martes, 26 de enero de 2021

UNHA CRUZ SOBRE A PORTA DO TEMPLO

Un amigo comentoume que un grupo político do seu concello organiza roteiros para mostrar os cruceiros da bisbarra e facíame a continuación esta observación: “Que lle contarán á xente sobre os cruceiros?

Eu contesteille que iso tiña pouca importancia porque un cruceiro ten un claro significado e cantas máis mentiras conten e máis manipulacións fagan, pois, máis desprestixio terán no futuro.

Pódense contar moitas historias, medias verdades e mesmo falsidades, pero as persoas estamos chamadas a coñecer a verdade e se descubrimos que alguén nos manipula ou engana, pareceranos mal, e como responderías ti?

Na revista Cairón nº 4 (Boletín do Instituto de Estudos Ulloáns) faise unha presentación da cruz que está no tímpano sobre a porta románica de acceso na Igrexa de S. Martiño de Amarante do Concello de Antas de Ulla. No escrito poden lerse os parágrafos seguintes: “No tímpano podemos observar un elemento escultórico universal, quizais o máis atraínte para os cristiáns, polo seu significado simbólico universal como é a cruz grega, cas súas catro aspas iguais… A cruz de catro brazos iguais, a grega, ten un carácter universal, que a encontramos en tódalas culturas do universo, moito antes de que o cristianismo a adoptase como referencia para personalizar nela a morte de Cristo” …”En todo elo, a cruz non deixa de ser un símbolo totalizador en súas ramificacións e variantes en diversas áreas culturais, místicas e relixiosas. Mais aquí estamos falando da cruz mística que os primeiros cristiáns adoptaron como símbolo nos seus primeiros inicios”. Cando fala da presencia de cruces nas culturas menciona as mesopotámicas, exipcias, gregas, celtas, aztecas e africanas.

O que sorprende é que non se faga referencia á civilización que deixou máis pegadas na nosa historia, a romana, e non se pregunta se a cruz forma parte da praxe dos romanos e, se é así, para que a utilizaban. Si, é certo que os romanos empregaban a cruz e facíano como instrumento de suplicio e pena de morte para certos delitos. Pero convén non esquecer que esta pena era para os que non tiñan a condición de cidadáns romanos.

A cruz non é un símbolo que adoptaron os primeiros cristiáns, senón que é unha realidade ineludible na súa orixe. Esta cruz está nun templo porque nel se reúne a asemblea (ekklesia) dos seguidores de un tal Xesús de Nazaret, que era un israelita da tribo de Xudá. O que nos manifesta é que a pena de morte lla aplicou o poder romano a través dun dos seus gobernadores e non o poder xudeu. Se a pena de morte lla aplicase o poder xudeu sería apedrado (lapidación).

Ante este feito xorden moitas preguntas como algunhas das que se formulan a continuación: Que fixo ese Xesús? Que dixo ante os seus oíntes? Por quen se tiña? Tivo un grupo de seguidores, como eran e como actuaron? Quen o acusou, de que e por que? Como se desenvolveu o proceso? Quen, cando, e por que asinou a súa pena de morte? Como actuaron no proceso os seus amigos? Que fixeron a continuación e uns días máis tarde? Que pasou no intermedio? Como é que apareceron e seguen existindo hoxe seguidores seus non pertencentes ó pobo xudeu, terminando como terminou? Que pegadas del se ven na historia? Como a súa presenza transformou a historia e a incontables persoas? Que é iso de “a. C.” e “d. C.”? Que din e que fan os seus seguidores? É posible ter hoxe un diálogo-encontro con ese Xesús? Como é posible que na España actual haxa arredor de 13.000 españoles que por causa del se vaian á selva, a barriadas pobres de grandes cidades, a países en guerra… para dar testemuño del e servir ás persoas que os poderes deste mundo descartan  por improdutivas, febles, enfermas…?

