viernes, 16 de septiembre de 2022

SÓLO DIOS ES GRANDE

Solo Dios es grande, pero el hombre no le reconoce su grandeza ni el derecho a ocupar un puesto en la sociedad. En el mundo no hay espacio para Dios. Por ello el Creador llama a la puerta del hombre, pidiendo hospedarse en su casa. Este es derecho al que el autor del universo tiene legitimidad plena, pero no basta tener derechos: para poder disfrutar de ellos, es necesario que se nos reconozcan legítimamente.

Y ahí el problema de la historia en estos días. Para Dios no hay cabida en la vida social, ni familiar. El hombre se declara autónomo pleno y hasta a Dios le cierra las puertas. Es una reivindicación infundada y perniciosa. Una sociedad sin divinidad es una entidad sin base ni fundamento. Un edificio sin cimientos no tiene consistencia ni pervivencia, ni utilidad al hombre, en función del cual se ha construido. Urge reconstruirlo de nuevo y edificarlo sobre base sólida, reconociendo los planes del creador y las necesidades del hombre, en función del cual ha sido pensada la vida social de los humanos.

El hombre es un sujeto de derechos, pero sus derechos son vicarios, y su vicariedad es inseparable de la estructuración de la convivencia humana. Marginarles de esta realidad congénita, es antihumano e irracional, que merece la calificación de suicidio social. El cometido del hombre no es el suicidio individual y menos el suicidio social. Es duro tener que reconocerlo, pero ésta es la fatal situación de nuestra sociedad. Estamos fomentando la cultura de la muerte, a todos los niveles: la cultura de la muerte conyugal, con el divorcio injustificado; la cultura de la muerte familiar con la desestructuración del hogar natural; la cultura de la muerte internacional, convirtiendo las fronteras regionales en escenarios de luchas fratricidas… El hombre pasó de ser un miembro de convivencia social, a ser un depredador para todo el que vive a su lado. Si el mundo es una jauría de lobos para el hombre, lo normal es que este mundo no nos guste, pero la postura correcta de un cristiano no es condenar al mundo, sino corregir el comportamiento de los hombres.

El día en que tú y yo seamos buenos, ya no todo el mundo será malo. Pero al tratamiento corrector debe preceder un diagnóstico acertado. Debemos de conocernos a nosotros mismos examinándonos por dentro y por fuera, y antes por dentro que por fuera, porque nuestro amor propio condiciona nuestros juicios. Para evitar este riesgo, es necesario salir de la superficialidad y someterse a un examen nutricional, no vaya a suceder que nuestro organismo tenga algún miembro vital afectado por alguna lesión que esté poniendo en peligro nuestra vida cristiana.

Para mí el vivir es Cristo, decía San Pablo. Si Cristo no está en mi vida, mi vida está muerta, y mi hacer cristiano también. Dios es el creador del Cielo y de la tierra. El mundo, como todo lo que Dios ha hecho, es radicalmente bueno. Dios  se ha hecho hombre para que el hombre pueda ser Dios. Dios es el “benevolente”; el “benedicente” y el “benefaciente”. Dios es el Salvador del mundo y nosotros somos sus colaboradores, y tenemos que capacitarnos para poder cumplir nuestro cometido.

No olvidemos que un mundo sin Dios es un mundo empobrecido. Y el hombre de hoy padece este empobrecimiento porque rechaza a Dios. Y Dios, morador del cielo, quiere morar también en el mundo, y llama a la puerta del hombre, pidiendo asilo, pero el hombre se hace el sordo, y no le abre. Es más, el mismo Dios nos pide a los cristianos que seamos apóstoles de nuestros hermanos. Pero como nadie puede dar aquello de lo que él carece, nos urge llenarnos nosotros de Dios, para que contagiemos de fe a todos los que pasan a nuestro lado, recorriendo los caminos de la tierra. Vayamos a las fuentes de la gracia: dialoguemos con el Señor en un clima de oración humilde; frecuentemos la vida sacramental, y así avituallados con perfume de divinidad, contribuyamos a que esta sociedad en la que no hay espacio para Dios, se impregne de fe y de buenas costumbres, ya que ésta es nuestra misión en la Iglesia.

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo