Entrevista a mons. Prieto publicada en “Alfa y Omega”
Cuando fue nombrado auxiliar de Santiago dijo en estas
páginas que lo primero que hizo tras recibir la noticia fue ir a la capilla del
Obispado de Orense, donde estaba. ¿Qué hizo en esta ocasión?
—Me encontraba en el coche, llegando a Orense para visitar a
mi familia. Era domingo por la noche. Recibí un mensaje de Nunciatura en el que
me anunciaban que querían hablar conmigo. Aparqué y los atendí justo antes de
subir a casa. Cuando me lo dijeron me quedé mudo, en un silencio entre
sorprendido y abrumado. Fue un contexto muy cotidiano.
Comienza esta misión con dos años de bagaje en la
archidiócesis.
—Han sido dos años intensos. Es una diócesis muy diversa.
Tiene tres ciudades —La Coruña, Santiago y Pontevedra—, cada una con sus
peculiaridades; una costa enorme, que mira en el norte a Ferrol y en el sur a
Vigo y, en medio, el mundo rural. Es extensa y rica en su geografía humana,
social y religiosa. En este tiempo he procurado acercarme a las parroquias,
conocerlas y empaparme. Será una ayuda importante, aunque tan poco tiempo, y
con un doble año santo, solo me ha permitido conocer el trazo grueso. Ahora
toca el hilo fino de la vida de los sacerdotes, parroquias y todos los desafíos
pastorales.
¿Cuáles son esos desafíos?
—Tenemos una edad media del clero muy alta y muchas
parroquias. Hay que repensar la presencia pastoral en el territorio. La
parroquia será imprescindible, pero no llega a la vida de toda nuestra gente.
Pueden ser unidades pastorales, parroquiales… Dejemos atrás modelos que no
responden a la realidad y trabajemos para ser significativos a través de la
integración de parroquias, donde haya un trabajo compartido, catequesis y Cáritas
interparroquiales, celebraciones dominicales en dos o tres lugares de
referencia, bien celebradas y en las que el sacerdote no tenga que ir corriendo
de aquí para allá, haciendo maratones.
Mejoraría la vida de los sacerdotes.
—Hay sacerdotes de edad avanzada, con una vida más frágil,
pero hay otros más jóvenes con una gran carga de trabajo que pueden acabar
quemándose tanto humana como espiritualmente.
¿Habrá que renunciar a la parroquia propia o a contar un
sacerdote en exclusiva para ella?
—No se debería usar el posesivo en clave eclesial. Santiago
tiene ese reto. Es una diócesis secular, de una gran vida y vitalidad, pero
requiere que nos preguntemos sobre ella con realismo para dar una respuesta con
realismo.
Hablaba antes de ser significativos. ¿Cómo se logra en una
sociedad como la actual?
—En las generaciones más jóvenes predomina la indiferencia y
el distanciamiento. No veo una actitud contraria. No les dice nada lo que
proponemos.
Aquí hay que hacer un ejercicio importante: escuchar. Porque
si no escuchamos, respondemos a preguntas que nadie nos hace. Hay que escuchar
al hombre, a la mujer, al joven y al niño, saber integrar sus preocupaciones y
no dar respuestas hechas. No podemos recetar genéricos ni fórmulas manidas. Se
trata de recuperar la frescura del Evangelio y ofrecerla, decir que a ti Dios
te ama y te abraza en un proyecto que quiere comprometer tu vida y
planificarla. Dios no es una mochila que llevar sobre los hombros, sino un
compañero de camino. Hay hombres y mujeres con crisis profundas de sentido y
tendríamos que aparecer ahí, no como un respuesta hecha, ritual y mágica, como
una inteligencia artificial que todo lo responde, sino desde la cercanía a cada
uno en su circunstancia. Como escuché a un pastoralista, estamos llamados a ser
resto, como levadura en la masa, pero no residuo. Nos puede costar, porque pesa
la historia.
Quizás ser pocos ayude a purificar.
—Podemos ver este momento con pesar, pero no es para
lamentarse. Las crisis son oportunidades. Estamos en un momento de repliegue en
cuanto a número, pero debemos ganar en calidad y calidez evangélicas. Nos
sobran retórica y argumentos.
Acaba de estar en Madrid en unas jornadas sobre
sostenimiento de la Iglesia. ¿Es sostenible?
—Cuando hablamos de esto, enseguida pensamos en dinero, en
la aportación económica. Tenemos que superar la idea de servicio religioso por
el que pago una tasa o donativo y ya he cumplido como cliente. Debemos pasar de
un cristianismo clientelar a uno discipular. De un cristiano cliente a uno
creyente. La gente consume religión —fiestas, romerías, celebraciones,
sacramentos…—, pero ¿hay discípulos creyentes? Desde ahí se entiende la
responsabilidad y es cuando lo económico tiene sentido.
¿Qué tiene que decir el arzobispo de Santiago ante las
elecciones?
—Más que dar una consigna, se trata de reclamar a la gente
que ejerza su derecho de participación. Tenemos derecho a participar. Confío en
la madurez de los laicos y en su discernimiento conforme a los criterios
evangélicos y la doctrina social de la Iglesia. Preguntémonos por la calidad
humana de nuestros políticos, por si su trayectoria habla de un proyecto de
bien común o partidista. Eso es fácil de detectar. Interroguémonos con madurez
como cristianos desde los valores y criterios del Evangelio acerca de los
políticos y la acción política y actuemos con libertad de conciencia. No se
trata de que los cristianos se identifiquen con un partido político. Eso es un
error, como ha demostrado la historia.
Como gran aficionado, ¿sigue teniendo tiempo para el cine?
—«Que todo en la vida es cine y el cine sueños son», cantaba
Aute. Hace tiempo que no puedo ir a una sala, pero, a través del streaming, me
gusta volver a los clásicos. La última, El hombre tranquilo
Fuente: Fran Otero | Alfa y Omega