Está ben que nos axuden a ver as influenzas históricas e culturais á hora de descubrir como se elaboran as representacións históricas da cruz, xa que, por exemplo, podemos percibir unha experiencia espiritual con matices diversos na cruz e Cristo de Velázquez e no de Dalí. Pero claro, sempre e cando non nos oculten o fundamental de por que está a cruz presente entre os cristiáns, quen morreu nela, e que logo resucitou segundo nos mostran as pegadas dese feito que na historia se ven dende entón.

Antón Negro Expósito

Sacerdote e sociólogo

 

lunes, 18 de enero de 2021

OCTAVARIO POLA UNIDADE DOS CRISTIÁNS.- CARTA DO ARCEBISPO.

VER.- FOLLETO ORACION DIARIA 


“El que permanece en mí y yo en él, ese dará fruto abundante” (Jn 15, 5)

Queridos diocesanos:

Siguiendo vivo el eco de la Navidad y del ya iniciado el Año Santo Compostelano, la Iglesia nos llama a celebrar el Octavario de Oración por la unión de los cristianos desde el 18 al 25 de Enero. Este año han sido las Hermanas de Grandchamp, comunidad monástica, grandes defensoras del ecumenismo espiritual, quienes han preparado los materiales para las celebraciones de estas jornadas. Han elegido como lema: “El que permanece en mí y yo en él, ese dará fruto abundante”, evocándonos la imagen del sarmiento unido a la vid para poder fruto.

Nuestra unión con Cristo

Hemos de seguir afrontando el trabajo ecuménico desde la humildad de quien sabe que sin Jesús no podemos hacer nada, dando pasos para que haya un solo rebaño y un solo pastor y teniendo en cuenta que somos unos pobres siervos y ojalá hagamos lo que tenemos que hacer. El texto del pasaje evangélico que proponen a nuestra consideración confirma que estamos vinculados a un origen que nos da fuerza para producir frutos. La exigencia es permanecer en este origen: “Permaneced en mí y yo en vosotros” (Jn 15,4). No hacerlo conlleva secarse, ser cortado y echado al fuego como el sarmiento separado de la vid. Dios Padre procura la unidad del Hijo con sus miembros que somos nosotros. Esta unidad es el acontecimiento central del mundo y de su historia y es tan estrecha que no caben medias tintas. El sarmiento o está unido a la cepa o está separado de ella. Buena clave para interpretar nuestra preocupación ecuménica: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).

Escribía San Juan Pablo II que “la Iglesia no tiene otra vida fuera de aquella que le da su Esposo y Señor” (RH, 18). Ser cristiano es “vivir en Cristo y dejarse vivir por Cristo, vitalmente incorporados a Él” (cf. Col, 3,3). Esta conciencia evitará caer en el riesgo del puro voluntarismo al implicarnos en el compromiso de que se cumpla la voluntad de Jesús en la última Cena: “Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21).

Estamos llamados a promover la reconstrucción de la unidad entre todos los cristianos pues la división contradice la voluntad de Cristo. La unión vital con Él, la acción de la gracia y la fidelidad al Espíritu Santo son la vivencia con la que hemos de responder a esta exigencia ecuménica. Esta actitud ha de manifestarse caminando en santidad y testimoniando el Evangelio para hacer crecer la comunión en la unidad: “en la confesión de una sola fe, en la celebración común del culto divino y en la concordia fraterna de la familia de Dios” (UR 2), según el sentir del Concilio Vaticano II.

Exhortación

Me permito recordaros lo que os escribía el pasado año: Sigamos dando pasos con un espíritu misionero en el caminar de la fe de nuestras comunidades e iglesias. Hagámoslo con la conciencia de que peregrinamos en un camino que viene de Dios, y a Dios lleva, acompañados por Cristo, a quien, como peregrino a nuestro lado, encontramos como los discípulos de Emaús, resucitado de entre los muertos. A Él, el Cordero que nos llama a reconciliarnos, nos dirigimos dejando atrás miedos y derrotismos y sentándonos juntos a compartir la cena cuando la tarde de nuestras dudas, miedos e inquietudes está cayendo. En este Año Santo Compostelano que hemos iniciado, pidamos con el patrocinio del apóstol Santiago, testigo del ruego de Jesús en la última Cena, que no ahorremos esfuerzo por nuestra parte para colaborar en la unión de os cristianos con la oración y con nuestro testimonio cristiano.

