· PARTICIPACIÓN ES COMUNIÓN COMUNITARIA Y PERSONAL CON DIOS
· NO HAY EXPERICIENCIA DEL MINISTERIO DIVINO SIN UNA VISIÓN SAGRADA DE LA VIDA
La liturgia es comunión de las divinas Personas que comparten su mutua unión de amor con nosotros en la celebración del misterio litúrgico, “para ser morada de Dios en el Espíritu” (Ef 2,22).
La participación ha sido el principio directivo de la renovación litúrgica en estos últimos 50 años.
El ideal propuesto por el Concilio Vaticano II fue de una participación plena, consciente y fructuosa. Sin embargo, el “acostumbrarse” al rito, y otras simplificaciones de este ideal, puede reducirlo a una expresión individualista de participación externa.
En términos generales, podemos observar en la práctica pastoral dos modos de participación litúrgica: la contemplativa – vivir en lo más intimo de la persona la belleza inefable del misterio transcendente en el acontecimiento ritual.
La activa – la escucha atenta y repuesta personal y comunitaria en el dialogo de la acción sagrada. Para ser auténtica, ambos modos de participación orante requieren del Espíritu de Dios, e implican una actitud personal de conversión al misterio de Cristo celebrado.
Obviamente, la Liturgia es participación activa (escuchar y responder); sin embargo, a veces se ha enfatizado exageradamente el “hacer” dentro de la celebración. Lo cual no deja espacios de silencio interior y exterior, para resuenen la Palabra y el misterio de nuestra alma. La escucha atenta y reverente es ya participación.
La vida de comunión con el misterio que se celebra, por consiguiente, será siempre el alma del culto “en espíritu y verdad”.
Nuestro sentido de participación debiera llevarnos intencionalmente a un encuentro de experiencia profunda y personal.
NO HAY EXPERIENCIA DEL MISTERIO DIVINO SIN UNA VISION SAGRADA DE LA VIDA
La visión de transcendencia es innata en el ser humano ya que el misterio de Dios penetra toda la realidad. No comprendemos este misterio, pero lo intuimos, pues vivimos en él y por él existimos.
El sentido de lo sagrado es condición indispensable y presupuesto básico para la participación en el culto.
Como solía decir el papa Benedicto XVI, “el mundo occidental vive como si Dios no existiera”. Detrás de una crisis de participación litúrgica, hay una crisis social y cultural que condiciona la visión de la fe. El secularismo es el cáncer de la sacramentalidad original que yace en el corazón de la humanidad; “ha relegado la fe cristiana al margen de la existencia” (SaCa 77).
La Liturgia sigue siendo el vehículo por excelencia para preservar el y potenciar el sentido de lo sagrado.
Por el contrario, una acomodación utilitarista o reducción secularista, lleva a la desafección y abandono de la misma vida litúrgica.
La liturgia es el medio extraordinario de transmitir de modo convincente esos valores e ideales bíblicos y cristianos que encarna y proclama. Medio también de permeabilizar las culturas hasta sus mismas raíces.
La liturgia y los sacramentos están enraizados en esta experiencia del misterio que impregna la totalidad de la vida.
Recuperar la visión de transcendencia, y un fuerte sentido de la esperanza pascual, son esenciales para contrarrestar la aversión generalizada al sentido sacramental de nuestra sociedad. Por lo tanto, necesitamos educar el sentido religioso para recuperar la vivencia profunda del sentido de lo sagrado en la Liturgia, y desde ella misma, como el mejor sentido contra el secularismo. Ya que la liturgia cristiana presupones esta realidad de la visión sagrada.
“Lo que se celebra visiblemente se entiende vitalmente en
Cristo” (San Agustín, Serm 10,2: PL 38,93).