La parábola: escenas, personajes, ¡acción!
Como broche de su
contestación a los religiosos, el Galileo les largó esta afilada parábola que
analizamos aquí.
El ejemplo está
construido con un esquema dispuesto en dos espacios y momentos muy separados
entre sí. El primero sirve como presentación de los dos principales personajes,
un rico y un desdichado indigente, que se describen con los rasgos más
significativos de sus vidas ordinarias. Una anotación ofreciendo noticia de sus
muertes, actúa como nexo para el paso a una segunda parte en la que entra en
escena un tercer personaje: Abrahán. En ese punto, cambia el decorado. El
ejemplo se adapta a la ideología de sus destinatarios La acción se enmarca
entonces en un lugar imaginario de ultratumba admitido por la religiosidad
judía. El rico interviene. Reclama la atención de Abrahán y se comunica con él,
mientras el pobre permanece inactivo y en silencio.
a) Personaje 1 – El rico
La descripción
del primer personaje le distingue por su riqueza. Pertenece a la clase de los
que tienen el dinero. El apunte encaja con el trazo asociado a los
destinatarios del ejemplo: “…los fariseos, que son amigos del
dinero…”, (Un dato a no perder de vista). No es un rico
cualquiera. Se trata de un adinerado del más alto rango. Su armario lo revela.
Viste ropa de importación. El color púrpura, usado en el imperio romano y
también en el bizantino como exclusivo de emperadores, lo luce el potentado de
modo habitual. No es que echara mano de una prenda con ese tono para una
ocasión singular, ¡qué va! El texto deja ver su uso cotidiano con el
imperfecto: “…que se VESTÍA de púrpura”. El púrpura solía
importarse de Fenicia. Se empleaba en el vestido exterior confeccionado con
pura lana virgen. Como no podía ser menos y para hacer juego con la lana
púrpura, la prenda interior estaba elaborada con lino, un hilo importado de
Egipto.
A la indumentaria
acostumbrada le iban como anillo al dedo las comilonas con que el fulano se
agasajaba. No es que celebrara fechas muy señaladas o aniversarios o alguna que
otra fiesta. Tampoco montaba estos festines porque le iba el repetirlos con
alguna frecuencia; por ejemplo, semana sí, semana no. ¡Es que ni siquiera las
espaciaba, no! En eso la narración no pierde comba y afina la puntería: “…banqueteaba
T O D O S L O S D Í A S…”. Y respecto a los menús y los materiales
empleados en los atracones diarios, tampoco deja dudas: “…ESPLENDIDAMENTE”.
b) Personaje 2 – El pobre
En el polo
opuesto a esta vida de lujo y excesos se presenta al segundo personaje de esta
parábola. En esta ocasión se habla de un pobre. Pero, como ocurría con el rico,
tampoco es uno cualquiera. Los representa a todos. Es un pobre de solemnidad.
Se halla en la miseria y parece que ha caído sobre él una lluvia de desgracias.
Tiene, sin embargo, algo de lo que carece el millonario: un nombre. Se llama
Lázaro. El del dinero, figura de quienes viven a todo tren, parece, en cambio,
despersonalizado. Es un personaje anónimo ocupando lugares ocultos e
inaccesibles.
Lázaro es de
carne y hueso. Llena un espacio; el mínimo, eso sí. Se aprecia el sitio que
ocupa y cómo lo ocupa:
“Un pobre llamado
Lázaro estaba tirado en el portal” (v. 20a).
Está como suelen
estar los pobres: en lo más bajo y a lo largo, tirados. Y se sitúa en el único
lugar que le dejan: A la intemperie, fuera de las zonas habitables. Se le podía
haber situado en una choza, una mala chabola y hasta bajo un puente; sin
embargo, el texto lo coloca “en el portal”. La alusión
a la casa del rico resulta evidente. No hay mención de ninguna otra. El lugar
donde el tipo ricachón se luce y se regodea lo llena todo. El infortunado
Lázaro se resguarda en el escalón de la puerta de entrada. Está fuera,
aunque ¡es importante no perder de vista! que rico y pobre se hallan
BAJO UNA MISMA ESTRUCTURA EDIFICADA.
El rico nada en
la abundancia, a Lázaro le rodean las miserias. ¡Da pena verlo! El gordo luce
su palmito engalanado con sus trapitos de marca. El escuálido muestra una piel
invadida por las úlceras. Le falta hasta la salud. Al pobre infortunado no hay
por donde cogerlo:
“…cubierto de
llagas” (v.20b).
