Elogiaba don Miguel de Unamuno el contenido del Manifiesto o
plan de gobierno, que una comisión formada por José Indalecio de Caso, Julio
Nombela, y el canónigo Vicente Monterola, presentaron al pretendiente carlista
en 1874. Y le sorprendía hasta el punto de advertir por carta a Joaquín Costa,
de la carga de socialismo rural, como él lo llamaba, que contenía dicho
manifiesto, y que representaba la expresión del sentimiento de las masas
carlistas, del que destacó cinco puntos principalmente: 1) las Cédulas de
profesión en lugar de las cédulas de vecindad, y al que no acredite profesión
no puede demandar en pleito; 2) Imponer a la aristocracia la obligación de
fundar y dirigir colonias agrícolas. 3) Declarar forzosa para las gentes
acomodadas la tutela de huérfanos pobres (el plan dice «mandar hacer lo que
manda la caridad»; 4) Con atención a que se gobierna para los ricos a costa de
los pobres, y debe suceder lo contrario… quede la pequeña propiedad dispensada
de todo tributo; y 5) El trabajo representado por el trabajo.
Como sabemos por el curso de la historia contemporánea de
España, el plan no pasó de ser un propósito – don Miguel de Unamuno lo calificó
de utópico socialismo- que hoy día haría pensar a más de uno acerca de la
paternidad ideológica de las grandes ideas, y no quiero decir con ello que, en
el caso que nos ocupa, fueran los carlistas los creadores de las políticas
socialistas en estado puro, o rural, como decía el gran pensador vasco.
Aunque no conste en acta, una gran parte de la carga
ideológica del aludido manifiesto fue de José Indalecio de Caso. Joven
colaborador de prensa, se dio a conocer también como polemista, en la Academia
Científica y Literaria de la ciudad vetusta, enfrentándose con los liberales
Manuel Pedregal Cañedo y José Hipólito Álvarez de la Borbolla. Con este último
protagonizó un duro enfrentamiento al salir al paso de un opúsculo titulado
Examen del dogma de la soberanía del pueblo, al que replicó Caso con otro
titulado Soberano y súbdito, en 1856, polémica que no era otra que la prevalencia
de dos diferentes maneras de entender los derechos y los deberes. Asunto tan
viejo como el liberalismo doctrinario nacido de la Ilustración, aunque pueda
sorprender a muchos seguidores del actual Pablo Iglesias.
Para los jóvenes de hoy, alejados ya de las teorías
decimonónicas, desconocedores de cuantos manifiestos han intentado, a lo largo
de la historia reciente, alcanzar un reparto justo de la riqueza de una manera
sostenida, sin privar del derecho de la propiedad y guiando a las personas en
la senda del trabajo, el sobredimensionado gobierno que preside Pedro Sánchez,
pero que maneja Pablo Iglesias, anuncia y subraya la solución (¿no sabemos a
qué?), de la renta mínima. El Estado como donante del subsidio gratuito,
garantía a su vez del voto cautivo, vínculo de la dependencia del subsidiado.
La sombra de esa medida sería la falta de estimulación para
ascender en el orden social, la falta de ambición para crecer en el orden
personal y la falta de compromiso con una sociedad entregada a la no tan lenta
agonía, al carecer del empuje de los más jóvenes, de la experiencia de los más
mayores y del legítimo derecho de cada uno a disponer de su futuro. El dilema,
como se puede ver, es el caos o la libertad. Luchar por la libertad no es
patrimonio de la aristocracia, ni de la burguesía capitalista, sino del ser
humano.
José Indalecio de Caso era de origen humilde, parece ser que
su madre se ganaba la vida haciendo dulces que vendía por las casas, con lo que
pudo ayudar al joven periodista a matricularse en la Universidad de Oviedo para
estudiar Derecho, mientras él también daba clases. Abandonó la política, más
adelante, para dedicarse a la abogacía defendiendo casos perdidos que hoy
harían las delicias de los guionistas de series para cualquier plataforma televisiva,
y murió exiliado en Paris, con estrecheces, como había vivido siempre, pero con
la misma dignidad con la que combatió a cuantos querían hacerle ver que lo
negro no es de ese color.
La renta mínima lobotomizará los estímulos de los jóvenes
para sumirlos en la vida vegetativa, y privará a la sociedad de la necesaria y
vital renovación de profesionales, frustrando los deseos de muchos jóvenes
revolucionarios, inconformistas con la miseria que Pablo Iglesias y sus
colaboradores proponen.
Honorio Feito
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