Queridos hermanos y hermanas:
La invitación a “ir y ver”
que acompaña los primeros y emocionantes encuentros de Jesús con los
discípulos, es también el método de toda comunicación humana auténtica. Para
poder relatar la verdad de la vida que se hace historia (cf. Mensaje para la 54.ª Jornada
Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24 enero 2020) es
necesario salir de la cómoda presunción del “como es ya sabido” y ponerse en
marcha, ir a ver, estar con las personas, escucharlas, recoger las sugestiones
de la realidad, que siempre nos sorprenderá en cualquier aspecto. «Abre pasmosamente
tus ojos a lo que veas y deja que se te llene de sabia y frescura el cuenco de
las manos, para que los otros puedan tocar ese milagro de la vida palpitante
cuando te lean», aconsejaba el beato Manuel Lozano Garrido[1] a sus
compañeros periodistas. Deseo, por lo tanto, dedicar el Mensaje de este año a
la llamada a “ir y ver”, como sugerencia para toda expresión comunicativa que
quiera ser límpida y honesta: en la redacción de un periódico como en el mundo
de la web, en la predicación ordinaria de la Iglesia como en la comunicación
política o social. “Ven y lo verás” es el modo con el que se ha comunicado la
fe cristiana, a partir de los primeros encuentros en las orillas del río Jordán
y del lago de Galilea.
Desgastar las suelas de los zapatos
Pensemos en el gran tema de la información. Opiniones
atentas se lamentan desde hace tiempo del riesgo de un aplanamiento en los
“periódicos fotocopia” o en los noticieros de radio y televisión y páginas web
que son sustancialmente iguales, donde el género de la investigación y del
reportaje pierden espacio y calidad en beneficio de una información
preconfeccionada, “de palacio”, autorreferencial, que es cada vez menos capaz
de interceptar la verdad de las cosas y la vida concreta de las personas, y ya
no sabe recoger ni los fenómenos sociales más graves ni las energías positivas
que emanan de las bases de la sociedad. La crisis del sector editorial puede
llevar a una información construida en las redacciones, frente al ordenador, en
los terminales de las agencias, en las redes sociales, sin salir nunca a la
calle, sin “desgastar las suelas de los zapatos”, sin encontrar a las personas
para buscar historias o verificar de visu ciertas situaciones.
Si no nos abrimos al encuentro, permaneceremos como espectadores externos, a
pesar de las innovaciones tecnológicas que tienen la capacidad de ponernos
frente a una realidad aumentada en la que nos parece estar inmersos. Cada
instrumento es útil y valioso sólo si nos empuja a ir y a ver la realidad que
de otra manera no sabríamos, si pone en red conocimientos que de otro modo no
circularían, si permite encuentros que de otra forma no se producirían.
Esos detalles de crónica en el Evangelio
A los primeros discípulos que quieren conocerlo, después del
bautismo en el río Jordán, Jesús les responde: «Vengan y lo verán» (Jn 1,39),
invitándolos a vivir su relación con Él. Más de medio siglo después, cuando
Juan, muy anciano, escribe su Evangelio, recuerda algunos detalles “de crónica”
que revelan su presencia en el lugar y el impacto que aquella experiencia tuvo
en su vida: «Era como la hora décima», anota, es decir, las cuatro de la tarde
(cf. v. 39). El día después —relata de nuevo Juan— Felipe comunica a Natanael
el encuentro con el Mesías. Su amigo es escéptico: «¿Acaso de Nazaret puede
salir algo bueno?». Felipe no trata de convencerlo con razonamientos: «Ven y lo
verás», le dice (cf. vv. 45-46). Natanael va y ve, y desde aquel momento su
vida cambia. La fe cristiana inicia así. Y se comunica así: como un
conocimiento directo, nacido de la experiencia, no de oídas. «Ya no creemos por
lo que tú nos dijiste, sino porque nosotros mismos lo hemos oído», dice la
gente a la Samaritana, después de que Jesús se detuvo en su pueblo (cf. Jn 4,39-42).
