martes, 19 de septiembre de 2023

O DEUS DA ALIANZA

Deus creou ao home para ter a quen amar e posto a amar, ama para sempre. Todo amor pide correspondencia e a correspondencia ao amor de Deus debería ser amalo a El e a aqueles aos que Deus ama. Nunha palabra, amar a Deus como pai e amarnos uns a outros como irmáns. Inexplicablemente, este plan do Creador non se levou a cabo. Os homes pretenden construír unha torre que chegue ata o ceo para non ter que depender de Deus. E Caín deu morte ao seu irmán Abel para non ter que compartir o mundo con el.

A pesar deste comportamento decepcionante do home, o amor de Deus mantense íntegro no seu divino corazón e non decreta destruír ao home, senón facer unha nova amizade con El.

O antigo pobo de Israel declarouse fiel ao Señor. Pero, co tempo, e ao contaxio con outros pobos pagáns, moitos israelitas apartáronse da relixión monoteísta dos seus antepasados e daban culto aos ídolos das canles e a outras falsas divindades.

Ante esta situación, o Señor propúxolle unha alianza a pobo infiel: Xosué, lugartenente e máis tarde sucesor de Moisés, convocou ás tribos de Israel e díxolles: “Eu e a miña familia non abandonaremos ao Deus dos nosos pais, que nos sacou da escravitude de Exipto… e protexeunos nos camiños que percorremos no medio doutros pobos. Vós, se non queredes servir ao Señor, buscade a quen servir”. Eles contestaron: “Tamén nós serviremos ao Señor; El é o noso Deus e nós somos o seu pobo”.

Estas palabras dos israelitas eran sinceras pero as súas actitudes eran inconstantes e unha e mil veces os seus comportamentos desmentiron as súas palabras. Ante a promesa da Eucaristía, na que Xesús promete darnos a súa carne como comida e o seu sangue como bebida, moitos dos seus seguidores abandonárono e mesmo os discípulos sentiron a tentación de marcharse. Entón resistiron a tentación dicindo: “Onde imos acudir, se só Ti tes palabras de vida eterna?”. Con todo, esta seguridade de ser fieis ao Mestre quedou desmentida o Venres Santo: traizón de Xudas; tres negacións de Pedro e o abandono dos demais. A pesar de todo, a fidelidade de Xesús mantense estable e continua amándonos co amor de sempre.

Penso que nin nas tribos israelitas reunidas en Siquén, nin no corazón dos Apóstolos houbo actitude maliciosa algunha, senón moita debilidade, pero unha vez que toman conciencia da súa caída piden perdón e recuperan a súa condición de amigos do Señor. Esta é tamén a nosa historia: o santo bautismo limpounos o pecado orixinal pero a nosa natureza quedou ferida e proclive ao mal e nel incidimos un día e outro tamén. Lamentamos esta situación e dóennos as nosas infidelidades ao amor de Deus. Pero consólanos saber que a súa misericordia é infinita e que antes cansariamos nós de ofendelo que El de perdoarnos.

Agradezcámoslle tanta bondade e tanta comprensión. Prometámoslle os nosos esforzos para superar as nosas debilidades; e collidos da súa man, camiñemos animosos coa esperanzas de que as nosas vidas terán un desenlace feliz.

Cargamos as pilas de esperanza e de ánimo para abordar os problemas da vida con enteireza de fillos de Deus. Poñamos nós o esforzo e El poñerá o éxito.

Indalecio Gómez Varela

Cóengo da Catedral

viernes, 28 de julio de 2023

Vas descubriendo poco a poco cómo la mano de Dios te va acompañanado

Entrevista de Matilde Latorre de Silva a Francisco José Prieto, arzobispo de Santiago de Compostela publicada en “El Debate”

Francisco José Prieto saca su lado más humano y agradece que estas entrevistas presenten a los obispos como son: uno más de la Iglesia

Hacer el camino, entendiendo lo que es el camino. Y la meta está aquí, esa meta que es la tumba del Apóstol Santiago, en el fondo lo que hace el apóstol, es decir, hay una meta mucho más allá, Que es la que muestra un anticipo de la gloria, es una meta de trascendencia, de sentido, un horizonte de vida y de ser en la que el Señor te guarda siempre».

Monseñor Francisco José Prieto Fernández concede una entrevista para El Debate, nombrado por el Papa Francisco el 1 de abril de 2023 arzobispo de Santiago de Compostela. Nació en Ourense el 18 de agosto de 1968. Cursó estudios eclesiásticos en el Instituto Teológico Divino Maestro de Ourense, centro afiliado a la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca (1986-1992) y fue ordenado sacerdote el 26 de junio de 1993.

Es licenciado en Teología Patrística por la Facultad de Teología de la Universidad Gregoriana de Roma (1992-1994) y doctor en Teología Bíblica por la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca (2008). 

Tomó posesión de la sede el 3 de junio de 2023, sucediendo a Monseñor Julián Barrio Barrio. Es licenciado en Teología Patrística y doctor en Teología Bíblica. En la Conferencia Episcopal Española es miembro de la Comisión Episcopal para las Comunicaciones Sociales y de la Subcomisión Episcopal para el Patrimonio Cultural. Antes de ser arzobispo, fue obispo auxiliar de Santiago de Compostela desde 2021. 

Una familia sencilla

Antes de empezar la conversación con El Debate, agradece esta serie de entrevistas que nuestra sección de Religión está haciendo a los obispos españoles, sacando su lado más humano y haciendo que nuestros lectores los conozcan, tal y como son, uno más de la Iglesia. 

–¿Cómo fue su infancia, su familia? ¿Cómo se vivía la fe en su casa?

–Mi infancia con mi familia, son recuerdos de un barrio de la ciudad de Ourense, una familia muy sencilla, mi padre funcionario, mi madre, como se decía antes, un tiempo dedicado a sus labores.

Somos dos hermanos en esa familia. Vivimos desde pequeños, la fe en familia. Yo recuerdo cuantas tardes, noches, rezando el rosario en familia, lo recuerdo con mucha naturalidad.

Como también recuerdo de una manera muy especial, como en el barrio en el que vivíamos, participamos en la vida de la parroquia, con lo cual también eso le daba un tono de vivencia muy significativo, porque era la familia de casa, y también la familia de la parroquia.

Esa continuidad que tuvimos siempre en la parroquia, nos ha alimentado a mi hermano y a mí. Una vivencia de fe y de manera muy especial. Allí fue mi bautismo, la Primera Comunión, la Confirmación, la trayectoria de iniciación cristiana vivida en familia, y en parroquia.

La JMJ constituye ese momento de encuentro donde nuestros jóvenes se descubren con otros de tantos lugares diversos

–¿Cómo fue su llamada al sacerdocio? ¿Nació en la parroquia?

–Con el paso de los años, dado que el vínculo, con la parroquia, era muy constante, niño de catequesis, después pasé a ser monaguillo, grupos parroquiales, estaba muy implicado en la vida de la parroquia. Y la vocación surge, como sucede en la mayoría de los casos.

El Señor utiliza sus mediaciones y en este caso uno de los sacerdotes jóvenes de la parroquia, que era vicario parroquial, me lo dijo directamente: “Pero que tú nunca te has planteado ser sacerdote y ¿por qué no puedes ser sacerdote? Y ahí quedó. Así que ese planteamiento, esa pregunta, ese interrogante. Dos años más tarde terminé el COU en el Seminario de Ourense. ese tiempo del seminario como discernimiento de vocación, pero con naturalidad y con intimidad, así de sencillo.

–Su época en el seminario, ¿Cómo recuerda esos años?

–Fueron seis años, lo recuerdo de manera muy grata. Son años en los que cuesta un poco la adaptación. Al principio los ritmos cambian, pero se forjan los vínculos de amistad con tus compañeros, con los formadores que te acompañan, vas poco a poco descubriendo cómo la mano de Dios te va acompañando y se va haciendo presente a través de esos momentos claves que vas viviendo a través de los estudios, de las de los momentos de oración personal, comunitaria, celebrativa.

Se establecen los ministerios, pero, sobre todo, hay un enriquecimiento donde vas viendo, como Dios te va moldeando, te va forjando a través de las personas que te acompañan, de la presencia de Dios en nuestra vida. Es una presencia que viene habitualmente mediada por personas y rostros concretos, por lo cual no tengo palabras agradecidas siempre para mis compañeros de seminario, para quienes fueron mis superiores formadores durante esos años, porque gracias a ellos Dios me ha ido moldeando y nos sigue moldeando a lo largo de los años.

Profesor

–Y sus primeros años de sacerdote diocesano, ¿Fueron también en Ourense?

–Los primeros años, inicialmente como diácono, hice estudios en Roma, el obispo en aquel momento el obispo don José Reboredo, ya fallecido, me mandó a estudiar Teología Patrística, a la Universidad Gregoriana de Roma, Esos primeros años fueron allí, pero después, regresé a la diócesis, para ordenarme con mis compañeros de curso, aprovechando un verano romano de descanso.

Esos primeros años de sacerdote, comienzas a conocer la vida de tu diócesis en su dimensión parroquial, en su realidad diocesana. Me nombraron vicario parroquial, al poco tiempo y estuve en una parroquia al norte, la ciudad de Orense, la parroquia de Santa Teresita, con vicario parroquial.

 Comencé a dar clase de Religión, en uno de los colegios que había dentro del territorio parroquial, trabajar en algunas actividades de ámbito diocesano, poco a poco, conociendo el ámbito urbano y conocí también algún tiempo parroquias en la zona rural de nuestra diócesis, y comencé a dar clases en el seminario, que también ha sido una tarea que me ha enriquecido mucho. La tarea docente, por la cual también he acompañado a distintas generaciones de seminaristas, fue una responsabilidad, ser formador del Seminario.

La JMJ ha despertado vocaciones a la vida consagrada, a la vida matrimonial y a la vida sacerdotal

El gran cambio

–Santiago de Compostela no le pilla nuevo, primero de obispo auxiliar y ahora como arzobispo. ¿Hay un cambio grande?

