miércoles, 20 de abril de 2022

¿QUE SIGNIFICA A RESURRECIÓN DE XESÚS PARA NÓS..?

Si el Evangelio en definitiva es Jesús, lo que es y significa Jesús sólo se descubre a partir de su resurrección. Todo el cristianismo se puede resumir en estas tres palabras: Jesús ha resucitado.

Nos encontramos ante la cuestión más desconcertante que se haya planteado jamás al espíritu humano y ante la frontera que separa necesariamente la fe de la increencia. Para quien no cree, la resurrección de Jesús es lo totalmente inadmisible. Para quien cree, es el coronamiento de la historia, la confirmación de que la salvación del hombre no es una ilusión, sino una realidad, la victoria decisiva sobre todo mal y todo límite humano.

1. El anuncio de la resurrección

Según nos cuentan los evangelios, la resurrección de Jesús encontró a los discípulos en una situación de desánimo y desilusión por el final sin gloria de su Maestro. Se había transformado en tristeza el entusiasmo suscitado por la predicación y los milagros de Jesús.

Ciertamente Jesús les había anunciado varias veces que después de su muerte resucitaría (cf. Mc 8,31ss; 9,31ss; 10,34ss). Pero este anuncio no pareció calar en la mente de los discípulos. Su muerte les provocó un dolor tan profundo como para anular toda esperanza. Por eso el Resucitado tuvo que reconquistar su confianza a través de una larga pedagogía de encuentros y de pruebas sobre su nueva realidad: tuvo que hacerse tocar por Tomás (cf. Jn 20,27), caminar (cf. Lc 24,15), comer con ellos (cf. Lc 24,30 y 43; Jn 21,10-12). Y son frecuentes las reprensiones de Jesús resucitado frente al estupor y la incredulidad de sus discípulos: «¡Qué necios y qué torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?» (Lc 24,25-26); «¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?» (Lc 24,38). Es ejemplar el episodio de los discípulos de Emaús, que se alejan de Jerusalén tristes y desilusionados por el naufragio de sus sueños: «Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto» (Lc 24,19-21).

El acontecimiento de la resurrección les resultó, pues, totalmente inesperado. Y fue la luz de la Pascua la que les permitió comprender la verdadera realidad de Jesús. Entonces pasaron de un conocimiento superficial e incompleto a la confesión convencida y el anuncio infatigable, hasta la entrega de la propia vida. La resurrección restituyó a Pedro y a sus compañeros la fe y el entusiasmo por Jesús, convirtiéndoles en difusores tenaces y perseverantes del Evangelio de salvación.

A partir de aquel acontecimiento, la Buena Noticia se concentra en un hecho fundamental: Jesús ha resucitado. Así lo vemos en los primeros discursos que encontramos en los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 2, 14-39; 3, 13-16; 4, 10- 12). Tiene razón el Catecismo de la Iglesia Católica cuando afirma: «La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida por los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio pascual al mismo tiempo que la cruz» (n. 638).

Y esta centralidad se observa sobre todo en el escritor más antiguo y prolífico del Nuevo Testamento, el apóstol Pablo. A los fieles de Corinto, que albergaban dudas sobre la realidad de la resurrección, les escribe con gran sinceridad: «Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo. Además, como testigos de Dios, resultamos unos embusteros» (1 Cor 15,14-15). Y, para demostrar la realidad y la verdad de este hecho, Pablo cita el más antiguo documento de la fe cristiana, escrito alrededor del año 40 (¡sólo diez años después de la muerte y resurrección de Jesús!): «Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, que fue sepultado y resucitó al tercer día, según la Escrituras; que se apareció a Cefas y, más tarde, a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí» (1 Cor 15, 5-8). El apóstol emplea aquí los verbos «fue visto», «apareció», que se refieren a percepciones reales y externas al sujeto, no a sueños o visiones subjetivas. Y hace un elenco de testimonios del Resucitado, escogidos entre los más autorizados.

2. ¿En qué consistió la resurrección?

En el Nuevo Testamento, el acontecimiento de la resurrección se expresa con varias palabras: exaltación, glorificación, ascensión, señorío cósmico, entrada en el santuario del cielo, presencia… Pero se prefiere el término «resurrección» porque es el más claro y completo para indicar que el que había muerto ha vuelto a la vida.