El “ven y lo verás” es el método más sencillo para conocer una realidad. Es la
verificación más honesta de todo anuncio, porque para conocer es necesario
encontrar, permitir que aquel que tengo de frente me hable, dejar que su
testimonio me alcance.
Gracias a la valentía de tantos periodistas
También el periodismo, como relato de la realidad, requiere
la capacidad de ir allá donde nadie va: un movimiento y un deseo de ver. Una
curiosidad, una apertura, una pasión. Gracias a la valentía y al compromiso de
tantos profesionales —periodistas, camarógrafos, montadores, directores que a
menudo trabajan corriendo grandes riesgos— hoy conocemos, por ejemplo, las
difíciles condiciones de las minorías perseguidas en varias partes del mundo;
los innumerables abusos e injusticias contra los pobres y contra la creación
que se han denunciado; las muchas guerras olvidadas que se han contado. Sería
una pérdida no sólo para la información, sino para toda la sociedad y para la
democracia si estas voces desaparecieran: un empobrecimiento para nuestra
humanidad.
Numerosas realidades del planeta, más aún en este tiempo de
pandemia, dirigen al mundo de la comunicación la invitación a “ir y ver”.
Existe el riesgo de contar la pandemia, y cada crisis, sólo desde los ojos del
mundo más rico, de tener una “doble contabilidad”. Pensemos en la cuestión de
las vacunas, como en los cuidados médicos en general, en el riesgo de exclusión
de las poblaciones más indigentes. ¿Quién nos hablará de la espera de curación
en los pueblos más pobres de Asia, de América Latina y de África? Así, las
diferencias sociales y económicas a nivel planetario corren el riesgo de marcar
el orden de la distribución de las vacunas contra el COVID. Con los pobres
siempre como los últimos y el derecho a la salud para todos, afirmado como un
principio, vaciado de su valor real. Pero también en el mundo de los más
afortunados el drama social de las familias que han caído rápidamente en la
pobreza queda en gran parte escondido: hieren y no son noticia las personas
que, venciendo a la vergüenza, hacen cola delante de los centros de Cáritas
para recibir un paquete de alimentos.
Oportunidades e insidias en la web
La red, con sus innumerables expresiones sociales, puede
multiplicar la capacidad de contar y de compartir: tantos ojos más abiertos
sobre el mundo, un flujo continuo de imágenes y testimonios. La tecnología
digital nos da la posibilidad de una información de primera mano y oportuna, a
veces muy útil: pensemos en ciertas emergencias con ocasión de las cuales las
primeras noticias y también las primeras comunicaciones de servicio a las
poblaciones viajan precisamente en la web. Es un instrumento formidable, que
nos responsabiliza a todos como usuarios y como consumidores. Potencialmente
todos podemos convertirnos en testigos de eventos que de otra forma los medios
tradicionales pasarían por alto, dar nuestra contribución civil, hacer que
emerjan más historias, también positivas. Gracias a la red tenemos la
posibilidad de relatar lo que vemos, lo que sucede frente a nuestros ojos, de
compartir testimonios.
Pero ya se han vuelto evidentes para todos también los
riesgos de una comunicación social carente de controles. Hemos descubierto, ya
desde hace tiempo, cómo las noticias y las imágenes son fáciles de manipular,
por miles de motivos, a veces sólo por un banal narcisismo. Esta conciencia
crítica empuja no a demonizar el instrumento, sino a una mayor capacidad de
discernimiento y a un sentido de la responsabilidad más maduro, tanto cuando se
difunden, como cuando se reciben los contenidos. Todos somos responsables de la
comunicación que hacemos, de las informaciones que damos, del control que
juntos podemos ejercer sobre las noticias falsas, desenmascarándolas. Todos
estamos llamados a ser testigos de la verdad: a ir, ver y compartir.