 –Efectivamente. La responsabilidad de tarea que asumes es mayor, no cabe duda. Es verdad que los años con responsabilidad, como auxiliar, me han permitido conocer la diócesis, a los sacerdotes, las parroquias, las distintas realidades de grupos y movimientos, Vida consagrada.

 Te piden a ti que seas tú el que ahora, pues, vayas con ellos haciendo, abriendo camino con la voluntad del Señor. Pero sí, sí se nota la diferencia, y llevo sólo un mes como arzobispo. Antes don Julián y yo a su lado vas conociendo, te va abriendo el camino, pero ahora ya soy yo, tomas tú la iniciativa de la mano de tus sacerdotes, de los laicos en la vida consagrada.

 –Se acerca la Jornada Mundial de la Juventud ¿Cómo ve a nuestros jóvenes que van a hacia la Jornada Mundial de la Juventud? ¿Las jornadas de la juventud suscitan vocaciones?

 –Yo tengo una experiencia y permite que parta de ella. Participé siendo seminarista, en la Jornada de la Juventud de 1989, aquí en Santiago. Precisamente fue la gran jornada. La primera gran jornada fuera de Roma. Estableció, un hito las personas que vinieron a continuación. Yo lo viví muy desde dentro y nada más. Desde Orense, con el Grupo diocesano participamos en la semana previa del encuentro con el Papa.

Sobre todo, constituye ese momento de encuentro donde nuestros jóvenes se descubren con otros jóvenes de tantos lugares diversos, pero que hay una comunión de fe y de vida. Yo creo que también son muy fructíferas cuando se sitúan en un itinerario de vida cristiana, un itinerario catecumenal, de tal manera que llegan a estas jornadas después de haber vivido sus realidades parroquiales, o los que son de distintos pensamientos o carismas, pero con un recorrido hecho de tal manera que esto constituye como un encuentro que revitaliza, que te hace vivir una comunión ordinaria, única, una gran riqueza humana y espiritual y eclesial.

Después debe tener una continuidad, de tal manera que, desde estas jornadas, luego animados, descubran su vida cristiana, el sentido de su vida vivida como vocación.

Porque la Jornada Mundial de la Juventud ha despertado vocaciones a la vida consagrada, a la vida matrimonial, a la vida sacerdotal. Yo creo que, si nuestros jóvenes llegan a estas jornadas y después de ellas lo viven en un itinerario de vida cristiana, en comunidad o identidad, y como referencia, sobre todo, se llega a despertar el sentido de la vida cristiana con una vida vocacional llamada porque no estas por casualidad, sino porque yo estoy porque El Señor me ha puesto allí.

 Es una experiencia, un camino de su recorrido de vida cristiana, con una cierta sensibilidad a la vida la deben aprovechar.

 El camino

 –¿Ha hecho usted el Camino de Santiago? Como gallegos que somos los dos acepto, una pregunta como respuesta.

 –Sí, lo he hecho. Con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, hice unas 5 etapas sólo. Reconozco que quizás siendo ahora como tengo esta responsabilidad, como arzobispo de Santiago de cuidar, acoger a quienes precisamente llegan como peregrinos a Santiago, tenga que hacer alguna etapa más del Camino de Santiago y reconocer la grandeza, la profundidad y todo lo que significa el camino de la vida, de cómo los peregrinos llegan, aquí.

Hacer el camino, entendiendo lo que es el camino. Y la meta está aquí, esa meta que es la tumba del Apóstol Santiago, en el fondo lo que hace el apóstol, es decir, hay una meta mucho más allá, Que es la que muestra un anticipo de la gloria, es una meta de trascendencia, de sentido, un horizonte de vida y de ser en la que el Señor te guarda siempre.

 –¿Qué nos diría a los periodistas católicos?

 –Pues unos por otros, estamos en comunión de vida y en comunión de oración también. Vuestra tarea y vuestra labor, que es muy importante, reforzar la realidad, la distinción de los hechos, de lo compartido y hacerlo con identidad también, porque también la luz de la esperanza y la luz de la verdad tiene que asomar con sentido cristiano en el mundo del periodismo, de la comunicación. Te voy a decir que no os canséis.

domingo, 18 de junio de 2023

DEUS ESTÁ AQUÍ

 Mes de xuño, mes da eucaristía coa celebración de Corpus, e en Lugo ampliado e festexado especialmente na Oitava desa festa.

Son días especiais para todos os lucenses. Mostremos o noso amor e adoración a este sacramento, a Cristo presente realmente na Sagrada Forma que contemplamos, adoramos e amamos.

Lembrábanos Benedito XVI, nunha alocución falando sobre a eucaristía, contemplamos, adoramos e amamos a Aquel que durante a cea pascual, entregou o seu Corpo e o seu Sangue aos seus discípulos para estar con eles “todos os días, até o fin do mundo”.

Adoramos a Aquel que está ao comezo e ao final da nosa fe, sen o que non seriamos nada, sen o que non existiría nada, nada, absolutamente nada. Aquel por medio de quen se fixo todo; Aquel por quen fomos creados para a eternidade; Aquel que nos deu o seu propio Corpo e o seu propio Sangue. El está aquí, ante nós ofrecéndose ás nosas miradas.

E amámolo. E buscamos amar aínda máis xa que está aberto ás nosas preguntas, ao noso amor, sendo o Sacramento vivo e eficaz da presenza eterna do Salvador dos homes na súa Igrexa.

Se Cristo permanece en nós de que temos necesidade? Que nos falta? Se permanecemos en Cristo, que máis podemos desexar? É o noso hóspede e a nosa morada. Ditosos nós que estamos na súa casa! Que gozo ser nós mesmos a morada de tal hóspede! San Pierre- Julien Eymard

Convídovos, e rogo, a que non faltemos o domingo da Oitava (18 de xuño) á celebración da Ofrenda ao Santísimo Sacramento do Reino de Galicia. Sexamos apóstolos da adoración. Lembremos o que nos ensinou Benedito XVI: A Adoración non é un luxo, senón unha prioridade.

Xa que orar de día e de noite é necesario para que todos podamos vivir a profunda vocación á santidade.

Daniel García

Párroco de S. Lourenzo de Albeiros e S. Xosé das Gándaras

miércoles, 31 de mayo de 2023

Entrevista a mos. PRIETO

Entrevista a mons. Prieto publicada en “Alfa y Omega”

Cuando fue nombrado auxiliar de Santiago dijo en estas páginas que lo primero que hizo tras recibir la noticia fue ir a la capilla del Obispado de Orense, donde estaba. ¿Qué hizo en esta ocasión?

 —Me encontraba en el coche, llegando a Orense para visitar a mi familia. Era domingo por la noche. Recibí un mensaje de Nunciatura en el que me anunciaban que querían hablar conmigo. Aparqué y los atendí justo antes de subir a casa. Cuando me lo dijeron me quedé mudo, en un silencio entre sorprendido y abrumado. Fue un contexto muy cotidiano.

 Comienza esta misión con dos años de bagaje en la archidiócesis.

 —Han sido dos años intensos. Es una diócesis muy diversa. Tiene tres ciudades —La Coruña, Santiago y Pontevedra—, cada una con sus peculiaridades; una costa enorme, que mira en el norte a Ferrol y en el sur a Vigo y, en medio, el mundo rural. Es extensa y rica en su geografía humana, social y religiosa. En este tiempo he procurado acercarme a las parroquias, conocerlas y empaparme. Será una ayuda importante, aunque tan poco tiempo, y con un doble año santo, solo me ha permitido conocer el trazo grueso. Ahora toca el hilo fino de la vida de los sacerdotes, parroquias y todos los desafíos pastorales.

 ¿Cuáles son esos desafíos?

 —Tenemos una edad media del clero muy alta y muchas parroquias. Hay que repensar la presencia pastoral en el territorio. La parroquia será imprescindible, pero no llega a la vida de toda nuestra gente. Pueden ser unidades pastorales, parroquiales… Dejemos atrás modelos que no responden a la realidad y trabajemos para ser significativos a través de la integración de parroquias, donde haya un trabajo compartido, catequesis y Cáritas interparroquiales, celebraciones dominicales en dos o tres lugares de referencia, bien celebradas y en las que el sacerdote no tenga que ir corriendo de aquí para allá, haciendo maratones.

 Mejoraría la vida de los sacerdotes.

 —Hay sacerdotes de edad avanzada, con una vida más frágil, pero hay otros más jóvenes con una gran carga de trabajo que pueden acabar quemándose tanto humana como espiritualmente.

 ¿Habrá que renunciar a la parroquia propia o a contar un sacerdote en exclusiva para ella?

 —No se debería usar el posesivo en clave eclesial. Santiago tiene ese reto. Es una diócesis secular, de una gran vida y vitalidad, pero requiere que nos preguntemos sobre ella con realismo para dar una respuesta con realismo.

 Hablaba antes de ser significativos. ¿Cómo se logra en una sociedad como la actual?

 —En las generaciones más jóvenes predomina la indiferencia y el distanciamiento. No veo una actitud contraria. No les dice nada lo que proponemos.

 Aquí hay que hacer un ejercicio importante: escuchar. Porque si no escuchamos, respondemos a preguntas que nadie nos hace. Hay que escuchar al hombre, a la mujer, al joven y al niño, saber integrar sus preocupaciones y no dar respuestas hechas. No podemos recetar genéricos ni fórmulas manidas. Se trata de recuperar la frescura del Evangelio y ofrecerla, decir que a ti Dios te ama y te abraza en un proyecto que quiere comprometer tu vida y planificarla. Dios no es una mochila que llevar sobre los hombros, sino un compañero de camino. Hay hombres y mujeres con crisis profundas de sentido y tendríamos que aparecer ahí, no como un respuesta hecha, ritual y mágica, como una inteligencia artificial que todo lo responde, sino desde la cercanía a cada uno en su circunstancia. Como escuché a un pastoralista, estamos llamados a ser resto, como levadura en la masa, pero no residuo. Nos puede costar, porque pesa la historia.

 Quizás ser pocos ayude a purificar.