5. Acto Primero: Hartazgo y hambruna
El contraste
entre la situación del rico y la de Lázaro salta a la vista. Mientras el rico
vive a cuerpo de rey, a Lázaro no le entra nada en el cuerpo. Tiene hambre a
reventar. En una situación como la suya se habría repuesto algo echándose a la
boca algunos bocados de las sobras. Pero al pobre no le llegan ni los
desperdicios. Durante los festines, los comensales solían limpiarse los dedos
con migas de pan que luego tiraban al suelo. A esos escombros se refiera la
narración al afirmar con qué se habría conformado el pobre hombre:
“habría querido
llenarse el estómago con lo que caía de la mesa del rico” (v.
21a).
Pero el rico
desconoce a donde llega la necesidad del pobre. El que tiene el dinero está en
lo suyo. Para alcanzar el lugar que ocupa, donde alardea y disfruta de una
existencia ostentosa, resulta necesario atravesar el escalón sobre el que está
fijado el pobre. Incluso es obligado saltar por encima de él. No le dirige su
mirada. Tampoco hay comunicación. Ni siquiera un gesto de aproximación, lástima
o de mínima ayuda. Solo los perros se le acercan. No son perros domésticos,
sino semisalvajes (así eran los perros de la época) que buscan con ferocidad
cualquier alimento. Cómo de impotente llegaba a ser la vida del desgraciado
Lázaro que la parábola cuenta que más que comer, él servía de aperitivo hasta
para los perros:
“…por el
contrario, incluso se le acercaban los perros para lamerle las llagas” (v.
21b).
6. Acto segundo: Reubicación de los fallecidos personajes
a) El pobre Lázaro
Una vez descrita
con esta brevedad la situación existencial de ambos personajes, el ejemplo
anuncia un suceso con el que se produce un cambio de escenario: Los dos han
fallecido. La forma de exponer el hecho varía de uno a otro. El Galileo acomoda
su lenguaje a las creencias de los religiosos fariseos. Respecto al pobre dirá:
“Se murió el pobre
y los ángeles lo reclinaron a la mesa al lado de Abrahán” (v.
22a).
El texto original
dice: “…lo llevaron al seno de Abrahán”. La expresión ‘el seno
de Abrahán’, propia de la religiosidad judía de la época, indicaba el lugar de
privilegio que se ocuparía tras la muerte en el convite en el que participarían
todos los justos del pueblo. Como la comida se hacía reclinado y apoyando el
brazo izquierdo en un diván o sobre un cojín, de la persona posicionada a la
derecha de Abrahán se decía que estaba en su seno o regazo. De ahí que para
hacer comprensible esta expresión se traduzca: “lo reclinaron a la
mesa al lado de Abrahán”.
Así pues. el
mísero ocupa ahora el lugar de honor. El desmayado tiene a su alcance los
mejores manjares. Le ha cambiado la vida de forma radical. Se entiende así su
nombre: “Dios ha ayudado”.
b) El rico
La noticia sobre
el rico tiene un cariz muy distinto. Aquí no hay ángeles ni Abrahán ni convite
alguno. Si el final de Lázaro significó el comienzo de la fiesta; el del rico
suelta un desagradable tufillo a fúnebre. Se expresa secamente con un solo
verbo:
“Se murió también
el rico y lo enterraron” (v. 22b).
c) Rodaje de la escena
Se han apagado
las luces. El escenario ha quedado a oscuras. Se cierran las cortinas. Ha
acabado la primera parte. Al abrirse de nuevo nos encontramos con un decorado
construido con los materiales propios de las creencias religiosas judías. El
Galileo, que dirige la parábola a los religiosos amigos del dinero, ajusta la
escenografía a sus ideas tradicionales y amolda el lenguaje del ejemplo a
dichas convicciones religiosas.
El comienzo de
este segundo acto enlaza con el final precedente. El foco principal se centra
en el rico:
“Estando en el
lugar de los muertos, en medio de tormentos” (v.23a).
El pobre rico las
está pasando canutas. Algo ha debido ocurrir para haber pasado del festival
constante a esta dramática situación. El ejemplo no lo especifica. Corresponde
al Lector prestar atención para descubrirlo. No deberá confundirse. La terrible
coyuntura del dueño del dinero le da pie para hacer un movimiento que en vida
nunca hizo:
“…levantó los
ojos, vio de lejos a Abrahán con Lázaro echado a su lado” (v.23b).