En la fiesta del Bautismo del Señor, os saluda con afecto y bendice en el Señor,

+ Julián Barrio Barrio, Arzobispo de Santiago de Compostela

domingo, 17 de enero de 2021

A Igrexa é a única familia para moitos nenos no mundo

Gracias a la generosidad de los niños se sostienen 2.864 proyectos infantiles en las misiones

El domingo 17 se celebra el Día de la Infancia Misionera con el lema "Somos familia"

Infancia Misionera es una obra del Papa que promueve la ayuda recíproca entre los niños del mundo. Infancia Misionera promueve actividades misioneras en colegios y catequesis con las que educar a los niños en la fe y la solidaridad con la misión. También invita a los niños a colaborar personalmente con sus ahorros para los niños de las misiones. Los niños ayudan a los niños.

Porque los niños son capaces de Dios, y lo son desde su más temprana edad. Desde esta capacidad de conocer y encontrar a Dios en sus vidas, nace otra capacidad intrínseca: los niños son capaces de la misión. Despertar el sentido misionero en los niños es primordial, ya que, desde que recibimos el bautismo, todos somos misioneros. La misión hace que crezca en los niños un espíritu de amor al prójimo, de generosidad, solidaridad y entrega que les acompañará para toda la vida.

La Infancia Misionera contribuyó con más de 19 millones de euros a los niños del mundo en 2018. Se llevaron a cabo 2.943 proyectos agrupados en tres grandes campos de acción.

 

ESCUELA DE ACTITUDES MISIONERAS: PRESENTACIÓN DE LA JORNADA

Uno de los regalos más grandes que nos dejó Jesucristo en su forma de plantearnos el discipulado es habernos hecho familia. La fe en Dios no es una mera sumisión al Creador, ni una invitación al temor reverencial a Quien nos puede castigar. Jesús nos muestra que la fe nos hace hijos de Dios y, entre nosotros, ¡hermanos!

Cuando el Señor enseña a orar a sus discípulos, les pide que invoquen a Dios como Padre; cuando nos enseña cómo es el amor de Dios, lo compara con el amor tierno de la madre y la compasión del padre que espera al hijo perdido… Toda su enseñanza nos hace sentirnos hijos de Aquel que todo lo puede.

Pero todo esto empieza con su vida. ¡Él es familia! Decide participar de nuestra naturaleza naciendo y viviendo en el seno de una familia. Él es humano asumiendo nuestra naturaleza, pero también “pasando por uno de tantos” (Flp 2,7). Tiene una madre que le trae a este mundo (“¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron!”, Lc 11,27). Tiene un padre que le enseña a ser persona, un oficio, que le cuida y sustenta (“¿No es este el hijo del carpintero?”, Mt 13,55). Y tiene unos abuelos, como cada uno de nosotros, a los que hemos puesto nombre: ¡Joaquín y Ana!

De los años que pasó en Nazaret, junto a su familia y amigos, sabemos muy poquito, pero justamente eso es para nosotros una gran enseñanza: la vida oculta del Señor nos muestra que la vida de sus discípulos pasará normalmente escondida, pero no inadvertida a los ojos de Dios. La vida de familia se ha convertido en una escuela de virtudes y actitudes misioneras para quienes amamos a Dios.


Aprendiendo en familia

La vida de familia es el espacio donde descubrimos el amor gratuito, imagen del de Dios. Donde aprendemos a invocar a Jesús y a María. Allí se nos enseña a ver a la Iglesia como la gran familia de los hijos de Dios, y a nuestra parroquia y diócesis como el lugar donde aprender a amar al mundo entero y a todos los cristianos, estén donde estén. En familia aprendemos a ayudarnos unos a otros, y a no tener vergüenza de manifestar lo que amamos y creemos; por eso aprendemos también a llevar el amor de Dios a quienes todavía no le conocen.

