Con toda razón algunas personas se preguntan qué significa
la expresión “una iglesia pobre y para los pobres”, tan en boga en el
Pontificado de Francisco. Gente de mucha honestidad personal está inquieta
porque no sabe si al tener los medios para vivir, -con holgura-, están
excluidos de pertenecer a esta iglesia pobre. Con más razón, si se refiere a gente
muy rica. Algunos se cuestionan porque si Dios no excluye a nadie, dónde quedan
los ricos en una iglesia pobre y para los pobres. Por esto es bueno ahondar en
esa expresión. La riqueza no es mala y la pobreza no es buena. Pero la riqueza
se torna mala cuando es fruto o produce la injusticia social, cuando “no se
distribuye dando a cada uno según su necesidad”, como lo intentó vivir la
primera comunidad cristiana (Hc 2, 45). También la riqueza puede llevar al
consumismo o al apego a los bienes convirtiéndolos en razón para vivir. En
estos casos la riqueza es mala. La pobreza es buena cuando es libertad del
consumismo, cuando es solidaridad con los más pobres o como consecuencia del
compartir de bienes cuando otros pasan necesidad. También como testimonio de
los valores del reino, como explícitamente lo profesan los/as religiosos/as con
el voto de pobreza.
La iglesia ha de
hacer visible a Jesús y su misión. Pero, históricamente, las circunstancias la
fueron llevando a hacerse poderosa y rica. Ha llegado a tener un Estado – el
Estado Vaticano- y al estilo de cualquier organización humana se ha llenado de
títulos, honores, privilegios. Como institución humana no puede despojarse de
los medios que hacen posible su misión, pero si puede vigilar para que estén al
servicio de esta y no sustituyan la libertad de “los pobres de Yahvé” -los que
ponen la confianza sólo en Dios-. Sus medios no pueden convertirla en una
institución que opaque la sencillez del evangelio o que se empleen para
aumentar su poder o prestigio. Toda ha de ser para garantizar la vida de la
gente, especialmente, de los más pobres, débiles, sufrientes, de cada tiempo
histórico. La iglesia ha de vivir con libertad frente a las cosas de este mundo
y dedicarse a que todos los hijos e hijas de Dios tengan vida digna.
Por lo tanto,
querer una “iglesia pobre y para los pobres” es una llamada a una conversión
profunda a lo que la iglesia siempre debe ser y a lo que sus miembros deben
aspirar. Una vida al servicio de los demás donde se garantice la vida de todos,
no solamente de unos pocos. Y ¿los ricos? Pues ayer y hoy pasa lo mismo: los
que llegan a entender a Jesús ponen todo al servicio del amor y sin duda su
riqueza disminuirá porque se comparte con todos los que lo necesitan. Sin
embargo, algunos lo pueden entender, pero irse tristes -como el joven rico del
evangelio (Mc 10, 17-22)- porque, el acaparar para sí, es una tentación
constante. Y, acomodan la fe a sus intereses y no quieren oír el evangelio.
Estos últimos hablan
de la “pobreza de espíritu” y de que se puede ser rico si
se tiene esa pobreza espiritual. Todos hemos de tener pobreza espiritual -esa
de los pobres de Yahvé de la que ya hablamos- pero también nadie puede tener
más de lo que necesita sabiendo que tantos otros -hijos e hijas del mismo Dios-
pasan necesidades.
Definitivamente,
el evangelio es un mensaje de conversión y, por supuesto, incomoda, molesta,
inquieta. Por tanto, hablar de “una iglesia pobre y para los pobres” no es un
mensaje fácil, pero es un mensaje verdadero. Esta es la iglesia que habla de
Jesús, del evangelio, de la libertad, de la sencillez, del servicio, del amor.
A esto nos llama el momento presente si queremos que la iglesia sea creíble y
diga algo a nuestros contemporáneos. ¡Ojala que esta conversión eclesial se haga
realidad!
Olga Consuelo Vélez Caro
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