PARTE I
· Resumen.
· Palabras clave.
1. Punto de partida.
PARTE II
2. Introducción.
2.1. La palabra sínodo como desafío ecuménico: hacia una pedagogía sinodal.
2.2. El objetivo ecuménico de la sinodalidad: la unidad se reconstruye en el
camino.
PARTE III
3. Redescubrimiento multilateral de la siniodalidad como consecuencia de una
visión eclesiológica común.
3.1. Un recorrido breve por los documentos del diálogo.
3.2. La Iglesia: hacia una visón común (2013) y La respuesta católica (2019).
PARTE IV
4. Hacia la superación del principal obstáculo en el camino sinodal de la
iglesia desde la perspectiva ecuménica.
4.1. Presupuestos.
4.2. ¿El Papa como portavoz de la Cristiandad?
PARTE V
· Conclusión general.
· Notas.
· Bibliografía.
Benito Méndez Fernández
Instituto Teológico Compostelano
bmendez@itcdesantiago.org
https://orcid.org/0000-0002-4241-7985
PUBLICADO EN:
Salmanticensis 68 (2021) 265-300
ISSN: 0036-3537 (impreso) ISSN: 2660-955X (online)
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Resumen: El documento de la Comisión Teológica
Internacional sobre la sinodalidad (2018) tiene una decidida dimensión
ecuménica, no solo porque establece una nueva forma de enfocar la vida interna
de la Iglesia, sino porque implica un camino conjunto de todos los cristianos.
Para ello es necesario reflexionar sobre la pedagogía sinodal y los objetivos
comunes, tal y como ha sucedido con el documento de convergencia «La Iglesia:
hacia una visión común» y la respuesta católica al mismo. Desde esas bases, es
posible concebir las relaciones ecuménicas como un medio para encontrar la
unidad en el camino.
Palabras clave: Sinodalidad, Francisco, ecumenismo,
primado, eclesiología, camino, comunión.
A principios del verano de 2018 el papa Francisco viajó a
Ginebra para visitar la sede del Consejo Mundial de Iglesias, con motivo del 70
aniversario de su fundación. Allí, durante la oración común, pronunció unas
palabras que, en principio, parecen sorprendentes:
Alguno podría objetar que caminar de este modo es trabajar
sin provecho, porque no se protegen como es debido los intereses de las propias
comunidades, a menudo firmemente ligados a orígenes étnicos o a orientaciones
consolidadas, ya sean mayoritariamente “conservadoras” o “progresistas”. Sí,
elegir ser de Jesús antes que de Apolo o Cefas (cf. 1 Cor 1,12), de Cristo
antes que “judíos o griegos” (cf. Ga 3,28), del Señor antes que de derecha o de
izquierda, elegir en nombre del Evangelio al hermano en lugar de a sí mismos
significa con frecuencia, a los ojos del mundo, trabajar sin provecho. No
tengamos miedo a trabajar sin provecho. El ecumenismo es “una gran empresa con
pérdidas”. Pero se trata de pérdida evangélica, según el camino trazado por
Jesús: “El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por
mi causa la salvará” (Lc 9,24). Salvar lo que es propio es caminar según la
carne; perderse siguiendo a Jesús es caminar según el Espíritu. Solo así se da
fruto en la viña del Señor. Como Jesús mismo enseña, no son los que acaparan
los que dan fruto en la viña del Señor, sino los que, sirviendo, siguen la
lógica de Dios, que continúa dando y entregándose (cf.Mt 21,33-42). Es la
lógica de la Pascua, la única que da fruto 1.
Si el ecumenismo es un negocio ruinoso o con pérdidas,
entonces, ¿qué queda de todos los esfuerzos por la unidad de los cristianos…,
cientos de encuentros, congresos, oraciones comunes, comisiones... habrá sido
todo en vano? Es verdad que queda mucho por hacer, pues la tarea ecuménica,
teóricamente un compromiso irreversible 2, no goza de la prioridad que debería
en la agenda eclesial. No en vano ha sido recientemente publicado un Vademecum
ecuménico para recordárselo a los obispos 3. Todavía quedan muchos prejuicios
del pasado, cuando no resquemor, en algunos casos, debido a acontecimientos
histórico poco afortunados 4. Es decir, aparentemente no hay muchas razones
para el optimismo a corto plazo. Por eso son sorprendentes las palabras de
Francisco, porque él no es, precisamente, un pesimista. Más bien su profunda
confianza en que es el Espíritu Santo, quien dirige a la Iglesia de Cristo, le
lleva a llamar nuestra atención para salir de nuestra acedia y letargo, también
en esta tarea, y nos pongamos en camino para revertir la situación de división
entre cristianos. Es una tarea urgente que, además, será un signo que
contribuirá al bien de toda la humanidad 5. Su constante ejemplo de apertura y
de búsqueda de encuentro con los otros nos anima, pues, a dejar los viejos
prejuicios, y, en el fondo, a dejar la comodidad. La afirmación de la presencia
del Espíritu Santo en la Iglesia la empuja de forma natural hacia la
sinodalidad, a caminar juntos, en todas sus dimensiones, tal y como ya
intuyeron hace décadas algunos paladines del ecumenismo como el hermano Roger
de Taizé o Yves Congar 6.
