El obispo Luis Quinteiro publica una reflexión sobre la catequesis en el Faro de Vigo el lunes 1 de marzo de 2021.-
Una de las mayores dificultades que hoy tenemos en la vida pastoral es la permanente tendencia a juzgar las realidades de la vida cristiana con criterios puramente humanos. Nos falta la profunda convicción de que la esencia y la misión de la Iglesia no pueden describirse solo con categorías sociológicas. Ni la revelación ni la teología nos autorizan a reducir la fe a convicciones religiosas subjetivas.
Cualquier tiempo es bueno para profundizar en la fe de la Iglesia. Este tiempo de Cuaresma es especialmente propicio para hacerlo porque en este camino hacia la Pascua la Iglesia nos invita a todos los cristianos a volver los ojos del corazón y de la mente a la fe que profesamos.
La Iglesia surge allí donde se realiza la autocomunicación de Dios como verdad y vida por obra del Espíritu y de la libertad del hombre. Cuando la revelación es aceptada por los hombres se convierte en la fe de la Iglesia que se manifiesta en la confesión y en la praxis de la vida cristiana. Así la fe de la Iglesia es la forma objetiva y real de la autocomunicación de la palabra de Dios en la palabra humana.
La fe de la Iglesia es la base sobre la que se asienta la vida cristiana y, a su vez, también el presupuesto y el medio de reflexión teológica sobre la revelación y de su actualización en la doctrina y en la vida de la Iglesia.
La revelación y la fe de la Iglesia están intrínsecamente unidas entre sí en la mutua mediación que las configura. Esta mediación se lleva a cabo en tres niveles de referencia: La Escritura, la Tradición y la proclamación actual de la fe en el Magisterio.
La Sagrada Escritura del Antiguo y Nuevo Testamento es la Palabra de Dios consignada por escrito por inspiración del Espíritu Santo.
La Tradición es la transmisión viva de la palabra de Dios, llevada a cabo en el Espíritu Santo: “La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendado por Cristo y el Espíritu santo a los Apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación” (DV, 9). De este modo, la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite, como dice el Concilio Vaticano II, a todas las edades lo que es y lo que cree (Cfr. DV, 8). Hay, pues, en la Tradición un contenido y un proceso.
El Magisterio vivo de la Iglesia, es decir, los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma, tiene el oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita. Pero la Iglesia no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio: “El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente” (DVF,10).
El Concilio Vaticano II ha esclarecido la esencial relación entre la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio vivo de la Iglesia. Las dos primeras constituyen el depósito sagrado de la divina revelación. En fidelidad a este depósito se consolida la vida de la Iglesia, como dice el mismo Concilio: “Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica y en la unión, en la eucaristía y la oración, y así realiza una maravillosa concordia de Pastores y fieles en conservar, practicar y profesar la fe recibida (DV, 10).
Todos los cristianos caminamos unidos en la fe de la Iglesia. La fe nos es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Por eso confesar juntos la fe de la Iglesia es tan decisivo para cualquier fiel cristiano. Y nadie ni nada debe suponer un obstáculo para alcanzar ese don.
+ Luis Quinteiro Fiuza.
Obispo de Tui-Vigo.
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