miércoles, 29 de enero de 2020

Iglesia pobre para los pobres


Con toda razón algunas personas se preguntan qué significa la expresión “una iglesia pobre y para los pobres”, tan en boga en el Pontificado de Francisco. Gente de mucha honestidad personal está inquieta porque no sabe si al tener los medios para vivir, -con holgura-, están excluidos de pertenecer a esta iglesia pobre. Con más razón, si se refiere a gente muy rica. Algunos se cuestionan porque si Dios no excluye a nadie, dónde quedan los ricos en una iglesia pobre y para los pobres. Por esto es bueno ahondar en esa expresión. La riqueza no es mala y la pobreza no es buena. Pero la riqueza se torna mala cuando es fruto o produce la injusticia social, cuando “no se distribuye dando a cada uno según su necesidad”, como lo intentó vivir la primera comunidad cristiana (Hc 2, 45). También la riqueza puede llevar al consumismo o al apego a los bienes convirtiéndolos en razón para vivir. En estos casos la riqueza es mala. La pobreza es buena cuando es libertad del consumismo, cuando es solidaridad con los más pobres o como consecuencia del compartir de bienes cuando otros pasan necesidad. También como testimonio de los valores del reino, como explícitamente lo profesan los/as religiosos/as con el voto de pobreza.


      Pero todo esto no se entiende sin mirar al Jesús de los evangelios y el núcleo de su predicación. Su figura es la de un hombre libre, en un contexto pobre. Además, Lucas presenta a Jesús iniciando su misión con el texto del profeta Isaías: “He venido a anunciar la liberación a los pobres, la libertad a los cautivos, la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos” (4, 18). Y toda la predicación de Jesús continua en la misma línea. Sus parábolas denuncian la situación de los más pobres y sus obras buscan transformar todo aquello que afecta a sus contemporáneos. Precisamente porque sus palabras y obras cuestionan una religión que no se compromete con la vida de los más pobres, Jesús es perseguido y crucificado por sus opositores -lamentablemente las instituciones religiosas de su tiempo son las que consiguen esa ejecución- y solo queda la palabra definitiva de Dios en la resurrección: quien tiene la razón en el culto que agrada a Dios es Jesús y no los defensores de la ley y el templo.

     La iglesia ha de hacer visible a Jesús y su misión. Pero, históricamente, las circunstancias la fueron llevando a hacerse poderosa y rica. Ha llegado a tener un Estado – el Estado Vaticano- y al estilo de cualquier organización humana se ha llenado de títulos, honores, privilegios. Como institución humana no puede despojarse de los medios que hacen posible su misión, pero si puede vigilar para que estén al servicio de esta y no sustituyan la libertad de “los pobres de Yahvé” -los que ponen la confianza sólo en Dios-. Sus medios no pueden convertirla en una institución que opaque la sencillez del evangelio o que se empleen para aumentar su poder o prestigio. Toda ha de ser para garantizar la vida de la gente, especialmente, de los más pobres, débiles, sufrientes, de cada tiempo histórico. La iglesia ha de vivir con libertad frente a las cosas de este mundo y dedicarse a que todos los hijos e hijas de Dios tengan vida digna.

     Por lo tanto, querer una “iglesia pobre y para los pobres” es una llamada a una conversión profunda a lo que la iglesia siempre debe ser y a lo que sus miembros deben aspirar. Una vida al servicio de los demás donde se garantice la vida de todos, no solamente de unos pocos. Y ¿los ricos? Pues ayer y hoy pasa lo mismo: los que llegan a entender a Jesús ponen todo al servicio del amor y sin duda su riqueza disminuirá porque se comparte con todos los que lo necesitan. Sin embargo, algunos lo pueden entender, pero irse tristes -como el joven rico del evangelio (Mc 10, 17-22)- porque, el acaparar para sí, es una tentación constante. Y, acomodan la fe a sus intereses y no quieren oír el evangelio. Estos últimos hablan
de la “pobreza de espíritu” y de que se puede ser rico si se tiene esa pobreza espiritual. Todos hemos de tener pobreza espiritual -esa de los pobres de Yahvé de la que ya hablamos- pero también nadie puede tener más de lo que necesita sabiendo que tantos otros -hijos e hijas del mismo Dios- pasan necesidades.

     Definitivamente, el evangelio es un mensaje de conversión y, por supuesto, incomoda, molesta, inquieta. Por tanto, hablar de “una iglesia pobre y para los pobres” no es un mensaje fácil, pero es un mensaje verdadero. Esta es la iglesia que habla de Jesús, del evangelio, de la libertad, de la sencillez, del servicio, del amor. A esto nos llama el momento presente si queremos que la iglesia sea creíble y diga algo a nuestros contemporáneos. ¡Ojala que esta conversión eclesial se haga realidad!

Olga Consuelo Vélez Caro

No hay comentarios:

Publicar un comentario