Las palabras de Jesús no pueden ser más exigentes: “quien
quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mi causa la
salvará” (Lc 9,24). Nos recuerdan también a las de San Pablo: “por Cristo lo he
perdido todo” (Fil 3, 7-8). No son palabras fáciles de aceptar, porque no es
fácil asumir que no somos los únicos cristianos, los exclusivos. Aunque
llevamos cincuenta años de recepción del Concilio Vaticano II, sus textos
todavía no han penetrado en nuestras carnes de forma suficiente. Esos textos
afirman que los que no son católicos, y están bautizados, son cristianos;
pertenecen a Cristo, son hermanos, son de la familia, y debemos ser consecuentes
con ello. Es decir, la Iglesia católica reconoce claramente que las fronteras
visibles de la Iglesia católico-romana no coinciden con las fronteras de la
Iglesia, una, santa, católica y apostólica que profesa el Credo 7. Por otra
parte, asumir a los diferentes como hermanos de forma creíble, y así
desarrollar una verdadera catolicidad, exige comenzar a asumir las diversidades
en el interior de la Iglesia como una riqueza y no como un impedimento. Esto
exige, en consecuencia, cambiar las formas tradicionales de la relación entre
sus miembros 8. Esa ‘conversión sinodal’ interna, como decimos, hará creíble el
compromiso eclesial en el trabajo ecuménico. Desde hace décadas los documentos
más importantes nos recuerdan que este solo puede realizarse en actitud de
‘recibir’ los dones que los demás tienen, considerándolos como también propios,
por medio de un intercambio dinámico 9.
1.- Punto de partida
A continuación, dando por supuestos los diferentes aspectos
del principio sinodal tratados en el documento sobre La sinodalidad de la
Comisión Teológica Internacional (2018) nos centraremos en su desafío
ecuménico:
“Además, la sinodalidad está en el corazón del compromiso
ecuménico de los cristianos: porque representa una invitación a recorrer juntos
el camino hacia la comunión plena, y porque ofrece —correctamente entendida—
una comprensión y una experiencia de la Iglesia en la que pueden encontrar
lugar las legítimas diversidades en la lógica de un recíproco intercambio de
dones a la luz de la verdad” (9) … “En este contexto, la actuación de la vida
sinodal y la profundización de su significado teológico constituyen un desafío
y una oportunidad de gran relieve en la prosecución del camino ecuménico” 10.
También encontramos esta dimensión fundamental en el último
gran documento ecuménico sobre eclesiología, procedente de la Comisión Fe y
Constitución del Consejo Mundial de Iglesias:
La palabra sínodo viene de los términos griegos syn (con) y
odos (camino), lo que sugiere “caminar juntos”. Tanto sinodalidad como conciliaridad
significan que “cada miembro del cuerpo de Cristo, en virtud del bautismo,
tiene su lugar y sus propias responsabilidades” en la comunión de la Iglesia.
Bajo la guía del Espíritu Santo, la Iglesia entera es sinodal/conciliar en
todos los niveles de la vida eclesial: local, regional y universal. La cualidad
de sinodalidad o conciliaridad refleja el misterio de la vida trinitaria de
Dios, y las estructuras de la Iglesia expresan esa cualidad para actualizar la
vida de la comunidad como comunión 11.
A estas dos referencias es necesario añadir la que nos
muestra el importante discurso del papa Francisco con motivo del cincuenta
aniversario de la constitución del Sínodo de los obispos, el 17 de octubre de
2015. De ella, junto con las anteriores, podemos deducir que no hay otra
alternativa para la Iglesia, también en este ámbito ecuménico, que no sea la
sinodalidad:
“El compromiso de edificar una Iglesia sinodal —misión a la
cual todos estamos llamados, cada uno en el papel que el Señor le confía— está
grávido de implicaciones ecuménicas... Estoy convencido de que, en una Iglesia
sinodal, también el ejercicio del primado petrino podrá recibir mayor luz. El
Papa no está, por sí mismo, por encima de la Iglesia; sino dentro de ella como
bautizado entre los bautizados y dentro del Colegio episcopal como obispo entre
los obispos, llamado a la vez —como Sucesor del apóstol Pedro— a guiar a la
Iglesia de Roma, que preside en la caridad a todas las Iglesias.
