lunes, 5 de octubre de 2020

IGREXA E SACERDOTES

La Iglesia se nutre de laicos y de clérigos. Todos somos iguales en dignidad, pero distintos en responsabilidad. La dignidad nos viene de nuestra condición de hijos de Dios, que se nos concedió por el bautismo. La responsabilidad es consecuencia de la misión que se nos confía por la vocación a la que hemos sido llamados. Las misiones son diferentes. 

La de los laicos es orientar la sociedad hacia el reino de Dios. La de los clérigos es el gobierno de la iglesia, promoviendo la formación y santificación del pueblo de Dios.

La misión de los laicos es congénita a todo bautizado. La de los ministros ordenados es consecuencia de la vocación especial, en virtud de la cual, algunos cristianos se integran en el llamado mundo de los consagrados. En la dinámica vocacional intervienen 2 voluntades. La de Dios, que llama y la del hombre, que responde. Si la respuesta es afirmativa, tenemos una vocación lograda. En las decisiones personales, la primera palabra la tiene Dios, pero la decisiva la tiene el hombre.

La vocación implica un género de vida que exige renuncia y generosidad. Renuncia a planificar la vida según las apetencias personales, y la entrega a la misión específica a la vocación que Dios llama. La vocación exige sacrificios y generosidad. Y puesto que somos limitados en nuestro ser, lo somos también en nuestras decisiones. Necesitamos de la gracia de Dios, que, cuando nos compromete también se compromete; y necesitamos, así mismo, de un entorno que posibilite llevar a efecto el proyecto de Dios sobre nosotros. Y aquí juega un papel decisivo el ambiente familiar y social, puesto que las amapolas florecen más vigorosas en los trigales que en los ortigales.

Aplicado todo esto al tema vocacional recordemos que el mañana de los hijos debe preocupar prioritariamente a los padres de familia. Y un momento propicio para afrontar este problema puede ser el de comenzar un nuevo curso académico. Con este motivo nos preguntamos en qué colegio matricularemos a nuestros hijos y qué futuro deseamos para ellos. Y dialogamos entre nosotros y con ellos sobre su porvenir. Las opciones son múltiples, y aquí entra el campo vocacional. En esta decisión debe pesar más la voluntad del candidato, que el gusto del educador. No obstante, el consejo de los padres puede aportar luz al adolescente que se abren a la vida.

La oportunidad para entablar dialogo al respecto con los hijos puede ser el tema de elegir el centro de estudios para el nuevo curso. Con tal motivo no será un despropósito ofrecer el Seminario como una opción formativa. Luego, en el intercambio del proceso, habrá que recordarle al niño que todos tenemos una misión que cumplir en la vida. Los sabios nos descubren los secretos de la ciencia. Los astronautas nos dicen cómo va el cielo. Y los sacerdotes nos enseñan como se va al Cielo.

Todos estos cometidos tienen su importancia y aportan valores a la sociedad, pero ninguno comparable a la misión sacerdotal. El jardinero cultiva las plantas para que produzcan flores. El sacerdote cuida de las personas para que crezcan en virtudes. La labor de las profesiones laicales mira preferentemente a los valores temporales de la persona. El ministerio sacerdotal se cuida del porvenir eterno de las almas, sin descuidar los demás valores.

Cuídate de la vocación de tus hijos, ¡quién sabe si en el mañana serán nuestros sacerdotes!…

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo

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