—Podemos ver este momento con pesar, pero no es para lamentarse. Las crisis son oportunidades. Estamos en un momento de repliegue en cuanto a número, pero debemos ganar en calidad y calidez evangélicas. Nos sobran retórica y argumentos.

 Acaba de estar en Madrid en unas jornadas sobre sostenimiento de la Iglesia. ¿Es sostenible?

 —Cuando hablamos de esto, enseguida pensamos en dinero, en la aportación económica. Tenemos que superar la idea de servicio religioso por el que pago una tasa o donativo y ya he cumplido como cliente. Debemos pasar de un cristianismo clientelar a uno discipular. De un cristiano cliente a uno creyente. La gente consume religión —fiestas, romerías, celebraciones, sacramentos…—, pero ¿hay discípulos creyentes? Desde ahí se entiende la responsabilidad y es cuando lo económico tiene sentido.

 ¿Qué tiene que decir el arzobispo de Santiago ante las elecciones?

 —Más que dar una consigna, se trata de reclamar a la gente que ejerza su derecho de participación. Tenemos derecho a participar. Confío en la madurez de los laicos y en su discernimiento conforme a los criterios evangélicos y la doctrina social de la Iglesia. Preguntémonos por la calidad humana de nuestros políticos, por si su trayectoria habla de un proyecto de bien común o partidista. Eso es fácil de detectar. Interroguémonos con madurez como cristianos desde los valores y criterios del Evangelio acerca de los políticos y la acción política y actuemos con libertad de conciencia. No se trata de que los cristianos se identifiquen con un partido político. Eso es un error, como ha demostrado la historia.

 Como gran aficionado, ¿sigue teniendo tiempo para el cine?

 —«Que todo en la vida es cine y el cine sueños son», cantaba Aute. Hace tiempo que no puedo ir a una sala, pero, a través del streaming, me gusta volver a los clásicos. La última, El hombre tranquilo

 

 Fuente: Fran Otero | Alfa y Omega

martes, 23 de mayo de 2023

Acollamos ao Señor

A celebración máis solemne do calendario litúrxico da relixión cristiá é a Pascua do Señor na súa dobre edición: Pascua de Nadal e Pascua de Resurrección. A esta festa refírese o Papa emérito Benedito XVI, recentemente falecido, no seu libro sobre a vida de Xesús de Nazaret. Xesucristo na plenitude da súa vida pública realizou milagres que ninguén realizara. Entre eles curara a cegueira dun invidente de nacemento. Até entón todos mirábano como un máis do pobo, pero ante o milagre que acababa de realizar, moitos comezaron a sospeitar se non sería fillo de Deus, que baixou do ceo, para curar ao seu pobo das idolatrías pagás. Sen poderse explicar como o fillo de Xosé e de María facía tales marabillas, comezaron a pensar como Deus puidera enviar ao mundo un ser para facer tanto ben aos homes inimigos de Deus. Por tal motivo, xorde un rexeitamento universal contra El e queren quitalo do medio. Con todo, segundo os libros sacros dos xudeus, Xesús é o Fillo de Deus, baixado do Ceo por obra e graza do Espírito Santo.

Con este acontecemento, comeza un tempo novo que divide a historia en dúas metades, cuxos nomes bíblicos se denominan Antigo e Novo Testamento. Considerados relixiosamente estes dous tempos, a diferenza é abismal. O relato do Antigo Testamento discorre nun clima legalista, que pesa como unha laxa sobre a conciencia do home; e o Novo Testamento rezuma amor misericordioso de Deus, portador de perdón a mancheas, crucificado no Calvario por todos nós. 

Cando se trata de estrear un acontecemento novo, do cal non temos experiencia, requírese preparalo debidamente, para evitar novidades fraudulentas, e este é o caso das pascuas cristiás.

Nova foi a Pascua da Encarnación do Mesías, preparada coidadosamente polo Señor, anunciándoa no Antigo Testamento e nutríndoa de esperanza pola voz dos patriarcas e profetas, e igualmente sucedeu coa Pascua da Resurrección do Señor. A Igrexa lembra estes acontecementos celebrándoos cada ano, preparando o Nadal e preparando a Resurrección do Señor coa liturxia pascual, tempo de triunfo e de esperanza. Estamos en camiño de Ceo. Camiñemos sen desfalecer, até alcanzar a meta.

Deus creou ao home para ter a quen amar e facer feliz, e, con tal finalidade fixo do mundo un paraíso terreal, semellante ao reino celestial, para que os humanos puidesen ser felices, co encargo de que o coidasen e fixesen crecer. Para posibilitar tal labor, a divina providencia regaloulles unha constitución chamada Decálogo, cuxa síntese é o amor a Deus e aos irmáns. Pero os homes, tentados polas forzas do mal, lonxe de ser fieis á vontade do Creador, foron os seus depredadores, e comeron do froito prohibido, e o paraíso terreal converteuse en val de bágoas. Con todo, o Bo Deus non dimitiu do primeiro proxecto e decretou a redención do mundo mellorándoo progresivamente. Primeiro “puxo a man” no mundo enriquecéndoo con todos os bens da creación. En segundo lugar enriqueceu ao mesmo home cos dons da conciencia e do corazón. Nun terceiro momento decretou a redención do mundo. Agora Deus, que nunca deixara de amar con amor de pai, agora vese correspondido co amor do seu propio Fillo. O sangue redentor de Cristo purificou o corazón empecatado do home, pero aínda redimido, segue sendo vulnerable e susceptible de ser novamente tentado. Para non ser novamente vencido, o Señor funda a Igrexa, prolongadora da obra santificadora de Cristo. Desde este momento, a materia prima xa a temos nas nosas mans. A conciencia capacítanos para distinguir o ben do mal. A oración e a piedade lémbrannos que Deus está ao noso carón. As nosas caídas son subsanables. A vontade de Deus é o Ceo. Alí espéranos o Señor. Xesús resucitou. Para nós tamén haberá resurrección.

 

Indalecio Gómez

sábado, 22 de abril de 2023

Xesús, Redentor do Mundo

Deus, que é todo amor no seu ser e no seu obrar, creou ao home para ter a quen amar e facelo feliz, e con tal finalidade fixo do mundo un reino terreal, semellante ao reino celestial, para que nel os humanos puidesen ser felices como El mesmo é infinitamente feliz na corte celestial. A este home, a criatura privilexiada da creación, Deus constituíuna raíña do universo, co encargo de que o custodiase e o fixese crecer. Para posibilitar tal labor, a divina providencia regaloulle unha constitución chamada Decálogo, cuxos dez preceptos sintetízanse en amar a Deus, o seu pai, e aos homes os seus irmáns. Pero os homes tentados polas forzas do mal, lonxe de ser fieis á vontade do Creador, foron os seus depredadores e comeron do froito prohibido, e o reino de Deus converteuse en val de bágoas, para os pobres fillos de Adán. Con todo, o bo Deus non desistiu do seu primeiro proxecto e decretou melloralo progresivamente, actuando coa súa providencia amorosa e a súa infinita sabedoría. O primeiro que fixo, foi “poñer a mesa”, enriquecéndoa con todos os bens creados, para satisfacción do home, ao que constituíu dono e señor de todo o creado. En segundo lugar Deus enriqueceu ao mesmo home cos dons da conciencia e do corazón para que o amase con amor filial e o adorase con humildade sincera. Nun terceiro momento, decretou a redención da humanidade por medio do seu Fillo Redentor. Con este xesto, Deus que nunca deixara de amar con amor de Pai, agora xa se ve correspondido co amor do seu propio Fillo, feito home. Diriase que a distancia entre o Ceo e a terra desapareceu. Deus e o home fixéronse amigos. O sangue redentor de Xesucristo purificou o corazón empecatado do home, o cal aínda redimido, segue sendo humano e vulnerable, susceptible de ser novamente tentado; e en evitación de ser novamente ferido, o Señor funda a Igrexa, prolongadora da obra salvadora de Cristo.

Desde este intre, a salvación está ao alcance da man do home, pero o home non queda dispensado da súa responsabilidade. A súa misión é a de colaborar afanosamente na obra santificadora da súa vida persoal e comunitaria. A materia prima xa a temos ao noso alcance. A nosa conciencia capacítanos para distinguir o ben do mal. A nosa vontade fainos preferir a bondade á maldade. Para nós os compañeiros de viaxe non debemos de miralos como competidores no mal obrar, senón como colaboradores no ben facer. Os bens da creación teñen unha débeda pendente co Señor, dador de todo ben. O sol e as estrelas pídenlle correspondencia. Os sacramentos son auxilios espirituais para fortalecer a nosa debilidade. A oración e a piedade lémbrannos que Deus está ao noso carón tendéndonos a man para que non caiamos, e a súa divina misericordia está ao noso lado para levantarnos e podamos continuar camiñando por senda de santidade. A nosa vocación é clara. A divina providencia é xenerosa. As nosas caídas son subsanables e a nosa esperanza, recuperable. Os divinos plans mantéñense en pé. As divinas pegadas están á vista: seguíndoas, alcanzaremos a meta.

 

Indalecio Gómez Varela

lunes, 6 de marzo de 2023

IPSA NOVITAS INNOVANDA EST (Homilia Padre Rainiero Cantalamessa. Cuaresma)

La historia de la Iglesia a finales del siglo XIX y principios del XX nos ha dejado una amarga lección que no debemos olvidar para no repetir el error que la provocó. Me refiero al retraso, más aún al rechazo, de tomar nota de los cambios que se estaban producido en la sociedad, y de la crisis del Modernismo que fue su consecuencia.

Cualquiera que haya estudiado ese período, aunque haya sido superficialmente, sabe el daño que sobrevino, tanto para la Iglesia como para los llamados “modernistas”. La falta de diálogo, por un lado, empujó a algunos de los modernistas más conocidos a posiciones cada vez más extremas y, finalmente, heréticas; por otro, privó a la Iglesia de una enorme energía, provocando en ella laceraciones y sufrimientos sin fin, haciéndola que la hicieron retraerse, cada vez más, en sí misma, perdiendo de este modo el ritmo de los tiempos.