Este tercer año del cuatrienio de Infancia Misionera, “Con Jesús Niño a la misión”, queremos que los niños y niñas de España descubran la belleza de una familia para la que son importantes, ¡imprescindibles!, como lo son para su familia de sangre: la familia de la Iglesia, donde Dios nos hace sus hijos amados y donde hemos recibido del Señor una madre amorosa: María.

Sabernos parte de esta familia sobrenatural es sentirnos queridos por quienes viven nuestra fe. Para ellos todos somos valiosos, y, cuando rezan, lo hacen también por nosotros. Y sentirnos queridos es participar de la vida parroquial, de la pastoral del colegio, de la vida diocesana, como un miembro más, no como un invitado o alguien ajeno. Somos parte de los que allí se juntan: descubrimos a los niños que, si ellos faltan, las cosas no serían iguales, porque cada uno es importante.


En primera fila

Ayudar a los niños a saberse familia, será, además, una forma de hacerles conscientes de su responsabilidad: ellos pueden y deben sentirse responsables de la vida de la parroquia, de la diócesis, ¡de la Iglesia universal! Su oración por los demás, su participación en las actividades, su colaboración por hacer rezar a los suyos y que puedan contribuir en la solidaridad con los demás, les hacen ser parte activa de la vida de la Iglesia. ¡Son misioneros!

Así fue misionera Teresa del Niño Jesús, o lo fue “Lolo” —Manuel Lozano— o “Pilina” —Pilar Cimadevilla— o Paulina Jaricot… Cada uno en su lugar, rezando y ofreciendo sus pequeños sacrificios, colaborando en las Jornadas misioneras, se convierten, son misioneros en primera fila. Así les enseñamos a sentir como suya la labor de la Iglesia, a colaborar en ella, a saberse necesarios en el trabajo evangelizador de los misioneros.

En esta Jornada marcada por la situación de pandemia en todo el mundo, no solo en nuestro país, qué bonito sería transmitir, a quienes con tanta naturalidad se interesan por la situación de los niños del mundo entero, que lo que hacen es importante y que el valor de las cosas no está en su grandeza, sino en el amor con el que se realizan. Ojalá seamos capaces de enseñarlo bien. ¡Ojalá sepamos vivirlo nosotros para mostrárselo!

José María Calderón
Director de OMP en España

miércoles, 6 de enero de 2021

¿NO CAMIÑO CARA A PAZ...??

       Inmóvil y silencioso en la rama desnuda, un mirlo contempla el paisaje nevado de Aizarna. Todo emana quietud y armonía. Todo respira en paz.

      Pero en cuanto me asomo a la primera noticia, a la primera página, al primer pensamiento, se hacen presentes la enorme incertidumbre planetaria del momento, las amenazas de esta pandemia y de otras peores presentes ya o venideras. Surge la zozobra, se resquebraja la paz. Y vuelvo a preguntarme sobre el enigma y la contradicción de nuestra especie humana: ¿Somos capaces de la paz que emana del fondo de esta mañana de invierno, de la paz que anhela el corazón de cuanto es y nuestro propio corazón? ¿Será posible la paz en la Tierra dominada por el Homo Sapiens?

      No la paz sumisa o conformista de la “tranquilidad en el orden” que dice San Agustín en La ciudad de Dios (libro XXII, cap. 30), si bien hay que decir que por “orden” entendía Agustín “que cada uno ocupe el lugar justo que le corresponde”. Pero él amaba el orden del Imperio y su paz, y lamentó su caída, de la que fue testigo.

      Jesús no amó el Imperio romano ni ningún Imperio. He venido a traer fuego a la tierra, y ¡cómo desearía que ya estuviese ardiendo! ¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues no, sino división (Lucas 12,49-51). No la paz del Imperio, no la paz del Pretorio, ni la paz del Templo, ni la paz de la Bolsa: ¿hay algo más estresado que la Bolsa? ¿Hay algo más estresante y enemigo de la paz que la especulación financiera, que derroca gobiernos, hunde pueblos, arruina empresas, desahucia familias? ¡Ojalá ardiera!