Nada reemplaza el hecho de ver en persona
En la comunicación, nada puede sustituir completamente el
hecho de ver en persona. Algunas cosas se pueden aprender sólo con la
experiencia. No se comunica, de hecho, solamente con las palabras, sino con los
ojos, con el tono de la voz, con los gestos. La fuerte atracción que ejercía
Jesús en quienes lo encontraban dependía de la verdad de su predicación, pero
la eficacia de lo que decía era inseparable de su mirada, de sus actitudes y
también de sus silencios. Los discípulos no escuchaban sólo sus palabras, lo
miraban hablar. De hecho, en Él —el Logos encarnado— la
Palabra se hizo Rostro, el Dios invisible se dejó ver, oír y tocar, como
escribe el propio Juan (cf. 1 Jn 1,1-3). La palabra es eficaz
solamente si se “ve”, sólo si te involucra en una experiencia, en un diálogo.
Por este motivo el “ven y lo verás” era y es esencial.
Pensemos en cuánta elocuencia vacía abunda también en
nuestro tiempo, en cualquier ámbito de la vida pública, tanto en el comercio
como en la política. «Sabe hablar sin cesar y no decir nada. Sus razones son
dos granos de trigo en dos fanegas de paja. Se debe buscar todo el día para
encontrarlos y cuando se encuentran, no valen la pena de la búsqueda»[2]. Las
palabras mordaces del dramaturgo inglés también valen para nuestros
comunicadores cristianos. La buena nueva del Evangelio se difundió en el mundo
gracias a los encuentros de persona a persona, de corazón a corazón. Hombres y
mujeres que aceptaron la misma invitación: “Ven y lo verás”, y quedaron
impresionados por el “plus” de humanidad que se transparentaba en su mirada, en
la palabra y en los gestos de personas que daban testimonio de Jesucristo.
Todos los instrumentos son importantes y aquel gran comunicador que se llamaba
Pablo de Tarso hubiera utilizado el correo electrónico y los mensajes de las
redes sociales; pero fue su fe, su esperanza y su caridad lo que impresionó a
los contemporáneos que lo escucharon predicar y tuvieron la fortuna de pasar
tiempo con él, de verlo durante una asamblea o en una charla individual.
Verificaban, viéndolo en acción en los lugares en los que se encontraba, lo
verdadero y fructuoso que era para la vida el anuncio de salvación del que era
portador por la gracia de Dios. Y también allá donde este colaborador de Dios
no podía ser encontrado en persona, su modo de vivir en Cristo fue atestiguado
por los discípulos que enviaba (cf. 1 Co 4,17).
«En nuestras manos hay libros, en nuestros ojos hechos»,
afirmaba san Agustín[3] exhortando a
encontrar en la realidad el cumplimiento de las profecías presentes en las
Sagradas Escrituras. Así, el Evangelio se repite hoy cada vez que recibimos el
testimonio límpido de personas cuya vida ha cambiado por el encuentro con
Jesús. Desde hace más de dos mil años es una cadena de encuentros la que
comunica la fascinación de la aventura cristiana. El desafío que nos espera es,
por lo tanto, el de comunicar encontrando a las personas donde están y como
son.
Señor, enséñanos a salir de nosotros mismos,
y a encaminarnos hacia la búsqueda de la verdad.
Enséñanos a ir y ver,
enséñanos a escuchar,
a no cultivar prejuicios,
a no sacar conclusiones apresuradas.
Enséñanos a ir allá donde nadie quiere ir,
a tomarnos el tiempo para entender,
a prestar atención a lo esencial,
a no dejarnos distraer por lo superfluo,
a distinguir la apariencia engañosa de la verdad.
Danos la gracia de reconocer tus moradas en el mundo
y la honestidad de contar lo que hemos visto.
Roma, San Juan de Letrán, 23 de enero de 2021, Vigilia de
la Memoria de San Francisco de Sales.
Francisco