El Concilio Vaticano II fue la iniciativa profética para recuperar el tiempo perdido. Ha producido una renovación que no es el caso de volver a ilustrar aquí. Más que su contenido, nos interesa en este momento el método que inauguró, que consiste en es caminar por a través de la historia, junto a la humanidad, tratando de discernir los signos de los tiempos.

La historia y la vida de la Iglesia no se detuvo, sin embargo, con el Concilio Vaticano II. Gracias al Concilio Vaticano II la historia y la vida de la Iglesia no se detuvieron. ¡Ay de hacer de ella lo que se intentó hacer con el Concilio de Trento, No caigamos en el error de hacer lo que se intentó con el concilio de Trento, es decir, una meta inamovible! Si la vida de la Iglesia se detuviera, sucedería como un río que llega a una barrera: inevitablemente se convierte en un lodazal o en un pantano.

“No penséis –escribía Orígenes en el siglo III– que basta con renovarse una sola vez; necesitamos renovar la misma novedad: ‘Ipsa novitas innovanda est’”. Antes que él, el nuevo Doctor de la Iglesia San Ireneo había escrito: La verdad revelada es “como un licor precioso contenido en un vaso valioso. Por obra del Espíritu Santo, rejuvenece continuamente y también hace rejuvenecer la vasija que la contiene”. El “vaso” que contiene la verdad revelada es la tradición viva de la Iglesia. El “licor precioso” es en primer lugar Escritura, pero Escritura leída en la Iglesia, que es entonces la definición más correcta de Tradición. El Espíritu es, por su naturaleza, novedad. El Apóstol exhorta a los bautizados a servir a Dios “en la novedad del Espíritu y no en la caducidad de la letra” (Rm 7, 6).

La sociedad no sólo no se detuvo en la época del Concilio Vaticano II, sino que conoció una aceleración vertiginosa. Los cambios que solían producirse en un siglo o dos ahora lo hacen en una década. Esta necesidad de renovación continua no es otra cosa que la necesidad de conversión continua, extendida desde el creyente individual a toda la Iglesia en su componente humano e histórico: la “Ecclesia semper reformanda”. El verdadero problema, por tanto, no reside en la novedad; es más bien en la forma de tratar con ella. Me explico. Toda novedad y todo cambio se encuentra en una encrucijada; puede tomar dos caminos opuestos: o el del mundo, o el de Dios: o el camino de la muerte o el camino de la vida. La Didaché, escrita cuando todavía vivía al menos uno de los doce apóstoles, ya ilustraba estos dos caminos a los creyentes.

Nosotros tenemos un medio infalible para emprender siempre de nuevo el camino de la vida y de la luz: el Espíritu Santo. Es la certeza que Jesús dio a los apóstoles antes de dejarlos: “Le pediré al Padre y os dará otro Paráclito para que permanezca con vosotros para siempre (Jn 14,16). Y en otro lugar: “El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena ” (Jn 16,13). No lo hará todo de golpe, ni de una vez por todas, sino a medida que vayan surgiendo las diversas situaciones. Antes de dejarlos definitivamente, en el momento de la Ascensión, el Resucitado asegura a sus discípulos la asistencia del Paráclito: “Recibiréis -dice- la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8).

La intención de los cinco sermones de Cuaresma que comenzamos hoy, muy sencillamente, es precisamente ésta: animarnos a poner al Espíritu Santo en el centro de toda la vida de la Iglesia y, en particular, en este momento, en el centro de las decisiones sinodales. En otras palabras, retomar la apremiante invitación que el Resucitado dirige, en el Apocalipsis, a cada una de las siete Iglesias de Asia Menor: “El que tenga oídos, escuche lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 2, 7).

Es la única manera, entre otras cosas, que tengo para no permanecer completamente ajeno al compromiso en curso con el sínodo. En uno de mis primeros sermones a la Casa Pontificia, hace 43 años, dije en presencia de San Juan Pablo II: “Toda mi vida continué haciendo el humilde trabajo que hacía de niño”. Y le expliqué cómo. Mis abuelos maternos cultivaban una vasta tierra montañosa como aparceros. En junio o julio era la siega, todo a mano, con la hoz, encorvados bajo el sol. Era un trabajo muy agotador. Mis primitos y yo éramos los encargados de llevar constantemente agua a los segadores para beber. Eso es –dije en aquella ocasión – lo que he estado haciendo el resto de mi vida. Han cambiado los segadores, que ahora son los obreros de la viña del Señor, y ha cambiado el agua, que ahora es la Palabra de Dios. Un trabajo, el mío, mucho menos fatigoso, siendo sicero, que el de los obreros de la viña; pero también, espero, útil y de algún modo necesario.

* * *

En este primer sermón me limito a recoger la lección que nos llega de la Iglesia naciente. En otras palabras, quisiera mostrar cómo el Espíritu Santo guió a los apóstoles y a la comunidad cristiana a dar sus primeros pasos en la historia. Cuando las palabras de Jesús antes citadas sobre la asistencia del Paráclito fueron escritas por Juan, la Iglesia ya había tenido experiencia práctica de ella, y es precisamente esta experiencia, nos dicen los exegetas, la que se refleja en las palabras del evangelista.

Los Hechos de los Apóstoles nos muestran una Iglesia que es, paso a paso, “guiada por el Espíritu”. Su guía se ejerce no sólo en las grandes decisiones, sino también en las cosas menores. Pablo y Timoteo quieren predicar el evangelio en la provincia de Asia, pero “el Espíritu Santo se lo prohíbe”; están a punto de dirigirse hacia Bitinia, pero, está escrito, “el Espíritu de Jesús no se lo permite” (Hch 16, 6s). De lo que sigue se comprende el motivo de esta guía tan apremiante: el Espíritu Santo exhortó así a la Iglesia naciente a salir de Asia y enfrentarse a un nuevo continente, Europa (cf. Hch 16, 9). Pablo llega a definirse, en sus elecciones, como “prisionero del Espíritu” (Hch 20, 22).

No es un camino recto y suave, el de la Iglesia naciente. La primera gran crisis es la relativa a la admisión de gentiles en la Iglesia. No hay necesidad de recordar su desarrollo. Sólo nos interesa recordar cómo se resuelve la crisis. ¿Pedro va a Cornelio y los paganos? Es el Espíritu quien le manda (cf. Hch 10,19; 11,12). ¿Y cómo es motivada y comunicada la decisión tomada por los apóstoles en Jerusalén de acoger a los paganos en la comunidad, sin obligarlos a ser circuncidados y a cumplir con toda la legislación mosaica? Se resuelve con esas extraordinarias palabras iniciales: “Pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros…” (15,28).

No se trata de hacer arqueología de la Iglesia, sino de sacar a la luz, siempre de nuevo, el paradigma de toda elección eclesial. De hecho, no cuesta mucho ver la analogía entre la apertura que entonces se tomaba hacia los gentiles, con la que se impone hoy hacia los laicos, especialmente a las mujeres, y a otras categorías de personas. Por lo tanto, vale la pena recordar la motivación que impulsó a Pedro a superar sus perplejidades y bautizar a Cornelio y su familia. Leemos en los Hechos:

Estaba Pedro diciendo estas cosas cuando el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra. Y los fieles circuncisos que habían venido con Pedro quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles, pues les oían hablar en lenguas y glorificar a Dios. Entonces Pedro dijo: «¿Acaso puede alguno negar el agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?» (Hch 10, 44-47)

Llamado a justificar su conducta en Jerusalén, Pedro relata lo sucedido en casa de Cornelio y concluye diciendo:

Me acordé entonces de aquellas palabras que dijo el Señor: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo”. Por tanto, si Dios les ha concedido el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poner obstáculos a Dios? (Hch 11, 16-17)

Si miramos con detenimiento, es la misma motivación que impulsó a los Padres del Concilio Vaticano II a redefinir el papel de los laicos en la Iglesia, es decir, la doctrina de los carismas. Conocemos bien el texto, pero siempre es útil recordarlo:

Además, el mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Co 12,11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: «A cada uno… se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad» (1 Co 12,7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia (LG 12).

Estamos ante el redescubrimiento de la naturaleza no sólo jerárquica sino también carismática de la Iglesia. San Juan Pablo II, en la “Novo millennio ineunte” (n. 45) lo hará aún más explícito al definir a la Iglesia como jerarquía y como koinonía. En una primera lectura, la reciente constitución sobre la reforma de la Curia “Praedicate Evangelium” (aparte de todos los aspectos jurídicos y técnicos que desconozco por completo) me dio la impresión de estar dando un paso adelante en esta misma dirección: es decir, en aplicar el principio sancionado por el Concilio a un sector particular de la Iglesia que es su gobierno y a una mayor implicación en él de los laicos y las mujeres.

Pero ahora tenemos que dar todavía un paso más. El ejemplo de la Iglesia apostólica nos ilumina no sólo sobre los principios inspiradores, es decir, sobre la doctrina, sino también sobre la práctica eclesial. Nos dice que no todo se resuelve con las decisiones tomadas en un sínodo, o con un decreto. Existe la necesidad de llevar estas decisiones a la práctica, la llamada “recepción” de los dogmas. Y para eso necesitamos tiempo, paciencia, diálogo, tolerancia; a veces incluso compromiso. Cuando se hace en el Espíritu Santo, el compromiso no es ceder, ni rebajar la verdad, sino llevarlo a cabo con caridad y obediencia a las situaciones. ¡Cuánta paciencia y tolerancia tuvo Dios después de dar el Decálogo a su pueblo! ¡Cuánto tiempo tuvo que esperar, y todavía tiene que esperar, para su recepción!

