viernes, 28 de agosto de 2020

Dios te quiere y tú no lo sabes..

En una ocasión vi un grafiti que decía: «El hombre está solo». La frase no tenía nada de original, pero me llamó la atención. Traté de imaginarme a la persona que lo había escrito. Y me entraron ganas de completar la frase: «El hombre está solo porque no sabe que es hijo de Dios».

Otros, aun conociendo la existencia de Dios, piensan: “Uf, somos tantos en el mundo… Dios tiene otras cosas de las que ocuparse. No creo que se vaya a preocupar de mis pequeños problemas. De hecho, todo sucede como si Dios estuviese en un mundo y yo en otro. Será grande su poder, pero no lo veo actuar. Lo que veo es que tengo que trabajar, solucionar mis problemas y aguantar si viene una desgracia”.

A pesar de las apariencias, cada uno puede decir con toda verdad estas palabras: “Dios se preocupa de mí como si solo yo existiera en el mundo”.

«Dios solo sabe contar hasta uno», dijo André Frossard. Para Dios no hay masas. Cada uno de nosotros no es un número anónimo en la infinita muchedumbre de la humanidad. Cada hombre es un hijo único para Él. Dios no tiene otra cosa que hacer que pensar, cuidar y amar a cada uno de sus hijos. Es lo que expresa santa Teresa del Niño Jesús de modo muy sencillo:

«El sol ilumina al mismo tiempo a los cedros y a cada florecilla, como si estuviera sola en la tierra; nuestro Señor se interesa también por cada alma en particular, como si no existieran otras iguales».

«Bien sabes –le dice Jesús a Gabrielle Bossis– que cada alma es para Mí como si fuera la única en la tierra».

Aunque Dios tenga muchos hijos, puede estar pendiente de cada uno como si fuera el único. Lo más importante para Él eres tú. Y se preocupa de tus problemas más insignificantes.

¿O es que tiene una inteligencia limitada y un corazón pequeño?

¿Por qué nos empeñamos en reducir su Sabiduría y su Amor?

Aunque nos contemos por miles de millones los habitantes del mundo, nadie es olvidado por Dios ni un solo instante.

Y ese pequeño problema que tengo ahora o el gran problema que puedo tener mañana, es conocido por Dios, y Él sabe muy bien cómo ayudarme.

Podemos considerar como dirigidas a nosotros estas palabras que le dijo a santa Catalina de Siena:

«Hija, olvídate de ti y piensa en mí, que yo pensaré continuamente en ti».

O estas otras que escuchó Gabrielle Bossis:

Un Dios con corazón de padre y de madre escrito por Pbro. Tomás Trigo

 DIOS TE QUIERE

Es casi imposible que una madre se olvide de su bebé, pero podría suceder. El amor de Dios va mucho más allá, es superior al de todas las madres del mundo.

Han venido desgracias, contratiempos, dificultades. Y pensamos: «Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado». Y Dios nos pregunta, como sorprendido:

«¿Es que puede una mujer olvidarse de su niño de pecho, no compadecerse del hijo de sus entrañas? ¡Pues, aunque ella se olvidara, Yo no te olvidaré!» (Is 49, 15).

¡Qué confianza deben despertar en nosotros estas palabras del Señor! Una madre no puede olvidarse del hijo de sus entrañas, de su recién nacido. «Pues, aunque ella se olvidara…». Es casi imposible que una madre se olvide de su bebé, pero podría suceder. El amor de Dios va mucho más allá, es superior al de todas las madres del mundo.

¿Hemos imaginado alguna vez a Dios Padre abrazándonos contra su corazón con infinita ternura, defendiéndonos del mal con su infinito poder, mirándonos a los ojos como solo un padre o una madre pueden mirar a su hijo recién nacido? (Él nos ha dado la imaginación, la creatividad, para que podamos verlo de algún modo).

¿Puede ese Padre permitir que algún mal dañe a su hijo? ¡No! Por tanto –nos ha dado la razón para que, con la gracia, podamos pensar como Él de algún modo–, cuando nos envíe algo que nos parezca un mal, hemos de concluir que es un bien para nosotros.

«Sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios», afirma san Pablo (Rm 8, 28).

La sabiduría cristiana popular lo ha expresado de otro modo: «No hay mal que por bien no venga».

Pero, además, hemos de pensar, porque es verdad, que cuando nos envía sufrimientos nos está tratando como a las personas a las que más quiere.

Parece difícil aceptarlo, pero ¿acaso no permitió que sufriera su Hijo? ¿No permitió también que sufriera la Virgen María? Si tratásemos de ver las cosas con los ojos de Dios, con los ojos de la fe, caeríamos en la cuenta de que, cuando permite que suframos, nos demuestra que nos quiere, porque nos trata como a su Hijo y como a su Madre. Entonces, el dolor se transformaría siempre en dolor alegre, que es un tipo de dolor exclusivo de los que creen en el amor de Dios, y que está al alcance de todos.

«Si vienen contradicciones, está seguro de que son una prueba del amor de Padre, que el Señor te tiene» (S. Josemaría, Forja, n. 815).

Con los ojos de la fe, vemos la verdad de estas palabras de Cristo a Santa Teresa:

«Considera mi vida toda llena de sufrimientos, persuádete de que aquel es más amado de mi Padre que recibe mayores cruces; la medida de su amor es también la medida de las cruces que envía. ¿En qué pudiera demostrar mejor mi predilección que deseando para vosotros lo que deseé para mí mismo?».

Y no hay que sorprenderse si, ante esta visión que proporciona la fe, algunas personas reaccionan con una sonrisa escéptica que puede significar: “estáis locos”, “sois imbéciles” o “la religión os tiene sorbido el seso”. Lo han dicho de Jesús y de todos los que han querido seguirlo de cerca.

Tomás Trigo.