lunes, 26 de diciembre de 2022

San Esteban, o día da nosa parroquia..

Uno de los primeros diáconos y el primer mártir cristiano; su fiesta es el 26 de Diciembre. En los Hechos de los Apóstoles el nombre de Esteban se encuentra por primera vez con ocasión del nombramiento de los primeros diáconos (Hechos, 6, 5). Habiéndose suscitado insatisfacción en lo relativo a la distribución de las limosnas del fondo de la comunidad, los Apóstoles eligieron y ordenaron especialmente a siete hombres para que se ocuparan del socorro de los miembros más pobres. De estos siete, Esteban es el primer mencionado y el mejor conocido.

La vida de Esteban anterior a este nombramiento permanece casi enteramente en la oscuridad para nosotros. Su nombre es griego y sugiere que fuera un helenista, esto es, uno de esos judíos que habían nacido en alguna tierra extranjera y cuya lengua nativa era el griego; sin embargo, según una tradición del Siglo V, el nombre de Stephanos era sólo el equivalente griego del arameo Kelil (del sirio kelila, corona), que puede ser el nombre original del protomártir y fue inscrito en una losa encontrada en su tumba. Parece que Esteban no era un prosélito, pues el hecho de que Nicolás sea el único de los siete designado como tal hace casi seguro que los otros eran judíos de nacimiento. Que Esteban fuera discípulo de Gamaliel se ha deducido a veces de su hábil defensa ante el Sanedrín; pero no ha sido probado. Ni sabemos tampoco cuando y en qué circunstancias se hizo cristiano; es dudoso que la afirmación de San Epifanio (Haer.,xx, 4) contando a Esteban entre los setenta discípulos merezca algún crédito. Su ministerio como diácono parece haberse ejercido principalmente entre los conversos helenistas con los que los apóstoles estaban al principio menos familiarizados; y el hecho de que la oposición con la que se enfrentó surgiera en las sinagogas de los “Libertos” (probablemente los hijos de los judíos llevados como cautivos a Roma por Pompeyo el año 63 antes de Cristo y liberados, de ahí el nombre de Libertini ) y “de los Cirineos, y de los Alejandrinos y de los que eran de Cilicia y Asia” muestra que habitualmente predicaba entre los judíos helenistas. Que era destacadamente idóneo para ese trabajo, sus facultades y carácter, que el autor de los Hechos desarrolla tan fervientemente, son la mejor indicación. La Iglesia, al escogerlo para diácono, le había reconocido públicamente como un hombre “de buena fama, lleno de Espíritu y sabiduría”(Hechos, 6, 3). Era “un hombre lleno de fe y de Espíritu Santo”(6, 5) “lleno de gracia y de poder” (6, 8); nadie era capaz de resistir sus poco comunes facultades oratorias y su lógica impecable, tanto más cuanto que a sus argumentos llenos de la energía divina y la autoridad de la escritura Dios añadía el peso de “grandes prodigios y señales” (6, 8). Grande como era la eficacia de “la sabiduría y el Espíritu con que hablaba” (6, 10), aun así no pudo someter los espíritus de los refractarios; para estos el enérgico predicador se iba a convertir pronto fatalmente en un enemigo.

El conflicto estalló cuando los quisquillosos de las sinagogas “de los Libertos, y de los Cirineos, y de los Alejandrinos, y de los que eran de Cilicia y Asia”, que habían retado a Esteban a una discusión, salieron completamente desconcertados (6, 9-10); el orgullo herido inflamó tanto su odio que sobornaron a falsos testigos para que testificaran que “le habían oído pronunciar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios” (6, 11).

Ninguna acusación podía ser más apta para excitar a la turba; la ira de los ancianos y los escribas ya había sido encendida por los primeros informes de la predicación de los Apóstoles. Esteban fue detenido, no sin violencia parece (la palabra griega synerpasan implica algo así), y arrastrado ante el Sanedrín, donde fue acusado de decir que “Jesús, ese Nazareno, destruiría este Lugar [el Templo], y cambiaría las costumbres que Moisés nos ha transmitido” (6,12, 14).Sin duda Esteban había dado con su lenguaje alguna base para la acusación; sus acusadores aparentemente cambiaron en ultraje ofensivo atribuido a él, una declaración de que “el Altísimo no habita en casas hechas por la mano del hombre” (7, 48), alguna mención de Jesús prediciendo la destrucción del Templo y alguna condenando las opresivas tradiciones que acompañaban a la Ley, o más bien que la aseveración tan a menudo repetida por los Apóstoles de que “no hay salvación en ningún otro” (cf. 4, 12) no exceptuaba a la Ley, sino a Jesús. Aunque pueda ser esto así, la acusación le dejó impertérrito y “todos los que se sentaban en el Sanedrín... vieron su rostro como el rostro de un ángel” (6, 15).