Destaca la
incongruencia de la ficción. La distancia entre ambos espacios es inalcanzable
para la vista. Pero eso no importa. Interesa el mensaje de la historia. El
rico, que solo tuvo ojos para el jolgorio y la distracción, ahora alza la
mirada en busca de ayuda. Si antes Lázaro le había pasado desapercibido, ahora
lo verá a la primera y ya no le quitará ojo. Antes ignoró el hambre perruna de
Lázaro; ahora lo divisa bien claro, dispuesto a ponerse las botas. Ha
comprobado que la necesidad abre los ojos y que, ante la necesidad, el capital
los cierra. No quiso ver lo que él mismo había generado. Para él es demasiado
tarde. En su situación actual no tiene más remedio que padecerlo en sus carnes.
El momento es tan
desesperado que el de las perras se transforma en mendigo. Utilizará las formas
afectadas y sedosas propias de la religión. Pretende, así, enternecer al
anfitrión, que no es Dios, ¡ojo!, sino el padre del pueblo judío. A
pesar de estar desprotegido, en el fondo, el rico ha cambiado poco. Aunque ve a
Lázaro en una escala social algo más elevada, sigue ubicándolo en la categoría
de los subordinados. Lo utiliza como instrumento de su iniciativa para que a
Abrahán se le remuevan las entrañas. Su petición es rebuscada. Una solicitud
tan minúscula e inservible persigue dar lástima y mover a la generosidad. El
fino sentido del humor y de la realidad no deben pasar desapercibidos al
Lector:
“y lo llamó:
– Padre Abrahán, ten piedad de mí; manda a Lázaro que
moje en agua la punta de un dedo y me refresque la lengua, que padezco mucho en
estas llamas” (v.24).
d) El argumento del libreto
A partir de aquí
se inicia un diálogo que llenará toda esta segunda parte. La respuesta de
Abrahán, en tono acogedor -empieza por llamarle “hijo”-, se
bifurca en una doble argumentación:
Primera: Este hijo de
Abrahán debe recordar lo ocurrido durante su existencia. Sus actuaciones
desencadenaron unos crueles efectos sociales a no olvidar. De la tarta a
repartir, él se quedó con todo el pastel y Lázaro con las ganas. La
consecuencia es fruto de su desprecio de la igualdad y la justicia. El capital
ha generado la gran distancia. Lázaro (‘Dios ha ayudado’) se pone ahora a la
mesa y él no recibe ni agua:
“Pero Abrahán le
contestó:
– Hijo, recuerda que en vida te llevaste tú lo bueno y
Lázaro lo malo; por eso ahora este encuentra consuelo y tu padeces” (v.25).
Segunda: El abismo
originado por el enorme caudal de dinero acumulado fue tan definitivo que ha
separado inevitablemente a quienes se atiborraron de la tarta de quienes se
quedaron sin probar bocado. Los vencedores se lo llevaron todo; los insignificantes
y los hambrientos solo se hartaron de esperanza. La codicia sin fin produjo una
sima insalvable. Es demasiado tarde. Las decisiones se toman durante el tiempo
de la opción. La hora de tender puentes ha pasado
– Además,
entre nosotros y vosotros se abre una sima inmensa, así que, aunque quiera,
nadie puede cruzar de aquí hasta vosotros ni pasar de ahí hasta nosotros” (v.
26).
7.Acto tercero: Epílogo
El primer intento
jabonoso del millonario en apuros no le dio resultado. Ha comprendido que no
tiene solución. Por eso cambia la orientación de su ruego incluyendo también a
Lázaro como servidor. En esta ocasión le asigna un modesto papel de recadero.
Su solicitud pasa por revelar un pequeño secretillo: ¡él no actuaba
solo! Pertenece a una Familia. El dinero está en manos de un
colectivo. Son sus hermanos. Forman una piña. Da su número. Son cinco;
seis, con él. Seis es el número de tinajas vacías de contenido de la boda de
Caná (https://www.atrio.org/2020/10/el-proyecto-de-jesus-madurando-en-el-tiempo-7),
la cifra que indica la imperfección. Su sugerencia pasa porque Lázaro acuda a
ellos y les avise de las fatales consecuencias del sistema que han impuesto. El
objeto del aviso es prevenirlos. La advertencia a la Familia del dinero no
incluye una propuesta animando a un cambio radical de proceder. Tal vez haya
detrás de ella una convicción de que bastarían unos arreglitos en el orden
injusto que han impuesto:
“El rico insistió:
– Entonces, padre, por favor, manda a Lázaro a casa de
mi padre, porque tengo cinco hermanos: que los prevenga, no sea que acaben
también ellos en este lugar de tormento” (vv. 27-28),
Pero el tiro le salió
por la culata. Abrahán descubre al rico lo que él no quiso ver: la justicia
estuvo planteada como objetivo una y mil veces en el AT. La justicia es
la ruta. Las señales indicadoras de esa vía la tienen a la vista.