Para comprender lo que sucedió, vale la pena ver primero lo que no es la resurrección:

  1. No es «revivir», es decir, volver a la vida terrena como antes. Eso es lo que hizo Jesús con Lázaro, con el hijo de la viuda de Naim y con la hija de Jairo: restituyó su cuerpo a la vida ordinaria. Pero después volvieron a morir.
  2. No se trata tampoco solamente de la «inmortalidad del alma», que sería una especie de resurrección a medias. La resurrección se refiere a la entrada en la vida sin fin de toda la humanidad de Jesús, incluido su cuerpo. Por eso el sepulcro quedó vacío.
  3. Tampoco se trata de una «reencarnación», como admiten el hinduismo y el budismo, que consiste en la transmigración del alma a un cuerpo distinto. El cuerpo de Jesús sigue siendo el mismo.
  4. Mucho menos es como un «recuerdo vivo» de Jesús, que habría provocado en sus discípulos la convicción de que seguía presente. Porque fue el encuentro con Jesús resucitado lo que suscitó en sus discípulos la fe en la resurrección, no al revés.
  5. Y tampoco se trató de una realidad «inventada» por los discípulos por fraude o alucinación. Después de la muerte de Jesús, los discípulos estaban tristes, miedosos, incrédulos, escépticos. Sólo un gran acontecimiento pudo cambiarlos, devolviéndoles el primitivo entusiasmo por Jesús y por su seguimiento.

Entonces, ¿qué pasó exactamente?

Hay que decir, ante todo, que los evangelios no nos describen el hecho mismo, el momento de la resurrección, sino sus consecuencias: que el sepulcro ha quedado vacío y que los discípulos vuelven a ver al mismo Jesús de antes, incluso con las llagas de su pasión en el cuerpo; pero con un cuerpo que, siendo el mismo, está en una situación diferente.

Esta situación diferente queda resaltada por el hecho de que Jesús puede entrar en una sala estando las puertas cerradas (cf. Jn 20,19 y 26). Y sobre todo porque no es reconocible a primera vista. No es la Magdalena o los discípulos los que lo reconocen, sino que es Jesús quien les concede la gracia de dejarse ver y reconocer (cf. Jn 20,14-16; 21,4-7).

San Pablo, que es quien más ha reflexionado sobre este asunto, explica que lo que ha ocurrido es una transformación gloriosa del cuerpo de Jesús, que, al ser traspasado por el soplo vital del Espíritu creador, ha sido transformado de corruptible en incorruptible, de débil en fuerte, de mortal en inmortal (cf. 1 Cor 15,35-58). Es decir, el cuerpo de Jesús, aun manteniendo su identidad y realidad humana, fue capacitado para vivir eternamente en Dios. Porque lo que realmente sucede después de su muerte es que el Hijo de Dios vuelve a entrar en la comunidad de amor del Padre pero ya con su humanidad resucitada. El Verbo que estaba desde siempre junto al Padre, se encarnó tomando una humanidad como la nuestra. Ahora vuelve al seno de la Trinidad, pero como Dios y hombre para siempre.

3. ¿Qué significa la resurrección de Jesús para nosotros?

Dice San Pablo: «Si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó, te salvarás» (Rom 10,9). Por tanto, la resurrección no sólo tiene consecuencias para la persona de Jesús, sino también para nosotros. ¿Cuáles son estas consecuencias?