Mientras reitero la necesidad y la urgencia de pensar en una
conversión del papado... Estoy convencido de tener al respecto una
responsabilidad particular, sobre todo al constatar la aspiración ecuménica de
la mayor parte de las Comunidades cristianas y al escuchar la petición que se
me dirige de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de
ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva” 12
Teniendo en cuenta estas referencias, queremos orientar
nuestra mirada no tanto en los contenidos de ese “caminar juntos” que forman
las relaciones ecuménicas concretas. Estas han traído ya unos resultados que
pueden considerarse históricos, al menos en lo que se refiere a las de
católicos y ortodoxos y, por supuesto, a las de católicos y luteranos 13. Cada
uno de estas relaciones merecería, de por sí, un tratamiento pormenorizado y
específico, pues, desde la publicación del Decreto de Ecumenismo del Concilio
Vaticano II, dar cuenta de la situación ecuménica se ha convertido en un tema
oceánico y no fácil de alcanzar en una mirada global 14.
El papa Francisco, en el texto citado, ya nos está señalando
uno de esos nudos que es necesario desatar en el camino ecuménico 15. Para ello
habrá que partir de las bases comunes que el Movimiento ecuménico ha ido
adquiriendo gracias a su propia evolución histórica. Esas bases, por otra
parte, refuerzan la conciencia de que el mundo en que vivimos, exige por parte
de todos los cristianos un cambio radical de actitud, una apertura radical
hacia la colaboración. Lo que está en juego no es la supervivencia de las
Iglesias, sino la credibilidad del mensaje de Cristo; y tal credibilidad ya no
es posible recuperarla de forma aislada 16. Por eso el papa se propone
responder a ese desafío comenzando por la propia casa, dinamizando la vida
sinodal de la Iglesia en todos sus niveles. Sólo mediante esta ‘conversión
hacia la sinodalidad’ quedará preparada y enfocada a las necesidades de la
misión en las circunstancias actuales. Esta iniciativa significa un nuevo paso,
por así decirlo, en la recepción del Concilio, si lo comparamos con las
circunstancias de pontificados anteriores, más preocupados por la unidad de la
Iglesia, entendida como comunión doctrinal con su jerarquía 17.
La justificación de esta opción nuestra por una
fundamentación general de la sinodalidad se basa en una convicción hoy
mayoritariamente asentada entre los grupos que participan en el Movimiento
ecuménico 18. Para construir el futuro, se ha de partir de lo que nos une en
profundidad, más que de aquello que nos diferencia 19. Siendo esto así, en
primer lugar, en la introducción, después de exponer un breve panorama del
cristianismo mundial, nos proponemos reflexionar sobre la necesidad de una
pedagogía sinodal y sobre la sinodalidad como objetivo ecuménico. Cierto es que
la misma aparece con mayor relevancia en el diálogo católico-ortodoxo; pero,
siendo dimensión constitutiva de la Iglesia, se ha de extender a todos los
diálogos y, de hecho, podemos encontrar un ‘núcleo sinodal’ en todos ellos,
como veremos. Por eso, en segundo lugar, nos hemos decidido por poner el foco
de nuestra atención en la visión común del ser y la misión de la Iglesia que,
después de décadas de diálogo, se ha convertido en patrimonio compartido por
las principales confesiones cristianas y, por ello, constituye una base firme
para un modelo de Iglesia sinodal, una Iglesia de la complementariedad y no del
aislamiento confesional.
Son muchos los aspectos que merecen atención en este
proyecto sinodal de la Iglesia desde el punto de vista ecuménico. Entre ellos,
nos hemos decantado por sopesar algunas sugerencias conocidas, pero que vuelven
a la palestra ecuménica, a la hora de intentar desatar uno de esos “nudos” que
impiden un caminar ligero entre los cristianos, como es la misión del primado
en la Iglesia universal. Aun así, no podremos más que señalar el camino, pues
el recorrerlo, aunque fuera someramente, también traería consigo entrar en toda
la riqueza de documentos ya publicados sobre el tema, principalmente en el
diálogo anglicano-católico y en el diálogo ortodoxo-católico de los últimos
años.
Continuará...