Todos los caminos llevan a Roma, y muchos, a Compostela. Los que conducen a Roma, proceden de los cuatro puntos cardinales. Los que llevan a Compostela, son principalmente cinco:
El Camino Francés, que, partiendo de Roncesvalles, cruza las tierras d Aragón y, después de soportar el calor sofocante de las planicies castellanas, saborea el plácido clima del Monte del Gozo, contemplando la Catedral Compostelana, meta de su peregrinación.
El Camino Inglés, por el cual, los peregrinos procedentes del Reino Unido desembarcan en los puertos de A Coruña o de Ferrol, y continúan viaje hacia la capital gallega.
El Camino Portugués. Este camino nace en la ciudad de Lisboa y, desde allí, los peregrinos se dirigen a Galicia.
El Camino Primitivo, por el cual peregrinó el Rey Alfonso II, en el siglo IX.
El Camino del Norte, recorre las zonas occidentales de Francia y, cruzando la frontera internacional por Hendaya o Irún, pasan a España.
A la ciudad jacobea se puede acceder a pie por senderos rurales, en tren, por vía aérea… Sin embargo, para el peregrino, sigue siendo acertado el verso de Antonio Machado: “caminante, no hay camino, se hace camino al andar». El que viaja para recrearse, el excursionista elige la ruta más bella y cómoda; la que más le complace: busca su solaz personal. No así el peregrino: el móvil de su caminar es religioso. Camina por penitencia, lo hace para dar gracias por los favores recibidos, o en demanda de nuevas bendiciones. Al auténtico peregrino, no le importa la belleza del camino: busca llegar pronto al santuario de referencia, para presentar la ofrenda al Señor. No busca el confort de suntuosos hoteles para descansar. Prefiere los humildes albergues, para recuperar fuerzas y poder seguir caminando nuevamente. El Camino del peregrino es fatigoso pero enriquecedor. Los peregrinos comparten horas de sol y de lluvia. También comparten la fe y la ilusión con otros caminantes. Lo negativo compartido es más llevadero, y lo positivo, si se comparte, es más reconfortante. El encuentro de unos con otros hace que el mundo se haga más pequeño. Para los auténticos peregrinos, las fronteras, más que líneas de separación, son lugares de encuentro acogedor. Allí está el Señor, convirtiendo en amigos a gentes desconocidas. La experiencia de su peregrinación le ha convencido de que la ausencia de prejuicios acrecienta la certeza de que en el mundo queda mucha gente de la que aún podemos fiarnos.
Indalecio Gómez Varela
Canónigo de la Catedral de Lugo
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