      Anhelamos la paz del reconocimiento mutuo, del respeto profundo, del cuidado universal. La paz de la igualdad y de la justicia. No una paz perfecta y sin tensiones ni sombras, sino una paz en camino, una paz que mira hacia la meta sin pretender alcanzarla, una paz que yerra y cae –errar y caer es humano– y cada vez tiende la mano y se deja tomar de la mano, y se levanta y camina de nuevo humildemente, humanamente, sin desesperar de sí ni condenar al prójimo.

      ¿Pero es capaz de esta paz nuestra especie Sapiens? ¿Nuestro cerebro de 1.400 cm3 y nuestro ADN nos lo permiten? No, no aspiro a la paz del mirlo, por mucho que la admire. Tal vez su cerebro no le permite ser consciente de su paz y disfrutarla con la intensidad con que nosotros podemos hacerlo. Pero nuestra ventaja se trueca en desventaja, la mayor capacidad se vuelve en mayor amenaza.

      Tal vez podemos sentirnos más felices y en paz que un mirlo, pero seguro que un mirlo nunca se sentirá tan infeliz y angustiado como los humanos ni jamás infligirán a sus semejantes y al planeta el sufrimiento y el daño que infligimos nosotros a los demás, al planeta, a nosotros mismos. El pesar por el pasado y la inquietud del futuro, la insatisfacción con lo que somos y tenemos, el miedo a perder lo que amamos y el impulso de destruir lo que odiamos, la ambición de ser más que los otros y la angustia de ser menos, la ira, la envidia… nos atormentan con un tormento que no parecen experimentar ninguna de las demás especies animales conocidas. Y miles y miles de años de historia demuestran que la historia humana no avanza hacia la paz de la especie y de los individuos, tal vez al contrario… Y no por maldad, sino por error e impotencia.

      ¿Y entonces qué? ¿Será que somos una especie tan depredadora que a la larga resulta inviable en un macro-organismo vivo como es la Tierra, una especie condenada a la extinción por su propio poder ilimitado en un planeta limitado, una especie biológicamente malograda, incapaz para gestionar su extremada complejidad en armonía colectiva e individual? ¿Seremos un ensayo errado de la evolución de la vida en la Tierra? ¿Cabrá todavía alguna solución que la pueda rescatar del abismo en que se hunde a un ritmo cada vez más acelerado? ¿Cabrá alguna solución que no pase por intervenir con suficiente garantía algunos de los mecanismos fundamentales (desajustes neuronales, desarreglos genéticos…) y recrear esta especie o crear una nueva?

      Lo siento. La fiesta que hoy celebramos puede no ser el día más indicado para plantear cuestiones tan escabrosas. Pero entiendo que la Luz de la Epifanía no encubre y engaña, sino desenmascara y alienta, como el fuego recreador de Jesús. No creo en el poder, el domino y la competición.

      Pasan los años y se cansa la esperanza, pero la vida necesita seguir respirando. Se nos gastan y apagan las palabras, pero necesitamos reavivar el eco de lo Indecible que en ellas resuena. Creo en esas palabras.

      Creo en el relato simbólico de los magos, en su largo viaje en busca de la paz, en la estrella del corazón del universo que los guía, en el desapego que los lleva a deponer sus riquezas y también su religión ante la vida. Creo en la pobreza y la fragilidad de la vida, en lo más valioso y adorable: un niño en un pesebre.

     Aizarna, 6 de enero de 2020

  José Arregui

martes, 5 de enero de 2021

NAVIDAD, EL REVÉS DE LA RELIGIÓN

En la soledad de la sala de estar, me entretenía adorando en silencio el misterio divino del portal de Belén, rondándome en la mollera no sé por qué las hondas reflexiones académicas de Mircea Eliade o Bernard Lonergan sobre las distintas cosmovisiones y mitos que generan las creencias sobre lo trascendente. Había procurado a propósito, para mejor contemplar, que reinase en mi entorno la oscuridad, pues así lucía más brillante “el Niño envuelto en pañales” que es el centro de nuestra navidad cristiana. 

