domingo, 20 de noviembre de 2022

CRISTO, REI DO UNIVERSO.

Dios es supremo valor de cuanto existe y puede existir. Dios es el supremo valor intensivo y el supremo valor operativo. Dios es el todopoderoso en su ser y en su obrar.

La valoración es la estima que el hombre tiene de los objetos, por su contenido y por la utilidad que aportan a su poseedor. Esta estimación procede de la materia prima del objeto y del provecho que aporta a su dueño. Pues la materia prima de Dios es la inmaterialidad, llamada divinidad, pero no hay ningún libro que trate de Dios específicamente. Ningún tratado de teología nos habla de la naturaleza divina, ni del origen de Dios.

La misma biblia nos habla mucho de Dios a los hombres, pero no nos habla de su naturaleza, sino de su economía, explicitándonos sus proyectos. En la Biblia, Dios nos invita a escucharle y a responderle, poniendo en práctica su economía salvífica, por medio del magisterio y la pastoral de la Iglesia.

Pero la memoria de los hombres es olvidadiza y su voluntad inconstante, y esto frustra en buena medida el plan salvífico de Dios, pero no su amor a los hombres. Y en evitación de esta triste frustración, nos recuerda la existencia de un más allá, llamado eternidad, en el cual se prolongará indefinidamente el premio merecido por nosotros, en el devenir de la vida.

No hemos nacido para el mundo, que es terreno de dolor, sino que nacimos para el Cielo: hemos nacido para Dios. En el Cielo y junto a Dios, nos esperan gozando de feliz eternidad, los seres más queridos que hemos tenido en el mundo.

No temamos, pues, a la muerte, que no es momento de despedida, sino momento de nuevo encuentro: allí nos encontraremos con Cristo, que nos redimió con su sangre; con la mujer que nos acogió con cariño; con el padre que regó nuestra infancia con el sudor de su frente…

No tengamos miedo a la eternidad que es morada de gozo y de paz. Ni temamos que dicho gozo se termine, puesto que la muerte se queda aquí en la tierra, y el Cielo tiene puerta de entrada, pero carece de puerta de salida.

Del Cielo sólo ha venido Jesús y ha experimentado el dolor de la tumba, pero resucitó y ha subido al Cielo. Allí nos espera para compartir su gloria con nosotros. La nuestra es vocación de Cielo: seamos fieles a este regalo del Señor, con la esperanza de que su proyecto se hará realidad en la eternidad.

 

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo

martes, 8 de noviembre de 2022

REFLEXION SOBRE LOS DIFUNTOS Y LA VIDA ETERNA

La conmemoración de los difuntos conlleva el interrogante ¿será el final definitivo? Y como cristiano ¿creo en la resurrección? Veremos

Presupuestos

Resurrección no significa revivificación del cuerpo, como se cuenta de Lázaro o del hijo de la viuda de Naim. Resurrección significa que tenemos vida más allá de la muerte.

La vida eterna nos resulta incomprensible e inimaginable porque no podemos pensar sin los a priori del tiempo y del espacio.

La física cuántica está superando el determinismo de la física tradicional, y las leyes del espacio-tiempo.

Racionalmente podemos declararnos agnósticos respecto a otra realidad, a otro modo de vida, porque no podemos demostrar su existencia ni su inexistencia.

La existencia de otra vida es una creencia razonable

La inteligencia sentiente encuentra razonable y adecuada la existencia de otra vida, de otro modo de realidad, que ahora no podemos percibir con claridad. La hormiga no puede percibir valores abstractos, pero eso no significa que esos valores no existan.

La trascendencia es una experiencia antropológica presente en todas las culturas.

La objetividad de los valores morales exige una justificación, un imperativo categórico, para no quedar en mero subjetivismo o en un acuerdo social, al que sólo podría obligarme la imposición por la fuerza. Pienso en un gran propietario que puede comprar la aceptación o el disimulo de políticos, jueces y policías.

Nuestra experiencia ética se rebela contra la injusticia, que cada día nos muestran los informativos (niños, pequeñas tribus o grupos humanos, emigrantes… que mueren por hambre, enfermedades, venganzas, guerras, ambiciones ajenas).

Nuestra conciencia nos pide otra vida para reparar la muerte cruenta de los que sufren injustamente, o de quienes dan su vida por proteger a otros, o por defender valores como la justicia, la dignidad humana, la libertad, las creencias de su pueblo…

Algunas experiencias perimortem bien documentadas y en  diversos países parecen atestiguar que existe “Consciencia más allá de la vida” (Pim Van Lommel).

Los místicos de las diversas épocas y religiones (incluso un ateo como Compte-Sponville) coinciden en la experiencia de una suspensión del tiempo, una“iluminación”, una sensación de plenitud y gozo que,  sin palabras, les permite comprender el misterio de la vida.

Para un cristiano, el mejor testimonio es que Jesús de Nazaret creyó en la resurrección, en la persistencia de una vida distinta: “Porque cuando resuciten de entre los muertos, ni se casarán ni serán dados en matrimonio, sino que serán como los ángeles en los cielos”; y  “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

El cristianismo se basa en la experiencia pascual, en la resurrección de Jesús, que a unos discípulos escondidos por miedo los transformó en difusores del mensaje de Jesús entre judíos y paganos: “Si Cristo no ha resucitado… vana es nuestra fe”.