A lo largo de la historia que acabamos de mencionar, Pedro aparece claramente como el mediador entre Santiago y Pablo, es decir, entre la preocupación por la continuidad y por la de la novedad. En esta mediación, somos testigos de un incidente que puede ayudarnos aún hoy. El incidente es el de Pablo que en Antioquía reprende a Pedro de por la hipocresía de por haber evitado sentarse a la mesa con paganos convertidos. Escuchemos lo que sucedió desde su propia voz:

Mas, cuando vino Cefas a Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque era digno de reprensión. Pues antes que llegaran algunos del grupo de Santiago, comía en compañía de los gentiles; pero una vez que aquéllos llegaron, se le vio recatarse y separarse por temor de los circuncisos (Gal 2, 11-12).

Los “conservadores” de la época reprocharon a Pedro haber ido demasiado lejos yendo al pagano Cornelio; Pablo, sin embargo, le reprocha no haber ido lo suficientemente lejos. Pablo es el santo que más admiro y amo. Pero en este caso estoy convencido de que se dejó llevar (¡no es la única vez!) por su carácter de fuego. Pedro no pecó en absoluto de hipocresía. La prueba es que, en otra ocasión, el mismo Pablo hará exactamente lo que hizo Pedro en Antioquía. En Listra hizo circuncidar a su compañero Timoteo “a causa -está escrito- de los judíos que había en aquellas regiones” (Hch 16,3), es decir, para no escandalizar a nadie. A los Corintios escribe que se hizo “judío con los judíos, para ganar a los judíos” (1 Cor 9, 20) y en la Carta a los Romanos recomienda encontrarse con aquellos que aún no han alcanzado la libertad de la que otros disfrutan” (Rom 14, 1 ss).

El papel de mediador que ejerció Pedro entre las tendencias opuestas de Santiago y Pablo continúa en sus sucesores. Ciertamente no (y esto es bueno para la Iglesia) uniformemente en cada uno de ellos, sino según el carisma propio de cada uno que el Espíritu Santo (y se supone que los cardenales bajo él) han considerado los más necesarios en un momento dado de la historia de la Iglesia.

Ante los acontecimientos y las realidades políticas, sociales y eclesiales, nosotros estamos listos para tomar inmediatamente partido por un lado y demonizar al contrario, a desear el triunfo de nuestra elección sobre la de nuestros adversarios. (¡Si estalla una guerra, todos rezan al mismo Dios para que dé la victoria a sus ejércitos y aniquile a los del enemigo!). No digo que esté prohibido tener preferencias: en el campo político, social, teológico, etc., o que sea posible no tenerlas. Sin embargo, nunca debemos esperar que Dios se ponga de nuestro lado contra el adversario. Tampoco debemos preguntárselo a quienes nos gobiernan. Es cómo pedirle a un padre que elija entre dos hijos; cómo decirle: “Elige: yo o mi oponente; muestra claramente con quien estás!” ¡Dios está con todos y por eso no está contra nadie! Es el padre de todos.

La acción de Pedro en Antioquía -como la de Pablo en Listra- no fue hipocresía, sino adaptación a las situaciones, es decir, la elección de lo que, en una determinada situación, favorece el mayor bien de la comunión. Es sobre este punto que quisiera continuar y concluir esta primera meditación, también porque nos permite pasar de lo que concierne a la Iglesia universal a lo que concierne a la Iglesia local, es decir, a nuestra propia comunidad o familia y a la vida espiritual de cada uno de nosotros (¡Que es lo que uno espera, creo, de una meditación de Cuaresma!).

Hay una prerrogativa de Dios en la Biblia que a los Padres les encantaba subrayar: la synkatabasis, es decir, la condescendencia. Para San Juan Crisóstomo es una especie de clave para comprender toda la Biblia. En el Nuevo Testamento esta misma prerrogativa de Dios se expresa con el término benignidad (chrestotes). La venida de Dios en la carne es vista como la suprema manifestación de la benignidad de Dios: “Se ha manifestado la benignidad de Dios y su amor por los hombres” (Tito 3:4).

La amabilidad -hoy diríamos también cortesía- es algo distinto de la simple bondad; es ser bueno con los demás. Dios es bueno en sí mismo y es bondadoso con nosotros. Es uno de los frutos del Espíritu (Gal 5,22); es un componente esencial de la caridad (1 Cor 13, 4) y es el marco de un alma noble y superior. Ocupa un lugar central en la exhortación apostólica. Leemos, por ejemplo, en la Carta a los Colosenses:

Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros (Col 2, 12-13).

Este año celebramos el cuarto centenario de la muerte de un santo que fue un excelente modelo de esta virtud, en una época también marcada por amargas controversias: San Francisco de Sales. Todos deberíamos volvernos, en la Iglesia, un poco más condescendientes y tolerantes, menos colgados de nuestras certezas personales, conscientes de cuántas veces hemos tenido que reconocer dentro de nosotros mismos que estábamos equivocados sobre una persona o una situación, y cuántas veces nosotros también hemos tenido que adaptarnos a las situaciones. En nuestras relaciones eclesiales, afortunadamente, no existe -ni debe existir- esa propensión a insultar y vilipendiar al adversario que se advierte en ciertos debates políticos y que tanto daño hace a la pacífica convivencia civil.

Hay alguien, es cierto, con quien es justo ser intransigente, pero ese alguien soy yo mismo, es mi “yo”. Estamos inclinados por naturaleza a ser intransigentes con los demás e indulgentes con nosotros mismos, mientras que deberíamos proponernos hacer todo lo contrario: estrictos con nosotros mismos, longánimos con los demás. Esta resolución, tomada en serio, bastaría por sí sola para santificar nuestra Cuaresma. Nos dispensaría de cualquier otro tipo de ayuno y nos dispondría a trabajar con más fe y serenidad en todos los ámbitos de la vida de la Iglesia.

Un gran ejercicio en este sentido es ser honesto, en lo profundo de tu corazón, con la persona con la que no estás de acuerdo. Cuando me doy cuenta de que estoy acusando a alguien dentro de mí, tengo que tener cuidado de no ponerme de mi parte inmediatamente. Debo dejar de darle vueltas a mis razones como quien masca chicle y tratar de ponerme en el lugar de la otra persona para entender sus razones y lo que él también podría decirme.

Este ejercicio no debe hacerse sólo con respecto a la persona singular, sino también con la corriente de pensamiento con la que no estoy de acuerdo y con la solución propuesta por ella a un determinado problema en discusión (en el Sínodo o en otro ámbito). Santo Tomás de Aquino nos da un ejemplo: inicia cada uno de los artículos de su Suma Teológica con las razones del adversario que nunca banaliza ni ridiculiza, sino que las toma en serio y luego les responde con su “Sed contra”, “sin embargo”, es decir, con las razones que considera más en conformidad con la fe y la moral. Preguntémonos (yo primero): ¿hacemos lo mismo?

Jesús dice: “No juzguéis, para que no seáis juzgados…¿Cómo es que ves la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? (Mt 7, 1-3). ¿Es posible vivir, nos preguntamos, sin juzgar nunca? ¿No es la capacidad de juzgar parte de nuestra estructura mental y no es un don de Dios? En la versión de Lucas, al mandato de Jesús: “no juzguéis y no seréis juzgados” le sigue inmediatamente, como para aclarar el sentido de estas palabras, el mandato: “no condenéis y no seréis condenados” (Lc 6, 37). Por lo tanto, no se trata de eliminar el juicio de nuestro corazón, ¡sino de eliminar el veneno de nuestro juicio! Eso es el odio, la condena, el ostracismo.

Un padre, un superior, un confesor, un juez, cualquiera que tenga alguna responsabilidad sobre los demás, debe juzgar. A veces, en efecto, juzgar es precisamente el tipo de servicio que uno está llamado a ejercer en la sociedad o en la Iglesia. La fuerza del amor cristiano reside en el hecho de que es capaz de cambiar el signo incluso del juicio y, de un acto de desamor, convertirlo en un acto de amor. No con nuestras propias fuerzas, sino gracias al amor que “ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 5).

En conclusión, hagamos nuestra la hermosa oración atribuida a San Francisco de Asís. (Tal vez no sea suya, pero refleja perfectamente su espíritu):

Oh Señor, hazme un instrumento de tu paz:

donde haya odio, déjame llevar amor,

donde haya ofensa, que yo lleve el perdón,

donde hay discordia déjame traer unidad,

donde haya duda, déjame vestirme de fe,

donde está el error, que pueda traer la verdad,

donde está la desesperación, déjame traer esperanza,

donde haya tristeza, déjame llevar alegría,

donde está la oscuridad, déjame traer la luz.

 

Y añadimos:

 

Donde haya malicia, déjame mostrar benignidad

¡Donde haya dureza, déjame traer bondad!

Coresma, apoio para o fundamental

Al comienzo de una nueva cuaresma apetece mirar a lo auténticamente esencial en la vida, sin medias tintas ni componendas. Porque la Cuaresma consiste en descubrir lo fundamental de la vida. Vivir desde lo esencial. 

Por eso, la llamada de la Cuaresma, que es la llamada de Cristo, resulta especialmente actual y necesaria para contrarrestar la cultura light del pensar y actuar que se promueve en muchos ambientes. Se trata de dejar todo lo alejado del evangelio y de ver todo lo verdaderamente humano para redescubrir lo primordial, apreciar y saborear la presencia de Dios en cada uno. Se trata de zanjar nuestros caminos de imperfección, de materialismo, de obsesión por el dinero, de consumismo, de adoración de la carne, de insolidaridad, de egoísmo, de superficialidad, y de tantos otros males que de nosotros nacen, por nosotros viven y de nosotros se alimentan.

Lo fundamental nos invita a la plenitud de la vida profunda. A llenarnos de confianza, sencillez, honestidad, misericordia, perdón, actitud de servicio y de fe. A cambiar la piel del corazón. A huir del envejecimiento prematuro que no sueña, no espera, no se ilusiona, no cambia.

Vivir con plenitud en el “mar de la vida”, apoyarse en lo esencial no es fácil. Podemos desesperanzarnos, pero motivados por las palabras del Señor, somos invitados a un nuevo intento, a revertir nuestro barro por virtud. A examinar nuestra vida, entrar en uno mismo, y tamizar la propia existencia a la luz del Señor, de su Palabra y de su Iglesia, para redescubrir con alegría el encuentro gozoso, sanante y transformador con Jesucristo.

