domingo, 30 de enero de 2022

IV DOMINGO. REFLEXIÓN

¿QUIÉN ES LUCAS?

No estamos en condiciones de reconstruir la biografía precisa de nuestro evangelista, pero podemos esbozar algunos trazos que perfilen su figura. Lucas viviría en la provincia romana de Acaya y participaría de la situación sociocultural del resto de la gente. También en su interior habría echado raíces la desesperanza que anidaba en el corazón de sus convecinos. Algún misionero cristiano -tal vez Pablo o algún discípulo suyo- le anunciaría la buena noticia del evangelio de Jesús.

Ante el anuncio evangélico. Lucas se siente seducido por Cristo y se decide a seguirlo. Nuestro autor ha encontrado lo único que es importante descubrir en la existencia humana: Cristo es el único Señor de la vida. Lucas abandona la esclavitud que supone la dependencia de los pequeños señores, y se dispone a emprender la gran aventura de su existencia: seguir los pasos del Cristo vivo.

La tradición cristiana nos cuenta que Lucas era médico y compañero de Pablo. Cuando leemos el tercer evangelio, apreciamos la pluma de un escritor erudito. Un buen conocedor de la lengua griega y un excelente estilista. Al analizar el vocabulario de su texto, apreciamos que unas 400 palabras reflejan una terminología propia del lenguaje de la medicina.

Una vez incorporado a la comunidad cristiana, Lucas se propone escribir un evangelio. Tal vez, en su corazón, se dijera a sí mismo: «Yo he experimentado la salvación de Jesús y me siento liberado por él. Escribiré un libro en el cual contaré a mis hermanos mi experiencia de liberación. Les anunciaré gozosamente que Cristo es el único Señor. No vale la pena malbaratar la vida para sobrevivir al servicio de pequeños señores».

Observemos bien este detalle. Lucas no se propone realizar una descripción ni una biografía de Jesús. Lucas cuenta a sus condiscípulos una experiencia de fe: “He descubierto que Cristo es el Señor, y quiero anunciaros que tan solo él libera». Lucas escribe un evangelio. No nos presenta a Jesús para que lo admiremos de lejos, nos presenta al Señor de la misericordia para que nos decidamos a seguirlo llevando la cruz de cada día.
 

MONICIÓN DE ENTRADA

Nuestra celebración dominical nos recuerda que cada uno de nosotros hemos sido elegidos, consagrados y enviados por Señor. Cada eucaristía renueva en nosotros esta vocación y hace crecer en nosotros la fe, la esperanza y el amor, virtudes que son nuestro sustento y que nos hacen fuertes con Cristo en el amor al Padre y a los hermanos. Con alegría nos disponemos, como comunidad, a participar de este sacramento de vida.
 

TEXTO DEL EVANGELIO (LC 4, 21-30)

Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. Él iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos. Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy».
 

REFLEXIÓN: DIME CON QUIÉN ANDAS... Y TE DIRÉ LO QUE TE ESPERA. POR JAVIER LEOZ

1.- He querido cambiar, el final de un conocido refrán, para centrar el mensaje del Evangelio de este día. Seguir a Jesús no es ninguna bicoca. La fe en Cristo, no es una sustancia que nos produce dulces sueños o un escaparate que pone delante de nosotros surcos sembrados de oro o surtidores de buena suerte. Eso sí; confiar en Jesús, infunde seguridad en las decisiones; tranquilidad en nuestra conciencia y transparencia en el caminar.

2.- Nuestro encuentro con El, desde el día de nuestro Bautismo, fue un golpe de gracia y de vida pero, cuando pasa el tiempo, vamos cayendo en la cuenta de lo qué supone comprometerse con El. O de lo qué nos espera, si somos capaces y estamos interesados, claro está, de acoplar hasta las últimas consecuencias, su estilo de vida con la nuestra. Porque, nos puede ocurrir lo mismo que a aquellos que, en la sinagoga, quedaron encantados por las palabras de Jesús pero, a continuación, comenzaron a pensárselo dos veces: ¿no es este Jesús el hijo del carpintero? ¿Y esos milagros? También, esta reacción y actitud, la solemos emplear muchísimas veces en personas de nuestro entorno cuando nos cuesta admitir el bien que nos hacen o, simplemente, el que llevan la razón.

3.- El domingo pasado nos quedábamos con la sensación del éxito de Jesús: ¡todos los ojos puestos en El! Hoy, por el contrario, todas las manos parecen estar sobre El para empujarlo y despeñarlo por una ladera. La vida, en todos los estados y en variadas situaciones, nos trae a la memoria esta cruda realidad: tan pronto te aplauden como te critican. Pero, aquel/lla que es o quiera ser profeta, ha de saber (hemos de saber) que no ha venido al mundo para ser elogiado, ni tampoco con el ánimo de ser impopular, sino para sentirse tan en las manos de Dios que, cumplir su voluntad, es la ocupación y la preocupación de todo apostolado. Lo demás…queda en segundo plano. Agarrarse a Dios, y estar menos pendiente de la imagen, da fuerza al apostolado. Lo contrario…lo debilita. ¿Lo vemos así? ¿No preferimos que la sociedad, el mundo, los que nos rodean pongan los ojos en nosotros y en nadie más? Recientemente, por activa y por pasiva, se nos ha recordado en España que, la Iglesia es una de las instituciones con menos credibilidad. Pues, mira por donde, en ese sentido, ya está a la altura de Jesús Maestro. Si, El, fue denostado, despreciado entre los suyos y no reconocido ¿Por qué con la iglesia habría de ser distinto? ¿Qué espera nuestra sociedad de la Iglesia? ¿Que le diga que “sí” a todo? ¿Qué piense y actúe como el mundo y no como Dios? ¿Que renuncie a lo que es vital en ella y traicione al espíritu de su fundador para subir puntos en el barómetro de su consideración? Dime con quien andas y te diré qué te espera. Un joven no creyente, en una carta a un medio de comunicación social, escribía lo siguiente en estos días: “agradezco a mis padres el hecho de que me inculcaron valores; ojala en vez de suprimir horas de religión en la enseñanza, pusieran más. Creo que a los jóvenes les vendrá bien el día de mañana situarse desde una escala de valores y no desde el dictado de la sociedad”. Frente al intento de despeñar la realidad cristiana de nuestra tierra, por desfiladeros peligrosos y con argumentos ridículos, han de surgir cristianos dispuestos a dar la cara por Cristo.

4.- Hemos de prepararnos ante unos tiempos que, según estamos percibiendo, nos traen nuevos retos y no pocas dificultades. Pero ¡no temamos! El Señor va por delante. Que seamos capaces de abrirnos paso en medio de una turba que, más que airada, está despistada y sin control. Escandaliza y es sospechoso, que en medio del río revuelto, algunos tengan más empeño en poner al servicio de otras religiones y atacando otras sensibilidades, la mismísima Catedral de Córdoba y, por el contrario, a los que seguimos a Jesús de Nazaret poco menos que pretendan aquello de “a éstos ni pan ni agua”. Nada. Se cumple una vez más. Sólo desprecian a uno… en su propia casa. ¿Será que Jesús tenía entre nosotros muchas casas pero pocos corazones dispuestos a dar batalla por El?
 

 

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