Bullía en mi cabeza la idea de lo distinta que es nuestra religión cristiana respecto a las demás. Porque todas las religiones con sus creencias, sus ritos y normas éticas, en esencia no son más que la pretensión y el deseo de poner a la divinidad de nuestra parte: de alcanzar su perdón pues en todas ellas late la conciencia de algún pecado colectivo o individual; de merecer su benevolencia para recuperarse de una situación dañina y peligrosa para la comunidad o el individuo; de actualizar recordando en los ritos litúrgicos las victorias alcanzadas en el pasado gracias a la protección divina…

Porque en definitiva, la religión y la conducta religiosa adecuada viene a ser -al menos subjetivamente tal tiene que ser la convicción del devoto-, el poner cuanto sea preciso de nuestra parte para conseguir que la divinidad nos sea favorable. Casi diría que, aunque suene a superstición y de hecho lo es en muchos comportamientos religiosos, se trata de un relación o contrato de “do ut des”: el fiel pone de su parte lo que ritualmente está prescrito y confía y aguarda en que luego la divinidad haga lo suyo concediendo lo que se le pidió y de él se espera.  

Dicho aún más sencillamente, la religión y las acciones religiosas en general – y la historia comparada de las religiones en esto se sintetiza-,  se encaminan a que el espíritu del hombre se haga cercano y obtenga el favor del dios al que se acude. Sin embargo no es así en el cristianismo. En este, la iniciativa es divina y siempre sobreabundante y magnánima.

El cristianismo consiste esencialmente en creer, agradecer y vivir de modo coherente el que Dios, en Jesucristo, se haya hecho cercano y amable viniendo a estar con nosotros. A ninguna religión se le ha ocurrido este divino invento (en el sentido de descubrimiento o revelación) de que dios se haya hecho uno de nuestra raza y tribu, uno de los nuestros. Ahí radica la enorme y radical distinción entre el cristianismo y las demás religiones: no se trata de que nosotros nos esforcemos por buscar y alcanzar a dios; se trata de agradecer y admirar lo que Dios hizo y sigue haciendo por ser y estar con nosotros. Las demás religiones narran y describen lo que debe hacer el hombre para alcanzar a dios y el cristianismo descubre y revela lo que ha hecho Dios para darse a conocer y acercarse al hombre.  Por tanto el mérito del creyente no está en lo que haga por Dios, por costoso que sea, sino que, al revés, su vida sencilla y coherente vale y cuenta al pasmarse y agradecer lo que Dios hizo y sigue haciendo en él y a su alrededor.  Desde que la divinidad se hizo “Enmanuel” y plantó su tienda en medio de nosotros, en la primera Navidad de la historia, para los cristianos ya siempre es Navidad y la encarnación pasa a ser el meollo distintivo de nuestra fe.

Se me ocurría pensar en consecuencia que muchos que se consideran buenos cristianos – sin menospreciar su buena intención aunque lamentando su escasa formación teológica-, en realidad solo son personas muy religiosas, o supersticiosas, y cumplidoras de rituales ancestrales en los cuales han depositado su confianza y su fe. Se me ocurrió pedir para ellos en esta navidad que mutaran o se convirtieran en menos religiosos y se hicieran más cristianos, descubriendo y viviendo la esencia de la navidad y de la vida cristiana: Dios se nos ha acercado, se ha hecho niño para no dar miedo y para enseñarnos la ternura del Dios encarnado en nuestra piel. Alabar, adorar, cantar, agradecer y sentir ese misterio en todo tiempo y vivirlo de forma coherente en las circunstancias personales, es haber descubierto la esencia del cristianismo, el tapiz del revés de las otras actitudes religiosas.

Mons. Alberto Cuevas Fdez.