Comenzamos la Cuaresma el miércoles pasado, llamado de Ceniza. Un día especialmente penitencial, día de ayuno y abstinencia, igual que el Viernes Santo.

La abstinencia, sabemos que consiste en no comer carne, se exige, al menos, los viernes de Cuaresma. Y obliga a todos los mayores de 14 años. El ayuno, consiste en no comer entre comidas. Desayunar, comer bien y cenar escasamente. Obliga a los mayores de edad hasta los 60 años. Están dispensados del ayuno y la abstinencia los enfermos. Ayuno y abstinencia son las prácticas comunes que unen a todos los cristianos del mundo, de ahí su importancia.

Pero es a la oración, a la lectura de la Palabra de Dios y a la caridad, a lo que nos invita, sobre todo, la Cuaresma. Orar más, privarnos de algo, renunciando a caprichos y superficialidad, compartir tiempo y dinero, es vivir la Cuaresma. Esto es lo esencial en la vida. Los verdaderos apoyos de nuestra vida cristiana. Aunque en nuestro tiempo sea ir contracorriente.

Daniel García García

Canónigo y párroco de Albeiros

miércoles, 22 de febrero de 2023

Mensaxe do Papa para a Coresma 2023

 «Ascesis cuaresmal, un camino sinodal»

Queridos hermanos y hermanas: 

Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas concuerdan al relatar el episodio de la Transfiguración de Jesús. En este acontecimiento vemos la respuesta que el Señor dio a sus discípulos cuando estos manifestaron incomprensión hacia Él. De hecho, poco tiempo antes se había producido un auténtico enfrentamiento entre el Maestro y Simón Pedro, quien, tras profesar su fe en Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios, rechazó su anuncio de la pasión y de la cruz. Jesús lo reprendió enérgicamente: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (Mt 16,23). Y «seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado» (Mt 17,1).

El evangelio de la Transfiguración se proclama cada año en el segundo domingo de Cuaresma. En efecto, en este tiempo litúrgico el Señor nos toma consigo y nos lleva a un lugar apartado. Aun cuando nuestros compromisos diarios nos obliguen a permanecer allí donde nos encontramos habitualmente, viviendo una cotidianidad a menudo repetitiva y a veces aburrida, en Cuaresma se nos invita a “subir a un monte elevado” junto con Jesús, para vivir con el Pueblo santo de Dios una experiencia particular de ascesis. 

La ascesis cuaresmal es un compromiso, animado siempre por la gracia, para superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguir a Jesús en el camino de la cruz. Era precisamente lo que necesitaban Pedro y los demás discípulos. Para profundizar nuestro conocimiento del Maestro, para comprender y acoger plenamente el misterio de la salvación divina, realizada en el don total de sí por amor, debemos dejarnos conducir por Él a un lugar desierto y elevado, distanciándonos de las mediocridades y de las vanidades. Es necesario ponerse en camino, un camino cuesta arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración, como una excursión por la montaña. Estos requisitos también son importantes para el camino sinodal que, como Iglesia, nos hemos comprometido a realizar. Nos hará bien reflexionar sobre esta relación que existe entre la ascesis cuaresmal y la experiencia sinodal.

En el “retiro” en el monte Tabor, Jesús llevó consigo a tres discípulos, elegidos para ser testigos de un acontecimiento único. Quiso que esa experiencia de gracia no fuera solitaria, sino compartida, como lo es, al fin y al cabo, toda nuestra vida de fe. A Jesús hemos de seguirlo juntos. Y juntos, como Iglesia peregrina en el tiempo, vivimos el año litúrgico y, en él, la Cuaresma, caminando con los que el Señor ha puesto a nuestro lado como compañeros de viaje. Análogamente al ascenso de Jesús y sus discípulos al monte Tabor, podemos afirmar que nuestro camino cuaresmal es “sinodal”, porque lo hacemos juntos por la misma senda, discípulos del único Maestro. Sabemos, de hecho, que Él mismo es el Camino y, por eso, tanto en el itinerario litúrgico como en el del Sínodo, la Iglesia no hace sino entrar cada vez más plena y profundamente en el misterio de Cristo Salvador.

Y llegamos al momento culminante. Dice el Evangelio que Jesús «se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz» (Mt 17,2). Aquí está la “cumbre”, la meta del camino. Al final de la subida, mientras estaban en lo alto del monte con Jesús, a los tres discípulos se les concedió la gracia de verle en su gloria, resplandeciente de luz sobrenatural. Una luz que no procedía del exterior, sino que se irradiaba de Él mismo. La belleza divina de esta visión fue incomparablemente mayor que cualquier esfuerzo que los discípulos hubieran podido hacer para subir al Tabor. Como en cualquier excursión exigente de montaña, a medida que se asciende es necesario mantener la mirada fija en el sendero; pero el maravilloso panorama que se revela al final, sorprende y hace que valga la pena. También el proceso sinodal parece a menudo un camino arduo, lo que a veces nos puede desalentar. Pero lo que nos espera al final es sin duda algo maravilloso y sorprendente, que nos ayudará a comprender mejor la voluntad de Dios y nuestra misión al servicio de su Reino.

La experiencia de los discípulos en el monte Tabor se enriqueció aún más cuando, junto a Jesús transfigurado, aparecieron Moisés y Elías, que personifican respectivamente la Ley y los Profetas (cf. Mt 17,3). La novedad de Cristo es el cumplimiento de la antigua Alianza y de las promesas; es inseparable de la historia de Dios con su pueblo y revela su sentido profundo. De manera similar, el camino sinodal está arraigado en la tradición de la Iglesia y, al mismo tiempo, abierto a la novedad. La tradición es fuente de inspiración para buscar nuevos caminos, evitando las tentaciones opuestas del inmovilismo y de la experimentación improvisada.

El camino ascético cuaresmal, al igual que el sinodal, tiene como meta una transfiguración personal y eclesial. Una transformación que, en ambos casos, halla su modelo en la de Jesús y se realiza mediante la gracia de su misterio pascual. Para que esta transfiguración pueda realizarse en nosotros este año, quisiera proponer dos “caminos” a seguir para ascender junto a Jesús y llegar con Él a la meta.

El primero se refiere al imperativo que Dios Padre dirigió a los discípulos en el Tabor, mientras contemplaban a Jesús transfigurado. La voz que se oyó desde la nube dijo: «Escúchenlo» (Mt 17,5). Por tanto, la primera indicación es muy clara: escuchar a Jesús. La Cuaresma es un tiempo de gracia en la medida en que escuchamos a Aquel que nos habla. ¿Y cómo nos habla? Ante todo, en la Palabra de Dios, que la Iglesia nos ofrece en la liturgia. No dejemos que caiga en saco roto. Si no podemos participar siempre en la Misa, meditemos las lecturas bíblicas de cada día, incluso con la ayuda de internet. Además de hablarnos en las Escrituras, el Señor lo hace a través de nuestros hermanos y hermanas, especialmente en los rostros y en las historias de quienes necesitan ayuda. Pero quisiera añadir también otro aspecto, muy importante en el proceso sinodal: el escuchar a Cristo pasa también por la escucha a nuestros hermanos y hermanas en la Iglesia; esa escucha recíproca que en algunas fases es el objetivo principal, y que, de todos modos, siempre es indispensable en el método y en el estilo de una Iglesia sinodal.

Al escuchar la voz del Padre, «los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo» (Mt 17,6-8). He aquí la segunda indicación para esta Cuaresma: no refugiarse en una religiosidad hecha de acontecimientos extraordinarios, de experiencias sugestivas, por miedo a afrontar la realidad con sus fatigas cotidianas, sus dificultades y sus contradicciones. La luz que Jesús muestra a los discípulos es un adelanto de la gloria pascual y hacia ella debemos ir, siguiéndolo “a Él solo”. La Cuaresma está orientada a la Pascua. El “retiro” no es un fin en sí mismo, sino que nos prepara para vivir la pasión y la cruz con fe, esperanza y amor, para llegar a la resurrección. De igual modo, el camino sinodal no debe hacernos creer en la ilusión de que hemos llegado cuando Dios nos concede la gracia de algunas experiencias fuertes de comunión. También allí el Señor nos repite: «Levántense, no tengan miedo». Bajemos a la llanura y que la gracia que hemos experimentado nos sostenga para ser artesanos de la sinodalidad en la vida ordinaria de nuestras comunidades.

Queridos hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo nos anime durante esta Cuaresma en nuestra escalada con Jesús, para que experimentemos su resplandor divino y así, fortalecidos en la fe, prosigamos juntos el camino con Él, gloria de su pueblo y luz de las naciones.

Roma, San Juan de Letrán, 25 de enero de 2023, Fiesta de la Conversión de san Pablo

Francisco

miércoles, 15 de febrero de 2023

"CUADERNOS DEL CONCILIO"

La Conferencia Episcopal estrena la página web «Cuadernos del Concilio». Un proyecto con el que su une a la invitación del papa Francisco de redescubrir las cuatro grandes constituciones conciliares del Vaticano II como preparación al Jubileo Ordinario de 2025.

Acceder a la web

A raíz de esta petición del Santo Padre, la Santa Sede impulsa la iniciativa “Cuadernos del Concilio”. Se trata de una serie de pequeños volúmenes con los que acercar, especialmente a los más jóvenes, algunos de los contenidos del Vaticano II para que sigan «orientando y guiando al pueblo santo de Dios, para que progrese en la misión de llevar a todos el gozoso anuncio del Evangelio».

La editorial BAC ha traducido y editado estos Cuadernos que serán distribuidos próximamente para el trabajo en grupos, parroquias, movimientos y vida consagrada.

Esta nueva página web de la Conferencia Episcopal, preparada por la Comisión para las Comunicaciones Sociales y la Oficina de Información, ofrece una síntesis de cada uno de estos capítulos, también en formato podcast descargable, así como un pequeño vídeo de introducción que facilite el trabajo en grupos.

Este lunes se abrió la web de Cuadernos del Concilio con los libros dedicados a Dei Verbum y a Sacrosanctum Concilium.