  1. La resurrección de Jesús crea una nueva humanidad. Recompone definitivamente la amistad entre Dios y los hombres, y abre para éstos la fuente de la vida divina. Jesús resucitado arrastra en su triunfo a todos los hombres porque tiene el poder de transformarlos a su imagen, liberándolos de la esclavitud del pecado y de sus consecuencias: la muerte y el mal físico, moral y psicológico. Esta repercusión benéfica de Cristo resucitado para el hombre, queda muy bien ilustrada en la curación del lisiado que pedía limosna en el Templo por Pedro. El apóstol le dio lo mejor que tenía, el don de Cristo resucitado: «No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: En nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar» (Hch 3,6-8). El vigor físico recobrado y el gozo espiritual del lisiado, que da un salto y se pone a alabar a Dios, es señal de la nueva humanidad inaugurada y realizada por la resurrección de Jesús. El hombre recupera su libertad integral.
  2. La resurrección de Jesús es el cumplimiento de la esperanza humana de inmortalidad. El hombre nunca se ha acostumbrado a morir, siempre ha soñado con vivir para siempre. Pero la dura experiencia de la vida le ha amargado siempre con la perspectiva del sufrimiento inevitable y de la muerte. Pues bien, ahora descubre que el dolor y la muerte no son la última palabra, que la vida no es un enigma sin meta ni salida. Lo que le ha pasado a Jesús nos pasará también a nosotros, su resurrección es fundamento y garantía de la nuestra.
  3. La resurrección de Jesús nos da una nueva luz y una nueva energía para soportar las dificultades de la vida. En ella hemos aprendido que Dios no es alguien que se conforme con las injusticias, como la de matar al mejor hombre que ha pisado nuestra tierra. Que Dios no ha creado hijos para que acaben en el sufrimiento y la muerte. Desde entonces sabemos que nuestras cruces acabarán en felicidad, nuestro llanto en cantares de fiesta. Que todos los que luchan por ser cada día más hombres, un día lo serán. Que todos los que trabajan para construir un mundo más humano y justo, un día lo disfrutarán. Que todos los que creen en Cristo y le siguen, un día sabrán lo que es vivir. Que todos los que tienen sed de amor, un día quedarán saciados.
  4. La resurrección de Jesús hace posible nuestro encuentro con él. Jesús es el Viviente que, estando ya junto al Padre para interceder por nosotros, se hace presente en nuestra vida para acompañarnos en nuestro caminar: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). La vida de cada uno de nosotros la vivimos dos, Jesús y yo. Y esta presencia amorosa y liberadora de Jesús en nuestras vidas cobra especial vigor cuando nos reunimos para la «fracción del pan». Porque en la eucaristía, no sólo recordamos su muerte y resurrección, sino que participamos realmente de su vida divina, hasta que lleguemos al encuentro definitivo.
  5. La resurrección de Jesús crea la Iglesia. Los discípulos se dispersaron en el momento de la pasión y de la muerte. Jesús resucitado los vuelve a convocar y establece definitivamente su familia, la Iglesia, que es la comunidad de los que han conocido la Buena Noticia de la resurrección y en la que se comparte y aviva la experiencia del Resucitado.
  6. La resurrección de Jesús nos envía como testigos a todo el mundo. En las apariciones, Jesús encargó a sus discípulos la misión definitiva: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo» (Jn 20,21). «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28,18-20).
  7. La resurrección de Jesús es experiencia de misericordia y de perdón. Jesús perdona la traición de Pedro y el abandono de los demás discípulos. Pero, además, les encarga el ministerio del perdón: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos» (Jn 20,22-23).
  8. La resurrección de Jesús es un acontecimiento de verdadera promoción de la mujer. Los sentimientos profundos de fidelidad y de piedad de las discípulas de Jesús, les dieron el coraje de acompañarlo hasta la cruz y de ser las primeras en acercarse al sepulcro. Y Jesús se lo premió haciéndolas las primeras en recibir el anuncio jubiloso de la resurrección, las primeras en encontrarse con el Señor resucitado y las anunciadoras de la noticia a los apóstoles. Se produce aquí una revaloración radical de las mujeres. Para los judíos, no valía la pena perder el tiempo enseñando la Ley a las mujeres. Para Jesús, ya no son las últimas sino las primeras en conocer y transmitir la verdad fundamental de su resurrección.

A la vista de la importancia central de la resurrección de Jesús para nuestra vida, cabría hacer una última observación. La espiritualidad y la piedad cristiana tradicional ha insistido mucho en el acompañamiento del Jesús sufriente. Así se explica la importancia que tiene la Semana Santa y venerables prácticas piadosas como el «Vía crucis». Y esto ha quedado plasmado en la iconografía: Cristo crucificado es la imagen más frecuente en templos, casas y hasta en caminos. ¿Seguimos con igual intensidad a Cristo glorificado? San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, junto al «Vía crucis» (Camino de la cruz), propone un «Vía lucis» (Camino de la luz), es decir, una contemplación de catorce apariciones del Resucitado. ¿No necesitaríamos los cristianos actuales insistir más en la espiritualidad pascual, ser más expertos en el canto de la Pascua, que es el canto a la vida, al triunfo definitivo de todo lo que es vida?

