La Navidad 2020-2021 será recordada por la pandemia del Covid y por la ley de la Eutanasia. ¡Toda una paradoja! Lloramos a los muertos de esta pandemia, al tiempo que aprobamos el derecho al suicidio asistido. Aplaudimos a los sanitarios que salvan vidas, mientras les pedimos que completen su jornada provocando la muerte. Impulsamos políticas que dignifiquen a los discapacitados, pero simultáneamente consideramos la discapacidad como razón suficiente para el suicidio. Recurrimos a la compasión para justificar y dignificar la eutanasia, a la vez que posponemos el desarrollo de los cuidados paliativos para decenas de miles de enfermos terminales que los requieren. Aprobamos una ley de dependencia, sin implementar los recursos para facilitar la atención a los abuelos en nuestros hogares. Afirmamos tener derecho a decidir sobre nuestra muerte, cuando la pandemia nos ha dejado bien claro que no somos dueños de la vida…
Pocas veces la celebración del
nacimiento de Jesús de Nazaret ha podido llegar a tener una mayor
significatividad. La Natividad del Niño Dios nos descubre la dignidad de la
vida humana. Como decía San Juan Pablo II en su primera encíclica, Redemptor
Hominis: «Jesucristo revela plenamente el hombre al mismo hombre». Es cierto
que el reconocimiento de la dignidad de la vida humana no es propiedad
exclusiva de ningún credo religioso. Más aún, no solo la ley divina reconoce y
tutela el valor de la vida, sino que también lo hace la misma ley natural. Pero
es bastante obvio –a los hechos nos remitimos— que el eclipse de la fe en
Occidente ha acarreado el eclipse de la razón. En nuestros días está quedando patente
la veracidad de aquella sentencia de Chesterton: «Quitad lo sobrenatural, y no
os encontraréis con lo natural, sino con lo antinatural». Ciertamente,
reivindicar la muerte por suicidio como un derecho, es algo tan antinatural
como reivindicar el derecho a infectarse por el Covid, el derecho a vivir en la
indigencia, o el derecho a ser un esclavo. ¡Es un disparate, que refleja el
desnortamiento de nuestra cultura!
Por ello, es necesario recordar
al mundo que la encarnación de Jesucristo dignifica la vida humana, abriendo
nuestros ojos al milagro de la vida. Como decía San Agustín, entre todos los
milagros que pueden acontecer en esta vida, ninguno es tan grande como la vida
misma.
Este bebé indefenso nacido en
Belén, que nada más nacer requiere ser protegido frente a la agresión de
Herodes, es al mismo tiempo el autor de la vida. En lo cual se muestra que la
dignidad de la vida no depende del estadio en que se encuentre ésta, de su
robustez o de las metas alcanzadas… Es un error gravísimo –un error “mortal”—
confundir “calidad de vida” con “dignidad de la vida”. Y es que, nuestra
cultura ha dejado en el olvido el concepto de “dignidad”, para sustituirlo por
el de “calidad de vida”.
La contemplación de este niño
pleno de dignidad venido al mundo en medio de la indiferencia, la pobreza, el
rechazo y la persecución, nos enseña que el “ser” está por encima del “tener”,
del “hacer” o del “sentir”. En Belén ha nacido no solo el autor de la vida,
sino el que autentifica y garantiza la dignidad de toda vida humana.
En muchas familias se vive esta
Navidad con el dolor de no haber podido acompañar y despedir a nuestros mayores
fallecidos por el Covid. ¡No se merecían esa muerte en soledad, sin la compañía
de sus seres queridos! Seguimos sintiendo vivamente la necesidad de despedirles
en conformidad a su dignidad y fe católica. ¡No dejemos de hacerlo! La
Natividad de Jesucristo nos recuerda que nuestra muerte es un “nacimiento” para
la vida eterna. El Niño Dios ha nacido entre nosotros, a modo de un puente
trazado desde lo alto, para que nosotros podamos “nacer” a esa vida eterna.
Aunque mi felicitación navideña
se dirige a todos los guipuzcoanos, quiero referirla especialmente a tantos
ancianos que permanecen aislados por espacio de cerca de un año en los
geriátricos. ¡Nuestra sociedad no ha sido justa con vosotros! ¡No lo hemos
hecho bien, y os pedimos perdón!
En la postal de felicitación de
la Navidad de este año, he insertado una frase pronunciada por Benedicto XVI
que estimo especialmente crucial para el momento presente: «En Belén la soledad
ha sido vencida». A vosotros, queridos ancianos, os dirijo esa buena nueva de
forma especial. Cada una de las habitaciones de esas residencias es la cueva de
Belén. ¡Jesús ha nacido en vosotros!
Y los demás, no olvidemos que una
Navidad sin natividad es como una carcajada sin alegría… Eso sí, con Jesús hay
alegría y sentido del humor, incluso en medio de nuestras lágrimas. Como decía
San Juan XXIII, el “papa bueno”: «La risa, cuando es sin malicia, ensancha el
corazón y así cabe mejor en él Jesús». ¡Jesús es nuestra esperanza!
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