Esta página web, además, se completará próximamente con los textos íntegros que está preparando para su publicación la editorial BAC.

CEE

jueves, 9 de febrero de 2023

LA ENTRETELA. UNA ACTITUD DIVINA: LA CERCANÍA

Entre finales de enero y la primera semana de febrero el Papa ha dedicado un espacio de sus discursos para analizar diversas actitudes divinas. En este rincón nos vamos a detener en lo que ha dicho sobre la cercanía.

La cercanía, es una de esas “cosas de Dios” que se manifiesta en una gran diversidad. El Papa estos días se ha centrado en:

– La cercanía permite sumar, permite avanzar y convertir en positivo aún las situaciones más trágicas. Y dice el Papa. La transformación desde lo negativo a lo positivo es uno de los aspectos esenciales del misterio de Jesucristo. Cristo culminó su pasión y muerte en la cruz, en un sacrificio de salvación para todos. Lo hizo gracias al amor de su Padre, rico en misericordia y nos lo presenta tangible en la Eucaristía, dónde sabiendo que le aguardaba, dio gracias al Padre sobre el pan y el vino, para donarnos el sacramento de su sacrificio.

– La cercanía está abierta al diálogo en primer lugar con Dios por medio de la oración, en segundo lugar, con el prójimo. La cercanía nos obliga a salir de nosotros mismos en un éxodo desde nuestro ego hacia el otro mediante un diálogo en radical apertura al otro. Y esto es propio de Cristo, que se hizo hombre, para abrazar los dramas, las preguntas y esperanzas de una humanidad sufriente siempre en busca de la paz.

– La cercanía nos lleva a la colaboración y esta a compartir conocimientos y experiencias prácticas.

– La cercanía nos lleva a la fraternidad y esta aporta soluciones, concita voluntades, da testimonio de que el amor, la fraternidad y el verdadero humanismo que nace de la fe vence al odio, al rechazo y a la brutalidad. Y dice el Papa; la Sede de Pedro ha estado siempre atenta a las vicisitudes de todos los pueblos, a sus esfuerzos y sus dificultades por conseguir una vida mejor, buscando que alcancen la paz que el Señor prometió a sus discípulos (cf. Jn 14,26–27).

En definitiva, ser cercano es una actitud divina que estos días el Papa ha querido recordarnos a quienes queramos escuchar.

miércoles, 18 de enero de 2023

DOMINGO día 22: DOMINGO DA PALABRA

El tercer domingo del tiempo ordinario, este año el 22 de enero, la Iglesia celebra el Domingo de la Palabra de Dios. Una Jornada que instituyó el papa Francisco el 30 de septiembre de 2019, con la firma de la carta apostólica en forma de «Motu proprio» Aperuit illis, con el fin de dedicar un domingo completamente a la Palabra de Dios.

La Conferencia Episcopal Española se une cada año a la celebración de este Día y anima a su celebración con la publicación de los materiales que elabora el área de Pastoral bíblica de la Comisión para la Evangelización, Catequesis y Catecumenado. Este año, además, se aporta una novedad: en el marco de esta celebración y teniendo en cuenta que el 27 de enero es la fiesta de san Enrique de Ossó, patrón de los catequistas de España, se propone dedicar estos días a concienciar sobre la responsabilidad que tiene la comunidad parroquial en la catequesis.

Así, este año, a los materiales para el Domingo de la Palabra de Dios, se suman otros documentos para difundir la figura de san Enrique de Ossó y la importancia de los catequistas en la vida de la Iglesia.

Un domingo para que repercuta en todo el año

El obispo responsable del área de Pastoral bíblica, monseñor Julián Ruiz Martorell, firma la presentación del Domingo de la Palabra de Dios. El prelado recuerda en su escrito que el Papa instituyó este Domingo para que repercuta en todo el año: «El día dedicado a la Biblia no ha de ser “una vez al año”, sino una vez para todo el año, porque nos urge la necesidad de tener familiaridad e intimidad con la Sagrada Escritura y con el Resucitado, que no cesa de partir la Palabra y el pan en la comunidad de los creyentes. Para esto necesitamos entablar un constante trato de familiaridad con la Sagrada Escritura, si no el corazón queda frío y los ojos permanecen cerrados, afectados como estamos por innumerables formas de ceguera «.

También destaca el deseo del Santo Padre para que este Domingo «haga crecer en el pueblo de Dios la familiaridad religiosa y asidua con la Sagrada Escritura, como el autor sagrado lo enseñaba ya en tiempos antiguos: esta Palabra “está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que la cumplas”.

¿Cómo leer la Palabra de Dios? Método de la lectio divina

La lectio divina es una antigua práctica que enseña a leer, meditar y vivir un texto de la Palabra de Dios por medio de un método muy sencillo que consiste en seguir varios pasos. Entre los materiales que se han editado este año se proponen tres esquemas de lectio divina: La primera para niños, tomando como base el salmo responsorial; la segunda para jóvenes, a partir del texto de la primera Carta a los Corintios; y la tercera para adultos, desde el texto del evangelio. 

Con estos esquemas, se podrá seguir el proceso de la lectio divina. Como paso previo, se hace la señal la cruz, y tras un momento de silencio, la Oración de preparación.

Empezamos: guía paso a paso

Lectura de la Palabra de Dios: ¿qué dice el texto? Leemos el texto las veces que sea necesario hasta que comprendamos bien lo que en él se dice. Hay que hacer una lectura pausada. Este momento es de suma importancia. Es necesaria la comprensión de lo que la Palabra narra.

¿Qué me dice Dios con este texto? Tras otra lectura nos detenemos a preguntarnos lo que el Señor nos ha dicho por medio del texto. Es el momento de la profundización de la Palabra de Dios para acogerla en nuestro interior. Dios cuando inspiró al autor quiso hablar a los hombres. Intentamos descubrir el mensaje divino contenido en el texto: ¿qué me dice el Señor?, ¿qué mensaje particular me quiere Dios hacer llegar? Tomamos el tiempo necesario para descubrirlo. Lo hacemos con serenidad y paz.

Ora. Habla con Dios sobre lo que te ha comunicado. Dialoga con el Señor sobre lo que has descubierto en este texto. Puedes, si es necesario y lo quieres expresar, darle gracias, pedir perdón, alabarle, adorarle, hacerle alguna petición… dile todo lo que esté en tu corazón. Cuéntaselo con sinceridad.

Contemplación: queda unos instantes en silencio en la presencia de Dios. No digas nada. Solamente pon tu pensamiento y tus afectos en el Señor.

Acción: es el momento de concretar lo que el Señor quiere que vivas de lo que te ha dicho. No hay que ponerse muchos propósitos. Intenta concretar y decide realizar una acción o a lo sumo dos. Ve cómo la(s) puedes poner en práctica en tu vida real y concreta.

Terminamos con una oración final de acción de gracias: da gracias al Señor por esta lectio divina que has vivido.

Divulgar la Palabra de Dios y valor ecuménico

El papa Francisco instituía esta Jornada el 30 de septiembre de 2019 con la firma de la carta apostólica en forma de «Motu proprio» Aperuit illis.

El pontífice propone este Domingo dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios:

· Para comprender la riqueza que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo.

· Para que la Iglesia reviva el gesto del Resucitado que abre también para nosotros el tesoro de su Palabra para que podamos anunciar por todo el mundo esta riqueza inagotable.

· Para que nunca falte la relación decisiva con la Palabra viva que el Señor nunca se cansa de dirigir a su Esposa, para que pueda crecer en el amor y en el testimonio de fe.

Además, la celebración se ha hecho coincidir con la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Un tiempo «en el que estamos invitados a fortalecer los lazos con los judíos y a rezar por la unidad de los cristianos. No se trata de una mera coincidencia temporal: celebrar el Domingo de la Palabra de Dios expresa un valor ecuménico, porque la Sagrada Escritura indica a los que se ponen en actitud de escucha el camino a seguir para llegar a una auténtica y sólida unidad».

 

lunes, 16 de enero de 2023

Carta Pastoral Semana pola Unidade dos Cristiáns

“Haz el bien; busca la justicia” (Is 1,17)

Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos 18 a 25 de enero de 2023

Queridos diocesanos:

Concluido un dúplice año santo, tiempo de conversión y de caminar hacia Cristo, se nos invita a crecer en la justicia y el bien con una frase que nos pide los frutos de la conversión y la gracia jubilar recibidas. Desde el Dicasterio por la Promoción de la Unidad de los Cristianos y  el  Consejo Mundial de Iglesias, un año más se nos motiva a unirnos en la oración por el don de la Unidad, por la que repetidamente pide Nuestro Señor entre la Cruz y en la Pascua, según el discurso de despedida del Evangelio de Juan. Esa unidad es expresión de la llamada de Dios a la fe en comunidad, como recuerda Pablo, a los Efesios. Precisamente es la fiesta del Apóstol de las Gentes, Pablo, la que nos hace mirar a todos los cristianos no a nosotros mismos, causa de nuestro egoísmo y división, sino hacia Cristo, unidos. La mirada pura del corazón es la mirada en oración compartiendo la caridad fraterna: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.

“El Concilio Vaticano II enseñó que “este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humana” (UR 24). Al orar por la unidad reconocemos que esta es un don del Espíritu Santo y que no podemos alcanzarla con nuestras propias fuerzas. La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos se celebra cada año del 18 al 25 de enero. “El recentísimo Vademecum ecuménico vaticano nos recuerda que no es una devoción privada sino oración de toda la Iglesia. Esta invitación a la oración por la unidad y a unirnos en la oración se repite desde el Concilio Vaticano II y llega a nosotros en el Magisterio de los distintos santos Pontífices que han gobernado la barca de la Iglesia en las tormentas del cambio de siglo. También el ecumenismo ha sufrido el rechazo de aquellos que, ante la tempestad, como los apóstoles, temen naufragar y prefieren la comodidad del antiguo puerto seguro a responder confiadamente al arriesgado “duc in altum“, “rema mar adentro”. Son aquellos que vacilan a echarse al agua como Pedro, que tan sólo sigue confiado los pasos de Cristo, aunque sea sobre el agua, aunque no haya camino preparado”1.