Miguel Payá Andrés

 

lunes, 18 de abril de 2022

A CRUZ É A CARA VISIBLE DO AMOR DE DEUS

Sempre se dixo que a Deus xamais o viu ninguén. Aforismo falto de verdade, posto que Deus deixounos dous retratos de si mesmo: un deles é a cruz, xa que se amor escríbese con sangue, ningún retrato máis nítido de Deus-amor que a cruz do calvario. Alí o sangue do divino Salvador empapou o madeiro do Gólgota: sangran as chagas das súas mans e dos seus pés; sangue do seu costado aberto pola lanza; sangue na súa fronte coroada por espiñas. Se amor escríbese con sangue, ningunha páxina máis arroibada de agarimo que a escrita na tarde do primeiro Venres Santo. Alí o pecado do mundo e a bondade do Corazón de Deus déronse un abrazo redentor. O negro, cor do odio dos homes, cambiou, e o amor do fillo de Deus brillou como nunca o sol brillara xamais. A escuridade da mañá do paraíso terreal fíxose claridade de mediodía. A impresentabilidade dos nosos primeiros pais, fíxose familia agradable a Deus, e os anxos compracéronse contemplando o novo mundo. Nel retratábase Deus, co seu poder, coa súa bondade e misericordia. O mundo redimido é a foto cruenta do Deus-redentor, e nel podemos compracernos tamén os homes, onte pecadores e hoxe perdoados.

A segunda fotografía do bo Deus é a parábola do fillo pródigo. Un bo pai tiña dous fillos que facían felices á súa familia. Naquel fogar abundaba o agarimo e non faltaba pan, pero un mal día o diaño entrou en casa e a tentación venceu ao máis novo do fogar ofrecéndolle unha pseudoliberdade se deixaba o fogar paterno e marchaba a outros ambientes. O mozo caeu na trampa diabólica e pediulle ao seu pai a parte de herdanza que lle correspondía. Non lle pediu nin máis pan nin máis agarimo; de todo había abundancia na casa. O que el ansiaba era un mundo sen fronteiras para satisfacer os seus caprichos persoais e así o presenta ao seu bo pai que, adestrado en compracer sempre aos membros da súa familia, repártelles a herdanza aos seus fillos. Agora o mozo xa «é feliz»: ten diñeiro; non lle faltan amigos; todos o aprecian… o mundo que acaba de estrear faille a persoa máis ditosa da terra. Pero a terra non só é redonda, tamén é limitada, e a amizade que tiña por base un fondo adiñeirado, ía desfondándose e todo acabou derrubándose: tamén a situación privilexiada que vivía aquel mozo fóra da súa casa paterna. A falta de pan e agarimo tráenlle á mente o recordo do fogar que o vira nacer e pensa que a volta á súa antiga casa pode ser unha boa decisión. «Pero, con que cara vou onde meu pai? Como fillo non me atrevo: fareino como xornaleiro. A miña posición social será outra pero, polo menos, comerei pan amasado coa suor do meu traballo». Con todo, o pudor do antigo comportamento impídelle atoparse co seu pai. O amor filial do seu corazón de fillo non abonda para sortear esta dificultade. Aínda que agora quen manda na súa vida xa non é o corazón senón o seu estomago famento e, movido pola fame, ponse en camiño cara ao seu antigo fogar meditando as palabras que usaría para saudar ao seu pai. O fillo prodigo vai consentindo nun mal pensamento e pensa que o seu antigo pai xa non o mirará con ollos de amor senón con corazón de xuíz e pecharalle as portas que un día el tamén pechara con violencia e desprezo. Pero estaba equivocado: o pai continuaba mirándoo cos ollos do corazón, e abriulle as portas e os brazos para recibilo co agarimo de sempre. Mandou facer festa porque o fillo, nunca esquecido, volvía á súa casa e o corazón do pai enchíase do maior gozo da súa vida.