Sacerdote y periodista   

 

lunes, 4 de enero de 2021

EL EDICTO DE TESALÓNICA Y EL ESTADO DE BIENESTAR

     Imagino que si alguien se anima a leer este artículo empezará preguntándose qué demonios tiene que ver el Edicto de Tesalónica (de Teodosio, año 380) con el Estado de Bienestar. Es verdad que a primera vista aparecen como dos cosas muy distintas, no sólo en el tiempo, sino en los campos a los que se refieren esos acontecimientos; al campo religioso en el caso del Edicto de Tesalónica, al campo socioeconómico y político donde situaríamos el Estado de Bienestar.

      Pero yo creo que en el fondo podemos encontrar un esquema muy similar. El siglo primero los discípulos de Jesús de Nazaret habían comenzado a marchar por todos los caminos del Imperio anunciando el mensaje de Jesús. Las autoridades romanas los consideraron una amenaza para la estabilidad del poder imperial, y comenzó una persecución tras otra. Pero el cristianismo resiste, se propaga cada vez más, y en el siglo IV los emperadores tienen que darse por vencidos. Constantino con el edicto de Milán proclama la libertad religiosa, y a finales de ese siglo el emperador Teodosio decide dar un paso más y ganarse a los cristianos para su causa, proclamando el cristianismo religión oficial del Imperio. El resultado lo hemos visto a lo largo de los siglos, los discípulos del crucificado forman una jerarquía que se codea con reyes y emperadores, y con ellos establece leyes y condenas.

      A mediados del siglo XX los movimientos obreros surgidos un siglo antes con su aspiración al socialismo habían cogido una gran fuerza. Las potencias capitalistas europeas se habían desangrado en una implacable guerra fratricida, y la Unión Soviética surgía como una gran potencia. Parecía que por fin se hacían realidad las palabras de Marx: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma.”

      El problema para la burguesía capitalista europea es que la amenaza no venía sólo de los ejércitos soviéticos, en sus propios países unos potentes partidos comunistas y socialistas exigían cambios radicales en la sociedad. Entonces el capitalismo europeo tuvo una gran idea, lanzó su Edicto de Tesalónica para ganarse al adversario: el Estado de Bienestar para todos. En realidad, “Estado de Bienestar” es una atractiva manera de denominar a la “sociedad de consumo”. El bienestar al que se llega era un bienestar totalmente material, proporcionado por un consumo creciente de objetos y servicios, algo muy distinto a la felicidad a la que aspiramos todos los seres humanos. Pero el invento funcionó.

      Para unas clases populares que venían de siglos de trabajos duros, siempre lindando con la escasez y la necesidad insatisfecha, está abundancia de consumo era casi un sueño, el objetivo que habían perseguido toda su vida. La aspiración a una revolución social fue perdiendo fuerza rápidamente y los trabajadores se fueron instalando cada vez más en esta sociedad capitalista que les ofrecía ese atractivo bienestar. Además, con este Estado de Bienestar el capitalismo con seguía un doble objetivo, adormecer al movimiento obrero y hacerle olvidar sus viejas veleidades revolucionarias, y al mismo tiempo hacer funcionar a pleno rendimiento su industria, que cada vez tenía más capacidad de producción. Si unimos a esto la penosa imagen que daban los países socialistas, comprenderemos que la idea del capitalismo como única estructura capaz de proporcionar una vida satisfactoria se interiorizó ampliamente.

      Lo mismo que los cristianos, perseguidos durante siglos, abrazaron con entusiasmo el nuevo estatus que les proporcionaba el Edicto de Tesalónica, y la jerarquía se integró plenamente en la estructura imperial, esa mayoría social que durante toda la historia había vivido pobremente se integró en la estructura económica capitalista.

      Pero a partir de aquí viene una diferencia fundamental. La Iglesia integrada en las estructuras de poder se ha mantenido así durante más de un milenio. Aunque sea con la contradicción fundamental, por lo menos en la mayor parte de la jerarquía, de predicar el Evangelio y vivir de espaldas a él. No sabemos en qué medida ese Evangelio, no vivido pero anunciado, ha ido influyendo, pero en la humanidad lentamente se ha ido avanzando hacia la libertad y los derechos humanos. Esto ha permitido liberarse de la opresión inquisitorial de la Iglesia jerárquica, y llegar a proclamar un Evangelio liberador, que poco a poco se va extendiendo.