Conclusión

Aunque me siento incapaz de imaginar cómo puede existir una vida distinta y definitiva, y a veces dudo de ello, serenamente considero más razonable creer en su existencia; más aún, creo que la experiencia religiosa o ética,  que ya tenemos, que esos encuentros de amor y de generosidad,  ya son una primicia de esa vida definitiva.

Por eso asumo la Oración de Teilhard en su vejez: “Energía de mi Señor, fuerza irresistible y viviente, puesto que de nosotros dos Tú eres el más fuerte, a ti compete el don de quemarme en la unión que ha de fundirnos juntos. Dame todavía algo más precioso que la gracia por la que todos los fieles te ruegan. No basta que muera comulgando. Enséñame a comulgar muriendo”.

martes, 1 de noviembre de 2022

PAPA FRANCISCO: ÁNGELUS DE TODOS LOS SANTOS

Plaza de San Pedro

Miércoles 1 de noviembre de 2017

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y buena fiesta!

La solemnidad de Todos los Santos es «nuestra» fiesta: no porque nosotros seamos buenos, sino porque la santidad de Dios ha tocado nuestra vida. Los santos no son figuritas perfectas, sino personas atravesadas por Dios. Podemos compararlas con las vidrieras de las iglesias, que dejan entrar la luz en diversas tonalidades de color. Los santos son nuestros hermanos y hermanas que han recibido la luz de Dios en su corazón y la han transmitido al mundo, cada uno según su propia «tonalidad».

Pero todos han sido transparentes, han luchado por quitar las manchas y las oscuridades del pecado, para hacer pasar la luz afectuosa de Dios. Este es el objetivo de la vida: hacer pasar la luz de Dios y también el objetivo de nuestra vida.

De hecho, hoy en el Evangelio Jesús se dirige a los suyos, a todos nosotros, diciéndonos «bienaventurados» (Mateo 5, 3). Es la palabra con la cual inicia su predicación, que es «Evangelio», Buena Noticia porque es el camino de la felicidad. Quien está con Jesús es bienaventurado, es feliz. La felicidad no está en tener algo o en convertirse en alguien, no, la felicidad verdadera es estar con el Señor y vivir por amor. ¿Vosotros creéis esto? Debemos ir adelante, para creer en esto. Entonces, los ingredientes para una vida feliz se llaman bienaventuranzas: son bienaventurados los sencillos, los humildes que hacen lugar a Dios, que saben llorar por los demás y por los propios errores, permanecen mansos, luchan por la justicia, son misericordiosos con todos, custodian la pureza del corazón, obran siempre por la paz y permanecen en la alegría, no odian e, incluso cuando sufren, responden al mal con el bien. Estas son las bienaventuranzas.

No exigen gestos asombrosos, no son para superhombres, sino para quien vive las pruebas y las fatigas de cada día, para nosotros. Así son los santos: respiran como todos el aire contaminado del mal que existe en el mundo, pero en el camino no pierden nunca de vista el recorrido de Jesús, aquel indicado en las bienaventuranzas, que son como un mapa de la vida cristiana.

Hoy es la fiesta de aquellos que han alcanzado la meta indicada por este mapa: no sólo los santos del calendario, sino tantos hermanos y hermanas «de la puerta de al lado», que tal vez hemos encontrado y conocido. Hoy es una fiesta de familia, de tantas personas sencillas, escondidas que en realidad ayudan a Dios a llevar adelante el mundo. ¡Y existen muchos hoy! Son tantos. Gracias a estos hermanos y hermanas desconocidos que ayudan a Dios a llevar adelante el mundo, que viven entre nosotros, saludemos a todos con un fuerte aplauso. Ante todo —dice la primera bienaventuranza— son «los pobres de espíritu» (Mateo 5, 3). ¿Qué significa? Que no viven para el éxito, el poder y el dinero; saben que quien acumula tesoros para sí no se enriquece ante Dios (cf. Lucas 12, 21). Creen en cambio que el Señor es el tesoro de la vida y el amor al prójimo la única verdadera fuente de ganancia. A veces estamos descontentos por algo que nos falta o preocupados si no somos considerados como quisiéramos; recordemos que no está aquí nuestra felicidad, sino en el Señor y en el amor: sólo con Él, sólo amando se vive como bienaventurado.

Quisiera finalmente citar otra bienaventuranza, que no se encuentra en el Evangelio, sino al final de la Biblia y habla del conclusión de la vida: «Dichosos los muertos que mueren en el Señor» (Apocalipsis 14, 13).

Mañana estaremos llamados a acompañar con la oración a nuestros difuntos, para que gocen siempre del Señor. Recordemos con gratitud a nuestros seres queridos y oremos por ellos.

Que la Madre de Dios, Reina de los Santos y Puerta del Cielo, interceda por nuestro camino de santidad y por nuestros seres queridos que nos han precedido y han partido ya para la Patria celestial.