Así debuxa Xesús o rostro de Deus, o noso pai. E imaxino que o seu fillo volve estrear os seus ollos para mirar ao seu pai, cun amor con que nunca o mirou, e a festa fíxose grande, moi grande. Esta foi a mellor pascua do Señor. Así se nos manifesta o Señor en dúas pantallas de distinto matiz: na do Gólgota, o matiz é de cor de sangue, expresión do amor infinito con que Deus ama ao mundo; na parábola do fillo pródigo o matiz é de misericordia desbordante de amor de pai.

Mirémolo nós con ollos de corazón filial, para que a súa próxima Pascua sexa festiva en plenitude.


Indalecio Gómez


miércoles, 6 de abril de 2022

ARREPENTIMENTO E CONVERSIÓN

Con frecuencia usamos indistintamente estes termos para tratar asuntos de teoloxía espiritual, e aínda que ambos se complementan, o seu significado é distinto. Co termo arrepentimento, expresamos o recoñecemento do negativo da nosa conciencia moral; e coa palabra conversión, manifestamos a decisión da nosa volta ao bo camiño.

Para a revisión da vida espiritual, hai que ter presentes os datos da psicoloxía e o ensino da teoloxía. Para progresar na vida espiritual, non se pode prescindir de ningún dos datos destas dúas fontes, e menos discrepar delas. Os datos dannos a coñecer o nivel da nosa vida espiritual; pero non abonda, porque con só datos, fanse avaliacións, sácanse conclusións, pero non se toman decisións. Pódenos servir de exemplos o volcán das Palmas -avaliamos os danos sufridos polos veciños- e a actual contenda rusa – o coñecemento dos miles de inocentes vítimas axúdanos a tomar conciencia de como se están lesionando os dereitos humanos naquelas terras-. Pero non nos é suficiente coñecer a tráxica situación de que nos falan os medios de comunicación: é necesario sentirnos afectados por todo iso, na nosa propia carne, para tratar de porlle remedio con todas as nosas forzas. Se isto é así, non abonda con que eu recoñeza o que é o meu mal comportamento e as súas consecuencias, para que me decida a mellorar a miña conduta. Pois igualmente é necesario que eu considere esta situación para que me esforce por imitar ás boas persoas que aínda quedan no mundo.

A conversión é unha graza do Ceo. Só cando Deus dá ao home a sentir o poder destrutor do pecado, e percibe simultaneamente o misterio de Deus e o do seu ser de home, só entón decídese formalmente pola práctica da virtude. Pero isto unicamente conséguese cando Deus dá ao home a graza de experimentar o poder destrutor do pecado e a insuficiencia do esforzo humano para vencelo. 

O home é relación filial con Deus e fraterna cos irmáns, pero o pecado rompe ditas relacións e converte ao home nun “ser con dous brazos para satisfacer as súas apetencias naturais”; nun modeliño para contemplarse narcisistamente a si mesmo. Ante esta situación, o home experiméntase como nun canellón sen saída; sente náuseas da súa miseria e palpa a súa impotencia para saír daquela situación; circunstancia que aproveita o inimigo para afundilo no desalento.

É así, ante o poder destrutor do pecado e ante a impotencia humana para librarse de tal situación, como o home coñece quen é el, na súa pequenez e incapacidade, abandonado ás súas propias forzas, e clama a Deus, porque Deus ámao, e o home é a súa criatura amada. Entón o encontro prodúcese, porque o amor non entende de enfrontamentos.

Indalecio Gómez Varela

Cóengo da Catedral

domingo, 3 de abril de 2022

V DOMINGO DE CORESMA

Sección litúrgica "Dóminus"

5º Domingo del Tiempo de Cuaresma

3 de abril de 2022. Festividad de san Cresto

"Para el Señor, el momento presente, es lo más esencial. Y, lo más deleznable, aquellos que sin tener potestad para ello, se erigen en jueces de los defectos de los demás"

CAMINAMOS JUNTOS

· La Iglesia peregrina en la tierra, la Iglesia en marcha (LG 9) es la expresión simbólica de un pueblo que persigue una meta y para ello se pone en camino. Como Israel en el Antiguo Testamento caminó como pueblo hacia la libertad, la Iglesia está siempre en marcha. Las diversas clases de procesiones, peregrinaciones y desplazamientos dentro de las celebraciones en la Cuaresma, son como un símbolo de esta realidad.