      Por el contrario, frente a los largos siglos que se ha mantenido la Iglesia surgida de Tesalónica, una humanidad integrada en la sociedad de consumo tiene un recorrido enormemente corto, los científicos hablan de unos cuantos años. La vida en el planeta Tierra, una vida que permita la continuidad de la humanidad, es incompatible con una civilización que aspire a conseguir su bienestar a través de un consumo creciente e innecesario.

      Esta realidad es admitida intelectualmente por la mayoría de nuestra sociedad, pero no vitalmente. Si hay una tarea apremiante en la actualidad, es trabajar por una cultura capaz de poner la felicidad en algo distinto del consumo. Tarea apoyada en la renovada visión del Evangelio anunciado por Jesús.

 Antonio Zugasti

A FAMILIA, CORAZÓN DA VIDA HUMANA

El normal “modus vivendi” de todo buen ciudadano debe ser su inserción en el seno de una familia. Toda familia bien estructurada consta de tres elementos: la pluralidad de personas, la convivencia de ellas en el mismo hogar, y la afectividad mutua entre todos.

Una persona solitaria no es familia. El individualismo crea soledad. El hogar cuyos moradores no viven en comunidad, es la antítesis de una familia bien avenida. A ese hogar habría que llamarle parada turística, casa de comidas, fonda en el camino…, pero hogar familiar no. Los miembros de una familia tienen que ser personas vinculadas por lazos de consanguinidad o, al menos, integradas en el nuevo hogar, por imperativos legales, según los cuales pasan a ser miembros de ese nuevo hogar, con los derechos y obligaciones de un familiar más.

Los miembros de una misma familia conservan las características intransferibles de cada una de ellas: la paternidad, la afiliación, la fraternidad, etc.; pero todas estas connotaciones intransferibles quedan absorbidas por el nombre común de la nueva familia, que los aglutina a todos.

El ser miembros de una familia conlleva unos derechos y unas obligaciones de las cuales nadie debe abdicar, si quiere mantenerse como miembro del hogar en el que se ha integrado. Es que el estatus de familia no se funda tanto en unas disposiciones jurídicas, cuanto en la sangre que corre por las venas de todos sus miembros o en unos compromisos sacramentales que cada uno aceptó libremente ante el altar de Dios.

Estamos asistiendo a una progresiva degradación de la familia: Muchos jóvenes no quieren asumir un compromiso estable ante la sociedad; el número de divorcios y separaciones crece de forma alarmante de día en día; las actitudes adulterinas y las parejas de hecho están adquiriendo carta de ciudadanía; los valores religiosos están ausentes de muchos hogares…

Además desde el exterior se está librando un ataque obstinado a la institución familiar. Se les quiere reconocer rango de familia a ciertas formas de convivencia, que difieren radicalmente del verdadero matrimonio. Se desprecia la familia tradicional, acusándola de frenar el progreso, se ponen trabas a la libre elección de enseñanza para los hijos. Ante esta situación es necesario reaccionar y defender la familia de todos los agentes que tratan de degradarla. A ello debemos dedicar nuestras mejores energías, porque la familia es un compromiso y una tarea de todos, y porque, si recuperamos la familia, estaremos construyendo el futuro de una comunidad humana libre, solidaria y justa.

A ello nos ayudará el ejemplo de la Sagrada Familia, modelo de todo buen comportamiento. En aquel hogar, todo era paz y respeto mutuo. El Niño Dios valoraba la autoridad de San José y la maternidad de María. San José adoraba a Dios hecho Niño y quería con amor venerable a María su esposa virginal; y Ella era la gran responsable de aquel ejemplar hogar. Que nosotros les imitemos y que ellos intercedan por nuestras familias y las de todo el mundo.

 Indalecio Gómez Varela