“Haz el bien; busca la justicia” (Is 1,17)
Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos 18 a 25 de enero de 2023
Queridos diocesanos:
Concluido un dúplice año santo, tiempo de conversión y de caminar hacia Cristo, se nos invita a crecer en la justicia y el bien con una frase que nos pide los frutos de la conversión y la gracia jubilar recibidas. Desde el Dicasterio por la Promoción de la Unidad de los Cristianos y el Consejo Mundial de Iglesias, un año más se nos motiva a unirnos en la oración por el don de la Unidad, por la que repetidamente pide Nuestro Señor entre la Cruz y en la Pascua, según el discurso de despedida del Evangelio de Juan. Esa unidad es expresión de la llamada de Dios a la fe en comunidad, como recuerda Pablo, a los Efesios. Precisamente es la fiesta del Apóstol de las Gentes, Pablo, la que nos hace mirar a todos los cristianos no a nosotros mismos, causa de nuestro egoísmo y división, sino hacia Cristo, unidos. La mirada pura del corazón es la mirada en oración compartiendo la caridad fraterna: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.
“El Concilio Vaticano II enseñó que “este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humana” (UR 24). Al orar por la unidad reconocemos que esta es un don del Espíritu Santo y que no podemos alcanzarla con nuestras propias fuerzas. La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos se celebra cada año del 18 al 25 de enero. “El recentísimo Vademecum ecuménico vaticano nos recuerda que no es una devoción privada sino oración de toda la Iglesia. Esta invitación a la oración por la unidad y a unirnos en la oración se repite desde el Concilio Vaticano II y llega a nosotros en el Magisterio de los distintos santos Pontífices que han gobernado la barca de la Iglesia en las tormentas del cambio de siglo. También el ecumenismo ha sufrido el rechazo de aquellos que, ante la tempestad, como los apóstoles, temen naufragar y prefieren la comodidad del antiguo puerto seguro a responder confiadamente al arriesgado “duc in altum“, “rema mar adentro”. Son aquellos que vacilan a echarse al agua como Pedro, que tan sólo sigue confiado los pasos de Cristo, aunque sea sobre el agua, aunque no haya camino preparado”1.
El miedo al ecumenismo nos lleva a ver en él una especie de deformación según los tiempos, tentación que nos bloquea a corregirnos y renovar nuestra fe como venimos de hacer todo un Año Santo. “Ante todo, el ecumenismo no consiste en una solución de compromiso, como si la unidad tuviera que lograrse a expensas de la verdad. Al contrario, la búsqueda de la unidad nos lleva a una valoración más plena de la verdad revelada por Dios” (UR 11)2. Estas palabras recogen una intuición que de forma clarividente exponía el entonces Joseph cardenal Ratzinger: “No es el consenso el que funda la verdad, sino la verdad el consenso… La unanimidad no es el fundamento del carácter vinculante de algo, sino el signo de la verdad que se manifiesta”3.
Pero precisamente es esa búsqueda de Dios y de la Verdad la que debe movernos siempre de tal manera que no nos conformemos con un ídolo, con una apariencia formal externa, acorde a nuestros gustos, sino que luchemos por acercarnos a Dios a través de su Palabra, su Imagen, su Hijo, para dejar restablecer en nosotros su semejanza. “Distinguir las separaciones meramente humanas de las divisiones realmente teológicas. Precisamente las separaciones meramente humanas gustan de darse la importancia de lo esencial; se esconden, por así decir, detrás de lo esencial… La tácita divinización de lo propio, que es la permanente tentación del hombre, se extiende… El ecumenismo exigía y exige el intento de liberarse de tales, con frecuencia, sutiles falsificaciones… Debería despertarse una tolerancia para lo otro que no esté basada en la indiferencia ante la verdad, sino en la distinción entre verdad y mera tradición humana”4.
Esta actitud humilde interior y de búsqueda sin duda nos llevará igualmente a profundizar en la fe desde el respeto a quienes la viven, auténticamente en conciencia, de formas tan diversas, sin relativizar ni consensuar la fe, pero sí respetándonos en el amor. “El mandato del amor purificará a ojos vistas también nuestra fe y nos ayudará a distinguir lo esencial de lo que no lo es”5.
El amor es la virtud que mejor expresa la autenticidad teológica y espiritual de la conversión, de la fe que siempre busca crecer y renovar al individuo y a la Iglesia. Por eso desde el amor, el compromiso por la justicia no es simple altruismo o valores humanos, sino conversión de fe, que además nos lleva de la mano a todos los discípulos de Cristo. Como nos recuerda el Santo Padre el papa Francisco “mientras nos encontramos todavía en camino hacia la plena comunión, tenemos ya el deber de dar testimonio común del amor de Dios a su pueblo colaborando en nuestro servicio a la humanidad”6. Las dos últimas encíclicas del papa Francisco Laudato Si’ y Fratelli Tutti son expresión de cómo la conversión y reforma de la Iglesia, en cuanto nos reconducen al centro que es Cristo, nos llevan a la Unidad que Él ha querido para sus discípulos a quienes nos llama amigos. Con ambas encíclicas el Papa quiere llegar también a los cristianos no católico-romanos como signo de unidad. También nos muestran que, junto con la oración y el ecumenismo espiritual, el ecumenismo de la caridad, del compromiso y de la justicia nos llevan de la mano en cuanto que no son sólo un camino humano, sino hacia Dios y desde Dios, en la fe que actúa en el amor. No son pocas las pequeñas acciones cotidianas de nuestros fieles, parroquias y movimientos que lo están demostrando a diario sin buscar protagonismos.
Recemos por la Unidad a Dios, cuyo Espíritu es el único que
la puede construir entre nosotros. Pero luchemos contra las tentaciones egoístas
que nos llevan a mirarnos a nosotros mismos sin humildad, dejando de mirar a
Cristo mismo. Superemos la tentación derrotista que nos hace abandonar la lucha
porque no alcanzamos resultados humanos, como si no fuese toda nuestra vida
cristiana un sembrar una semilla que no es humana ni crece por acción humana.
No olvidemos que el don de Dios siempre es más grande que nosotros, y se
reparte entre muchos, para compartirlo y entregarlo, pero también recibirlo de
los demás.
Os saluda con afecto y bendice en el Señor.
+ Julián Barrio Barrio,
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