· La comunidad “Sale” de un lugar, abandona una situación y un estilo de vida, se convierte, “camina en unión”, unos con otros en fraternidad, subrayando así la comunitariedad de su camino. Hacia una “meta”, que puede ser un santuario, una iglesia, o el altar para la comunión: siempre un lugar simbólico del misterio cristiano, en un proceso de identificación con lo que éste requiere significar.

· El “marchar”, el caminar en la vida cristiana y más en la celebración, viene a ser una parábola de la Iglesia en camino. Una comunidad escatológica que en cierto modo se trasciende a sí misma y avanza hacia la meta propuesta. Que se siente peregrina, sin afincarse excesivamente ni en un lugar ni en una situación.

· El caminar es una expresión de que viajamos con esperanza, con los pies en el “hoy y aquí” y convencidos de la presencia de Cristo en medio de nosotros, compañero de camino, como en Emaús: Cristo es el camino.
 

MONICIÓN DE ENTRADA

Buenos días, queridos hermanos. Nos alegra teneros nuevamente en la casa de Dios para celebrar juntos, hoy, la eucaristía correspondiente al quinto domingo de Cuaresma, últimas celebraciones previas a la Semana Santa, ya cercanas al Domingo de Ramos. Con la liturgia de este día nos seguimos preparando ya para las próximas celebraciones pascuales. Con esa confianza de participar un día de la Pascua definitiva con Jesús, comencemos esta misa. De pie, cantamos todos.
 

TEXTO DEL EVANGELIO (JUAN 8, 1-11)

En aquel tiempo, Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?». Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra.

Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?». Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».
 

REFLEXIÓN: "MISARABLE Y MISERICORDIA", POR JAVIER LEOZ

¡Qué distintos los pensamientos de Dios a los que nosotros tenemos! ¡Qué distintas nuestras miradas, sobre el mundo o sobre las personas, a las que Dios posee! ¿Por qué será?

1.- Nuevamente, en total sintonía con aquella impresionante parábola del Hijo Pródigo que, el domingo pasado contemplábamos, escuchamos el relato evangélico de este cuarto domingo de cuaresma: la misericordia de Dios es tremenda, infinitamente inalcanzable. ¿Cuándo entenderemos que, el Señor, tiene corazón de padre, manos que acogen y ojos con los que, siempre, mira con amor?

Una vez más, camino de la Semana Santa, Jesús –Hombre y Dios- nos va mostrando con más nitidez y con asombrosas pistas el rostro auténtico del Padre: aborrece el pecado pero ama al pecador. Poco le importan las historias pasadas de aquella mujer. Para el Señor, el momento presente, es lo más esencial. Y, lo más deleznable, aquellos que sin tener potestad para ello, se erigen en jueces de los defectos de los demás.

Es necesario, por supuesto, una autocrítica. Preguntarnos hasta qué punto, nuestra vida cristiana, se encuentra un tanto adulterada. Pero, no es menos cierto, que también estamos llamados a ser comprensivos con los demás y, por supuesto, a ser conscientes de que –si nosotros tenemos alguna que otra cicatriz abierta en nuestra carne- también los demás pueden tenerla ¿O no?

2.- En la quinta estación del vía crucis contemplamos a Simón de Cirene ayudando a llevar la cruz. Esa debe ser la actitud nuestra cuando, a nuestro paso, discurren situaciones que nos pueden parecer llamativas o pecaminosas. De nada sirve airearlas, publicarlas. ¿No sería mejor ayudar? A aquellos escribas les importaba un bledo la vida de aquella mujer (entre otras cosas porque sabían perfectamente que el adulterio ya estaba sentenciado de antemano sin necesidad de recurrir a Jesús). Pretendían una excusa para coger fuera juego al Señor. En definitiva, para dejarlo al descubierto. No lo consiguieron.

