¿QUIÉN ES LUCAS?
No estamos en condiciones de reconstruir la biografía
precisa de nuestro evangelista, pero podemos esbozar algunos trazos que
perfilen su figura. Lucas viviría en la provincia romana de Acaya y participaría
de la situación sociocultural del resto de la gente. También en su interior
habría echado raíces la desesperanza que anidaba en el corazón de sus
convecinos. Algún misionero cristiano -tal vez Pablo o algún discípulo suyo- le
anunciaría la buena noticia del evangelio de Jesús.
Ante el anuncio evangélico. Lucas se siente seducido por
Cristo y se decide a seguirlo. Nuestro autor ha encontrado lo único que es
importante descubrir en la existencia humana: Cristo es el único Señor de la
vida. Lucas abandona la esclavitud que supone la dependencia de los pequeños
señores, y se dispone a emprender la gran aventura de su existencia: seguir los
pasos del Cristo vivo.
La tradición cristiana nos cuenta que Lucas era médico y
compañero de Pablo. Cuando leemos el tercer evangelio, apreciamos la pluma de
un escritor erudito. Un buen conocedor de la lengua griega y un excelente
estilista. Al analizar el vocabulario de su texto, apreciamos que unas 400
palabras reflejan una terminología propia del lenguaje de la medicina.
Una vez incorporado a la comunidad cristiana, Lucas se
propone escribir un evangelio. Tal vez, en su corazón, se dijera a sí mismo:
«Yo he experimentado la salvación de Jesús y me siento liberado por él.
Escribiré un libro en el cual contaré a mis hermanos mi experiencia de
liberación. Les anunciaré gozosamente que Cristo es el único Señor. No vale la
pena malbaratar la vida para sobrevivir al servicio de pequeños señores».
Observemos bien este detalle. Lucas no se propone realizar
una descripción ni una biografía de Jesús. Lucas cuenta a sus condiscípulos una
experiencia de fe: “He descubierto que Cristo es el Señor, y quiero anunciaros
que tan solo él libera». Lucas escribe un evangelio. No nos presenta a Jesús
para que lo admiremos de lejos, nos presenta al Señor de la misericordia para
que nos decidamos a seguirlo llevando la cruz de cada día.
MONICIÓN DE ENTRADA
Nuestra celebración dominical nos recuerda que cada uno de
nosotros hemos sido elegidos, consagrados y enviados por Señor. Cada eucaristía
renueva en nosotros esta vocación y hace crecer en nosotros la fe, la esperanza
y el amor, virtudes que son nuestro sustento y que nos hacen fuertes con Cristo
en el amor al Padre y a los hermanos. Con alegría nos disponemos, como
comunidad, a participar de este sacramento de vida.
TEXTO DEL EVANGELIO (LC 4, 21-30)
Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las
cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido
los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra,
he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde
los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la
solidez de las enseñanzas que has recibido.
Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama
se extendió por toda la región. Él iba enseñando en sus sinagogas, alabado por
todos. Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la
sinagoga el sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el
volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde
estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para
anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a
los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar
un año de gracia del Señor». Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y
se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a
decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy».
REFLEXIÓN: DIME CON QUIÉN ANDAS... Y TE DIRÉ LO QUE TE
ESPERA. POR JAVIER LEOZ
1.- He querido cambiar, el final de un conocido refrán, para
centrar el mensaje del Evangelio de este día. Seguir a Jesús no es ninguna
bicoca. La fe en Cristo, no es una sustancia que nos produce dulces sueños o un
escaparate que pone delante de nosotros surcos sembrados de oro o surtidores de
buena suerte. Eso sí; confiar en Jesús, infunde seguridad en las decisiones;
tranquilidad en nuestra conciencia y transparencia en el caminar.
2.- Nuestro encuentro con El, desde el día de nuestro
Bautismo, fue un golpe de gracia y de vida pero, cuando pasa el tiempo, vamos
cayendo en la cuenta de lo qué supone comprometerse con El. O de lo qué nos
espera, si somos capaces y estamos interesados, claro está, de acoplar hasta
las últimas consecuencias, su estilo de vida con la nuestra. Porque, nos puede
ocurrir lo mismo que a aquellos que, en la sinagoga, quedaron encantados por
las palabras de Jesús pero, a continuación, comenzaron a pensárselo dos veces:
¿no es este Jesús el hijo del carpintero? ¿Y esos milagros? También, esta
reacción y actitud, la solemos emplear muchísimas veces en personas de nuestro
entorno cuando nos cuesta admitir el bien que nos hacen o, simplemente, el que
llevan la razón.
3.- El domingo pasado nos quedábamos con la sensación del
éxito de Jesús: ¡todos los ojos puestos en El! Hoy, por el contrario, todas las
manos parecen estar sobre El para empujarlo y despeñarlo por una ladera. La
vida, en todos los estados y en variadas situaciones, nos trae a la memoria
esta cruda realidad: tan pronto te aplauden como te critican. Pero, aquel/lla
que es o quiera ser profeta, ha de saber (hemos de saber) que no ha venido al
mundo para ser elogiado, ni tampoco con el ánimo de ser impopular, sino para sentirse
tan en las manos de Dios que, cumplir su voluntad, es la ocupación y la
preocupación de todo apostolado. Lo demás…queda en segundo plano. Agarrarse a
Dios, y estar menos pendiente de la imagen, da fuerza al apostolado. Lo
contrario…lo debilita. ¿Lo vemos así? ¿No preferimos que la sociedad, el mundo,
los que nos rodean pongan los ojos en nosotros y en nadie más? Recientemente,
por activa y por pasiva, se nos ha recordado en España que, la Iglesia es una
de las instituciones con menos credibilidad. Pues, mira por donde, en ese
sentido, ya está a la altura de Jesús Maestro. Si, El, fue denostado,
despreciado entre los suyos y no reconocido ¿Por qué con la iglesia habría de
ser distinto? ¿Qué espera nuestra sociedad de la Iglesia? ¿Que le diga que “sí”
a todo? ¿Qué piense y actúe como el mundo y no como Dios? ¿Que renuncie a lo
que es vital en ella y traicione al espíritu de su fundador para subir puntos
en el barómetro de su consideración? Dime con quien andas y te diré qué te
espera. Un joven no creyente, en una carta a un medio de comunicación social,
escribía lo siguiente en estos días: “agradezco a mis padres el hecho de que me
inculcaron valores; ojala en vez de suprimir horas de religión en la enseñanza,
pusieran más. Creo que a los jóvenes les vendrá bien el día de mañana situarse
desde una escala de valores y no desde el dictado de la sociedad”. Frente al
intento de despeñar la realidad cristiana de nuestra tierra, por desfiladeros
peligrosos y con argumentos ridículos, han de surgir cristianos dispuestos a
dar la cara por Cristo.
4.- Hemos de prepararnos ante unos tiempos que, según
estamos percibiendo, nos traen nuevos retos y no pocas dificultades. Pero ¡no
temamos! El Señor va por delante. Que seamos capaces de abrirnos paso en medio
de una turba que, más que airada, está despistada y sin control. Escandaliza y
es sospechoso, que en medio del río revuelto, algunos tengan más empeño en
poner al servicio de otras religiones y atacando otras sensibilidades, la
mismísima Catedral de Córdoba y, por el contrario, a los que seguimos a Jesús
de Nazaret poco menos que pretendan aquello de “a éstos ni pan ni agua”. Nada.
Se cumple una vez más. Sólo desprecian a uno… en su propia casa. ¿Será que
Jesús tenía entre nosotros muchas casas pero pocos corazones dispuestos a dar
batalla por El?
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