La respuesta de Esteban (Hechos, 7) fue una larga relación de las misericordias de Dios hacia Israel durante su larga historia y de la ingratitud con que, durante todo el tiempo, Israel correspondió a esas misericordias. Este discurso contenía muchas cosas desagradables para los oídos judíos; pero la acusación final de haber traicionado y asesinado al Justo cuya venida habían predicho los profetas, provocó la rabia de una audiencia formada no por jueces, sino por enemigos. Cuando Esteban “miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba de pie a la diestra de Dios”, y dijo: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios”(7, 55), se precipitaron sobre él (7, 56) y le sacaron de la ciudad para apedrearlo hasta la muerte. La lapidación de Esteban no se presenta en la narración de los Hechos como un acto de violencia popular; debe haber sido considerado por los que tomaban parte en él como la ejecución de la ley. Según la ley (Lev., 24, 14), o al menos según su interpretación habitual, Esteban había sido sacado de la ciudad; la costumbre exigía que las personas que iban a ser lapidadas fueran colocadas en una elevación (del terreno) desde dónde, con las manos atadas, serían luego arrojados abajo. Fue muy probablemente mientras estos preparativos se llevaban a cabo cuando, “dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (7,59). Mientras tanto los testigos, cuyas manos debían ser las primeras en ponerse sobre la persona condenada por su testimonio (Deut., 17, 7), estaban dejando sus vestidos a los pies de Saulo, para poder estar mejor dispuestos a la tarea que les correspondía (7, 57). El mártir orante fue arrojado; y mientras los testigos estaban empujando sobre él “una piedra tan grande como dos hombres pudieran llevar”, se le oyó pronunciar sus suprema plegaria: “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (7, 58). Poco podía la gente presente, que lanzaba piedras sobre él, imaginarse que la sangre que derramaban era la semilla de una cosecha que iba a cubrir el mundo.

Los cuerpos de los hombres lapidados debían ser enterrados en un lugar designado por el Sanedrín: Si en este caso insistió el Sanedrín en su derecho no podemos afirmarlo; en cualquier caso, “hombres piadosos”, no se nos dice si cristianos o judíos, “sepultaron a Esteban, e hicieron gran duelo por él” (8, 2). Durante siglos la situación de la tumba de Esteban estuvo perdida, hasta que (en el año 415) cierto sacerdote llamado Luciano supo por revelación que el sagrado cuerpo estaba en Caphar Gamala, a alguna distancia al norte de Jerusalén. Las reliquias fueron exhumadas y llevadas primero a la iglesia de Monte Sión, luego, en 460, a la basílica erigida por Eudoxia junto a la Puerta de Damasco, en el lugar dónde, según la tradición, tuvo lugar la lapidación (la opinión de que la escena del martirio de San Esteban fue al este de Jerusalén, cerca de la puerta llamada de San Esteban por ello, no se oyó hasta el Siglo XII). El sitio de la basílica de Eudoxia se identificó hace unos veinte años, y se ha erigido un nuevo edificio sobre los viejos cimientos por los Padres Dominicos.

La única fuente de información de primera mano sobre la vida y muerte de San Esteban son los Hechos de los Apóstoles (6,1-8,2).

jueves, 22 de diciembre de 2022

ALEGRÍA DO NADAL

A semana pasada comentabamos os termos espera e esperanza, advertindo que aínda que a súa sonoridade é semellante, o seu significado é distinto. A espera causa fastío e revístenos de pesimismo; pola contra, a esperanza achéganos gozo e entusiasmo. O que se move en clima de prolongada esperanza, faino con gozosa responsabilidade, desexando colaborar co plan de Deus, e congratúlase contemplando a beleza da creación e a perfección arquitectónica dos monumentos.