Muchas veces, queriendo o sin querer, con verdad o sin ella, podemos hundir a muchas personas; sentenciarlas o enterrarlas en vida. El morbo, y más con los poderes mediáticos llamando a nuestra puerta, se convierte en algo muy apetitoso pero también muy perjudicial para la salud pública y para la paz social.

Que nosotros, como cristianos, busquemos siempre lo que Jesús ofreció a esta mujer, su compasión y comprensión. Qué bien lo expresa San Agustín “Sólo dos quedan allí: la miserable y la Misericordia”. Qué bien nos vendría una reflexión al hilo de este tiempo cuaresmal: ¿Cómo nos posicionamos frente a los defectos de los demás, cómo jueces o como personas que saben comprender y arrimar el hombro?

3.- Todos los cardenales, con motivo de la elección del nuevo Papa, nos orientaban en esa misma dirección durante esta semana: ¡Hay que presentar el rostro de la misericordia de Dios a nuestro mundo!

Que el Año de la Fe nos haga redescubrir, potenciar, cuidar y valorar aquello de: no anteponer a la bondad del corazón los juicios que destruyen a las personas.
 

ORACIÓN DE LOS FIELES

A Dios Padre que nunca nos deja solos, como nunca dejó solo a Jesús en el cumplimiento de su voluntad, confiemos nuestra oración diciendo todos juntos: QUÉDATE CON NOSOTROS, SEÑOR.

1. Por nuestra Santa Iglesia, para que siempre sea un lugar de acogida, donde todos podamos ser escuchados, y encontremos la misericordia y el perdón. Oremos.

2. Pidamos también por la paz y la dignidad de los pueblos, para que cesen las guerras, las prevaricaciones, el terrorismo y todas aquellas prácticas perversas que aniquilan a la humanidad y la hacen esclava de poderes violentos. Oremos.

3. Por quienes han sido juzgados de manera injusta y viven en prisión, para que el Señor, que conoce las consciencias de cada persona sea su juez y los mantenga firmes en la fe, colmándolos de paciencia y fortaleza hasta alcanzar su libertad.. Oremos.

4. Por todos aquellos que sufren persecución a causa de la fe, para que no pierdan el coraje de dar testimonio de Cristo y de su Evangelio. Oremos.

5. Por todos los que hoy celebramos esta eucaristía y hemos escuchado la Palabra de Dios, para que no nos creamos mejores que los demás ni nos convirtamos en jueces, sino que aprendamos de Jesús a ser comprensivos y misericordiosos con todos. Oremos.
 

ORACIÓN

AYÚDAME A MIRAR COMO TÚ, SEÑOR
A no dejarme llevar por mis juicios,
interesados, duros y excesivamente crueles. 
A observar, no tanto los aspectos negativos, 
cuanto la bondad y lo noble de los que me rodean.

AYÚDAME A MIRAR COMO TÚ, SEÑOR
A no conspirar ni levantar castillos
en las ruinas sufrientes de  tantos hermanos 
A no señalar defectos e  historias pasadas 
que, entre otras cosas, 
sólo sirven para causar sensación o daño

AYÚDAME A MIRAR COMO TÚ, SEÑOR 
A ser prudente, como tú lo fuiste 
con aquella mujer, que  adulterada en su vida,
comenzó otra vida nueva
ante tu forma de mirarle y corregirle

AYÚDAME A MIRAR COMO TÚ, SEÑOR 
A ver el lado bueno de las personas 
A no recrearme con el  sufrimiento ajeno 
A no ser altavoz de calumnias y mentiras
A ser hombre y no jugar a ser juez

AYÚDAME A MIRAR COMO TÚ, SEÑOR 
A no manipular ni airear 
las cruces de las personas  que las soportan
A no enjuiciar ni condenar 
los defectos de tantos  próximos a mi vida 
A no hacer estandarte ni burla 
de los que están hundidos en sus miserias

AYÚDAME  A MIRAR COMO TÚ, SEÑOR
Para que, frente a la mentira, reine la verdad 
Para que, frente a la condena, brille tu misericordia 
Para que, frente a la burla,  salga la comprensión 
Para que, frente a la humillación, despunte la bondad