Basta un sencillo movimiento: abrir los ojos como ha hecho él ahora:
“Abrahán le
contestó:
– Tienen a Moisés y a los Profetas, que los escuchen” (v.
29).
Llegados a este
punto, cobran un nuevo relieve aquellas palabras del Galileo previas a la
parábola:
“La Ley y los
Profetas llegaron hasta Juan; desde entonces se anuncia el reinado de Dios y
todo el mundo usa la violencia contra él” (v. 16).
El desdichado del
dinero no da una, pero hace un último intento con el que descubre por fin la
raíz de sus desgracias y la opción que en su día debió tomar y no tomó. Es lo
que pretende ahora que hagan los de la Familia. Lo ve harto difícil,
por eso recurre a una acción que les deje patidifusos; una asombrosa sacudida
que les provoque decidirse por el cambio radical de sus vidas y les conduzca a
reducir a escombros la estructura bajo su dominio con la que defienden su
privilegiada e intocable posición:
“El rico volvió a
insistir:
– No, no, padre Abrahán, pero si uno que ha muerto
fuera a verlos, SE ENMENDARÍAN” (v. 30).
El verbo
griego μετανοέω traducido aquí en sentido de ‘enmendarse’,
da la clave de la pretensión del rico y, al mismo tiempo, de la enseñanza de la
parábola. Μετανοέω, compuesto del prefijo μετά, indicando
‘cambio’, y el verbo νοέω=’comprender’ tiene una doble significación. Los dos
aspectos vierten en dos cauces dinámicos, uno afecta al modo de pensar; el
otro, al comportamiento. Se trata, por una parte, de una ruptura (’cambio de
comprensión) con los criterios usados para estructurar la vida y la aceptación
de otros opuestos a los anteriores. Por otra, supone un cambio radical en la
forma de proceder en consonancia con la nueva manera de pensar.
8. Conclusión
El rico ha
constatado en sus propias carnes que querer asegurarse la existencia a costa
del padecimiento de los otros conduce inexorablemente a un fracaso sin
arreglo. La Familia… …está equivocada de raíz. Él ha
comprendido, aunque tarde, que la riqueza se obtiene arrancándole la vida a
muchos. Se ha dado cuenta ahora de que la justicia sí es camino seguro para
conseguir una vida en condiciones. El rico ha cambiado su pensamiento, pero no
puede hacer lo mismo con su proceder. Ese es su drama. La Familia del
rico sí está aún a tiempo de cambiar su andadura. Por eso el desgraciado rico
manifiesta su voluntad acabando su petición con el verbo ‘ENMENDARSE’ (Μετανοέω).
El pobre e
infeliz millonario, acostumbrado a justificar su vida con falsos esquemas
religiosos, se equivoca de nuevo. Piensa que su Familia, los
ostentadores del capital, modificarán su pensamiento y cambiarán su proceder
desde el orden injusto hacia una sociedad donde brille la justicia y la
igualdad, siendo avisados desde un mundo sobrenatural mediante la resurrección
de un muerto. Sigue siendo un iluso…
Abrahán,
que no se chupaba el dedo y se las sabía todas, le responderá con toda
lucidez. Si no se es capaz de ver la lógica aplastante de la justicia y
la igualdad, no hay hecho sobrenatural que provoque el entendimiento y el
cambio radical; ni siquiera la resurrección de un muerto:
“Abrahán le
replicó:
– Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, no se
dejarán convencer ni aunque uno resucite de la muerte” (v.31).
El Capital desatina. Obstruye el
proyecto humano y genera la brecha universal de la desigualdad haciéndola
infranqueable. Por si no bastara, avanza inoculando su veneno todo cuanto puede
para distraer del objetivo de la vida. La distracción desvía la mirada de la
gente hacia el vacío. La usan como adormidera. La modorra social interesa a La
Familia del dinero. De ahí que propaguen la distracción por todos los sectores
de la sociedad. El narcótico del entretenimiento embota la mente, crea
adicción, provoca que los entretenidos se desentiendan de la justicia y
engendra en ellos una incapacidad no pocas veces irremediable. Como la
mostrada por el rico ante Abrahán y su inseparable Lázaro.
Salvador Santos.