Hai dous signos que nos falan da presenza do Mesías entre nós: son os comportamentos exemplares de moitos cristiáns. O comportamento fraterno de moitos crentes, cuxa exemplaridade é un signo primaveral do mesianismo do mundo, como o son tamén os miles de cidadáns que, sendo ricos, fanse pobres, para que a ninguén falte o pan de cada día. É verdade que non todo é ourego nos nosos campos. Hai tamén ortigas nos nosos hortos. Pero aí está a Igrexa, presenza viva do Mesías, que nos lembra que debemos sorrir cos que son felices, e levar sempre un pano de reposto para enxaugar as bágoas dos que choran. Así o fixo o Mesías, nada máis pisar terra, fai dous mil anos, e quedou connosco, para inculcarnos que así o debemos facer tamén nós. O Mesías quedou connosco. El é camiño, verdade e vida. Neste camiño están os bos discípulos de Xesús: sigámolos. El é verdade plena: creamos nel sen ambaxes nin rodeos. El é vida e camiña ao noso carón: mirémolo para que non perdamos a ruta e podamos camiñar sen errar o camiño. Procuremos evitar os tropezos, e se caemos, ao noso lado vai unha man amiga, tendida para erguernos.

O amor pide presenza. Por iso Deus, que é amor sen medida, éncheo todo coa súa inmensa grandeza; contémplao todo con eterna sabedoría; todo o dirixe co seu infinito poder, e coa súa divina providencia gobérnao. Da divina providencia están cheos os ceos e estano tamén os espazos terrestres. O Señor faise presente no pobre e no desvalido; no perseguido e no marxinado; pero os nosos criterios non coinciden cos seus. Non nos resulta atraente a figura dun Deus con aureola de xustiza; non nos vai aos homes do século XXI. Preferimos o Deus samaritano que sempre ten abertas as portas da súa casa para o fillo sumiso e para o fillo rebelde, porque sempre mirou a todos con ollos do corazón. Cando o fillo rebelde chama á porta do seu antigo fogar, sente a tentación de pedirlle a Deus que lle faga un transplante de corazón ao seu ancián pai, porque pensa que no peito do seu vello pai, xa non queda un corazón capaz de amar, pero equivocouse, porque o que de verdade amou unha vez sinceramente, ama para sempre, e demóstrallo o abrazo de pai con que o recibe esta mañá. 

Indalecio Gómez Varela

Cóengo da Catedral

miércoles, 14 de diciembre de 2022

ESPERA E ESPERANZA, CARACTERÍSTICAS DO ADVENTO

Estes dous termos teñen sonoridade semellante, pero os seus significados son desiguais. A espera mira ao pasado e precede ao dereito lexítimo ao que sentimos acredores e cuxa tardanza en recoñecérnolos sempre nos molesta e en ocasións cáusanos enfado. Moi ao contrario, a esperanza mira ao futuro, e ilusiónanos e estimúlanos a pór os medios para acelerar que se nos conceda o que se nos prometeu, e nós desexamos e cremos merecer.

O Advento é o tempo oportuno para intensificar o desexo dun futuro mellor. O home sabe que o seu futuro non está escrito; que a súa vida está a facerse e que en boa medida, o mañá depende da súa responsabilidade; e que esta crece en proporción do desexo de posuír aquilo que aínda non se ten, e aquí intervén a esperanza que anima e estimula. Canto máis sublime sexa o ideal, máis intenso será o sacrificio por alcanzalo. A esperanza non é só un desexo informativo, senón unha virtude transformativa. O que espera renova as súas enerxías cada día. O que non espera, vístese de tristeza, enferma de pesimismo e morre prematuramente. A esperanza nútrese de sacrificios, pero mantén o optimismo, porque sabe que despois de sementar, virá a recolección. Isto é aplicable á esperanza humana que se funda nas capacidades do home. Pero o cristián ten como garantía da súa esperanza a promesa do Señor. En todas as páxinas da Biblia, percíbese o perfume da esperanza. O pobo de Deus é un pobo de esperanza, fundándose nas promesas do Alto. Iavé ordénalle a Abraham que deixe a súa casa e que atopará a chamada Terra de Promisión. Abraham obedece a orde do Señor, ponse en camiño, e atopa pan e abundancia de bens. Daquela terra xurdiron os profetas que cultivaron a esperanza de recuperar o paraíso perdido. Ese paraíso primitivo é o Reino de Cristo, que está chamado a crecer e salvarnos a todos. Para iso, o mesmo Mesías decide facerse home e pídenos que nós os cristiáns sexamos os seus colaboradores; que sexamos pastores, apóstolos… e que traballemos como misioneiros restauradores do Reino de Deus.