El miedo al ecumenismo nos lleva a ver en él una especie de deformación según los tiempos, tentación que nos bloquea a corregirnos y renovar nuestra fe como venimos de hacer todo un Año Santo. “Ante todo, el ecumenismo no consiste en una solución de compromiso, como si la unidad tuviera que lograrse a expensas de la verdad. Al contrario, la búsqueda de la unidad nos lleva a una valoración más plena de la verdad revelada por Dios” (UR 11)2. Estas palabras recogen una intuición que de forma clarividente exponía el entonces Joseph cardenal Ratzinger: “No es el consenso el que funda la verdad, sino la verdad el consenso… La unanimidad no es el fundamento del carácter vinculante de algo, sino el signo de la verdad que se manifiesta”3. 

Pero precisamente es esa búsqueda de Dios y de la Verdad la que debe movernos siempre de tal manera que no nos conformemos con un ídolo, con una apariencia formal externa, acorde a nuestros gustos, sino que luchemos por acercarnos a Dios a través de su Palabra, su Imagen, su Hijo, para dejar restablecer en nosotros su semejanza. “Distinguir las separaciones meramente humanas de las divisiones realmente teológicas. Precisamente las separaciones meramente humanas gustan de darse la importancia de lo esencial; se esconden, por así decir, detrás de lo esencial… La tácita divinización de lo propio, que es la permanente tentación del hombre, se extiende… El ecumenismo exigía y exige el intento de liberarse de tales, con frecuencia, sutiles falsificaciones… Debería despertarse una tolerancia para lo otro que no esté basada en la indiferencia ante la verdad, sino en la distinción entre verdad y mera tradición humana”4.

Esta actitud humilde interior y de búsqueda sin duda nos llevará igualmente a profundizar en la fe desde el respeto a quienes la viven, auténticamente en conciencia, de formas tan diversas, sin relativizar ni consensuar la fe, pero sí respetándonos en el amor. “El mandato del amor purificará a ojos vistas también nuestra fe y nos ayudará a distinguir lo esencial de lo que no lo es”5.

El amor es la virtud que mejor expresa la autenticidad teológica y espiritual de la conversión, de la fe que siempre busca crecer y renovar al individuo y a la Iglesia. Por eso desde el amor, el compromiso por la justicia no es simple altruismo o valores humanos, sino conversión de fe, que además nos lleva de la mano a todos los discípulos de Cristo. Como nos recuerda el Santo Padre el papa Francisco “mientras nos encontramos todavía en camino hacia la plena comunión, tenemos ya el deber de dar testimonio común del amor de Dios a su pueblo colaborando en nuestro servicio a la humanidad”6. Las dos últimas encíclicas del papa Francisco Laudato Si’ y Fratelli Tutti son expresión de cómo la conversión y reforma de la Iglesia, en cuanto nos reconducen al centro que es Cristo, nos llevan a la Unidad que Él ha querido para sus discípulos a quienes nos llama amigos. Con ambas encíclicas el Papa quiere llegar también a los cristianos no católico-romanos como signo de unidad. También nos muestran que, junto con la oración y el ecumenismo espiritual, el ecumenismo de la caridad, del compromiso y de la justicia nos llevan de la mano en cuanto que no son sólo un camino humano, sino hacia Dios y desde Dios, en la fe que actúa en el amor. No son pocas las pequeñas acciones cotidianas de nuestros fieles, parroquias y movimientos que lo están demostrando a diario sin buscar protagonismos.

Recemos por la Unidad a Dios, cuyo Espíritu es el único que la puede construir entre nosotros. Pero luchemos contra las tentaciones egoístas que nos llevan a mirarnos a nosotros mismos sin humildad, dejando de mirar a Cristo mismo. Superemos la tentación derrotista que nos hace abandonar la lucha porque no alcanzamos resultados humanos, como si no fuese toda nuestra vida cristiana un sembrar una semilla que no es humana ni crece por acción humana. No olvidemos que el don de Dios siempre es más grande que nosotros, y se reparte entre muchos, para compartirlo y entregarlo, pero también recibirlo de los demás.

 

Os saluda con afecto y bendice en el Señor.

+ Julián Barrio Barrio,

jueves, 12 de enero de 2023

BENEDICTO XVI: EL DESTINO DEL PAPA PROFESOR

Andrés Torres Queiruga, 07-enero-2023

Este artículo ha sido publicado en gallego el juevds 5 de enero en  La Voz de Galicia por el teólogo ANDRÉS TORRES QUEIRUGA . Se une a los varios Promemorias que sobre Benedicto XVI esstamos publicando en Atrio. AD.

Hay frases que pueden marcar o al menos definir un destino. “Pienso que, ya que Dios ha hecho papa a un profesor, quería que precisamente este aspecto de la reflexión, y en especial la lucha por la unidad de fe y razón, pasaran al primer plano”. Son palabras pronunciadas por Benedicto XVI en 2010, en el libro de entrevistas La luz del mundo.

Había llegado al pontificado, después de pasar muchos años como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y siendo claramente la cabeza teológica de Juan Pablo II, el Papa más “político”, con quien durante unos treinta años había promovido, sin concesiones, una exigente reagrupación doctrinal de la Iglesia. La redacción del Catecismo de la Iglesia Católica, cuidadosamente supervisada por él, fue el ideario que, declarado de autoridad pontificia, pretendió imponer como norma y criterio para la catequesis e incluso para la teología.

De hecho, el prestigio de profesor alemán, junto con una rica trayectoria de publicaciones teológicas, lograron introducir en el ambiente un sentido de dignidad cultural para el anuncio de la fe cristiana. Respondía así a una necesidad global de actualización, que el Concilio Vaticano II había reconocido y proclamado solemnemente. Era urgente, tras la severa crisis de la Ilustración, que puso en crisis el papel destacado con el que el cristianismo había marcado la cultura occidental durante un milenio y medio y desde entonces, en buena medida, también la del mundo.

Él, no sólo por formación, sino por haber participado personalmente en el Concilio, parecía bien preparado para emprender la alta tarea. Y decidió afrontarla, continuando, con otro estilo pero con la misma actitud de cierto mesianismo salvador, el camino ya emprendido junto al anterior Papa, Juan Pablo II. Pero sucede que, a estas alturas, todo parece confirmar lo que gran parte de los teólogos habían denunciado desde el principio. El Concilio había abierto las puertas a una revolución evangélica, y lo que estos dos Papas pretendían imponer era una renovación de compromiso, con arreglos de forma y acomodación de estilo. Al final, no hacían más que apuntalar el mismo viejo edificio. Se procedió a través de una hermenéutica restauradora del mensaje conciliar, con el fortalecimiento de la autoridad central.

Si Juan Pablo II insistió sobre todo en la disciplina de un gobernante fuerte y experimentado, Benedicto XVI se centró en la teología. Publicó, siguiendo también el estilo del anterior, algunos documentos excelentes, como Deus caritas est (Dios es amor ), Spe salvi (Salvados por la esperanza ) y Caritas in veritate (La caridad en la verdad ), que fueron luminosos y esperanzadores, en cuanto se centraban en el anuncio central de la fe, evitando los temas colaterales y discutibles.

Pero, en cuanto a los esfuerzos relacionados con una actualización teológica sustantiva, lo traicionó su interpretación del servicio papal, considerándose a sí mismo como un “papa profesor”: pensó que su autoridad pastoral como anunciador de la fe y animador de vida en un sentido evangélico, lo investía también con el poder de controlar el “servicio teológico”. Convirtió su teología en modelo de la teología. En consecuencia, prosiguió, reforzando con la nueva autoridad papal, el control autoritario que había ejercido como prefecto de la doctrina de la fe. Las censuras, los procedimientos y las exclusiones de lo que sonaba a renovación fundamental se multiplicaron, imponiendo en la enseñanza más o menos oficial los textos de los representantes de la restauración teológica. Simplificando: Hans Urs von Balthasar contra Karl Rahner.

Respecto del segundo, llegó a decir: “Trabajando con él, me di cuenta de que Rahner y yo, a pesar de estar de acuerdo en muchos puntos y en múltiples aspiraciones, vivíamos desde el punto de vista teológico en dos planetas diferentes”. Justo ahí y también simplificando, aparece un síntoma que, permítaseme la opinión, es todo un diagnóstico: el teólogo Ratzinger está muy lejos de la creatividad y profundidad del teólogo Rahner. No supo reconocer, como este, la necesidad de un “cambio estructural de la Iglesia” ni de una superación radical del paradigma escolástico, abriendo para la teología y para la Iglesia un futuro que golpea con los puños las puertas de la humanidad. De la humanidad religiosa, que necesita que entren de nuevo los aires frescos del Evangelio. Y de la humanidad secular, a la que no le sobra escuchar el ofrecimiento de luz y esperanza que hace dos mil años encendió Jesús de Nazaret.

No es casualidad que cierre aquí estas reflexiones con esta evocación. Pues confieso que siempre he juzgado como la pérdida de una gran oportunidad el hecho de que el desenfoque en el diagnóstico haya impedido a Benedicto XVI aprovechar sus excelentes cualidades de síntesis precisa y exposición esclarecedora que sobre este tema central le ofrecía la amplia difusión de su libro sobre el Nazareno. Al no tener en cuenta los avances de los estudios bíblicos, la proclamación conciliar de la autonomía del mundo y el nuevo diálogo entre las religiones, no logró presentar al mundo una visión actualizada y verdaderamente creíble de su figura. La figura entrañablemente humana, de uno como nosotros, que, anunciando que la palabra que Dios es amor infinito y perdón incondicional, y que, ejerciendo una conducta fraterna, comprometida y liberadora de todos los humillados y ofendidos, permanece ahí como un faro abierto, que, hoy como en los inicios, sigue enviando señales con las que muchas personas en el mundo sintonizan íntimamente, encontrando en ellas sentido y salvación.