No tempo actual a Igrexa segue traballando para que se faga presente Xesús entre nós, ata que o mundo sexa fermento do Reino de Deus. Para lograr isto debemos encarnar hoxe os cristiáns o espírito dos profetas e demais homes de Deus do Antigo Testamento. Que cheos de esperanza suspiremos pola vinda do Redentor e contaxiemos aos nosos contemporáneos este espírito de esperanza redentora, convertendo a nosa relixiosidade nun advento de esperanza e de súplica que nos mova a repetir constantemente: “Ven, Señor. Ven que te agardamos. Ven pronto, Señor”. Sintamos sinceramente a necesidade de Cristo nos nosos corazóns, nos nosos fogares, nas nosas empresas e nos nosos ambientes, a fin de que o noso mundo sexa novo paraíso terreal, tal como previu o Creador para os homes.

 

Indalecio Gómez Varela

lunes, 12 de diciembre de 2022

UN NOVO CAMIÑO DE ADVENTO

Segundo o dito, o camiño faise ao andar. Hoxe o noso mundo está cruzado de inexorables carreiros que nos conducen a todos os confíns do orbe. O camiñar é unha arte que, día a día, ábrenos novas veredas.

Todos nós imos cruzando a terra por camiños que nós descubrimos, e en ocasións construímos. Todos nós enchemos moitos anos de horas, pero non se trata de encher a vida de horas, senón de encher as horas de vida, porque hai que distinguir o camiño biolóxico ou existencial que empeza no berce e termina na tumba, e o camiño relixioso ou escatolóxico, que comeza no bautismo e durará para sempre.

O camiño existencial ímolo percorrendo inexorablemente empuxados polas horas e os traballos de cada día…”Que teño, pobre de min, hoxe de ter vivido onte?. Só teño o non ter as horas que onte vivín, o que hoxe de onte discurrín direi mañá se son, pero tan incerto estou de que mañá serei, que talvez non o direi, por morrer hoxe “.

Todos nós imos cruzando o mundo hai xa algúns anos: uns vinte, outros, cincuenta, outros máis; uns puros e fermosos, cheos de boas obras, e outros feos e pecaminosos, que quereriamos esquecer, pero a conciencia acúsanos do noso mal comportamento. Con todo, o camiño máis importante é o que se abre ante os nosos ollos, do cal podemos facer unha vereda rica en bos comportamentos, ou unhas horas de tempo perdido. Ante esta diversa posibilidade o profeta Xeremías advírtenos “Parádevos no camiño e preguntádevos, se esta é a senda boa; porque todos os camiños lévannos a Roma”, pero non todos nos conducen ao encontro con Deus.

O home é un ser social, comunicativo, e a súa sociabilidade pode existencializarse en tres direccións: cara a Deus; cara aos homes e cara ao mundo. O terreo que pisamos é sacro, pero a cualificación do camiño depende dos pasos que por el imos dando.

As nosas relacións con Deus, valóranse polo espírito que poñemos nós no andar. Se camiñamos baixo a mirada amorosa de Deus buscando en todo a súa gloria, o camiño é acertado, e noso peregrinar é santificador. Pola contra, se imos polo mundo, dando culto ao ídolo da avaricia, do orgullo e a outros falsos deuses, debemos rectificar, porque ese modo de actuar non nos leva a feliz termo. De Deus temos que aprender, facendo da nosa conduta unha constante ofrenda ao Señor. Este xeito de actuar é un bo camiño para os cristiáns.

Outro camiño para realizar correctamente a relacionalidade cristiá, é o amor fraterno. Non camiñamos sós: ao noso carón van outros camiñantes, cos que compartimos horas de cansazo e pratos de lentellas nos albergues de peregrinos. O incorrecto é mirarnos como competidores, non tender a man, non facilitar unha feliz peregrinación. Mirémonos con ollos do corazón, que nos faciliten crear fraternidade itinerante con todos os que camiñan ao noso lado, posto que polas súas veas tamén corre o sangue redentor de Cristo.

Por último, tamén o mundo é terreo sagrado. Todo o que hai no ceo e na terra saíu das mans de Deus e pódenos levar a Deus. El é o noso camiño. As súas divinas plantas deixaron pegadas por onde El pasou, e marcáronnos o camiño.

Camiñante non hai camiño, faise camiño ao andar, pero o camiñar é labor do home. Sigamos as pegadas de Xesús, e o camiño manterase expedito. Este camiño lémbranolo a liturxia do Advento: digámolo, e nós seremos os beneficiados, e o mundo converterase en horto de santidade.

Indalecio Gómez Varela

Cóengo da Catedral